Internacionales
6/12/2024|1691
El Partido Obrero y la IV Internacional
El PO desde sus orígenes abrazó la lucha por la construcción de una internacional obrera revolucionaria.
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La refundación de la IV Internacional será el resultado de una experiencia en común
El Partido Obrero desde sus orígenes abrazó la lucha por la construcción de una internacional obrera revolucionaria que debía apuntar a poner en pie la IV Internacional. Política Obrera, la denominación con la que actuó el Partido Obrero en las primeras décadas de su existencia no formaba parte ni estaba alineada en ninguno de los nucleamientos o tendencias internacionales pero, desde su nacimiento, planteó la lucha por un partido mundial de los trabajadores. Esta premisa se desprende de la naturaleza de la época, de la comprobación de que la lucha de clases contemporánea debe conducir al derrocamiento de la burguesía y a la dictadura del proletariado; de que en la época imperialista moderna ningún movimiento emancipador en ningún rincón del mundo puede alcanzar sus objetivos en el marco del dominio del imperialismo de la economía mundial, de que la conquista del socialismo solo puede tener lugar por medio de la victoria de la revolución proletaria en los principales países avanzados. La construcción de una internacional y la vigencia del leninismo–trotskismo que es la base granítica sobre la que se fundó el Partido Obrero hace 60 años son, por lo tanto, dos caras de la misma moneda pues el socialismo en un solo país -que es la bandera enarbolada históricamente por el estalinismo- es imposible e inviable y el socialismo sólo puede abrirse paso y realizarse a escala internacional.
El partido revolucionario es la conciencia común de los objetivos estratégicos planteados por las contradicciones mortales de la sociedad capitalista, y de la necesaria subordinación a ellos de las cuestiones tácticas y de organización. Este conjunto constituye el programa. En este marco, el programa de la IV Internacional, plasmado en el Programa de Transición, resume la experiencia del movimiento de emancipación mundial de la clase obrera y responde a los problemas actuales que plantea la crisis del capitalismo y la etapa abierta de guerras y revoluciones. Por supuesto, no debe ser entendido como algo petrificado sino que debe ser sometido a la verificación de la lucha de clases y ser susceptible a su actualización recogiendo las nuevas experiencias, como el fenómeno de la restauración capitalista sobre los Estados obreros donde fue expropiado el capital. El programa de la IV, en definitiva, es una comprensión de una época y una guía para orientar la lucha de clases presente.
Crisis de dirección
El lento desarrollo de una vanguardia obrera revolucionaria es un fenómeno internacional. La crisis de dirección del proletariado mundial y el peso y control que ejercen las direcciones contrarrevolucionarias tradicionales en el escenario del movimiento obrero, se ha mantenido por un tiempo extraordinariamente largo si se lo coteja con otros períodos históricos. Por supuesto, no es una réplica del pasado y ha habido cambios en las direcciones del movimiento obrero pero aun así esa tutela, con sus mutaciones, persiste.
Este contexto ha condicionado el propio desarrollo de la IV internacional y es lo que está en la base de una crisis que se prolonga hasta el día de hoy. La crisis de dirección que enfrentó la III Internacional se manifestaría en la IV, de un modo más temprano y decisivo, en el curso mismo de la guerra y luego en la posguerra. La tesis que prevaleció en la IV Internacional fue que el choque entre la URSS y las potencias capitalistas, en el marco de la guerra fría, planteaba la inminencia de una tercera guerra mundial, lo cual forzaría a la burocracia estalinista a un giro revolucionario y, por lo tanto, la función del trotskismo quedaba confinada a oficiar de ala izquierda de los partidos comunistas. Las fuerzas que reivindicaron la IV Internacional mayoritariamente no fueron capaces de pasar la prueba de la lucha de clases en esa coyuntura ni en las siguientes y sucumbieron frente a las presiones que ejerce el capitalismo sobre las organizaciones obreras adaptándose y actuando de furgón de cola de las partidos y direcciones tradicionales -las revoluciones de posguerra, las revoluciones coloniales y la cubana, la crisis mundial del 68, o las revoluciones políticas en los Estados obreros y su periferia, y finalmente la restauración capitalista. El extremo de esto es el abandono hasta formal por parte del Secretario Unificado, que se presenta como la continuidad histórica de la IV Internacional, de la lucha estratégica por la dictadura del proletariado, planteando que el ciclo de la revolución de octubre había quedado cerrado a partir de la caída del Muro y la disolución de la URSS. La “agonía mortal del capitalismo” que sostiene Trotsky en el Programa de Transición y que es la premisa objetiva de la revolución socialista es revisada en nombre de la capacidad del Estado de capitalista por neutralizar y hasta revertir la crisis y la inauguración de un nuevo ciclo pujante de desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la posguerra.
