Sociedad

30/9/2010|1148

Hawking, Dios y la política

Stephen Hawking, el más prestigioso físico contemporáneo, acaba de plantear que la explicación del origen del universo “excluye a Dios”: basta para esto con apelar a las leyes de su propia disciplina, la física. Lo hizo al lanzar su último libro, El Gran Designio. El planteo no es novedoso. Dos siglos atrás, Napoleón interrogó a otro gran físico de su época -Pierre Laplace- sobre el lugar de Dios en el modelo cósmico que acababa de exponerle, basado en el descubrimiento de la ley de la gravedad. La respuesta fue: “Señor, no he necesitado de tal hipótesis”. En aquel entonces, ninguna providencia celestial era necesaria para explicar el movimiento del Universo, aunque el propio Newton reservaba a Dios un lugar único en el diseño original del cosmos.

La afirmación de Hawking fue destacada por la prensa mundial porque reconsidera su planteo previo, que suponía conciliar la teoría del origen del universo con la versión religiosa. Es así que Hawking accedió entonces a exponer su tesis ante la Academia Pontificia en el Vaticano. Otros importantes hombres de la ciencia moderna y notables divulgadores (Jay Gould, Fred Hoyle, Paul Davies, entre otros) adhirieron, con matices diversos, al planteo de que ciencia y religión podían convivir en áreas “no interferentes”, reservando a esta última las respuestas a las preguntas que la primera no alcanzaba a responder. Nunca se explicó, sin embargo, por qué el campo de lo todavía no explicado debía adjudicarse como privilegio a la elaboración mística, metafísica o caprichosa de lo sobrenatural. Esta suerte de agnosticismo complaciente habilitaba una suerte de “modus vivendi” entre la ciencia y el establishment, naturalmente hostil a toda forma de ateísmo militante.

Ya no. Desde hace algún tiempo se desarrolla un movimiento de reivindicación del ateismo que manifiesta, al mismo tiempo, su adhesión al orden establecido y a causas tan poco nobles como las guerras en el Medio Oriente. El pretexto es avanzar contra el fundamentalismo religioso. Lo mismo ocurre con la aparición de movimientos laicos que apoyan la persecución a los musulmanes en Europa y la deportación de gitanos. Richard Dawkins y Christopher Hitchens, dos intelectuales con acceso privilegiado a los medios, aparecen empeñados en una combativa reivindicación de la lucha antirreligiosa que reivindica el legado darwinista. Ambos son ahora figuras destacadas en un proceso judicial ante los tribunales anglosajones, en el que se reclama la extradición del Papa para que sea juzgado por cómplice de los crímenes de pedofilia. Ambos señalan también la necesidad de acabar con la tolerancia de los científicos con el oscurantismo religioso. Dawkins, que se reivindica de la tradición del conservadurismo ilustrado inglés, considera, sin embargo, al marxismo como una doctrina “fundamentalista”. Hitchens considera como un progreso la aventura bélica del imperialismo en Afganistán y en Irak, a la que le adjudica la finalidad, no de apoderarse de los recursos petroleros, extender la dominación imperialista al Asia ex soviética y reforzar la opresión de los pueblos de Afganistán y Pakistán, o preparar el ataque nuclear a Irán, sino acabar con el “fundamentalismo” musulmán. El ateísmo, en este caso, está al servicio de una causa ultrarreaccionaria.

La idea de estos individuos de que el ser humano alcanzaría su auténtica emancipación liberándose de la religión tampoco es novedosa. La lucha contra la religión jugó un importante papel, incluso revolucionario, cuando la sociedad burguesa ajustaba sus cuentas con el “viejo régimen” de la nobleza y el clero. Pasaba por alto, sin embargo, el hecho de que la alienación religiosa encuentra sus fundamentos en la alienación de la vida real, o sea en la explotación del hombre por el hombre. La lucha contra la enajenación religiosa sólo puede ser en nuestra época anticapitalista, y debe partir del carácter histórico transitorio del capitalismo y de toda forma social basada en la explotación humana.

El ateísmo es reaccionario cuando se toma como excusa para el sojuzgamiento de los pueblos y naciones atrasadas (ver “Tesis para la Refundación de la Cuarta Internacional”, abril de 2004). Al igual que antes se justificaba en nombre de Dios, ahora se hace en nombre de su negación. El ateo Trotsky, en cambio, recordaba la benevolencia con la cual los bolcheviques respondían a la demanda de nacionalidades muy primitivas que reivindicaban el derecho a elegir sus propios sacerdotes contra las prohibiciones y la opresión del nacionalismo gran ruso y su bota zarista. Históricamente, además, no debe olvidarse que el “antivaticanismo” de origen burgués ha sido un instrumento del capital anglosajón contra la Europa “cristiana”.

Dios no existe y la ciencia no debe declararse neutral frente al mito religioso. Pero la lucha contra la religión y a favor de la ciencia debe ser abordada como una lucha por la transformación social. No es en nombre de la denuncia de la infame lapidación de las mujeres de los gobiernos capitalistas musulmanes que dejaremos de defender al pueblo musulmán contra la barbarie imperialista. Ni a sus mujeres y sus velos cuando algún sátrapa francés pretende usar el “laicismo” para avanzar en una suerte de limpieza “étnica”. El velo que opaca la realidad debe ser descubierto por una auténtica política socialista.