Cultura

1/10/2020

Selva Almada: “que las editoriales no diesen bolilla a las mujeres nos dio una libertad enorme para escribir”

La escritora dialogó con Prensa Obrera sobre su nueva novela "No es un río", escribir sobre varones y lo poético en su escritura . Dijo que "el Estado sigue haciéndose el zorro" con la legalización del aborto, mientras continúan las muertes de mujeres.

“Comencé a escribir No es un río hace bastante tiempo, allá por el 2013, en la misma época de Ladrilleros (novela). La dejé. Tenía pendiente escribir Chicas muertas (crónica). La retomé. No me gustó el tono. Después de un tiempo apareció el tono pero la suspendí porque tenía que escribir El mono en el remolino (diario de filmación de la película Zama, de Lucrecia Martel). Pero siempre estaba dando vueltas la novela: los personajes, sus conflictos. Hasta que finalmente resolví que el verano del 2020 la iba a terminar. La venía pensando mucho y fue como un trabajo a reglamento”.

Así, enhebrando la preocupación por la forma literaria con el ejercicio de la práctica de la escritura, describió Selva Almada -en una larga entrevista que mantuvo este lunes 28 con Prensa Obrera, realizada por Cristian Henkel y transmitida en directo por Instagram y Facebook- parte del largo y muy pensado proceso de elaboración de No es un río, su novela recientemente editada. Y que en su producción convivió, como señala, con la de gran parte de su obra reciente, con toda su variedad de géneros y su riqueza.

¿Cómo estás llevando esto de la pandemia y la cuarentena?

No tan mal, teniendo en cuenta que yo tengo verde cerca y que no he tenido que sufrir tanto el encierro. De todo esto lo más duro es eso de estar sin ver a los afectos. Yo trabajo hace muchos años en mi casa, dando talleres y a mí, personalmente, el hecho de poder hacer los talleres de modo virtual me dio espiritualmente un respiro, un aire. Por un rato no se habla de la cuarentena y hablamos de los textos y esas cosas y, además, es tener un contacto frecuente y semanal con personas que ya conocía. También, dentro de todo, yo pude seguir trabajando y eso no le pasa a todo el mundo….

Almada confiesa no llevarse del todo bien con las presentaciones y las entrevistas pero reconoce que son “parte de un contrato tácito que asumís cuando escribís un libro” que obliga a los escritores a acompañar la circulación de cada libro y, si bien lo virtual le ha evitado los problemas que generan los viajes y traslados, le sigue costando ”la exposición en la vida y no tanto por ser escritora”.

Es un modo de recoger también opiniones y lecturas sobre tu obra, y ahora de No es un río. ¿Cómo te llevás con esas opiniones y lecturas?

Mientras yo escribo trato de no pensar en quién va a leer ese libro. Pero después me encanta que me cuenten qué les pareció. Sobre todo eso pasó con No es un río del cual me llegaron interpretaciones, lecturas que me sorprenden: hay algunos lectores que mejoran un poco los libros…

En No es un río, Almada construye un tono y un punto de vista que dialoga con gran parte de la poesía litoraleña, donde el paisaje, el entorno, es construido como una apuesta por recuperar una mirada que parte de lo material para, desde allí, ver en el vaivén del agua y en su fluir la relación dialéctica de lo opuesto y lo distinto. El río es vida y muerte, es oscuro pero, a veces, se llena de luz…

Hablemos un poco de esa forma de escritura que fluye…

Toda mi narrativa está atravesada por lo poético. Pero esta es mi novela en la que ese rasgo está más acentuado. Me costó encontrar ese tono. Un tono ligado a la brevedad. El hecho de que transcurre en el Río Paraná y que es la historia de esos isleños, de esos grupos de hombres, me sugería ese tono. Yo todo el tiempo sentía que me venían los poetas litoraleños, Juan L. Ortíz, por ejemplo. Hay en la novela un profundo espíritu poético, es mi novela más poética.

