Cultura
23/7/2025
Adiós a Ozzy Osbourne: nunca más solos en la oscuridad
La voz de una generación empujada al abismo, que encontró en el metal una forma de resistir
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Ozzy Osbourne fue el cantante de Black Sabbath
El 22 de julio de 2025 murió Ozzy Osbourne. A los 76 años, el “príncipe de las tinieblas” se despidió apenas días después de su último acto en el escenario: un recital íntimo en su Birmingham natal, en la que logró reunir a la formación original de Black Sabbath. No fue un adiós cualquiera. Fue un gesto casi ritual, que cerró el círculo de una vida marcada por la música, el exceso y una conexión visceral con la clase trabajadora. Ozzy no fue simplemente un rockero: fue la voz de millones que vivieron en carne propia la miseria industrial del capitalismo.
Desde Black Sabbath hasta su carrera solista y su retorno final con la banda que fundó el heavy metal, la figura de Ozzy condensó contradicciones, luchas y símbolos. Su muerte no es solo la de un músico famoso, sino la de un ícono popular que puso cuerpo y voz a una rabia generacional.
Black Sabbath: el sonido del taller del mundo
Ozzy nació en Birmingham, ciudad obrera, cuna de fábricas, explotación y desolación. No es casual que allí haya nacido también el heavy metal. En 1970, Black Sabbath lanzó Paranoid, un disco que no solo definió un género, sino que capturó, con “acero filoso y denso”, la angustia social de una juventud sin horizonte. War Pigs denunciaba la lógica asesina de las guerras imperialistas; Electric Funeral imaginaba el colapso nuclear como única herencia para los pobres.
En ese disco —y en toda la obra de Sabbath— se escucha el rechinar de la máquina, el ruido del desempleo, la alienación, la locura. “Un sonido infernal, pero concreto”.
Ozzy, con su voz temblorosa y errática, le dio alma a esa distorsión. No cantaba sobre castillos ni fantasías: cantaba sobre fábricas, miedo, muerte y vacío. Era un obrero del micrófono.
Carrera solista: del delirio al mito
Luego de Black Sabbath, Ozzy supo reinventarse. Su disco Blizzard of Ozz (1980), con Randy Rhoads a la guitarra, fue una explosión de energía, técnica y vulnerabilidad. Crazy Train volvió a conectar con la juventud alienada de los 80, mientras su figura se convertía en leyenda viva del exceso. Morder murciélagos, tambalear en MTV o ser el protagonista de un reality grotesco fue parte de su derrotero, pero no lo definió. Lo que persistía era otra cosa: el aguante.
Ozzy fue el sobreviviente por excelencia. El que se cayó mil veces y se levantó otras tantas. El que, aún atravesado por las adicciones, la enfermedad de Parkinson y el ridículo mediático, nunca dejó de cantar. Su figura fue absorbida por el circo de la industria cultural, sí. Pero nunca domesticada del todo.
La vuelta a Sabbath: memoria y despedida
El regreso de Black Sabbath en 2011 fue mucho más que un revival. Fue un acto de memoria. Un gesto de justicia poética. En su último recital, en julio de 2025, Ozzy se sentó frente al público de Birmingham —su gente— y les cantó por última vez. No hubo despliegues, ni trucos, ni escándalos. Solo música y pertenencia.
Ese show, llamado “Back to the Beginning”, condensó toda una historia: de las fábricas a los estadios, desde la opresión al estallido, desde la angustia al riff. Y el que estuvo ahí, sentado en el centro, era el mismo pibe que salió de esa ciudad obrera, fanático del Aston Villa, cantando sobre lo que nadie quería escuchar.
Una figura cultural popular, incómoda y viva
En los márgenes del sistema, donde la cultura no es mercancía sino salvavidas, el legado de Ozzy es ineludible. Su música se metió en los talleres, fábricas y barrios populares. Y lo hizo no por caridad de los medios, sino porque su sonido era verdad . En Ozzy hubo contradicción, delirio, marketing (por momentos grotesco). Pero hubo, también, algo irreductible: el grito del que no encaja, del que no obedece, del que no olvida.
En tiempos donde la cultura popular es cada vez más domesticada, su figura desajusta. Incomodaba a conservadores y también a los progres de buenos modales. Y eso, también, lo vuelve valioso.
Ozzy, el metal argentino y la clase obrera
El legado de Ozzy Osbourne no se detuvo en los márgenes de Inglaterra. En nuestro país, su música —y especialmente la de Black Sabbath— echó raíces en una juventud golpeada por la desocupación, el hambre y la represión. En los años ‘80 y ‘90, bandas como V8, Hermética y Almafuerte tomaron esa herencia y la resignificaron desde las fábricas, los barrios obreros y los recitales con entrada a voluntad.
El metal argentino fue, para miles de pibes, la trinchera sonora frente a los despidos, la violencia policial y la precarización laboral. Y en ese entramado, la figura de Ozzy fue mucho más que un póster. Fue inspiración, fue espejo, fue una bandera.
Como se recordaba en una nota de Prensa Obrera, Paranoid fue “uno de los aceros más filosos, densos y pesados de la música contemporánea”. Esa densidad encontró en Argentina un suelo fértil: recitales en clubes, remeras de bandas metaleras en fábricas, el heavy metal sonaba cada vez más en los parlantes de las casas del laburante argentino. El heavy metal, lejos de toda caricatura, fue cultura popular obrera, y Ozzy, es una parte viva de esa historia.
Ozzy en la memoria de la clase trabajadora
En un mundo que arrasa a los ídolos y plastifica su recuerdo, el desafío está en reivindicar a Ozzy no como una estrella, sino como parte de una memoria colectiva de resistencia. Hoy, mientras la industria de la música hace su duelo rentable y los medios reivindican a quien antes demonizaban, desde abajo lo lloramos distinto, con la garganta apretada y el puño cerrado. Como se llora a un loco entrañable, al que nos acompañó por mucho tiempo con su música, a un viejo que supo cantar verdades cuando nadie más se animaba.
Ozzy murió, pero su voz sigue sonando. Su legado no es una estatua. Es un grito, uno que viene del fondo de las fábricas, del ruido de la calle, del corazón partido de la clase trabajadora.
Y eso, no muere nunca.

