La rebelión en Estados Unidos enfrenta una gran batalla contra la represión y militarización

Trump acorralado

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Luego de pasar el domingo a la noche escondido en un bunker subterráneo por miedo a los miles de manifestantes que seguían rodeando a altas horas de la noche a una Casa Blanca con las luces apagadas, Donald Trump ensayó un contraataque el lunes. 


Sin atender los consejos de una parte de sus asesores, que recomendaban tratar de bajar el tono de choque con las protestas contra la represión policial y por justicia por George Floyd, que ya se transformaron en la rebelión más extendida en los últimos 50 años, redobló su apuesta para imponer una salida represiva a las revueltas.


Trump lanzó su mensaje desde una iglesia cercana a la Casa de Gobierno en el que se calificó a sí mismo como el “presidente de la ley y el orden” y declaró que las protestas eran “actos de terrorismo doméstico”. Anunció el despacho del ejército para asegurar el control de Washington DC y dijo que si los gobernadores y alcaldes del país (donde se ha generalizado la disposición de toques de queda nocturnos y el despacho de las delegaciones de la Guardia Nacional) no reprimían las protestas más intensamente, enviaría el ejército a garantizar el orden a sus ciudades, con o sin el acuerdo de los gobiernos locales. Dijo que los manifestantes serán arrestados, detenidos y perseguidos, amenazando con largas condenas. Hizo eje en Acción Antifascista, o Antifa, como responsable de los choques en las protestas.


Luego de las declaraciones, 1.600 soldados ingresaron a la zona de la capital, apostaron camiones militares en las inmediaciones de la Casa Blanca y monitorearon protestas desde helicópteros, volando bajo con personal ostensiblemente armado.


La represión efectivamente recrudeció a nivel nacional, de acuerdo con las órdenes presidenciales. En Louisville, Kentucky, David McAtee, fue muerto a tiros y su cuerpo fue dejado en la calle por doce horas por los efectivos. Associated Press hablaba ayer de 4.400 detenidos, pero muchos observadores consideran que son números conservadores.


La prepotencia y la represión no logran disimular el creciente aislamiento político de Trump en este choque. Periodistas dieron a conocer informes filtrados del FBI que desechaban la participación de Antifa en la organización de las protestas. Un número creciente de legisladores republicanos se distanciaron de la línea de confrontación de Trump.


El aislamiento de Trump no se debe solo al agravamiento de las protestas de estas semanas, sino al rumbo general de catástrofe económica, social y sanitaria, que ha ido confirmando la caracterización de Prensa Obrera, de que Estados Unidos no es sólo el centro de la pandemia sino de la crisis capitalista que se estaba desarrollando antes de que ésta estalle.


El bonapartismo de base plebeya y policial que Trump ha tratado de montar, ligado a su política de guerra comercial y repatriación de capitales, como defensa frente a la crisis capitalista, han fracasado. No logró consolidar el régimen de poder personal, cuando su política parecía reactivar sectores de la industria o cuando se jactaba de récord de baja de desocupación, a costa de una enorme explotación y precarización laboral. Ahora la crisis ha superado todas las defensas y Trump juega todas sus fichas a aplastar la rebelión que se ha levantado contra él.


El economista Nouriel Roubini, recordado por su pronóstico certero de la crisis de 2008, desmintió en una reciente entrevista (Intelligencer, 22/5) a quienes hacen pronósticos optimistas de una rápida recuperación de los mercados basados en alzas de las cotizaciones bursátiles. El economista explica el alza por el influjo de dinero del Tesoro entregado a las empresas, mediante paquetes monetarios y fiscales. Pero señala también que, en julio, millones de los nuevos desocupados dejan de cobrar sus subsidios y que la tendencia a la caída de consumo es irreversible, entre otras cosas porque cualquier baja en el desempleo se dará con puestos más precarios y peor pagos. 


Las revueltas en Norteamérica han abierto una nueva etapa a nivel mundial. Luego de un breve intervalo, impuesto por la fuerza mayor de la pandemia, la ola en ascenso de las luchas de masas vista en el año pasado en Medio Oriente, en Latinoamérica, en Francia y, aunque con un programa con influencia imperialista, en Hong Kong, ha recomenzado con fuerzas renovadas y nada menos que en el corazón del sistema capitalista internacional.



La protesta no se detiene


La enorme militarización, los toques de queda y las amenazas no han alcanzado para anular el movimiento que se ha puesto en marcha. El martes 2 por la noche hubo protestas en los 50 estados, así como en Washington DC y Puerto Rico. 


La radicalización se venía expresando en una creciente ola de huelgas laborales y de inquilinos. En ese proceso, la burocracia sindical no sólo no ha jugado un rol progresivo sino que han sido parte del lobby de reapertura de la industria y entregado a sus trabajadores al contagio, a cambio de no frenar la acumulación de ganancias. 


