Sociedad

19/7/2012|1231

Por la legalización y el monopolio estatal de las drogas

Exclusivo de internet. Debate sobre la despenalización de la marihuana

Dos números atrás, Prensa Obrera publicó un artículo sobre la despenalización de las drogas que tiene un gran mérito: denuncia la hipocresía de quienes presentan el problema en términos de “libertades individuales”. Pero fuera de esto, el texto es un cúmulo de prejuicios e inexactitudes que buscan justificar un planteo reaccionario: la oposición a la legalización de las drogas. Se argumenta que tenemos que oponernos a la legalización porque se trata de “una corriente internacional de orden más general -impulsada por magnates como George Soros y por The Economist-, en favor de legalizar el comercio de drogas”. Eso es verdad, pero lo que no dice el artículo es que el principal impulsor de “despenalización sí, legalización no” es la ONU,[1] “esa cueva de bandidos” -palabras de Lenin, citadas por el propio Diego Mendoza en PO 1.196- que transmite la posición oficial del imperalismo. El artículo menciona la relación entre el consumo de drogas y la descomposición del régimen social, pero no la desarrolla y termina en pura moralina. Las drogas no son un problema por sí mismas; por el contrario, han jugado un rol cohesivo en distintas sociedades. Se convierten en un problema ante la decadencia de un modo de producción; eso pasó con el alcohol en el colapso del Imperio Romano y durante la Peste Negra.[2] Las drogas son un problema hoy porque la burguesía impulsa su uso como una “ayuda” para que el trabajador sobrelleve una superexplotación insostenible o para que el trabajador busque en ellas el placer que la sociedad capitalista le niega. Desde ya, ambas vías llevan a la frustración; en el primer caso, debido a los límites propios de todo organismo; en el segundo, porque la mayoría de las drogas que producen una experiencia importante de placer terminan produciendo habituación y dependencia, lo que genera displacer. Este uso de las drogas va a tener lugar mientras persista la miseria de este sistema descompuesto e, incluso, durante los primeros tiempos de desarrollo de una nueva sociedad. Obviamente, puede haber atenuantes -y el combate contra las adicciones es una tarea política de primer orden para la clase obrera y el socialismo-, pero el uso social alienante de las drogas va a persistir durante todo un período histórico de transición. En ese contexto -que es la realidad que vivimos cotidianamente los militantes socialistas y las masas explotadas-, la legalización de las drogas más consumidas, con el monopolio estatal de la producción y distribución -más la libertad de cultivo, en el caso de la marihuana- jugaría un rol progresivo: por un lado, sería un golpe mortal a las mafias del narcotráfico. La objeción presentada por el compañero Mendoza, de que el alcohol, el tabaco y otras mercancías se siguen contrabandeando a pesar de su legalidad, además de calcada del vocero de las Naciones Unidas (ver http://bit.ly/ArSGW5), resulta pueril: el tabaco y el alcohol se contrabandean para evadir impuestos y para lograr así una ventaja económica. La producción estatal a larga escala, y la venta al costo, sin impuestos, eliminarían la base económica del narcotráfico. Por otra parte, hay un problema de clase muy fuerte; la nocividad de la droga es inversamente proporcional al poder adquisitivo del consumidor: en Puerto Madero se consume “alita de mosca” -cocaína de alta pureza-, la clase media consume cocaína cortada con la sustancia que se le haya ocurrido al dealer -anfetas, pastillas, tiza…-, y en las villas está el paco, al que en Chile llaman “la cocaína de los pobres”. La legalización y el monopolio de la producción y distribución por parte del Estado terminarían con esta situación, lo que sería un gran atenuante en términos sanitarios. Finalmente, hay un severo problema que el artículo no aborda -tampoco lo ha abordado ninguna de las corrientes de izquierda que ha tocado el tema-: ¿qué pasa con las drogas que ya son legales? Por ejemplo, la grandísima mayoría del consumo de benzodiazepinas desobedece el “uso prescripto”; se realiza por fuera de una psicoterapia, a mediano y largo plazo. En términos de alienación política y social, daño orgánico y psicológico, no hay diferencia cualitativa con las drogas ilegales -incluso, se suelen combinar con alcohol con fines “recreacionales”. Oponerse a la legalización de las drogas de consumo mayoritario es un declaracionismo moralista propio de curas, no de socialistas. Defender la legalización, con el monopolio estatal de la producción y distribución, es una reivindicación odiosa, pero imprescindible, en el camino de las masas a la felicidad, a la que Aristóteles definía como el despliegue de todas las potencialidades del ser, y que sólo podrá tener lugar en una sociedad sin clases.

 

[1] Ver, por ejemplo, “La diferencia conceptual entre la despenalización y la legalización”, documento de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. [2] Ver Hanson, History of Alcohol and Drinking around the World