Israel alumbra un gobierno precario

Los límites de Bennett-Lapid.

El Parlamento israelí coronó el pasado domingo a Naftali Bennett como nuevo primer ministro, en reemplazo de Benjamin Netanyahu, quien pasa a la oposición. La votación fue ajustada, 60 a 59. De acuerdo con los compromisos de la heterogénea coalición de gobierno, integrada por ocho partidos, el ultraderechista Bennett -quien dijo alguna vez que había “matado a muchos árabes en mi vida y que eso nada tiene de malo”- rotará en el cargo con el periodista Yair Lapid, referente de un partido de centroderecha, quien hasta entonces ocupará el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. En un lugar más subordinado, también forman parte del gobierno el laborismo y el Meretz (centroizquierda), e incluso un partido árabe-israelí, el Raam.

El nuevo gobierno pone fin al largo reinado de Netanyahu y evita que Israel se sumerja en su quinta elección en dos años. Sin embargo, se trata de un gobierno débil, en el que las decisiones de Bennett y Lapid estarán sometidas a un veto recíproco. Coexisten en él religiosos y laicos; partidarios de la solución de dos Estados y de la anexión completa de Cisjordania. La vicepresidenta de la agencia Moody’s, Kathrin Muehlbronner, advierte sobre un gobierno “frágil y potencialmente efímero” (Times of Israel, 14/6). A nivel popular, la percepción es la misma: solo un 11% cree que el gobierno pueda terminar su mandato, según un sondeo del Canal 12 (El País, 13/6).

El paso de mando entre Bennett y Netanyahu fue extremadamente tenso. El ahora jefe de la oposición, quien afronta numerosas causas por corrupción que podrían llevarlo preso, prometió en su discurso de despedida “derrocar a este peligroso gobierno izquierdista, más pronto de lo que se cree” (ídem). En su propósito de obstaculizarlo y deponerlo, Netanyahu ha conformado un bloque junto a las fuerzas ultraortodoxas y el Partido Religioso Sionista, con alrededor de 50 diputados. Ya han presentado dos mociones de desconfianza contra el nuevo gobierno en la Kneset (el Parlamento). Al acusar de “izquierdista” al nuevo gobierno, “Bibi” trata de escindir de él algunos de sus diputados derechistas.

En resumen, Israel evita una nueva elección, pero no la inestabilidad política. Uno de los desafíos que afrontará en breve el nuevo gobierno es la aprobación de un presupuesto. Israel tiene un alto déficit fiscal y una deuda en crecimiento, que para 2024 podría llegar al 80% del PBI (Times of Israel, ídem). Al calor de ello, en los últimos años han crecido los cuestionamientos a los privilegios de los ultraortodoxos. Avigdor Lieberman, de Yisrael Beitenu, quien ocupará el puesto de ministro de Finanzas, ha ganado parte de su fama por oponerse a ellos. Pero si avanza, desatará un nuevo foco de conflicto.

La agenda de Biden

La mayor novedad entre el viejo y el nuevo gobierno se refiere al vínculo con Estados Unidos. Si Netanyahu aparecía firmemente alineado con Donald Trump, la nueva administración se propone restaurar los lazos con el Partido Demócrata norteamericano (será el primero de los objetivos de Lapid como canciller). Joe Biden fue el primer mandatario extranjero en comunicarse con Bennett para felicitarlo.

El presidente norteamericano quiere retomar los acuerdos con Irán sobre su plan nuclear. En este marco, Netanyahu acusó en su discurso de despedida al flamante primer ministro de no tener capacidad para oponerse al giro estadounidense. Por el momento, sin embargo, tanto Bennett como Lapid se han pronunciado en contra de dicho programa.

En lo que refiere a la cuestión palestina, después de apañar la campaña de bombardeos contra la Franja de Gaza, Biden dijo que defiende la solución de dos Estados. Según algunas versiones periodísticas, el mandatario norteamericano -y algunos países árabes como Egipto y Jordania- estarían alentando un retorno de las negociaciones entre Israel y la Autoridad Palestina, bajo el patrocino del cuarteto que integran Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas. A tal efecto, la Autoridad Palestina (AP) habría formado ya un equipo negociador (Jerusalem Post, 16/6). Como gesto previo hacia la AP, Biden había anunciado la reapertura en Jerusalén Este de una oficina diplomática cerrada por Trump, y se mostró dispuesto a colaborar en una reconstrucción de Gaza en tanto esté mediada por la AP, es decir, excluyendo a Hamas.

Biden mantiene la alianza estratégica con el sionismo, pero tras el fracaso del “acuerdo del siglo” de Trump-Netanyahu explora otra política para la región, más aún ante el nuevo despertar en la lucha del pueblo palestino, que quiere neutralizar.

Su agenda, de todos modos, se enfrenta con un campo minado. Aunque Bennett prometió en su asunción “una nueva etapa con los árabes de Israel”, debutó autorizando una marcha de los colonos en Jerusalén Este este martes, en el curso de la cual volvieron a escucharse los cantos de “muerte a los árabes”. Decenas de palestinos que salieron al cruce del mítin derechista fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad. En este contexto, Hamas lanzó ataques incendiarios contra Israel, que a su vez volvió a agredir la Franja de Gaza, en el primer incidente desde la tregua que puso fin a los bombardeos. Varias organizaciones palestinas, por su parte (Hamas, Frente Democrático, Frente Popular), han advertido a la AP que no retome un diálogo que consideran funcional al sionismo.

Es importante aclarar que la solución de dos Estados que ha desempolvado Biden en su discurso no implica ninguna salida para el pueblo palestino. Sería la creación de un seudoestado, atomizado y vigilado por Israel. Hasta el mismo “acuerdo del siglo” de Trump-Netanyahu lo contemplaba, a la par que convalidaba la anexión israelí de nuevos territorios, como el valle del Jordán.

Palestina única, laica y socialista

El crecimiento de la resistencia palestina es un serio obstáculo que enfrenta el nuevo gobierno israelí. Las manifestaciones contra los desalojos en Jerusalén Este y la huelga general contra los bombardeos, que unió Jerusalén Este y Cisjordania, marcan una nueva era en la lucha contra la ocupación sionista. Estas movilizaciones, en las que jugó un papel clave una nueva generación de luchadores, pusieron en cuestionamiento a la propia dirección de la Autoridad Palestina, por sus acuerdos de seguridad con Israel, y a las burguesías árabes, por su política de normalización de relaciones con el sionismo.

La región entra en una nueva etapa, pero igualmente convulsiva. No hay salida posible para las masas de la región de la mano del sionismo. Es necesaria una Palestina única, laica y socialista, como parte de una federación socialista de pueblos de Medio Oriente.