Políticas

6/12/2024|1691

La lucha por construir un partido obrero sigue siendo la gran tarea

Al cumplirse los 60 años de su fundación el PO enfrenta desafíos renovados.

Construir el partido de la revolución socialista.

Hace 60 años un grupo de jóvenes militantes asumía el desafío de construir en Argentina una nueva organización socialista llamada Política Obrera, antecesora del Partido Obrero. Lejos de un acto sectario, la decisión de fundar una nueva organización estuvo determinada por un análisis de cómo las organizaciones ya existentes, incluso las que se reclamaban trotskistas, abordaban las tareas propias de la lucha por una estrategia socialista en los países semicoloniales. Esto incluye la dinámica de clases que caracteriza a la etapa imperialista, el papel dirigente de la clase obrera y la necesaria estructuración de la vanguardia revolucionaria en un partido obrero. En la Argentina de 1960 este análisis requería especialmente determinar la posición frente al peronismo, un movimiento nacionalista burgués con una influencia decisiva en la clase obrera. La mayoría de las fuerzas políticas de izquierda, desde el estalinismo hasta los distintos grupos trotskistas, había pasado de un rechazo al peronismo con posiciones gorilas (el Partido Comunista había apoyado a la Unión Democrática auspiciada por Estados Unidos) a un seguidismo que los llevó en muchos casos a una disolución incluso organizativa.

La cuestión nacional y la revolución permanente

Como rápidamente concluiría Política Obrera, de fondo estaba ausente el planteamiento estratégico de la revolución permanente de Trotsky, que había logrado captar las modificaciones sustanciales que la etapa imperialista planteaba para los países semicoloniales. Estos ya no tenían que pasar por las mismas etapas de desarrollo que habían atravesado los países capitalistas centrales, sino que debido a la penetración del capital extranjero se daba lugar a un original desarrollo desigual y combinado, donde convivían el atraso de formaciones económicas precapitalistas con el establecimiento de industrias y servicios de avanzada. Este desarrollo peculiar, que perpetuaba el atraso general mientras desarrollaba algunas ramas de la economía, le permitía al capital extranjero obtener una tasa de plusvalía mayor al que lograba en las metrópolis. La dinámica de clases que se creaba era también original, pues junto al capital internacional surgía una fuerte clase obrera y también una burguesía nacional que oscilaba ante ambos, cuyo interés de clase era ensanchar el acaparamiento de la plusvalía para sí. Esta burguesía nacional podía tener choques con el imperialismo, dado que éste agravaba la opresión nacional para acaparar ganancias mayores, pero era incapaz de movilizar hasta el final al conjunto de la nación oprimida por temor a que la clase obrera amenace sus intereses de clase propietaria. Desmintiendo a los nacionalistas que acusaban a Trotsky de desconocer la cuestión nacional, el trotskismo explicó que se trataba de una cuestión objetiva propia de la etapa imperialista y denunció que la burguesía nacional de los países oprimidos era incapaz de llevar adelante una revolución democrática (nacional) por sus compromisos con el capital financiero y el temor al proletariado. Esas tareas nacionales solo podían llevarse a cabo mediante un gobierno obrero, que combinaría las tareas nacionales con las tareas socialistas.

De Perón al Cordobazo, del Cordobazo al golpe de 1976

A la luz de este desarrollo resultó un acto de coherencia que el grupo de compañeros que había decidido poner en pie el primer núcleo de Política Obrera se definiera muy rápidamente como trotskista-leninista, a pesar de que su militancia no procedía de grupos que se identificaran con la IV Internacional. La asimilación de la experiencia del bolchevismo-leninismo fue de una importancia crucial para defender no solo un planteo estratégico de independencia de la clase obrera del nacionalismo burgués, sino también para concluir que la autonomía política de la clase obrera solo puede conquistarse mediante la formación de su propio partido, o sea, de un partido obrero. Esta conclusión fundamental fue de suma utilidad para combatir el viraje foquista de buena parte de la izquierda argentina y latinoamericana, incluso de la que se reclama trotskista. Bajo el impacto de la revolución cubana y de la revolución china, sumado al colaboracionismo de Perón primero con el gobierno reaccionario de Frondizi y luego con el golpe de Onganía, los grupos de izquierda que habían hecho seguidismo al peronismo viraron al foquismo sin sacar las conclusiones de fondo de sus errores pasados. Se trataba de un viraje a la izquierda con grandes limitaciones, pues el foco armado tiende a sustituir a la clase obrera por la pequeña burguesía como caudillo de la nación oprimida. Esta posición principista estaba lejos de un dogmatismo paralizante, que bloquea la intervención política concreta. Fue así como, ante la iniciativa de la dirección castrista de formar una organización revolucionaria (OLAS) en Latinoamérica para extender a la revolución cubana, Política Obrera brinda su apoyo, pero criticando la estrategia foquista. Esta posición se materializó en la consigna “por una OLAS de la vanguardia obrera y campesina”.

