Ambiente

18/11/2021|1632

Calentamiento global

El “pacto climático de Glasgow”, un nuevo fraude

Un punto muerto entre la crisis capitalista y la guerra comercial entre las potencias imperialistas.

La COP 26 realizada en Glasgow terminó con mucho menos ruido del que empezó. El punto de inflexión en la mitigación del calentamiento global que prometían los gobiernos del mundo quedó reducido a un comunicado de compromiso, firmado al día siguiente de finalizada la cumbre, que no establece nada.

El texto final difundido con el nombre de “pacto climático de Glasgow” es ilustrativo del fracaso. La intención de fijar como objetivo la “eliminación progresiva” de la utilización del carbón como fuente de energía fue reemplazada por una “reducción progresiva” por la oposición de India y otros países. India tiene una población de 1.400 millones de habitantes y su matriz energética depende en un 70% del carbón (The Economist, 16/11), en un cuadro en que la crisis energética internacional ha disparado los precios del petróleo y el gas. El tema es quién paga los platos rotos de una transición que según la Agencia Internacional de Energía requiere cerrar para 2030 el 40% de las 8.500 centrales eléctricas de carbón del mundo.

La precisión de objetivos de reducción de emisiones de carbono para 2030 quedó… para el año que viene. Nadie definió compromisos acerca de la tan patrocinada eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles, algo que impactaría sobre los costos de producción y por lo tanto restaría competitividad en un cuadro de guerra comercial entre las grandes economías que sobrevoló toda la conferencia. Estados Unidos y la Unión Europea habrían acordado poner fin a la escalada arancelaria para sus respectivas importaciones de acero y aluminio… pactando una reducción bilateral que mantiene las barreras impositivas contra las compras de acero de China, Rusia y Ucrania aduciendo su mayor huella de carbono en esta rama de alta demanda energética.

El acuerdo sería el fruto de una negociación tras la amenaza de la UE de avanzar en la fijación de un arancel externo al carbono para todas sus importaciones, lo cual a su turno ponía en el tapete una ruptura de la Organización Mundial de Comercio (The Washington Post, 31/10). Las barreras proteccionistas son indicativas de las tensiones que abre cualquier perspectiva de consagrar pautas productivas globales en un régimen social fundado en la anarquía de la producción capitalista y la competencia despiadada entre grandes monopolios y sus respectivos Estados.

Para bajar esas tensiones se reanimó la intención de poner en marcha el artículo 6 del Acuerdo de París que insta a crear un mercado internacional de carbono, un mecanismo que cuantifica las emisiones de cada país o empresa y la capacidad de absorción de bosques y ecosistemas naturales, de manera de armar un sistema de intercambio de créditos de emisiones/absorciones. Ello posibilitaría que compañías y Estados cumplan sus compromisos climáticos sin reducir los gases contaminantes que arrojan a la atmósfera. Organizaciones indígenas salieron a denunciarlo como “una sentencia de muerte” porque derivaría en el “secuestro de tierras, bosques y ríos de los que dependen las comunidades” (The Guardian, 16/11).

La otra frustración fue el rechazo de los Estados imperialistas a aportar a un fondo común para atender las consecuencias de los desastres climáticos en los países más pobres. Contra los reclamos de asistencia financiera, Biden y compañía celebraron la formación de la Glasgow Financial Alliance for Net Zero, un consorcio de bancos y fondos de inversión que asegura contar con 130.000 millones de dólares para proyectos redituables con energías limpias. ¿Cómo se garantizarían esos márgenes de ganancia? El CEO de BlackRock propuso que el FMI y el Banco Mundial colaboren en “reducir el riesgo” de los préstamos absorbiendo las primeras pérdidas en proyectos en África, América Latina y Asia (Bloomberg, 7/11), lo cual incluye el monitoreo de la aplicación de medidas de ajuste y apertura económica al capital extranjero.

Ese saqueo imperialista agudizará la depredación ambiental. Lo vemos en Argentina con un gobierno que hace gala de un discurso verde mientras incentiva los agronegocios con transgénicos y agrotóxicos, la megaminería contaminante y subsidia el fracking, para garantizar al Fondo que tendrá los dólares para pagar la deuda. La lucha contra el calentamiento global es una pelea contra el capital imperialista y los gobiernos que se postran ante él, empezando por el repudio de las deudas externas usurarias y fraudulentas que fugan los recursos esenciales para encarar cualquier transición productiva que no redunde en un desastre ambiental y social.

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