Sindicales
6/3/1997|529
Los antecedentes de la ‘propuesta’ de Miguel
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La propuesta que habría hecho Lorenzo Miguel, de reconocer una seccional ‘autónoma’ de Ferreyra en Córdoba que agruparía a una parte de Fiat Auto y, más problemáticamente, a otras fábricas metalmecánicas, fue gestionada, no casualmente, por Alberto Piccinini, un ex clasista integrado a la dirección miguelista desde su feudo ‘autónomo’ y por sobre todo vitalicio, de Villa Constitución.
Esta “mediación’ no solamente delata el objetivo de la burocracia de la UOM de quedarse con los aportes económicos de los obreros de Fiat y de imponerles su política, sino, por sobre todo, saca de nuevo a la luz una política de más de una década que permitió a la burocracia miguelista cooptar e integrar a un conjunto de dirigentes que ‘evolucionaron’ de la guerrilla a la ‘democracia’ y de la combatividad a la conciliación de clases, y que evitó así la dislocación del aparato burocrático y el surgimiento de una nueva dirección en el sindicato metalúrgico.
Piccinini, dirigente de la gran huelga de Villa de 1975; el ‘Barba’ Gutiérrez y Gdansky, activos luchadores de la década del 70; sustituyeron la lucha franca contra la burocracia miguelista por una ‘estrategia’ que debería conducirlos a la ‘sucesión’ de Miguel, con la ayuda del ala ‘modernizante’ del secretariado de la UOM, entre otros Naldo Brunelli de San Nicolás.
Esta ‘estrategia’ condujo, en realidad, a la completa asimilación de los combativos al miguelismo y, por sobre todo, a las patronales ‘flexibilizadoras’ de Acindar en Villa; de Sevel en Quilmes; de nuevo Acindar y otras en La Matanza; de Techint en San Nicolás.
La historia de este proceso integracionista, es decir, de corrupción política de la ex ‘ala combativa’, es ciertamente muy pedagógica.
En 1984 se produjo una situación explosiva en la UOM, a partir de un ascenso obrero y una seguidilla de victorias en fábrica. Una movilización de masas, el 17 de julio de ese año, obligó a la burocracia a un plan de lucha preventivo, que luego saboteó concientemente. Por las rendijas de la fenomenal crisis que provocó esta situación en el secretariado de la UOM, irrumpió un movimiento de recuperación de las seccionales, que se expresó en las elecciones del gremio. Por primera vez, las corrientes combativas e identificadas como antiburocráticas conquistaron la dirección de seccionales claves del Gran Buenos Aires. En Matanza, la Lista Azul (Gdansky); en Quilmes, la Naranja (‘Barba’ Gutiérrez); en por lo menos otras diez seccionales, entre ellas las del cordón siderúrgico de Campana y Villa Constitución, además de Salta, Trelew, Bragado y Luján. Sin excepciones, este movimiento fue, sin embargo, regimentado, encuadrado y ‘cooptado’ por la burocracia de la UOM, que integró a sus miembros más relevantes al Consejo Directivo. La integración a la ‘orgánica’ de la UOM significó el desplazamiento o la expulsión de muchos activistas que habían encabezado el movimiento de recuperación de las seccionales (La Matanza) y que no aceptaban la nueva política del ‘realismo’, y asestó un golpe en profundidad al ascenso antiburocrático y de lucha.
En tiempo récord se produjo una notable evolución política de este sector, que de ‘combativo y clasista’ en 1975 se transfiguró en oficialista. Carlos Gdansky pasó a reclamarse simplemente peronista y sindicalista sin motes ni adjetivos. ‘Barba’ Gutiérrez pasó a convertirse en peón del engranaje miguelista en la UOM, haciendo creer que el veterano dirigente encarnaba una corriente de resistencia histórica al avasallamiento del convenio único y del sindicato. Alberto Piccinini rechazó el rótulo de ‘clasista’ no bien se instaló en su puesto de secretario general de la seccional para, según él, “quitarle el flanco al enemigo” (reportaje en el periódico de Madres de Plaza de Mayo, marzo del 85).
En todos los casos el argumento fue “seguir la pelea dentro de la UOM”, un pretexto que, a la luz de la historia posterior, reveló la asimilación completa del ‘triángulo combativo’ (Matanza, Quilmes, Villa) a la política del miguelismo. El operativo de cooptación de los sectores combativos inspira al que hoy se plantea para el Sitramf. Lo que Piccinini presentó como “quitarle el flanco al enemigo” fue un pacto para liquidar la rebelión de las seccionales. El operativo de cooptación de las seccionales combativas por la burocracia de la UOM fue parte de una política conciente de todo el arco democratizante (que luego confluiría en el Frepaso). Todo un sector del sindicalismo argentino —no sólo en la UOM, sino en gráficos (Ongaro), en Ctera (Mary Sánchez), en Foetra (Guillán), en ATE (De Gennaro)— acompañó esta involución política y tiró por la borda los principios de lucha contra la burocracia sindical.
No es necesario decir que la ‘autonomía de las seccionales’ en la UOM es un mal chiste, en la que las ‘asambleas generales’ (que la burocracia dejó de lado hace décadas) deben ser convocadas “con no menos de treinta días de anticipación”, con miembros del secretariado que “podrán intervenir en los debates con prescindencia de la lista de oradores” y un cuidadoso mecanismo de vaciamiento y sanciones que deja toda decisión en manos del secretariado (Estatuto de la UOM).