Los agrupamientos trotskistas que se pasaron al foquismo no solo renunciaban a la formación de un partido obrero, sino que elevaban al plano teórico la sustitución del proletariado por la pequeña burguesía urbana y rural como clase dirigente del proceso revolucionario. El PRT, fundado por la fusión de los grupos de Santucho y Nahuel Moreno, fue la expresión más brutal de esta orientación política, que tenía en el plano internacional el respaldo del Secretariado Unificado de la IV Internacional (SU). Esta estrategia foquista chocaría rápidamente con la realidad, cuando el 29 de mayo de 1969 los obreros cordobeses se levantaran contra la dictadura criminal de Onganía. El Cordobazo inició una nueva etapa política signada por un ascenso obrero y juvenil que obligaría a todas las clases sociales y agrupamientos políticos a cambiar su estrategia política. Esto valió en primer lugar para el propio Perón. En su reciente libro “Conocer a Perón” Juan Manuel Abal Medina reconoció que el líder justicialista -de quien era delegado- le transmitió que el Cordobazo fue un golpe político al peronismo porque los obreros salieron a la calle sin seguir su liderazgo. La burguesía nacional e incluso el imperialismo, que se habían opuesto a la vuelta de Perón luego del golpe de 1955, comenzaron una serie de maniobras que derivaron en su regreso en 1973 para tratar de desviar, frenar y derrotar el ascenso obrero comenzado con el Cordobazo. Para ello el propio Perón explotó las limitaciones de la izquierda. El aliento a las llamadas “formaciones especiales” y a Montoneros fue un intento audaz para asimilarse al clima revolucionario que se había abierto a partir del levantamiento cordobés. Sin embargo, una vez en el poder Perón creó la Triple A para ejecutar una represión paraestatal contra la vanguardia obrera y juvenil que disputaba los sindicatos a la burocracia sindical peronista y actuaba con una autonomía política creciente. El fracaso del gobierno peronista para derrotar a la clase obrera, a pesar incluso de la formación de la Triple A, quedó plasmado en junio y julio de 1975 cuando la clase obrera realizó una de las huelgas generales más importantes de su historia. El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 no fue un golpe contra un gobierno peronista, sino contra la clase obrera.

La tesis fundamental de Política Obrera quedaba probada con creces: los choques del nacionalismo burgués con el imperialismo están limitados por el grado de autonomía de la clase obrera. Cuando ésta tiende a jugar un papel autónomo el nacionalismo burgués cierra filas con el imperialismo contra la clase obrera, incluso apelando a métodos de guerra de civil. La vuelta de Perón, que había sido la consigna central de buena parte de la izquierda, se verificó como una estrategia de derrota. Política Obrera, mientras reconocía el derecho democrático de Perón a regresar a la Argentina, explicaba que dicho regreso solo se daría cuando la burguesía nacional y el imperialismo necesitasen derrotar un proceso revolucionario. En este cuadro la consigna “luche y vuelve”, que el morenismo se atribuye incluso la autoría, resumía el seguidismo de la izquierda al nacionalismo capitalista. La posición de Política Obrera (Partido Obrero) fue muy clara: rechazó la consigna “luche y vuelve”, interviniendo desde su fundación en todas las acciones obreras políticas y reivindicativas destacando en cada una de ellas la necesidad de superar al nacionalismo burgués y estructurar a la clase obrera sobre la base de un programa y una organización independiente.

