Una muerte filmada
La larga decadencia del vaticano
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Detrás de la fachada de monarca “viajero y mediático” y del Papa “más popular” de la historia, la Iglesia ofrece un panorama de desmoronamiento general. Es la caracterización que hace una fuente insospechable: “La situación es más problemática y oscura que cuando Juan Pablo fue elegido(…) Nos encontramos con una Iglesia que va siendo progresivamente más minoritaria y más vieja(…) que se ve obligada a batirse en retirada de numerosos frentes que hasta hace poco orientaba y dominaba(…) que sufre, quizá, la crisis más grave en su historia”. Lo dice el actual obispo emérito de Valencia, Rafael Sanus (El País, 21/12/03).
“Autodestrucción”
El vaciamiento del imperio vaticano es fenomenal. En los EEUU, de 42 mil jóvenes seminaristas que había a mediados de los sesenta se pasó a una cifra inferior a los 6 mil al finalizar el año 2000. La edad promedio de las monjas es de 65 años y la mitad de los sacerdotes abandona su ejercicio antes de alcanzar la edad de la jubilación. Es un proceso sistemático de “autodestrucción” (Stephen Mumford, Centro para la Investigación sobre Población y Seguridad, Missouri, 27/1/99).
“Descomposición” es mucho más que una palabra cuando se refiere a la Iglesia yanqui: el escándalo de la pedofilia llenó en los últimos años de inmundicia a la primera plana de su Episcopado, acosado por miles de denuncias de violaciones y abusos sexuales contra menores cometidos por sacerdotes que, supuestamente, debían protegerlos. La curia norteamericana mantuvo en secreto toda la historia, se negó a entregar los nombres de los pedófilos en la Justicia, los transfirió de una parroquia a otra cuando comenzaron a acumularse acusaciones y hasta creó un “fondo financiero” para llegar a “acuerdos extrajudiciales” que evitaran concurrir a los tribunales. Hay miles de denuncias contra curas y obispos pedófilos en Italia, como también en Polonia, Irlanda, Francia, Canadá y muchos países más, incluida Argentina (ver Prensa Obrera, 4/9/97).
Algunos papólogos y vaticanólogos plantean que el derrumbe de la monarquía católica se concentra sólo en algunos países y particularmente en los más desarrollados, donde cunde la llamada “crisis de vocaciones”. Pero esto es de “especial gravedad, porque de Europa han salido todos los misioneros y misioneras que hoy están evangelizando en los países donde la Iglesia no está suficientemente implantada” (Rafael Sanus, ídem).
Esta situación quedó expuesta cuando el Papa visitó Francia, en septiembre de 1997, para las Jornadas Mundiales de la Juventud. Para evitar que los actos anunciados fueran un desastre por falta de gente, la Iglesia “llevó a 35 mil jóvenes de España, como 80 mil de Polonia y 100 mil de Italia, explotando la atracción turística de París y gastando más de 60 millones de dólares” (ver “Nuevo fracaso del Papa en Francia”, Prensa Obrera Nº 555, 4/9/97).
Fracaso del papado
De un modo general, cuanto más se propagandizan las hazañas del Papa “peregrino” más se escamotea que “los viajes de Juan Pablo II no le han aportado demasiadas victorias evangélicas y la Iglesia es ahora más débil que cuando llegó al poder: mientras el crecimiento de la población católica es apenas vegetativo, los pentecostales, los evangélicos, los testigos de Jehová y los mormones, han cuadruplicado su número en las últimas tres décadas, y los musulmanes lo han doblado” (La Nación, 3/4). En esto consiste lo esencial del legado papal, según el teólogo Hans Kung, radiado del Vaticano por su oposición a la curia romana. “Juan Pablo II fracasó(…) Su pontificado constituye para la Iglesia católica una gran decepción y un desastre porque Karol Wojtyla polarizó profundamente a la Iglesia, precipitándola en una crisis profunda” (Univisión, 26/3).
