Las elecciones en Suecia: un empate virtual entre dos coaliciones atadas con alambre

Magdalena Andersson y Ulf Kristersson, los dos candidatos a ocupar el cargo de primer ministro de Suecia

Este domingo 11 de septiembre se celebran los comicios en Suecia en un escenario de gran incertidumbre. Se votan los representantes en las comunas, regiones y el Riksdag (parlamento), en un país con casi 8 millones de personas habilitadas para votar, y donde a pesar de que el voto no sea obligatorio la participación oscila entre el 80 y el 90% del padrón electoral. El panorama es incierto ya que las dos “coaliciones” que se perfilan, una liderada por la actual primer ministra socialdemócrata Magdalena Andersson, y la otra por el moderado Ulf Kristersson, están casi empatadas en las encuestas de intención de voto, con menos de un punto porcentual separándolos a días de una elección marcada por una derechización generalizada, la guerra en Ucrania, una recesión inminente y el ingreso a la Otan.

Los bloques políticos

La delicada alianza encabezada por Andersson amenaza con desintegrarse incluso antes de que se comience el escrutinio de votos. Los socialdemócratas, que han monopolizado la política sueca durante un siglo y han gobernado durante más de ochenta de los últimos cien años, son el partido más grande con el 30% de la intención de voto. El Partido de Izquierda (Vänsterpartiet) lo sigue muy por detrás con el 9%, es el único de los ocho partidos suecos que se opone a la entrada del país a la Otan y ha establecido como requisito para apoyar a los socialdemócratas ser parte del gobierno, es decir tener un puesto ministerial en el gabinete. El Partido de Centro (Centerpartiet) también secunda la candidatura de Andersson, y aportaría sus escaños con la condición de que el Partido de Izquierda no tenga un lugar en un eventual gabinete ni forme parte de las negociaciones para presentar un presupuesto conjunto, lo cual pone en jaque el armado de Andersson. Por último, el Partido Verde (Miljöpartiet) oscila un poco arriba del mínimo del 4% para ingresar al parlamento y ya le garantiza su apoyo a los Socialdemócratas incondicionalmente.

Si bien cada partido hace una campaña separada, la titular del gobierno es la candidata explícita o implícita de estos partidos para continuar ocupando el Palacio de Rosenbad, pero si el bando de Andersson se impone se presagian duras negociaciones para lograr que la Izquierda y el Centro acerquen sus posiciones que en este momento son irreconciliables.

Del otro lado del ring se encuentra la coalición conservadora que encabeza Ulf Kristersson, líder del Partido Moderado, que históricamente ha sido el segundo partido más grande de Suecia, pero que sorpresivamente fue superado en intención de voto por primera vez en la historia por los ultraderechistas Suecos Demócratas, que tienen raíces en movimientos supremacistas blancos y neonazis. Este hito corona su ascenso exponencial a la luz de la crisis migratoria en Europa, que capitalizaron con un discurso de corte nacionalista. El partido recién entró al parlamento en 2010 con un humilde 5% y hoy tiene posibilidades de sacar el 20% de los sufragios.

Notablemente, el partido liderado por Jimmie Åkesson ha estado capitalizando votos de socialdemócratas desencantados, con una retórica y una política netamente racista y fascistizante, en la misma línea que Donald Trump o Marine Le Pen. La tradición política sueca dicta que el líder del partido más grande de una coalición es el candidato natural a primer ministro, pero a la luz de que los Suecos Demócratas eran persona non grata en la política sueca hasta hace muy poco, esta costumbre como tantas otras desde que este partido ingresó al parlamento quizás también sea desoída, ya que Kristersson sigue siendo el candidato del establishment a pesar de que probablemente su partido sea sobrepasado por el de Åkesson en las urnas esta domingo.

