Sociedad

28/8/2008|1052

El futbol argentino arrasado por mafiosos

Todo parece patas arriba en el mundillo del fútbol: jugadores de primera línea, como Oscar Ahumada (ex River); también chicos como Sebastián Nayar (un solo partido en Primera División), de Boca, se declaran libres, se van o amenazan irse sin que sus clubes reciban una moneda. Los dirigentes braman mientras Grondona se pelea con la FIFA y, por supuesto, con Agremiados; pero, se sabe, “don Julio” es un “padrino” devaluado a quien ya le quitaron hasta el negocio de la televisión.

Al mismo tiempo, la caída de una red de falsificadores vinculada con clubes importantes (Boca, River y Lanús, el penúltimo campeón) dedicada a confeccionar los pasaportes falsos que permitieron la radicación europea de futbolistas carísimos (los documentos de Juan Pablo Carrizo, por ejemplo, están bajo sospecha) habla de una intensa actividad delictiva en el ambiente futbolístico.

Al mejor estilo Oyarbide, entre los 39 detenidos iniciales por ese caso hubo una empleada doméstica que cobra 600 pesos mensuales en negro, un chofer y un cocinero, mientras se habla de una asociación ilícita internacional con redes en casi toda Europa y antecedentes ventrudos: por ejemplo, una de esas empresas fraudulentas, Ciudadanía Express, gestionó el pasaporte de Juan Ramón Verón en 1999. Después, tribunales italianos comprobaron que ese documento se obtuvo mediante la adulteración de datos, pese a lo cual los falsificadores siguieron en operaciones.

En definitiva, los suplementos deportivos de los diarios pueden dedicar páginas enteras al fútbol sin escribir ni una vez la palabra pelota ¿Qué está sucediendo?

Una cláusula prehistórica

El Estatuto del Futbolista, aprobado en 1973, indica que los contratos entre clubes y jugadores no pueden durar menos de un año, conquista contrarrestada por una cláusula leonina que se introdujo en el convenio colectivo de trabajo firmado en 1975: cuando vence el contrato de un futbolista con su patronal (el club), ésta puede prorrogarlo automáticamente, aun en contra de la voluntad del jugador, por dos años. Durante ese lapso, el club sólo tiene la obligación de pagarle a su empleado un aumento del 20 por ciento anual. Agremiados ha dicho muchas veces que esa cláusula puede operar en perjuicio de los jugadores de elite, pero, si se eliminara, los clubes pagarían sus mayores costos con recortes severos en sus inferiores. Algo así como el huevo y la gallina.

Ahora esa cláusula se ha vuelto anacrónica, porque se convirtió en un obstáculo para el libre comercio de pases (una suerte de tráfico humano muy particular) en un mercado dominado por grandes financistas, vinculados muchas veces con mafias internacionales de lavadores de dinero, como se vio, por citar un par de casos, en los pases de Tévez y Mascherano. O en la penetración en el fútbol inglés de magnates rusos, cuyos sicarios, procedentes casi siempre del viejo aparato de la ex KGB, han llegado a asesinarse prolijamente entre ellos en territorio británico, con grave disgusto de su graciosa majestad (aunque, en varios de esos casos, operaron intereses más fuertes que los del fútbol, lo cual no es poco decir).

Esa intervención futbolística del capital financiero, devenido en mafia aplastante, arrasa fronteras y, además, ha consolidado una figura curiosa: la del “representante” de futbolistas, que negocia pases y roba jugadores (antes sólo de las inferiores, ahora también de Primera) por cuenta de los “capos” que manejan esos centros de poder financiero como, por ejemplo, Real Madrid, Barcelona o Manchester United. Silvio Berlusconi, dueño del Milan, sabe bien cómo funciona esa actividad delincuencial. También Mauricio Macri la conoce de sobra, aunque él, como su compinche José María Aguilar (River) y algunos otros de por aquí, ahora empiezan a sufrirla porque la concurrencia internacional amenaza con barrerlos del mapa.

Por eso, digamos al pasar, se ha producido la caída de los falsificadores de pasaportes, porque están vinculados con los “representantes” que pugnan con los dirigentes en duelo de mafiosos. “Los representantes tienen que desaparecer, hay que echarlos a todos”, declaró Grondona (Clarín y Crítica, 15/7). Dicho sin vueltas: como se hace en el hampa, los delataron, los hicieron caer. Por eso van presos ahora y antes no.

Peces grandes, peces chicos

En Europa, el precio promedio de una entrada para ver fútbol es de 80 euros; aquí, de ocho. Los clubes europeos más grandes reciben anualmente entre 200 y 250 millones de euros por derechos de televisión; en la Argentina, River y Boca cobran unos 35 millones de pesos cada uno. En esos términos se desarrolla la competencia entre los piratas de allá y los piratas de acá.

La Fifa y la Unión Europea no reconocen la cláusula del 20 por ciento, de modo que al término del contrato el jugador se declara libre y para eso se ampara en normas internacionales a las cuales, se supone, la AFA está subordinada ¿El jugador? No, claro que no: su “representante”. Ningún futbolista puede negociar por su cuenta un contrato europeo, como todavía podía hacer, por ejemplo, Daniel Passarella en sus tiempos de jugador. Ahora, el “representante” (en verdad representa intereses de uno u otro mafioso, o de un grupo de ellos) es obligatorio. Como se ve, Grondona y los dirigentes argentinos intentan nadar contra una corriente demasiado poderosa, sólo porque a ellos los quieren dejar afuera.

River, Boca y los otros tiemblan. Sus dirigentes podrían perder las grandes coimas que recibirían por los contratos “paralelos” que se firmarán cuando sean vendidos los pases de Palacio, Paletta, Buonanotte, Augusto Fernández, Falcao o Abelairas. En San Lorenzo sucedería lo mismo con Bergessio y algún otro que aparezca (¿ya ocurrió con D’Alessandro?).

Entretanto, los futbolistas de menos cartel quedarán sin mercado y los clubes literalmente vaciados, con sus planteles destruidos, menores ingresos y mayores costos.

Aun así, difícilmente la sangre llegará al río.

Ni la Fifa ni los grandes capitalistas que manejan el fútbol europeo querrán matar la gallina de los huevos de oro que es para ellos el mercado argentino de futbolistas. Por su lado, Macri, Pompilio o Aguilar no quieren enfrentar a la mafia sino integrarse a ella o, mejor dicho, que no los tiren “a la banquina”, que no los desplacen del lugar que ocupan.

Ahora creen haber encontrado una fórmula de acuerdo, por cierto precaria: la eliminación de la cláusula del 20 por ciento y su reemplazo por contratos por tiempo fijo, sin prórroga y con cláusulas de rescisión. Eso, sin dudas, ha sido negociado con los representantes que Grondona, según dijo, quería echar. Sin embargo, ningún artilugio reglamentario puede torcer las leyes del mercado. Grondona lo explica: “¿Cómo hago para hacerle firmar a un jugador por tres, cuatro o cinco años en pesos, cuando afuera les ofrecen sueldos en dólares o euros, y el peso puede devaluarse en cualquier momento?” (Crítica, 15/7).

Hasta que las cosas se acomoden, como ocurrió con “el campo” y el gobierno, asistiremos a no pocas peleas de perros.