Internacionales
25/3/2023
Las horas más oscuras de la crisis bancaria
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La pregunta hoy es quién será el próximo en caer.
La ola de pánico en los mercados desatada por la quiebra del Sillicon Valey Bank, un importante banco de Estados Unidos, no se detiene. Al contrario, por su duración se asemeja más a una maratón bancaria antes que a una corrida. Luego de sufrir la bancarrota más importante desde 2008, los operadores bursátiles empezaron a revivir los recuerdos de otros momentos catastróficos a sabiendas de que el banco californiano fue la primera pieza caída en un escenario extremadamente frágil, antes que un caso aislado.
Sus certezas no tardaron en ratificarse. Pocos días después de la nacionalización de los depósitos del SVB realizado para contener el contagio y a pesar de que los propios bancos se ofrecieran a inyectar liquidez en el First Republican Bank para salvarlo, las malas noticias llegaron del otro lado del Atlántico.
Se trataba del Credit Suisse, el segundo banco más importante de Suiza, cuya insolvencia venía siendo un secreto a voces y cuya credibilidad caía al ritmo de sus acciones. El Banco Central Suizo y el gobierno de ese país intentaron llevar tranquilidad con anuncios que no causaron el menor efecto. Finalmente, terminó siendo absorbido por el principal banco de Suiza, el UBS, sin que esta medida sirviera para calmar a los mercados que castigaron severamente la operación.
La situación de los bancos a nivel internacional es una enorme ruleta rusa, en la cual todos los test de estrés se han quedado cortos a la hora de recrear una situación como la que se vive en la realidad. La pregunta, en la actualidad, pasa más por ver quién será el próximo, antes que si habrá más quiebras o no. Es que el manejo de la inflación por parte de los bancos centrales ha expuesto buena parte de la fragilidad que se ocultaba detrás del dinero barato y las bajas tasas de interés. Además, es sabido que no se trata solamente de los bancos, sino que son miles las empresas zombis que sobrevivieron exclusivamente gracias a esa liquidez extrema y que, al terminarse esa política, están al borde de la quiebra.
En estas horas, el principal candidato a sumarse a la lista de quebrantos es nada menos que el Deutsche Bank, el banco más grande de la primera potencia europea. Sus acciones cayeron un 13% en las primeras horas del viernes, mientras que lo hacen en un 24% durante marzo. Los principales bancos centrales (y Estados) del mundo discuten qué hacer frente a esta situación porque si bien es un banco too big to fall (demasiado grande para caer) también es too big to save (demasiado grande para ser salvado). Los seguros contra default del banco se han disparado a niveles inéditos, mostrando la necesidad de cobertura frente a lo que podría ser la quiebra bancaria más grande de la historia moderna, no solo por su capital, sino por su importancia política.
El pánico en los mercados ha llevado a un retiro masivo de depósitos, sometiendo a los bancos a graves problemas para responder a esa demanda. Para tomar dimensión de este fenómeno alcanza con repasar dos datos de lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Por un lado, la caída del valor de las acciones de los bancos, que en lo que va del mes supera los 229.000 millones de dólares, por el otro, más grave aún, la cantidad de dólares extraído de las cuentas en las últimas dos semanas alcanzó la suma de 5,13 billones de dólares, el más elevado desde abril de 2020, el momento más incierto de la pandemia.
Cuando los ahorristas consideran que el banco no es lo suficientemente confiable para dejar su dinero ahí y se lo llevan de manera generalizada, se habla de una corrida bancaria y muchas veces esa desconfianza es la que termina produciendo la quiebra. En este caso, por la dimensión de las instituciones en jaque, está seriamente comprometido el presente y el futuro del sistema financiero mundial.
Es fundamental, en estas instancias, no analizar los hechos aislados como hacen los economistas vulgares o la izquierda con una comprensión superficial de la crisis mundial. Por el contrario, se trata de ver la película, la sucesión y concatenación de hechos que nos permiten comprender la continuidad de la crisis, la etapa histórica en que se desarrolla y cómo la euforia bursátil que precedió a este quebranto era una parte necesaria de él. Es la dinámica de la crisis capitalista, algo que los impresionistas de siempre son incapaces de incorporar en su análisis.
La moneda en el aire de la FED
En medio de este cataclismo, el último miércoles todos los focos del mundo financiero se encontraban en el anuncio de la Reserva Federal norteamericana (el banco central de Estados Unidos) sobre cómo continuaría su política de tasas de interés. La decisión no era en absoluto sencilla, ya que ese dato tiene una influencia a escala planetaria y la expectativa estaba en si daría por concluida la fase de subas para dar lugar a algunas flexibilizaciones en materia monetaria en medio del tembladeral financiero de las últimas semanas.
Si bien Jerome Powell (titular de la entidad) había ratificado hace pocos días frente al congreso que la hoja de ruta trazada seguiría su camino, en el medio “pasaron cosas”.
Continuar con la suba de tasas como se hizo durante las ocho reuniones anteriores implicaba prácticamente condenar a la quiebra a muchos de quienes coquetean con el abismo; comenzar ahora la reversión de esa política era dar por perdida la batalla contra la inflación cuando aún es elevada.
Finalmente se optó por un punto intermedio entre el 0,5% que supuestamente aumentaría y la pausa a las subas que muchos reclamaban, aumentando 0,25%. Una medida para ganar un poco de tiempo y “desensillar hasta que aclare”. El gran problema es que tan solo 48 horas después de anunciada la medida, lejos de aclarar, parece estar armándose un verdadero tornado.
Al mismo tiempo que subía la tasa, la FED amplió en las últimas semanas su hoja de balance (emitir dólares) a una velocidad récord que, como ya hemos visto, no sirvió para tranquilizar la estampida financiera. Una política contradictoria producto de un escenario por demás intrincado en donde cualquier movimiento puede hacer explotar todo por los aires.
El Banco Central Europeo, por su parte, también decidió la semana anterior seguir subiendo la tasa, prefiriendo la recesión y la desinflación antes que la estabilidad financiera. Muchos advierten que las medidas de ambas instituciones son erróneas y que rápidamente tendrán que revertirlas, devolviendo liquidez al mundo a costa de convivir con la inflación más alta en décadas por bastante tiempo.
Es que, más allá de una determinada política monetaria o de estímulos financieros, lo que ha salido a la luz -una vez más- es la incapacidad del capital para recuperarse de la crisis. Un régimen social caduco no se repone con un alza de los índices bursátiles ni con el crecimiento del nivel de actividad.
No alcanza con los ataques a la clase trabajadora (que los resiste a lo largo y ancho del planeta) para recomponer la tasa de ganancia genuina, no ficticia. La destrucción de capitales a gran escala, necesaria para esa recomposición, ha sido esquivado de manera sistemáticamente por la burguesía, debido a las consecuencias absolutamente gigantescas y explosivas que significaría.
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