La alianza también es integrada por los Cristianos Demócratas, que son socios cercanos de los Moderados y serían parte de su gabinete en caso de obtener la mayoría. Por último, los Liberales también oscilan un poco por encima del mínimo para ingresar al parlamento, y apoyan a esta alternativa luego de haber cambiado de bando en marzo del 2021, cuando abandonaron la coalición que habían armado con los socialdemócratas en las negociaciones de gobierno luego de las elecciones de 2019, las más largas de la historia, para declarar su intención de pelear por un gobierno conservador en las próximas elecciones.

A pesar del humilde 5% que puedan aportar los liberales, le pueden ocasionar un dolor de cabeza a Kristersson ya que han establecido como condición sine qua non que los Suecos Demócratas no formen parte del gabinete para aportar sus votos a esta alternativa, a pesar de ser el partido con más intención de voto de la coalición. Las contradicciones en las que se encuentra sumido este bloque no quitan el hecho de que hay mucho más que los une que sus adversarios: impulsan la baja de impuestos al gran capital, las ganancias de las empresas privadas en el sector público, la militarización, las industrias contaminantes, la privatización de tierras públicas, etc.

Turbulencias

El período legislativo que se cierra es definido por todo el periodismo sueco como el más turbulento de la historia, habiendo comenzado con un récord de 129 días de negociaciones para formar el gobierno luego de las elecciones del 2018, las cuales concluyeron con el infame “Acuerdo de Enero” entre la socialdemocracia, el centro, los liberales y los verdes, y “tolerado” por la izquierda. Durante los últimos cuatro años los socialdemócratas han tenido que gobernar con el presupuesto de la derecha, por primera vez en la historia ha sido destituido un primer ministro, es decir Stefan Löfven, que fue desplazado por una moción de censura presentada por el Partido de Izquierda y apoyada por los partidos de derecha, y otras mociones de censura, propuestas de ley y presupuestos han sido dirimidos a último momento por una diferencia de un voto.

La campaña se desenvuelve en el marco de una derechización extendida, en la cual se destacan el giro que involucró la solicitud de Suecia en conjunto con Finlandia de unirse a la Otan apoyada por 7 de 8 partidos después de 200 años de supuesta neutralidad, y la retórica de mano dura exigida por la mayoría del arco político ante la subida dramática de la violencia en las barriadas populares en forma de tiroteos y bombas caseras, parte de las disputas entre diversos grupos mafiosos por el control del narcotráfico.

El país también esta sufriendo la crisis económica más grande desde los años 90, con una inflación del 8% anual, cuando esta suele oscilar alrededor del 1%. El Banco Central se apresta a subir la tasa de interés nuevamente, lo cual repercutirá también en los precios y golpeará el bolsillo de la población trabajadora. Por otro lado, la guerra en Ucrania y la crisis energética en Europa ha resultado en que los precios de la electricidad se hayan cuadruplicado en algunas regiones de Suecia, lo cual ha sido capitalizado por la derecha para rechazar las energías renovables e impulsar la reimplementación de la energía nuclear que estaba siendo quitada del sistema energético sueco.

Mientras la población pierde poder adquisitivo frente a costos en alza y sueldos congelados, el ministro de economía convocó a una conferencia de prensa urgente el fin de semana pasado donde el gobierno anunció garantías de liquidez en cantidad de 100 mil millones de coronas suecas (10 mil millones de euros) para las empresas energéticas, para que no sean declaradas en bancarrota luego del anuncio del gobierno ruso del cierre del gasoducto Nordstream, a pesar de que estas están haciendo ganancias millonarias con la suba draconiana de las tarifas de luz.

Los últimos años han estado marcados también por una aguda crisis social. La privatización del estado de bienestar, en particular del servicio de salud, el cuidado de personas mayores y la educación, han golpeado a los sectores más vulnerables a costa de llenarle el bolsillo al gran capital, siendo que el Estado financia las ganancias de estos actores privados que prestan servicios esenciales. La marginación social de los inmigrantes que llegaron en la última década huyendo de la guerra, el hambre y la pobreza ha generado desigualdades enormes y verdaderos gettos en el conurbano de las grandes ciudades, donde se concentran los mayores índices de fracaso escolar, violencia, desempleo y pobreza.