 ¿Que está primero el tono, la historia?

Me parece que todos los elementos de un relato funcionan un poco como el organismo: cada parte tiene su función para que todo funcione. Lo que yo siempre reescribo son las primeras líneas, porque lo que más me importa en un principio es encontrar el tono. Por eso es que a mí, más que la historia, lo que me interesa es cómo se cuenta esa historia. Esa es la literatura que a mí me gusta leer. Me gustan mucho los escritores norteamericanos. Carver, por ejemplo, que de una historia nimia, doméstica, minúscula hace todo un universo.

No me interesan mucho los grandes acontecimientos en las novelas o la épica. En mi obra los personajes son personajes del montón, que no tienen atributos demasiado heroicos. En general, son personajes comunes y corrientes puestos en alguna situación o enfrentados a algún conflicto que desatan esos mundos interiores que todos tenemos y que suelen ser tormentosos.

En tu obra aparecen elementos trágicos, como la muerte pero, sin embargo, tengo la sensación de que el lector no queda apesadumbrado. De que, si bien construís climas muy opresivos y de angustia, se sale de ellos.

Es muy distinto lo que me puede pasar a mí como autora cuando termino un libro. Es algo que nos debe pasar a todos los escritores y a todas las escritoras, se siente un vacío, una melancolía. Sobre todo porque en general, en las novelas -en los cuentos es distintos porque yo tengo muchos cuentos que tienen que ver entre sí o que retoman personajes-, cada vez que cerré una sabía que nunca más iba a volver a abrir esas puertas. Cada libro, cada final de libro, lo sentí como una despedida. Con esta novela me sentí contenta, realmente, por haber podido escribirla después de tanto tiempo. Creo igual que son personajes con todo lo trágico.

En la mayoría de mis relatos aparece el tema de la muerte pero creo que esta es la novela donde la muerte está más presente. La novela es una especie de diálogo con los muertos, con los muertos de los personajes, con los muertos amados de esos personajes. Una larga conversación con los que ya no están. Pero tiene sus momentos luminosos. Hay una escena que a mí me gustó mucho cuando apareció y cuando pude escribirla: es esa cuando Aguirre va a ver a sus amigos y están como haciendo la sobremesa después de comerse unos dorados y está la luz de la tarde que cae sobre esos hombres, es muy hermoso.

A tus tres novelas en algún momento las nombraste como la “trilogía de varones”. ¿Qué significa eso?

Empecé a llamarlas así, un poco en la intimidad, cuando comencé a escribir No es un río porque la verdad no se había armado una serie demasiado clara con El viento que arrasa y Ladrilleros, que son dos novelas que yo escribí enseguida, casi sin pausa entre una y otra. Con esta sí pasaron muchos años, por lo menos con la etapa de escritura final. Pero cuando yo empecé a escribir No es un río me dí cuenta de que había algo compartido, fundamentalmente en el universo de personajes protagonistas varones, con conflictos del mundo masculino, que podía emparentarlas a las tres novelas. Más allá de que las tramas y los personajes son distintos y de que cada novela puede leerse sin leer las otras, en un plano subterráneo creo que las tres forman esta serie que yo empecé a llamar “trilogía de varones” y que ahora adoptamos cuando salió esta.

¿Te costó construir ese universo otro, de varones, con la particularidad que tiene en este momento histórico, en el que tienen una importante resignificación estas temáticas?

Más allá de que yo no sea varón, siempre he convivido con varones: tengo padre, hermano, primos y muchos amigos varones. No es un universo que me resulta ajeno, para nada. En ese punto no es muy distinto a cualquier personaje que no seas vos. No me provoca dificultad poder narrar desde la mirada de un varón porque siempre sé que lo que estoy haciendo es una ficción. No dejan de ser preguntas que yo tengo sobre esos mundos y que en todo caso remiten a la verdad de la ficción, que no sé si se ajusta tanto a la realidad.