La lucha internacional

La lucha de Política Obrera (Partido Obrero) en la Argentina por la construcción de un partido obrero tuvo una traducción en el plano internacional. Su rápido pasaje al trotskismo lo llevó a asimilar sus principales definiciones. La caracterización del estalinismo como una casta parasitaria que hace las veces de agente del imperialismo al interior de la ex URSS, así como el pronóstico formulado por León Trotsky de que o la clase obrera derroca a la burocracia o ésta sepultará al Estado obrero restaurando el capital para asegurar con el derecho de propiedad sus privilegios de casta, le permitió enfrentar prontamente la degeneración en la que habían caído los principales grupos y partidos que se reclamaban de la IV Internacional. Recordemos que el llamado “pablismo”, tendencia mayoritaria dentro del trotskismo, había pasado a considerar que el estalinismo jugaría un papel progresivo defendiendo a la URSS contra el imperialismo en una inevitable III Guerra Mundial. De esto se derivaba una política de entrismo en los PCs y, más grave aún, darle la espalda a las revoluciones políticas que comenzaban en los países que estaban bajo la égida estaliniana. Este mismo pablismo, luego corporizado en el SU, auspiciaba en América Latina el foco armado en desmedro de la formación de partidos revolucionarios de la clase obrera, para luego abandonar la estrategia foquista en nombre de la defensa de la democracia y la renuncia definitiva a la dictadura del proletariado.

Esta caracterización de fondo fue fundamental para abordar correctamente el proceso de restauración capitalista que comienza en la década del 80 y que llevará a la disolución de la URSS. La mayor parte de la izquierda mundial apoyará el proceso que inicia Gorbachov bajo la excusa que se trataba de una democratización de la dictadura estalinista, omitiendo que el contenido estratégico era la restauración del capitalismo. El apoyo de la izquierda a la llamada Perestroika irá de la mano de su pasaje al campo de la democracia burguesa, o sea, a una mayor asimilación a los Estados burgueses y la renuncia de toda perspectiva revolucionaria. Mientras los propagandistas del imperialismo proclamaban el triunfo definitivo del capitalismo y hasta el “fin de la historia”, una parte de izquierda, incluida la trotskista, renunciaba de modo explícito a la dictadura del proletariado.

Ante estas circunstancias la lucha librada por el PO en el plano político-teórico ocupó un lugar único. El análisis original del PO consistió en situar la restauración capitalista en la etapa de decadencia histórica del capital. Esta decadencia histórica condiciona la capacidad del capital de asimilar a las formaciones económicas no capitalistas que se habían formado sobre la base de las revoluciones triunfantes. Para la clase obrera esta restauración representa un retroceso indudable, toda vez que plantea una competencia internacional entre los trabajadores de los distintos países del mundo, abriendo paso a la pérdida de conquistas y derechos. Pero este triunfo transitorio el capital lo consigue a costa de incorporar nuevos competidores en un mercado mundial saturado de capitales y mercancías. La publicitada “globalización”, usada como recurso ideológico para embellecer la restauración del capital, dará paso a una mayor competencia, crisis de sobreproducción, choques entre los monopolios y sus respectivos Estados, en el plano económico, político, diplomático y militar. Mientras la izquierda se apuraba a sepultar la lucha socialista, el PO sostuvo que seguía vigente la etapa abierta por la revolución rusa de crisis, guerras y revoluciones.