Un informe especial del diario español El País del 17 de octubre de 2003 decía al respecto que el símbolo de la “polarización” se verificaba “en el resurgimiento del Santo Oficio de la Inquisición, que regresó con el nombre dulcificado de Congregación para la Doctrina de la Fe” y que fue uno de los instrumentos de “una especie de Contrarreforma ejecutada sin miramientos, incluyendo la eliminación de los teólogos de la liberación y de las llamadas iglesias populares en América Latina, así como la desaparición de los curas obreros en Europa y una ofensiva inmisericorde contra los representantes del reformismo conciliar (por el Concilio Vaticano II de 1962)”.
Bajo Juan Pablo II pasaron a tener lugar en el centro del aparato eclesiástico los llamados “movimientos” en detrimento de las órdenes tradicionales (jesuitas, franciscanos, dominicos, etc.). El paradigma de este movimientismo es el franquista Opus Dei. Los movimientos son una especie de bandas que se extienden con organizaciones propias entre el llamado laicado: sus “referentes fueron beneficiados con un número de beatificaciones lucrativas (sic), mientras el Papa, con poder dictatorial, insta a actuar contra teólogos, sacerdotes, religiosos y obispos desafectos para formar una Iglesia de vigilantes en la que se extienden las denuncias, el temor y la falta de libertad” (ver “Juan Pablo II y la Inquisición”, Prensa Obrera, noviembre de 2003). La Iglesia, como se ve, no sólo se encuentra en retroceso sino que está llena de alcahuetes.
Obra contrarrevolucionaria
Se trata de un fracaso, por otra parte, que debe contrastarse con el alcance contrarrevolucionario que marcó toda la obra del Papa que acaba de morir. Todas las notas recuerdan ahora que éste debutó, no bien asumió, con los viajes a México y Polonia en 1979. En el primer caso, para poner en caja al movimiento de sacerdotes progresistas y del Tercer Mundo que se habían tomado en serio la “opción por los pobres”. En el segundo, como parte del operativo para la restauración capitalista; no contra la burocracia “comunista”, que se ha “reciclado” en provecho propio, sino contra las masas insurrectas frente al orden staliniano.
Hacia el final de los '70, y comienzos de los '80, es necesario computar en la labor “eclesial” del papado todas las maniobras para cubrir las estafas y crímenes de la cúpula del Vaticano con la mafia de la llamada Logia P2 y que derivaron en la quiebra del poderoso Banco Ambrosiano. Fue cuando quedaron al descubierto operaciones fraudulentas que contaban con el aval del “Banco del Vaticano”, como se denominaba al IOR (Instituto de Obras Religiosas), que entonces comandaba el arzobispo Paul Marcinkus, mano derecha del propio Papa. La operación fue comandada por los mafiosos Roberto Calvi, Michele Sindona y Umberto Ortolani, todos relacionados con el criminal Licio Gelli, un neofascista que regenteaba una logia seudomasónica vinculada a grupos de poder económico y a los terroristas de ultraderecha conocidos como las Tramas Negras. En 1982, Calvi apareció ahorcado en un puente londinense. La misma suerte corrió después Sindona. Don Michele fue encontrado muerto por envenenamiento a fines de 1983 en la cárcel de “máxima seguridad” italiana de Voghera. Marcinkus y sus colegas eclesiásticos en el IOR nunca fueron removidos por Juan Pablo II (Argenpress, 2/4). Licio Gelli fue el banquero de Emilio Massera en el golpe del '76.
Así comenzó el largo papado, que se prolongaría por más de otras dos décadas. Que valga como testimonio su visita a Cuba. El New York Times la describió como “nuestro hombre en La Habana”. Allí reivindicó a Batista al señalar que “los '50 fueron los años de oro para la Iglesia cubana” (ver Prensa Obrera Nº 573, 5/2/98).
¿Y ahora?
Todo indica que el proceso de la sucesión papal estará marcado decisivamente por la realidad de una suerte de dictadura fallida. Según el vaticanista Giancarlo Zizola, “la Iglesia sufre una parálisis provocada por la ortodoxia rígida del papado de Juan Pablo II(…) una crisis aguda… (que) está ocultada por el triunfalismo organizado por el Vaticano a través de los medios de comunicación(…) la Iglesia es una burbuja especulativa, una Iglesia superexcitada” (Página/12, 3/4). ¿Estallará? Vamos a ver. Si quebraron las bolsas y los bancos, por qué no el Vaticano.