La crisis es responsabilidad del gobierno socialdemócrata y el gobierno derechista que lo precedió, que han avanzado en la privatización y el ajuste de los servicios esenciales y los planes sociales, mientras garantizaron las ganancias de los gigantes Volvo y Scania con gigantescos paquetes de apoyo durante el 2020, que estos utilizaron para repartirle a sus accionistas mientras despedían y suspendían a trabajadores con la excusa de la pandemia.

Los sindicatos y la izquierda

Los sindicatos suecos brillan por su ausencia en este contexto, con la federación sindical más grande del país, LO, haciéndole de aplaudidor a la campaña del partido socialdemócrata. La mayoría de los sindicatos no mueven un dedo alegando que tienen que respetar las cláusulas “de paz” acordadas con la patronal las cuales les impiden tomar medidas de fuerza, a pesar de que la inflación está carcomiendo la capacidad adquisitiva de los trabajadores. La acción sindical que ha marcado el camino este año fue el paro del sindicato de pilotos de la aerolínea de bandera SAS, que abandonaron sus tareas y le exigieron a la patronal la reincorporación inmediata de los despedidos durante la pandemia y un aumento de sueldo, ya que la empresa estaba intentando hacer contrataciones nuevas con condiciones laborales más precarias fuera del convenio colectivo de trabajo para cortar costos, aduciendo una situación económica difícil, aunque la industria del turismo se recuperó con creces en Europa durante el 2022.

La situación de la izquierda en Suecia también es precaria. En un país irónicamente marcado a fuego por la socialdemocracia y la tradición sindical, la amenaza roja del macartismo es moneda corriente. Los principios socialistas, comunistas y revolucionarios son mala palabra en los partidos del régimen, y los partidos con tradición de izquierda han sufrido procesos democratizantes agudos.

El Partido de Izquierda ha sufrido un desplazamiento derechista gradual, cuyo punto de inflexión ocurrió en los años 90 cuando la entonces líder del partido Gudrun Schyman dio un discurso conocido como “el comunismo ha muerto”, donde abdicó de los principios socialistas y revolucionarios que hasta ese entonces se encontraban en el programa partidario. En los últimos 30 años han apoyado en mayor o menor medida al gobierno socialdemócrata de turno garantizándole los votos para poder formar un gobierno, a cambio de alguna medida progresiva. En 2021 tuvieron nuevos bríos cuando impulsaron una moción de censura contra el gobierno socialdemócrata cuando éste intentó llevar adelante una reforma del sistema de alquileres sociales del cual un 30% de la población depende, para que los precios sean establecidos por el mercado, lo cual hubiera significado un golpe fatal para el bolsillo de la clase trabajadora. Sin embargo, luego de esta intentona han hecho todos los intentos para garantizar la gobernabilidad y presentarse como un partido “de gestión”, y ahora muestran ambiciones de formar parte de un eventual gabinete socialdemócrata, una confesión electoralista sin lugar a duda. En Estocolmo se presenta el partido Iniciativa Feminista, que impulsa algunas políticas progresivas como el día laboral de 6 horas e impuestos progresivos a la riqueza, pero sus posibilidades de entrar al parlamento son nulas y su esfera de influencia está restringida a la capital.

En el contexto de unos comicios parejos, donde la población se ve nuevamente enfrentada a elegir “el mal menor”, se erige la necesidad de una alternativa para las grandes mayorías en Suecia, un movimiento obrero y popular que derribe el temor infundado a los principios socialistas. Las tareas son claras: rechazar la guerra en Ucrania sin ningún apoyo a la Otan, la reestatización de todos los servicios sociales privatizados, una reorganización de la industria y la producción bajo control de los trabajadores en pos de la defensa del medioambiente, trabajo digno para todos independientemente de su nacionalidad, nacionalización del sistema eléctrico bajo control popular, en vez de ganancias para los capitalistas, por una política migratoria humana y solidaria, ¡nadie es ilegal!

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