A veinte años de la invasión yanqui de Irak

Las "armas de destrucción masiva" que nunca existieron y la devastación del país por parte del imperialismo.

Tony Blair, George Bush y José María Aznar, tres de los presidentes que lideraron la invasión

Hace veinte años, un 19 de marzo de 2003, una coalición encabezada por Estados Unidos lanzaba la invasión de Irak, dando paso a una guerra que dejó más de medio millón de iraquíes muertos, en su mayoría civiles, y millones de desplazados.

El pretexto fueron las “armas de destrucción masiva” que supuestamente poseía el régimen de Saddam Hussein, lo que ameritaba, según el presidente norteamericano George Bush jr., un ataque “preventivo”. El 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado, Colin Powell, expuso la acusación ante la asamblea de Naciones Unidas, cuando el operativo ya estaba en marcha.

El objetivo real era el petróleo iraquí y, más en general, el control político y económico de Medio Oriente. Para despejar toda duda al respecto, vale decir que las famosas armas de destrucción masiva no se encontraron jamás.

Las tropas yanquis y británicas, que ingresaron desde Kuwait, pudieron avanzar con bastante velocidad y para el 9 de abril, los primeros tanques llegaron a Bagdad. El gobierno de Saddam Hussein (quien sería ejecutado en 2006) se desplomó, y en su lugar se colocó una administración fantoche de los Estados Unidos.

Sin embargo, el conflicto no se terminó. La coalición imperialista no pudo estabilizar el territorio, donde estalló una resistencia a los ocupantes, y debió mantener sus tropas hasta 2011. Ese año, el presidente Barack Obama anunció el fin de la “Operación Libertad”, pero apenas tres años más tarde tuvo que volver a enviar soldados (que se mantienen hasta hoy), cuando a todos los dolores de cabeza del imperialismo en la región se sumó el desarrollo del Estado Islámico.

A diferencia de la guerra anterior con Irak, en 1991, cuando Washington pudo alinear fácilmente a los países europeos, la segunda vez se topó con mayores dificultades. Sumó el apoyo del Reino Unido (gobernado entonces por el laborista Tony Blair) y de España (bajo el mando del derechista José María Aznar), pero no de Francia y Alemania, que sí se habían plegado a la invasión de Afganistán en 2001.

El ataque desató grandes movilizaciones populares de repudio en todo el mundo, incluyendo Argentina, donde participaron el movimiento piquetero, las asambleas populares y la izquierda. Las luctuosas fotos de los prisioneros apilados y desnudos en las celdas de Abu Ghraib, que dieron la vuelta al mundo en los primeros años de la guerra, desplomaron la imagen de Estados Unidos, en especial en el mundo árabe.

El empantanamiento en Afganistán y el pandemónium iraquí marcaron un debilitamiento de la hegemonía yanqui en el mundo. Junto a Corea del Norte, eran los dos países que la Casa Blanca había calificado en 2001, en términos maniqueos, como el “eje del mal”. Un intento de justificar no solo la devastación bélica, sino también el cercenamiento de las libertades democráticas en los propios Estados Unidos, bajo el argumento de protegerse del “terrorismo”.

Régimen político

Para tratar de ordenar Irak, donde el ejército de Hussein había sido disuelto y pululaban milicias de todo tipo, se estableció una nueva Constitución (2005) y un reparto del poder entre los distintos clanes. Tomando como base el modelo libanés, el cargo de primer ministro recayó en un chiíta, la jefatura del parlamento en un sunita, y la presidencia en un kurdo.

Este esquema de reparto de poder, al igual que el del Líbano, entró en crisis como fruto de las luchas faccionales y del creciente repudio de la población, hastiada de la corrupción, el empobrecimiento y el derrumbe de los servicios (apagones energéticos, falta de agua potable). En 2019, un levantamiento popular volteó al gobierno de Adel Abdul Mahdi.

En octubre de 2022, después de una atribulada lucha faccional, el parlamento votó como primer ministro a Mohammed Shia al Sudani, del chiíta Marco de Coordinación, con el apoyo del resto del establishment político. Pero el grupo de Muqtada al-Sadr, un clérigo del mismo origen que tomó el hemiciclo en el curso de la crisis política, boicoteó la sesión y se mantiene en la oposición al nuevo gobierno.

Consecuencias

Los ajetreos de las guerras de Afganistán e Irak le costaron la reelección a Bush hijo, pero también complicaron a sus sucesores en el cargo -Obama y Donald Trump. El financiamiento de la invasión iraquí (en 2007 llegó a haber 170 mil soldados apostados) contribuyó a un salto de la deuda pública norteamericana como proporción del PBI, según el proyecto Costs of War (El País, 20/3), agravando el problema del endeudamiento de la principal potencia mundial. Solo se vio favorecido un puñado de compañías que lucraron con los hidrocarburos y la reconstrucción del país, azotado por los bombardeos.

Irak, en tanto, quedó destruido por la guerra y nunca se recuperó. Y, si bien Washington mantiene tropas en la zona e influye sobre el gobierno, Irán ha ganado posiciones, e incluso operan en la región milicias que responden a Teherán.

La expulsión del imperialismo de Medio Oriente y una federación socialista de pueblos de la región son consignas vigentes frente a esta situación.