Visto los sucesos de los últimos años, el análisis del PO fue muy superior no solo al de la mayoría de la izquierda sino también al de los teóricos del capital. La “globalización” dejó paso a la vuelta del nacionalismo en los países centrales, empezando por Estados Unidos cuyo retroceso histórico agudiza las convulsiones internacionales y también las internas, siendo el gobierno de Trump su máxima expresión. Pero como el capital no puede retrotraerse a las fronteras nacionales, el nacionalismo imperialista conduce inexorablemente a una mayor opresión nacional y guerras imperialistas. La decadencia histórica del capital limitó la capacidad de las potencias imperialistas para colonizar aquellos países que habían salido de su órbita como resultado de revoluciones obreras y campesinas triunfantes. Lejos de gobiernos títeres del imperialismo, en China y Rusia se establecieron gobiernos bonapartistas para que las burocracias lleven adelante la restauración en su propio beneficio, agravando la competencia, el choque entre Estados y la guerra. La “democracia”, utilizada como recurso para ocultar la naturaleza de clase del Estado y de la sociedad capitalista, se descompone crecientemente abriendo paso al ascenso de formaciones más derechistas, que traducen en el plano interno de los países la tendencia a la guerra que opera en el plano internacional. La amenaza de la vuelta del fascismo expone de manera palmaria las tendencias a la descomposición de la sociedad capitalista, que pone en peligro la existencia misma de la humanidad con sus guerras y armas atómicas.

En Defensa del Marxismo N° 53 – En Defensa del Marxismo
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Los 40 años de democracia y Milei

Argentina con sus especificidades fue recorriendo a su modo las distintas etapas de la política internacional. Cuando las dictaduras de América Latina se agotaron como recurso principal para el imperialismo y viraron a establecer gobiernos de tipo democráticos, basados en la cooptación de la izquierda, incluida la dirección castrista y los movimientos guerrilleros de América Central, el PO libró una lucha política y teórica mostrando que se trataban de gobiernos capitalistas que encarnaban intereses sociales que antes habían sido amparados por los Videla, Pinochet y cía. Mientras el morenismo caracterizaba que el triunfo de Alfonsín encaraba una “revolución democrática” el PO mostró que era el resultado del triunfo imperialista en la guerra de Malvinas y que se trataba de un gobierno capitalista y proimperialista.

La ofensiva capitalista de los ‘90, que tiene un elemento central en la restauración en la ex URSS y China, se expresó en Argentina con el menemismo, mostrando como el peronismo era susceptible de convertirse en un instrumento directo del imperialismo y la Otan. Aquí también se planteó una batalla política en el campo de la izquierda, pues una mayoría de ella había expresado su apoyo a Menem en las elecciones de 1989, incluida Izquierda Unida (MAS-PC) que mostraba su disposición a votarlo en el Colegio Electoral. El Argentinazo de 2001 y la quiebra de la Convertibilidad mostrarán un cambio de frente de la burguesía nacional, que buscará apoyarse en una mayor intervención del Estado para salvarse de la bancarrota. Será la época de los gobiernos kirchneristas, que se enlazarán con un proceso similar en América Latina de ascenso de una izquierda que el PO ya había denunciado en el Foro de San Pablo se preparaba para gobernar en favor de la burguesía y el imperialismo. Sectores combativos de la izquierda, e incluso trotskistas, declararon su apoyo a los Kirchner, los Lula y Chávez, e incluso en algunos casos se integraron a sus gobiernos en nombre de que encarnaban la construcción del socialismo. La lucha librada por el PO contra estos gobiernos permitió separar a parte de la izquierda de la burguesía y preservar un campo de independencia de clase. Fue necesario para ello denunciar los intentos de cooptación y rebatir en el terreno de la propaganda el contenido de clase de las nacionalizaciones burguesas, oponiéndolas a un programa socialista cuyo principio rector es la gestión obrera de la economía y no el estatismo burgués.

Sin esta lucha de principios jamás se hubiese formado el Frente de Izquierda en la Argentina, que proyectó en el plano político a un bloque que parte de un programa de independencia de clase ante todas las fracciones políticas de la burguesía. Este avance notable de la situación de la izquierda es un proceso abierto, pues una y otra vez se renuevan las presiones democrático-burguesas dentro del FIT-U, donde prima el electoralismo en oposición a una construcción basada en la lucha de clases a partir de un programa socialista. Este electoralismo, en las condiciones actuales, es el resultado de la presión del régimen sobre la izquierda para limar lenta pero sistemáticamente su programa y su práctica revolucionaria.