No es casual que la sede central de la burocracia sindical de la AFL-CIO haya sido incendiada el lunes por manifestantes. Cuentan entre sus sindicatos federados a las asociaciones de policías, que juegan un papel sistemático en la defensa de las acciones violentas de sus afiliados. Sin embargo, sectores sindicales de base, sí han participado en las protestas o publicado planteos políticos en apoyo a la revuelta. Los colectiveros de Minneapolis, que se negaron a que se usen sus colectivos para trasladar manifestantes arrestados y se declararon en paro general, emitiendo una declaración política, explicando su accionar donde dicen “¡La brutalidad policial es inaceptable! El sistema nos ha fallado a toda la clase obrera, desde el coronavirus hasta la crisis económica que enfrentamos” (Socialist Resurgence, 29/5).


La nueva consigna, que acompaña las que ha levantado el movimiento antirrepresivo en etapas anteriores, es “Abolir la policía”. Luego de experiencias con gobiernos de ambos signos políticos, de cooptación y represión salvaje contra sucesivas generaciones de luchadores, una amplia vanguardia abandona cualquier idea de reformas parciales y reclama el completo desmantelamiento del aparato represivo.


 



¿Se puede resolver esto en noviembre?


El Partido Demócrata ha salido con todas sus figuras a coquetear simultáneamente con las protestas y no plantear ningún cambio de fondo en la situación, incluso sin dejar de dirigir las represiones donde son gobierno ni llamar a interrumpir la represión.


El ex presidente Barack Obama publicó una carta donde parece reivindicar las protestas, aunque condenando los hechos de violencia, como si ésta no fuera producida sistemáticamente por el aparato del Estado. El eje de su carta está en que, junto a las protestas, los cambios vendrán en las próximas elecciones. Obama ensaya la excusa de que cada ciudad tiene problemas distintos y habrá que ver cómo ensayar reformas locales en función de sus necesidades. Nada más lejos de un enorme movimiento que denuncia un sistema de opresión insoportable, que opera de punta a punta del país.


El virtual candidato demócrata, Joe Biden, se apuró en sacarse fotos en una protesta y anunció que irá al entierro de George Floyd, para luego decir que era inevitable reprimir las protestas, pero que recomendaba a los policías que, cuando repriman, apunten a las piernas, no a los corazones.


La izquierda demócrata, encolumnada con Sanders y los demócratas socialistas, no juega ningún rol político independiente en las protestas, aunque miles de sus filas indudablemente están en la primera línea de las movilizaciones. Son una corriente puramente electoral, ocupada en este momento en negar que puedan afectar negativamente las posibilidades de un triunfo de Biden contra Trump en noviembre.


Pero es innegable que las condiciones políticas de las elecciones, que se realizarían en noviembre (cuya realización o no y cuyas condiciones siguen siendo objeto de una pelea política y legal), variarán enormemente de acuerdo con el resultado de la pulseada actual. Un cuadro de avance del movimiento y el recule de la avanzada represiva de Trump abrirá una nueva situación política. Si la represión logra imponer una desmovilización, Trump podría recuperar su aliento e incluso mantener un cuadro de excepción hasta las elecciones.


Fuera Trump


La derrota de Trump y de su gobierno racista y represor, que ha mostrado su disposición a entregar la vida de la población para mantener andando el lucro del capital, es la tarea central del momento. En primer lugar, junto a la cárcel a todos los policías que participaron del asesinato de George Floyd y los otros crímenes raciales, se impone que sean apresados todos los que han ordenado y llevado adelante la salvaje represión de estos días. Que se retiren el ejército y la Guardia Nacional. Que se levanten los toques de queda y estados de sitio. Que se liberen a todos los manifestantes detenidos y se anule cualquier causa judicial en su contra. Y proceder al desmantelamiento del aparato policial y carcelario, que es un innegable mecanismo de opresión de clase y racial.


Conquistar ese objetivo, supone forjar una unidad política y reivindicativa de un movimiento de lucha amplio, disperso, y que no cuenta con una estrategia de lucha común. Significa organizar asambleas, en cada lugar de trabajo, de estudio, de vivienda. Impulsar también las reuniones en los sindicatos, centros estudiantiles y toda organización popular. La rebelión popular debe actuar de forma unificada como condición para poder conquistar una victoria.


Votar la unificación de todo el movimiento de lucha en un torrente común y establecer el programa de reclamos de las masas. 


No pueden estar ausentes los problemas y reclamos urgentes que la pandemia y la crisis económica han colocado como asuntos de vida o muerte. La atención sanitaria gratuita para toda la población, desde los testeos de coronavirus hasta los tratamientos médicos de rutina; el control obrero y popular del cumplimiento de las condiciones de seguridad e higiene que implica la cuarentena; la suspensión de todo desalojo y la garantía de la vivienda única; el seguro al desocupado sin límite de tiempo; la prohibición de despidos y suspensiones a la baja; la plena vigencia de los convenios laborales y de un salario mínimo que cubra la canasta familiar.


Se ha puesto en marcha un camino de radicalización de masas y de militancia combativa en la principal potencia del mundo. La derrota de Trump será un punto de apoyo para los luchadores obreros y anti-imperialistas del mundo entero. Los explotados del mundo miramos con expectativa, apoyo y solidaridad a los trabajadores y jóvenes de Estados Unidos que se han puesto de pie.