Te definís como una chica de provincia y también en tu obra está muy presente esa cuestión local o regional, pero al mismo tiempo hay un rasgo universal, dado que tu obra también ha sido traducida y llevada a otros lados… ¿Cómo ves ese proceso tan amplio?

En relación a lo regional y lo universal de mi obra yo creo que tiene que ver con que, si bien las geografías y los espacios donde se desarrollan esas historias son parte de una región concreta y específica, los conflictos son bien universales: el amor, la muerte, la traición, las relaciones humanas y eso se puede transpolar a cualquier parte. Ahí radica la universalidad de los conflictos que se cuentan.

Las problemáticas sociales han sido una constante en la obra de Almada pero aparecen siempre en relación directa al modo de contarlas y de narrarlas. Ha sabido construir grandes piezas literarias de no ficción en Chicas Muertas y también las ha abordado en sus cuentos y novelas. Pero hay dos zonas donde esas problemáticas alcanzan su mayor ligazón con la literatura. Una, el modo en que aparece representado lo popular (historias, personajes y características); en No es un río, los isleños, la miseria, la religiosidad popular, etcétera, alejándose de las miradas celebratorias (porque allí habita mucho lo oscuro) y de las distancias sancionatorias. La otra es el modo en que aparece narrado el patriarcardo y la opresión de género, que es toda una preocupación para Almada tanto literaria como militante. Esto se ve en su interés por los alcances del movimiento de mujeres y su capacidad de interpelación.

En El viento que arrasa aparece la religión y en No es un río también…

Son personajes muy cotidianos en las provincias, en la vida de las provincias. El evangelismo, la brujería, todo eso es parte de nuestra vida cotidiana. Todo eso está muy mezclado. El médico y el curandero. Todo es parte de ese universo. Las religiones evangelistas son un fenómeno más reciente, más de los noventa, que aparecen en lugares donde el Estado no se hace presente y tienen un lugar de ayuda y de rescate. Es lo que aparece en El viento que arrasa, que está ambientada en el Chaco, donde el Estado está totalmente ausente y los aborígenes están condenados a vivir en condiciones espantosas y entonces tienen mucha penetración en esas zonas.

Te definís como activista, como feminista y claramente Chicas muertas terminó siendo un gran aporte para la visibilización de una problemática muy urgente del último tiempo como son los femicidios. ¿Te sorprendió la circulación de ese trabajo?

– Sí, me sorprendió mucho porque es un trabajo de larga data y tiene como origen el caso de Andrea Danne, que es el disparador del libro, una chica que vivía cerca de mi pueblo. Es un libro que sigue circulando muchísimo. Lo leen en las escuelas y he sido invitada para hablar de él. No pierde actualidad porque, más allá de que hay una conciencia mayor del tema y que ya a nadie se le ocurriría llamarlos “crimen pasional”, no baja el número de femicidios. Peor en la cuarentena, cuando las mujeres están obligadas a estar encerradas con su agresor, y el mismo aislamiento te corta los pocos lazos que podés tener con familiares y amigos que podrían ayudarte. Es terrible para las mujeres en situación de violencia de género esta cuarentena, es terrible.

¿Cómo ves el movimiento de mujeres en la actualidad con respecto a estas luchas, a estas temáticas?

Yo creo que los movimientos feministas son el movimiento político más importante en la Argentina desde el peronismo. Es indudable el aporte que han hecho estos movimientos y que siguen haciendo en tanto a conseguir derechos, en tanto a reclamar por cuestiones por las que no se reclamaba. Lo del aborto, por supuesto, que viene de mucho tiempo antes y la Campaña viene luchando desde entonces. De todos modos, aún queda mucho por hacer porque a veces decimos “somos todas feministas” y la realidad es que hablamos desde una clase social con cierto acceso a la educación y, la verdad, yo no sé hasta dónde ha penetrado el feminismo en las clases populares. Y eso me hace pensar en todo lo que falta para que el feminismo llegue a esos lugares, porque las que salimos a hablar somos mujeres universitarias, blancas y eso obliga a pensar: ¿qué pasa con el resto de las mujeres? ¿Cuán interpeladas se sienten por el feminismo que pregonamos nosotras?

