Cultura
12/11/2024
Villarruel y la censura a escritoras argentinas
Los oscurantistas no quieren que en las aulas se hable de femicidios ni de diversidad sexual.
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Algunos de los títulos objetados por el gobierno nacional.
“La lección de la libertad solo podemos aprenderla en los libros”.
Umberto Eco.
Cierta reacción conservadora, con Victoria Villarruel a la cabeza, se encuentra protagonizando una campaña de censura contra diferentes escritoras argentinas. Aducen que sus libros serían inadecuados para leer en las escuelas secundarias por incluir escenas de encuentros sexuales. Además de puritanismo, lo que hay de fondo es una persecución ideológica contra autoras que plasmaron en sus novelas una mirada crítica hacia la desigualdad de género y la violencia que sufren las mujeres.
Se trata de algunos títulos incluidos en el Plan de Lecturas Bonaerenses, una colección que incluye 108 obras literarias para trabajar en el nivel secundario y 122 para nivel superior. Las críticas oscurantistas se posaron especialmente sobre “Cometierra“, de Dolores Reyes, “Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Cámara; y “Las primas”, de Aurora Venturini. Sus detractores llegaron al punto de afirmar que esas novelas tenían contenido pornográfico por el simple hecho incluir pasajes donde se habla de sexualidad, cuando esta es constitutiva de la existencia humana, y, por lo tanto, de las narrativas que emanan de ella.
La vicepresidenta aprovechó la polémica para hacer demagogia derechista. En su cuenta de Twitter publicó unos fragmentos de la novela “Cometierra”, donde se narraba una escena de sexo, y expresó: “Existen límites que nunca deben pasarse. ¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos, saquen de las aulas a los que promueven estas agendas nefastas!”. Un enfoque absolutamente retrógrado en términos artísticos y pedagógicos. Además hipócrita, teniendo en cuenta que el presidente se la pasa utilizando metáforas sexuales -muy desafortunadas por cierto- y sus dichos no causan el mismo revuelo.
Ahora bien, el encono particular contra los títulos mencionados obedece principalmente a la identificación política e ideológica de las autoras, que, inevitablemente, se refleja en su prosa. A Villarruel y compañía les molesta que se hable de sexo sin tapujos, pero, por sobre todo, que estas escritoras visibilicen a través de sus historias la violencia de género presente en la sociedad y planteen otra forma posible de vincularnos entre varones y mujeres. Les repele que “Cometierra” denuncie la proliferación de los femicidios en los barrios populares; que en “Las aventuras de la China Iron” la esposa de Martín Fierro vaya en busca de su deseo y quiera explorar la sexualidad por fuera de los parámetros heteronormativos; o que en “Las primas” se aborde el tema del abuso sexual y que su protagonista se haya negado a obedecer mandatos de género. En definitiva, rechazan la literatura que se atreve a cuestionar la sexualidad moldeada bajo principios de sometimiento propios de la sociedad capitalista. Principios invaluables para el gobierno a la hora de disciplinar a las mayorías.
Respecto a la frase “dejen de sexualizar a nuestros chicos”, lo cierto es que los adolescentes van a experimentar su sexualidad se hable o no sobre ello en el aula. Si bien los sujetos construyen imaginarios en base a determinados consumos, leer ficciones con la guía de un docente permite problematizar cómo aparecen representadas las relaciones interpersonales al interior de la trama. A través de los personajes, los estudiantes pueden identificar el abuso, las desigualdades y las jerarquías, lo cual les brinda herramientas para decodificar esas situaciones cuando se presentan en la vida real. La lectura también los invita a familiarizarse con la diversidad y trabajar la empatía.
Los ultramontanos que se escandalizan de que aparezca el sexo en las ficciones, en realidad, quieren eliminar estos espacios de reflexión para que ese vacío sea ocupado por una educación sexual que reproduzca pautas opresivas, como aquella que imparten las ONG del Opus Dei en las capacitaciones oficiales organizadas por el gobierno o la que se encuentra fácilmente en internet. Ven pornografía donde hay palabra poética, pero buscan censurar esta última para que los pibes solo tengan acceso a la primera.
Por otro lado, la visión de que a los jóvenes hay que darles literatura desprovista de elementos conflictivos -como la sexualidad, la política, las drogas- es completamente adultocéntrica. Parte de la idea de que los estudiantes secundarios son incapaces de producir pensamiento crítico, y, por lo tanto, deben mantenerse ajenos a aquellas temáticas que supongan cierta disputa de poder. Una subestimación absolutamente funcional a los planes de Milei y Villarruel, quienes quieren una juventud adormecida y apática incapaz de rebelarse contra las injusticias de su gobierno.
Lo más grave de esta cruzada reaccionaria es que pisotea el derecho a la cultura de los niños y adolescentes de los sectores más carenciados. La campaña de demonización propiciada desde el Estado es, antes que nada, un mecanismo de amedrentamiento hacia los docentes. A partir de ahora, muchos optarán por no llevar esos libros al aula, y, de ese modo, aquellos estudiantes que no tengan biblioteca en sus casas ni dinero para gastar en una librería se perderán la oportunidad de entrar en contacto con esas obras tan importantes de la literatura argentina. En cambio, no sufrirán la misma privación quienes les tocó nacer en hogares con mayor capital económico y cultural. Finalmente, los liberfachos quieren mutilar las bibliotecas escolares para estrechar aún más el horizonte de los pibes pobres.
La mejor respuesta frente a tanta ignorancia gubernamental la dan los estudiantes de la escuela pública, que han sacado a relucir sus trabajos sobre “Cometierra”, mostrando que la apropiación del lenguaje literario en las aulas funciona de combustible para encauzar su propio proceso creativo. Defendamos eso.