Sociedad

22/12/2009|1113

Sobre la vulgaridad

R(y)Requiem

Juan Kornblihtt, uno de lo númenes del grupo Razón y Revolución, fue entrevistado días atrás por el diario BAE. El hombre dice abrevar en Marx y “cuestionar verdades intocadas de la izquierda”: afirma que en Argentina no “falta capitalismo” y que tampoco el nuestro sería un país “subdesarrollado”, atrasado o dominado por el imperialismo. En nuestro país, según JK, “hay un pleno desarrollo del capitalismo”, aunque “éste genere un país más pobre que el de los comúnmente llamados desarrollados” (“llamados” desarrollados, dice, para subrayar que el adjetivo no tiene sentido). La pobreza o riqueza capitalista de un país sería, por lo tanto, independiente “de su pleno desarrollo capitalista” o alternativamente éste produciría una y otra cosa, todo lo cual no afecta a ninguna “verdad intocada” del marxismo, o de cualquier tipo, simplemente porque carece de sentido.

La entrevista lleva un título igualmente sorprendente: “La esencia de los capitales grandes y chicos es la misma”. Luego agregará que “el capitalismo argentino se desarrolló como todos los capitalismos en el mundo”. Argentina, entonces, es “esencialmente” lo mismo que Estados Unidos -todo es igual a todo. Si el capital siempre es “esencialmente” igual a sí mismo quiere decir que el capitalismo real no tiene historia ni movimiento. Por eso, según Kornblihtt, Lenin y los marxistas se equivocaron al hablar de una etapa de decadencia y agonía del capital, cuya existencia sería atemporal. Nada cambia. “A es igual A”, esta es la única lógica de nuestro amigo. Atrasa algo más de dos milenios, desde que se descubrió que lo más importante es explicar por qué el movimiento y la existencia real de A termina transformando y negando a A: por qué el desarrollo de la vida se transforma en su agotamiento, por qué los modos de producción se agotan también en su desenvolvimiento histórico y por qué las leyes del capitalismo se transforman en su contrario como resultado de su propia evolución histórica (el monopolio tiende a negar el mercado, la gran escala productiva a negar la propiedad individual, el Estado a negar la pura regulación mercantil, el capital financiero al capital industrial, las fuerzas destructivas a las fuerzas productivas, la maquinización a negar la ley del valor; el capital, en definitiva, a negarse a sí mismo, “produciendo” inclusive a su enterrador, el proletariado).

Nada cambia y todo sigue igual, dicen JK y su grupo: el capital “siempre desarrolla las fuerzas productivas y opera mediante la ley del valor”. Como no entienden las contradicciones del mundo real tampoco entienden cuando se contradicen a sí mismos. Porque el desarrollo de las fuerzas productivas es el que tiende a negar la ley del valor en el medida en que elimina crecientemente el trabajo (la fuente del valor) del proceso de producción directa (automatización). La riqueza social se disocia de su vieja base, que es la base del capitalismo, la explotación del trabajo, que necesita ser superada porque agotó su función histórica. El capitalismo y su sociedad se descomponen como producto de las leyes de su propio desarrollo y tienden a su autodisolución, que sólo puede ser consumada mediante la revolución social.

En el universo entero no existen cosas sino procesos, y toda la clave de su comprensión es entender la ley de su movimiento, es decir, de su transformación. El planteo de que los marxistas deben guiarse, en la comprensión del capitalismo real y concreto, por leyes generales inmanentes; es decir, por una abstracción sin mediaciones, es el planteo básico del stalinismo. Pretendía justificar así que todos “sus” partidos respondieran a las órdenes de los burócratas del Kremlin, supuestamente inspiradas en tales leyes de orden general. JK y su grupo van todavía más allá: sostienen que como el capital es siempre “esencialmente el mismo”, no tiene sentido hablar de monopolio que niega la libre competencia ni tampoco de imperialismo como etapa superior de descomposición del capital. Y rechazan la definición de Lenin de que el “capitalismo se transforma en imperialismo en una etapa muy alta de su desarrollo, cuando algunas de sus características fundamentales se transforman en lo contrario de lo que eran y anuncian una etapa de transición histórica”. No existen tampoco, por supuesto, países opresores y países oprimidos dominados por el imperialismo. Kornblihtt argumenta, además, que si se admitiera que Argentina es un país atrasado donde “falta capitalismo”, no estaría al orden del día una transformación socialista, lo cual significa, simplemente, que tiene una posición etapista propia del stalinista más pintado y que no ha entendido la teoría de la revolución permanente ni siquiera en una versión para principiantes.

Cuestionar las supuestas “verdades intocadas” de la izquierda se ha transformado en una completa pavada, impulsada por un grupo “independiente” que, contradictoriamente, dice existir para desenvolver un “programa científico de investigación de la realidad argentina” para mejor vender una fraudulenta mercadería intelectual. Un programa que con el mismo simplismo ramplón siempre concluye en que las cosas son… “esencialmente las mismas”. En esa línea, los investigadores de RyR han descubierto que Argentina tuvo su revolución burguesa en 1810 como Francia en 1789; es decir, que son “esencialmente lo mismo”, aquella más grande, ésta más chiquita. Que las privatizaciones de Menem son “esencialmente lo mismo” que aquello que teníamos con anterioridad. Que la política educativa de la dictadura es “esencialmente lo mismo” que hubo antes y después. Que el latifundio oligárquico es “esencialmente lo mismo” que el desarrollo del gran capital moderno, y así de seguido. Normalmente, además, repiten algún planteo ya rancio, transformado en novedad como “resultado” de una “investigación” y reaccionan con virulencia ante cualquier cuestionamiento, que presentan ni más ni menos que como un ataque a la “ciencia y la revolución”. Por eso propusieron, en su última publicación periódica, ponerle un “bozal a Pablo Rieznik”, porque denunció que en sus trabajos sobre la historia argentina copiaban a… Bartolomé Mitre.

No hay que dar por el pito más que lo que el pito vale.