La lucha por una internacional
A lo largo de su historia el Partido Obrero procuró alentar un reagrupamiento internacional que pudiera catapultarse como un polo alternativo a esta bancarrota y degeneración teórica y política prevaleciente en las filas del trotskismo. Durante los años ‘70 vio la luz otra organización internacional opositora al SU: el Comité de Organización por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (Corci). Se trató de un reagrupamiento trotskista internacional que unió a partidos de origen diverso. Sus secciones más importantes fueron: la OCI francesa (tras su ruptura con la SLL inglesa); el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia (POR- Masas, por el nombre de su prensa), fundado en los años 30 y encabezado por Guillermo Lora, y Política Obrera (PO). Estas tres organizaciones se vincularon desde 1969 y en 1972 fueron las principales fundadoras del Corci, permaneciendo unidas hasta 1978 junto a otros grupos de Europa y América Latina. Dentro del trotskismo, el Corci se diferenció del SU, liderado por Ernest Mandel, el cual, durante los años 60 y 70, incluyó a la corriente latinoamericana de Nahuel Moreno. El mérito del Corci fue precisamente esa delimitación con el revisionismo trotskista y estalló cuando la organización francesa pegó un viraje y se acercó al morenismo con el cual al poco tiempo confluyó en la formación de un Comité Paritario (que agreguemos, como era de esperar, tuvo una corta existencia). Este giro fue precedido por la expulsión del Partido Obrero y la ruptura con el POR boliviano quienes conformaron, junta a otras corrientes latinoamericanas, la Tendencia Cuarta Internacionalista que editó la revista Internacionalismo. La TCI tuvo una corta existencia y fracasó como resultado de una política autoproclamatoria de Lora y un abandono de un trabajo colectivo internacional. Esta defección coincide con una involución del POR, que fue quedando reducido a una secta impotente. Lora reemplazó el método del Programa de Transición por una exhortación a las masas para que se eleven al programa revolucionario, lo cual implica una renuncia a conquistarlas políticamente y a diputar la influencia que ejerce en éstas el nacionalismo burgués y condena, por lo tanto, a su partido a un progresivo aislamiento de los trabajadores.
La tentativa mayor en la que se empeñó el Partido Obrero es la CRCI. A partir de una conferencia realizada en Génova en 1997, se fue formando un movimiento sobre la base de un acuerdo programático de principios que contenía cuatro puntos fundamentales: “1) La actualidad de la lucha por la revolución socialista mundial y la dictadura del proletariado. 2) La reafirmación de la caracterización de la IV Internacional sobre los frentes populares como un bloque con la burguesía “democrática”, que condena al partido del proletariado a ser un apéndice del capital. 3) La necesidad de la revolución social y política en la antigua Unión Soviética, el Este europeo, China, Indochina, Corea del Norte y Cuba. 4) La elaboración de una estrategia anticapitalista basada en el método de las reivindicaciones de transición” (de la Declaración de Génova).
Estos puntos básicos diferencian, desde el inicio, este agrupamiento de todos los demás emprendimientos que procuran hablar en nombre de la IV Internacional. Estos puntos neurálgicos fueron ratificados en el congreso de fundación de la CRCI que tuvo lugar en 2004 que votó una tesis programática y un estatuto y eligió una dirección. El nuevo agrupamiento declaró en ese momento, también, que rechazaba completamente la afirmación del llamado Secretariado Unificado de la IV Internacional de que fuera la continuidad de la IV Internacional, o incluso que pudiera ser reformado en este sentido.
