Estados Unidos: victoria para el matrimonio igualitario
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El Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró la inconstitucionalidad de las leyes que aún prohibían casarse, en 14 Estados, a personas del mismo sexo. Esta resolución se suma a la que tomó el Tribunal hace tres años, contra la polémica Ley de Defensa del Matrimonio -aprobada durante el gobierno del demócrata Bill Clinton, en 1996, que lo limitaba a la unión entre un hombre y una mujer-, y contra una medida similar del Estado de California. A partir de ahora, los hijos de las parejas gay serán considerados legítimos, sus miembros tendrán los mismos beneficios que cualquier matrimonio y, en el caso de que uno de ellos sea extranjero, podrá solicitar la residencia legal. Se trata de un importante paso adelante, resultado de la incansable lucha del movimiento LGTBI norteamericano, el más organizado del mundo.
En Estados Unidos, a contramano del ataque generalizado a las conquistas sociales y los derechos democráticos, la causa de los derechos LGTBI ha tenido grandes progresos en corto tiempo. Nuevos Estados han aceptado el matrimonio igualitario y crece el apoyo en el Congreso a su tratamiento. Las encuestas muestran también una sólida mayoría a su favor (Gallup, 26/6). Obama sostuvo, por primera vez, el matrimonio gay en la campaña por su reelección -y se apresuró a capitalizar el fallo escribiendo “Love Wins” en su cuenta de tuiter-; en el campo republicano algunos dirigentes empezaron a hacer lo propio.
Otro signo de los tiempos es el apoyo de sectores cada vez más amplios de la burguesía. La larga lista de capitalistas que aportaron dinero en favor de esta causa incluye a Howard Schultz, dueño las cafeterías Starbucks; Jeff Benos, el director ejecutivo de Amazon; los fundadores de Microsoft, Bill Gates y Steve Balmer; el ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg; el multimillonario Paul Singer, con intereses en The Wall Street Journal. Hay varios motivos para ello. Primero, la necesidad de garantizar al sector gay de la clase capitalista el derecho a herencia. El caso ante el Tribunal Supremo fue presentado por Edith Windsor, quien heredó una fortuna de su pareja, pero que, al no ser reconocido su matrimonio, perdió en gran parte pagando impuestos. Segundo, la necesidad de aprovechar las posibilidades del ascendente “mercado rosa”. Tercero, culminar el proceso de cooptación del conjunto del movimiento LGTBI.
A principios de año se desató una feroz polémica acerca de la llamada “libertad de conciencia”, que autorizaría a sectores confesionales a pedir la exclusión de homosexuales de los lugares de trabajo, por violentar las creencias de sus colegas. Numerosos jefes de empresa se pronunciaron contra este contraataque contra los derechos sexuales, que fueron apoyados por proyectos de ley por los gobernadores de dos Estados.
Los líderes LGTBI, en su búsqueda de aceptación y respetabilidad dentro de los marcos del capitalismo, se han apresurado en promover el matrimonio como un ideal, perdiendo el objetivo de la auténtica liberación gay: el derecho de los seres humanos a construir su propia identidad de género y a vivir el amor de la forma que uno quiera. La línea del fallo de la Corte no deja dudas sobre el lado reaccionario de la sentencia. El supremo Anthony Kennedy señaló que los demandantes respetan el matrimonio tan profundamente que buscan sus beneficios para ellos mismos. Todo lo que quieren, agregó, es “no ser condenados a vivir en la soledad”, como ocurriría con las personas no casadas. Por lo tanto, dada “su naturaleza inmutable” (la homosexualidad de los litigantes), no tienen otra que el matrimonio igualitario. El fallo consagra al matrimonio como la única relación sexual ‘legítima’. El juez insiste en este punto: “El matrimonio es una intimidad al punto de ser sagrado; corporiza los ideales elevados de amor, fidelidad, devoción, sacrificio y familia”. El fundamento de la sentencia es una suerte de reglamentación de la sexualidad.
Algunos han señalado que los avances de los derechos de género son la manifestación de las posibilidades de integración en la sociedad capitalista. Sin embargo, a pesar de la resolución del Tribunal Supremo, en gran parte del país los LGBTI pueden ser despedidos, no hay protección federal al trabajo, la discriminación en el acceso a la vivienda es todavía legal, los chicos gay y lesbianas son acosados despiadadamente y su tasa de suicidio es apabullantemente alta.
Como ocurrió en el pasado, cuando la conquistaron los trabajadores y las mujeres, la igualdad formal pondrá en evidencia el carácter social de la explotación y la miseria del capitalismo.