Sociedad

3/11/2011|1201

Los 7.000 millones y la “implosión demográfica”

-Exclusivo de internet

Confirmado: somos ahora 7.000 millones de habitantes en el planeta, pero no marchamos a ninguna “explosión demográfica”, que durante mucho tiempo se presentó como inevitable y catastrófica. Al revés: hace poco más de una década se estimaba que la población mundial se duplicaría para 2050, superando los 10.000 millones de individuos. Las predicciones actuales sugieren que no se superarían los 9000 millones, pero sólo alrededor de 2070, y luego el número caería, posiblemente de manera muy rápida.

Es el derrumbe de un mito muy antiguo. Van más dos siglos desde que Thomas Robert Malthus formulara su famosa y equivocada ley, según la cual nuestra especie se multiplicaría a un ritmo imposible de ser sostenido por el crecimiento de los recursos materiales para abastecerla. El hombre sería condenado así a la indigencia no por la explotación capitalista sino por una ley natural demográfica. La productividad del trabajo humano, sin embargo, resolvió el intríngulis: la industrialización y el desarrollo de la ciencia como un factor de la producción hicieron crecer las posibilidades de la vida humana como nunca antes. Es lo que explica la expansión de la población a un ritmo sin precedentes y también sus límites. El crecimiento de las fuerzas productivas del hombre mostró que el dominio creciente de la naturaleza implica, a partir de cierto momento, una disminución progresiva de la tasa de natalidad como resultado de la urbanización y la industrialización. De modo que la población terminó siendo una variable del metabolismo social de la producción, una dinámica exactamente opuesta a la planteada por Malthus, cuando anunciaba un destino inevitable de hambruna para el hombre en la Tierra.

Tenían razón Marx y su compañero Engels cuando, en oposición al economista inglés, plantearon la posibilidad de que el hombre, con sus capacidades productivas, podía pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad. La catástrofe estaba planteada no por una ley demográfica sino la del propio capital que potenciaba las posibilidades del hombre al mismo tiempo que lo degrada con la explotación del trabajo y una miseria social creciente. Los límites relativos del capitalismo se transformarían en barreras absolutas para la humanidad cuando agotara las posibilidades de su desarrollo histórico. Es el signo de nuestra época. Muchos especialistas dicen ahora que el mal de la “demografía” es el inverso del planteado por Malthus: la amenaza estaría dada por la caída en la tasa de reproducción de los hombres. Al disminuir la tasa de natalidad, la proporción de viejos aumentaría y no habría cómo mantenerlos. Sería el apocalipsis malthusiano invertido: “La pesadilla es un rápido envejecimiento de la población combinado con una colapso en la tasa de natalidad”, según el comentario periodístico de estos días. No habría, según esta versión, manos suficientes para el trabajo capaz de sostener a la población de mayor edad ya retirada de la actividad laboral.

El planteo es otra vez falso: la producción depende ahora no tanto de la aplicación directa del trabajo de la población activa como de las posibilidades fantásticas abiertas por la automatización de los procesos productivos. El robot y la máquina sustituyen al hombre trabajando. El problema es que el capitalismo, al expulsar al trabajo del metabolismo de la producción inmediata convierte al trabajo innecesario no en fuente de libertad para el hombre sino de miseria, inanición y muerte. El capital es potencia y degradación crecientes: hay alimentos para sostener a muchos más que los 7.000 millones de seres humanos y la mitad de la humanidad agota su existencia en el hambre o en la búsqueda de la comida más elemental. Algo que la crisis mundial presente está llevando al paroxismo con la desocupación en masa, la pobreza sin fin, la bancarrota generalizada y el despilfarro sin precedentes de recursos ociosos.

El capital produce mucho más que lo que puede hacer circular como mercancía que lo haga rentable. Por eso sobra pan y hay hambre. No faltan recursos, lo que sobra no es la población sino el capital como forma social agotada de la producción del hombre. Cualquier entendido en la materia nos informa que con la biotecnología, la informática y las posibilidades de recursos energéticos provenientes de los resultados posibles de las investigaciones en física nuclear, la tecnología y la ciencia pueden proveer, con una planificación adecuada, todo lo que los miles de millones necesitamos. El capital, en cambio, progresa en anarquía y destrucción irracional del medio ambiente.

En la literatura especializada la cuestión de la “explosión demográfica” ha sido sustituida por el temor a una suerte de “implosión” provocada ahora el envejecimiento poblacional, por una “pirámide de la población” que se estrecha en su parte inferior y media. Curiosa observación de una de los más conocidos divulgadores del tema, el inglés Fred Pearce: “Algunos creen que las poblaciones jóvenes podrían estar atrás de todo; desde la declinación de Occidente a los levantamientos árabes hasta el milagro económico chino”. Se equivoca en un punto: la juventud de “occidente” está también en el umbral de la insurgencia, como se muestra, entre otras cosas, en la “indignación” que crece a nivel planetario. El problema no es, como dice Pearce, que la “fiesta se terminó… porque ya no disponemos de una población joven en expansión”. Ni “explosión demográfica” ni distorsión de la “pirámide poblacional”; cuando llegamos a ser 7000 millones de seres asistimos a un capitalismo que ha alcanzado un nivel de descomposición histórica sin precedentes. Este es el punto: la “implosión”, no de la demografía sino del capital.