Uno de los puntos cruciales en la caracterización de la CRCI estriba en la centralidad que le otorga a la bancarrota capitalista y, en función a ello, el abordaje de la restauración capitalista. Lejos de ser la restauración capitalista en los ex Estados obreros la panacea para sacar al capitalismo del impasse en que se encuentra concluyó convirtiéndose en un factor de su agravamiento, avivando las tendencias a la sobreproducción y sobreacumulación de capitales.
La constitución de la CRCI está en sintonía con la posición de nuestro partido sobre el contenido y el método que debe seguir la refundación de la IV Internacional. En oposición a sucursales del “partido madre”, que “exporta” partidos a otros países, y a establecer un listado de divergencias que sean la excusa para reyertas interminables, el PO propuso la refundación inmediata de la IV Internacional sobre una base de principios políticos estratégicos como los que señalamos más arriba.
Los estatutos de la CRCI, por su parte, no solo ratificaron los principios políticos-programáticos redactados en Génova, sino que también establecieron que la CRCI adoptaba para su funcionamiento el método del centralismo democrático, la salida regular de prensas de partido de parte de cada sección nacional y el sostenimiento económico de la Coordinadora. De esta manera, los estatutos de la CRCI, en oposición a la puesta en pie de nuevas “charcas discutidoras”, al “federalismo” organizativo, defendían la construcción de una organización militante, y fijaban los principios organizativos de una Internacional obrera revolucionaria, entendida como el partido mundial de los trabajadores.
Un balance necesario
La votación de un programa y de los estatutos de la CRCI, sin embargo, no aseguraron el funcionamiento de la organización ni tampoco una orientación política correcta de los partidos integrantes frente a las situaciones políticas de sus países para abrirse paso en la conquista de sectores amplios de la vanguardia e influencia política en las masas. Rápidamente el funcionamiento votado entró en contradicción con la política y la madurez de las fuerzas que integraban la CRCI. El alejamiento de algunas organizaciones fue el reflejo de una evolución política antagónica a la establecida en el programa de 2004, reflejando que la CRCI, como era previsible, no iba a ser impermeable frente la crisis de dirección del proletariado prevaleciente. Las tendencias propagandistas y sectarias se manifestaron tempranamente dentro de la CRCI.
La deriva de este proceso llevó a que la CRCI se encontrara en la etapa abierta por el estallido de la bancarrota capitalista internacional de 2008 en una parálisis. Esto revela que no hay un automatismo entre la bancarrota capitalista y un ascenso de la izquierda y tampoco entre ese ascenso y el de la izquierda revolucionaria. Negar esta premisa es caer en un objetivismo, prescindiendo de la calidad de la intervención de la vanguardia obrera. En situaciones convulsivas es donde más se pone a prueba la capacidad de las fuerzas revolucionarias para establecer una orientación política, programa, consignas y métodos adecuados, que den cuenta de las condiciones objetivas y subjetivas de la situación que deben enfrentar, y conquistar a las masas. Cuando esto no ocurre las crisis capitalistas agravan las tendencias disolutorias y pasivas, porque ponen de manifiesto la incapacidad de las organizaciones por abrirse un camino entre las masas. La política rupturista del grupo de Altamira, desconociendo el 26 Congreso del Partido Obrero, representó un salto cualitativo en esta tendencia desde el momento que lo que caracteriza al grupo rupturista es “su involución al propagandismo –la formulación de consignas sin contemplar el estadio concreto de la lucha y la conciencia de la vanguardia obrera y de las masas- y el sectarismo –el rechazo al frente único- y la colocación de los intereses de grupo por encima de los intereses generales de la clase” (“La CRCI y la lucha por una internacional revolucionaria”, documento del Comité Nacional del PO, 23/8/2020).
Perspectivas
Hay quienes, a partir de estos reveses y retrocesos, plantean que es utópico pensar en poner en pie una internacional. Siguiendo ese hilo de pensamiento, dicen que la IV Internacional fue un falso comienzo. Con ese mismo criterio, habría que proclamar el fracaso de las tres internacionales que terminaron degenerando tempranamente. Lo que en realidad es utópico es pensar en salidas progresivas o una vía de progreso bajo el capitalismo. La segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI muestran todo lo contrario: una agudización de todas las tendencias catastróficas resultantes de la declinación histórica del capitalismo.