El carácter revolucionario del Partido Obrero ha quedado plasmado tanto por su programa como por su método de intervención. Desde su fundación el PO se caracterizó por una intensa participación en la lucha de clases, algo que fue reconocido por propios y extraños, sea como motivo de reconocimiento o de ataque redoblado. Aun siendo una organización pequeña el PO tuvo una fuerte intervención en el período abierto por el Cordobazo y luego mantuvo su acción política organizada bajo la dictadura militar genocida. Ya bajo Alfonsín el PO fue animador de las luchas forjando un reconocimiento público que derivó en el encarcelamiento de su dirección por el gobierno radical antes de su caída. En los ‘90 participó de las luchas contra las privatizaciones menemistas y luego en las rebeliones provinciales que fueron forjando los primeros capítulos del movimiento piquetero. Esta intervención pegará varios saltos en el período del Argentinazo que voltea al gobierno de De la Rúa y que posibilitará conquistar posiciones en el movimiento de masas. Ante la traición de la CCC y la CTA, el Polo Obrero fundado meses atrás puso en pie con otras organizaciones el Bloque Piquetero Nacional, que fue un pilar de la lucha contra Duhalde.

Desde ese lugar ganado pudo establecer una diferenciación estratégica con el kirchnerismo. La lucha contra esta nueva variante del nacionalismo burgués le permitió conquistar la dirección de la principal federación estudiantil del país (Fuba), crecer en posiciones en el movimiento obrero y extender su peso e influencia en el movimiento piquetero. La lucha por el juicio y castigo a los asesinos de nuestro compañero Mariano Ferreyra conmovió al país y mostró la tenaz lucha de partido que llevó a Pedraza tras las rejas. Bajo el macrismo y el gobierno de los Fernández el PO se destacó nuevamente por una lucha callejera de masas, organizando a las barriadas populares más explotadas mientras incrementó su peso en el movimiento sindical combativo y clasista. A la luz de esto no es casual que el gobierno de Milei, mientras pacta con la burocracia y con el kirchnerismo, haya apuntado sus cañones contra nuestra organización, que está siendo sometida a una persecución sistemática por parte del Estado y los medios de comunicación aliados al oficialismo, especialmente contra el Polo Obrero.

El carácter revolucionario del PO se puso a prueba al tener que enfrentar una crisis interna de su propia dirección, que concluyó con el apartamiento de quien había sido su fundador y máximo dirigente. El reemplazo del centralismo democrático por un régimen de dirección personal había llegado a un extremo que afectaba el desarrollo mismo de la organización. Esta crisis del régimen interno se puso más de manifiesto cuando se enlazó con divergencias políticas de fondo. El grupo de cuadros que se apartó del partido reemplazó la construcción de un partido sobre la base granítica de la agitación, la propaganda y la organización por un mero propagandismo, que trasluce una deserción en la lucha por construir un partido revolucionario. La intensa lucha de clases de los últimos años y el protagonismo desplegado por el PO saldó definitivamente la crisis abierta por esa ruptura.

Al cumplirse los 60 años de su fundación el PO enfrenta desafíos renovados. El gobierno de Milei encabeza un régimen de ofensiva capitalista contra los trabajadores, con el apoyo y la complicidad de todos los partidos del régimen y de la burocracia sindical traidora. El peronismo, como expresión política del nacionalismo burgués, se debate en una crisis de fondo producto de su complicidad con el gobierno libertario. En las condiciones de crisis internacional actual Milei alista a la Argentina en el campo de la Otan y sus aventuras bélicas en todo el mundo. La batalla por derrotar al gobierno libertario adquiere una dimensión claramente internacional. Las nuevas generaciones de trabajadores deberán hacer frente nuevamente a un capitalismo que expone de manera lacerante sus tendencias a la barbarie. La estrategia socialista emerge en este cuadro como la única alternativa real. El PO, como partido de la revolución socialista, está llamado a jugar un papel protagónico. Los cuadros que hoy componen el PO encontrarán en su rica historia una fuente de aprendizaje e inspiración para las batallas decisivas que se avecinan.

El escándalo de Kueider y la “ficha sucia” de la casta libertaria
El senador ex Unión por la Patria devenido en “libertario” fue detenido con 200.000 dólares sin declarar en Paraguay. –
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El sindicalismo combativo plantó bandera en la Plaza de Mayo frente a la entrega de la CTA
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