Sociedad

13/11/2003|825

Sobre cuervos, monos (y loros), elefantes… y hombre

"Derechos de los animales" y explotación capitalista

¿Qué distingue al hombre del animal? Según Jeremy Rifkin (autor de los best sellers “Entropía”, “Un mundo sin trabajo” y “El Siglo de la Biotecnología”) recientes investigaciones han puesto de relieve que “somos más parecidos a los animales de lo que habíamos imaginado”. Estaría cuestionada, inclusive, la arraigada certeza de que “la fabricación de herramientas y el desarrollo de complejas aptitudes lingüísticas, son dos de los muchos atributos exclusivos de nuestra especie” (El País, 26/10).


Lo primero lo probaría una reciente experiencia con cuervos que, sometidos a ciertos estímulos, han probado su capacidad de moldear alambres con sus picos, para utilizarlos como ganchos susceptibles de prender ciertos alimentos en envases preparados en pruebas de laboratorio. Lobos y gorilas, por otra parte, han mostrado su capacidad de comprender y utilizar un lenguaje de signos de un repertorio relativamente extenso. Rifkin agrega finalmente que otros tests, realizados esta vez con elefantes, dejan pocas dudas respecto de que experimentan unas emociones y tienen un cierto entendimiento de la muerte que revela una conciencia del ser que se creía única de los humanos.


La conclusión de Rifkin es que todos estos descubrimientos pueden contribuir a lo que denomina “ensanchar el mundo de los hombres”. El argumento es el siguiente: los lazos de solidaridad primitivos entre los miembros de nuestra especie, que alcanzaban sólo el ámbito restrictivo de una tribu, han progresado con el tiempo a un terreno en el cual esa misma solidaridad tiene un alcance planetario. Por ejemplo – dice – “hay millones de personas en todo el mundo que se identifican con el movimiento en favor de los derechos humanos”. Ahora este terreno podría extenderse “ampliando la preocupación y la empatía humana por las demás criaturas del reino animal”. Este enorme progreso ya se estaría manifestando en los cursos de especialización que comienzan a dictarse en las universidades norteamericanas, así como en novedosas leyes de algunos países respecto a “los derechos del animal”.


La unilateralidad arbitraria del razonamiento se revela en el hecho de que no sólo la “solidaridad” se ha globalizado, sino también los crímenes, la humillación y degradación de millones de hombres, la explotación inmisericorde de una punta a la otra del planeta, etc. Es lo que explica, además, el “ensanchamiento” de la lucha por los derechos humanos, que de otra manera, naturalmente, no tendría ningún sentido.


La inhumanidad del mundo, sin embargo, no está vinculada al conocimiento imperfecto de los “primos” del hombre de otras especies sino al carácter social de la organización de la vida humana y de la apropiación privada del producto de una sociedad cada vez más enajenada por las brutalidades del capitalismo y su régimen de dominación. Desviar el punto hacia la “amistad con los animalitos” se entiende si agregamos que muchas de las investigaciones al respecto son financiadas – como dice el propio Rifkin – “por McDonald’s, Burger King, KFC y otros proveedores de comida rápida”. Pero claro, los meandros tortuosos que pueden servir para encubrir la venta de carne podrida debían ser cuidadosamente distinguidos de conclusiones científicas sobre las cuales nuestro ensanchado derecho humanista muestra ignorancia supina.


Pretender que el hombre no se caracteriza por fabricar herramientas porque los cuervos son capaces de doblar algunos alambres es demasiado abusivo. Hay herramientas y herramientas, y partiendo de una capacidad parecida a la de los cuervos, la especie humana ha alcanzado cumbres en el desarrollo de sus fuerzas productivas que difícilmente puedan asimilarse a lo hecho por cualquier otra especie animal. Lo mismo sucede con el lenguaje o la conciencia, incluyendo la del propio ser, a pesar de las novedades detectadas con los simpáticos animalitos de larga trompa.


Pero aun la conciencia y el lenguaje deben ser explicados, a riesgo de que creamos que el hombre es un resultado de su propia cabeza, de su cerebro y de su capacidad intelectual. Al revés, está probado que estos atributos específicamente humanos están ligados a la particularidad (bien material) de su estructura corpórea original: sus manos y el célebre pulgar oponible que transformó a sus miembros superiores en poderosas herramientas naturales que estimularon la postura erecta del hombre y su desarrollo cerebral como especificidad que le es propia.


Los humanos y los animales son iguales en el sentido de que ambos son productos de la naturaleza y, como sabemos desde Darwin, de una larguísima evolución y selección igualmente natural. Pero no sólo los hombres y los animales, sino también el medio ambiente, están amenazados de una depredación sin precedentes por la barbarie social capitalista. El “ensanchamiento” del mundo humano depende de las posibilidades y capacidades humanas para acabar con este desastre, o perpetuarlo con el biombo de un orden jurídico hipócrita que acumula “ad ifinitum” los “derechos” que se niegan en la vida real. Acabar con este orden de cosas es la tarea histórica que corresponde a la clase obrera contemporánea y a la revolución social de nuestra época. Si los animales se aproximaran a una conciencia humana como pretende Rifkin, seguramente comprenderían esta cosa mucho más elemental que todo el fetichismo leguleyo con el cual se “protege” – es decir, se encubre – la destrucción capitalista de la naturaleza (de los hombres y los animales también). De esto viven numerosas ONGs y fundaciones por los derechos “animalistas” que son pantallas de grandes corporaciones capitalistas. ¡Ah!, casi queda en el tintero: Rifkin es uno de los entusiastas defensores de una sociedad solidaria basada en el trabajo… de las ONGs.