Lo único realista es la necesidad de sacarse de encima el régimen de explotación capitalista, que plantea, a su vez, la urgencia y la actualidad de la revolución social. El dilema socialismo o barbarie está dramáticamente a la orden del día, con más razón, en momentos en que se vienen afirmando las tendencias a un nueva guerra mundial. La sobrevivencia de la humanidad y de todo el planeta está en peligro y pone como nunca a la orden del día la lucha estratégica por una nueva dirección mundial de la clase obrera que tome en sus manos la misión histórica de poner fin a esta pesadilla y permitir un salto en la organización social y la convivencia humana.
Es necesario que saquemos enseñanzas de los triunfos y de las derrotas, que saquemos lección de las experiencias exitosas pero también de los fracasos, en los que se incorporan las tentativas que hemos atravesado en los esfuerzos por poner en pie la IV Internacional.
El contexto general abre nuevas oportunidades y nuevos desafíos. La guerra es un enorme factor disruptivo. La agudización de la bancarrota capitalista ha roto los equilibrios existentes, arrastrando también a la crisis y el retroceso de los partidos tradicionales de la burguesía y la pequeño burguesía, incluidos los oportunistas de la centroizquierda. La envergadura de los “ajustes” contra las masas trabajadoras, ejecutadas por los partidos “democráticos” de la burguesía, ha planteado la emergencia y reforzamiento de sectores derechistas y aún de los que se reclaman fascistas.
En este contexto, la guerra ya está provocando rupturas, giros y realineamientos en la izquierda y en el movimiento obrero. Frente al alineamiento de la mayoría de la izquierda detrás de algunos de los bandos en pugna, ya sea con la Otan o con Moscú, está levantando cabeza un sector de la izquierda y de las tendencias combativas de los trabajadores que defienden la independencia de clase y el internacionalismo proletario; plantean el rechazo abierto a las guerras imperialistas, y señalan que el enemigo de los trabajadores está en la burguesía de cada país y alientan la confraternización de soldados y trabajadores y una lucha común para destituir a los gobiernos de la guerra capitalista y la explotación.
Históricamente la guerra fue una divisoria de aguas y esta vez no es la excepción. Se da la paradoja que organizaciones ajenas al trotskismo han convergido con el Partido Obrero en una posición común frente a la guerra en tanto que las corrientes afines que “ideológicamente” reivindican su condición de trotskistas apoyan a uno de los dos campos reaccionarios en disputa. No es ocioso destacar que el reagrupamiento internacional que se viene gestando -y del que formamos parte-, que viene trabajando en común y se reunió en Buenos Aires donde tuvo lugar un plenario internacional y un acto público en común, está integrado por organizaciones con historia y experiencias diferentes pero que tienen, como común denominador, que son organizaciones genuinas -y no injertos desde afuera- que se han abierto un lugar en la lucha de clases en sus respectivos países. Es el método por el cual venimos históricamente pugnando de reconstruir una internacional obrera y revolucionaria mediante el debate político, la delimitación de pociones en el marco de un acuerdo de principios sobre ejes estratégicos y una acción internacional común en el escenario de la lucha de clases. No alentamos una autoconstrucción internacional ni una postura autoproclamatoria. En este marco, revindicamos e integramos dentro de nuestro acervo teórico y político la experiencia recorrida con la CRCI, su método y programa.
Dicho esto, la refundación de la IV Internacional no puede ser un ultimátum, sino el resultado de una experiencia en común con todas las organizaciones y militantes que impulsen esta posición. Un reagrupamiento internacional de alcance revolucionario –en el cual el Partido Obrero viene dando pasos en común con otras corrientes de Europa y América- sólo puede abrirse camino si es capaz de pasar la prueba y las exigencias de la lucha de clases. Acontecimientos cruciales del escenario internacional, empezando por la guerra imperialista, plantean una delimitación de campos entre la revolución y el oportunismo.