En tus redes aparece el pañuelo verde y hoy es el Día de lucha por el derecho al aborto en Latinoamérica y el Caribe, que es una de las cosas que faltan. En estos días se publicó una solicitada, firmada por gente de distintos ámbitos de la cultura, exigiendo su aprobación y en No es un río aparece esa cuestión del aborto en esas zonas, hechos por los curanderos, usando el “perejil bien regado” ¿Cómo ves esa cuestión hoy?

Sigue habiendo mucha resistencia por parte de los sectores más religiosos y más conservadores. Y además, no sé si porque justo se atravesó la pandemia, pero el gobierno nacional, el gobierno de Alberto Fernández, asumió con un compromiso y una promesa de que se iba a implementar la interrupción voluntaria del embarazo y hasta ahora no pasó nada. Eso marca esas expectativas no satisfechas porque ese compromiso, que aparecía muy firme por parte del presidente -que ya lleva casi un año de haber asumido- quedó en la nada. Y en el mientras tanto, las mujeres siguen abortando y a las que las va bien, bien, y a las que no, se mueren y sigue siendo un negocio clandestino terrible. Porque abortar en condiciones cuidadas supone tener dinero para pagarlo, más allá de las redes que existen como las Socorristas en red que ayudan a abortar con el misoprostol y luego hacen un seguimiento y un cuidado. El Estado sigue mirando para otro lado, sigue haciéndose el zorro. Ahora se da la excusa de la pandemia pero la cuestión es que no se volvió a hablar del tema y no es que por la pandemia se detuvieron los abortos, del mismo modo que tampoco por la pandemia se detuvo la violencia de género.

Junto a ese protagonismo de la mujer que se expresa en el movimiento de mujeres, ha aparecido también un movimiento de mujeres escritoras. Una muy buena literatura hecha por mujeres. ¿Qué pensás de este momento?

Muchas de las escritoras de este momento son de mi generación y, en muchos casos, somos amigas. A mí me parece que, al margen del tema de que somos todas mujeres, lo más destacable es que cada una tiene su propio universo y eso es muy bueno. Es muy bueno que esa obra circule y genere interés. Por otro lado, no creo en el hecho de que se descubra a la literatura escrita por mujeres como un fenómeno nuevo cuando, en realidad, tenemos un montón de escritoras desde Alfonsina Storni, Beatriz Guido -que a mí me gustaba mucho cuando era chica o adolescente y es una escritora injustamente olvidada. También hay otra gran escritora que es Marta Lynch, que quedó estigmatizada por su amorío con Massera y fue injustamente sepultada por ese tema (dado que era una gran escritora), Norah Lange, etcétera. La literatura argentina siempre tuvo grandes escritoras pero eran menos y las vidrieras de las librerías, los escaparates de las librerías, los programas de televisión, las críticas, las reseñas y los suplementos estaban copados por varones. Esto, por otro lado, generó toda una literatura escrita por mujeres por descubrir en la literatura argentina.

Algo positivo es que el hecho de que no nos hayan dado mucha bolilla las editoriales, durante tanto tiempo, también hizo que tengamos una enorme libertad para escribir y eso ha permitido que podamos tener a una Mariana Enríquez al lado de una Gabriela Cabezón Cámara, al lado de una Samanta Schweblin, una Alejandra Zina, una Inés Garland; escritoras muy distintas entre sí. Creo que también en parte se debe a eso: como no éramos nicho, como no vendíamos, como no había mucho interés por lo que hacíamos, me parece que también podíamos hacer lo que queríamos.