Los desafíos a 100 años de la fundación de la Tercera Internacional

Intervención de Pablo Heller en la conferencia realizada en Estambul

A continuación, compartimos la intervención de Pablo Heller, dirigente nacional del Partido Obrero, en la conferencia sobre el centenario de la III Internacional organizada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Turquía (DIP), el portal RedMed (Red Mediterránea) y el Centro Socialista Balcánico Christian Rakovsky, que contó con la participación de organizaciones revolucionarias de Macedonia, Bulgaria, Azerbaiyán, Francia, Serbia, Finlandia, Irán, Rusia, Grecia y la Argentina.


1. ¿Cuál es el lugar en la historia que le cabe a la Tercera Internacional?


La I Internacional echó los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo.


La II Internacional marcó la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento entre las masas en una serie de países. La importancia histórica universal de la III Internacional, la Internacional Comunista, reside en que comenzó a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume las premisas del socialismo y del movimiento obrero: la dictadura del proletariado.


Por primera vez, el movimiento obrero internacional contó, a partir del triunfo de la revolución de octubre, de varias repúblicas soviéticas asociadas en una confederación


que convertían, en realidad, en escala internacional, la dictadura del proletariado. Los trabajadores conquistaban el poder, asumían la conducción de la sociedad dando inicio a nueva época de la historia universal.


El fantasma del comunismo se hacía realidad. El gran salto se da en un país atrasado. La historia se abre paso no de un modo rectilíneo, uniforme, armónico sino en forma sinuosa, accidentada y desigual. A los rusos -como destaca Lenin- les será más fácil comenzar la revolución proletaria pero más difícil continuarla.


La cuestión capital gira en torno la dictadura del proletariado. Quienes, en la actualidad, insisten en la necesidad de "volver a Marx", deberían recordar las reflexiones de Lenin al referirse a la Tercera Internacional, sus tareas y desafíos: “Quien , al leer a Marx , no haya comprendido que en la sociedad capitalista, en cada situación grave, en cada importante conflicto de clases, sólo es posible o la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado, no ha entendido nada ni de la doctrina económica ni de la doctrina política de Marx”.


2. La dictadura del proletariado es la divisoria de aguas dentro del movimiento obrero y socialista. No hay lugar para un estado intermedio. El punto de partida de la Internacional es la condena y la delimitación con aquellos que renegaban del gobierno de trabajadores y se desplazaron a la vereda de clase contraria. El ataque a la revolución rusa lo hacen en nombre de la democracia burguesa, la que es exhibida como “democracia “en general”, o más hipócritamente aún de “democracia pura”.


Esta delimitación no se circunscribe a la dirección oficial de la socialdemocracia, los Noske, Ebert o Scheideman, sino que se extiende incluso, con más vehemencia, por su perfidia, con el ala centrista, liderada por Kautsky, quien otrora había sido el principal teórico de la Internacional. Precisamente por esa aureola, su prédica podría tener mayor capacidad de ejercer una confusión y un daño en las filas de la clase obrera internacional. Esta delimitación va a tener su correlato en la lucha ideológica que se corporiza en la publicación por parte de Lenin de “El Estado y la Revolución” y “la Revolución proletaria y el renegado Kautsky”.


No es casual que el Primer Congreso haya aprobado como tesis fundacional la referida a la dictadura del proletariado y la democracia burguesa. Se desnuda el rol de la democracia burguesa, incluidas sus versiones más democráticas, como una máquina de opresión del capital y en oposición a ella, se revindica la democracia obrera soviética, como expresión, por primera vez en el mundo, del gobierno de la mayoría. Uno de los aspectos que dicha tesis impugna es la tentativa por unir la dictadura del proletariado con la dictadura de la burguesía. Como una vía para disolver el doble poder, surge la iniciativa del gobierno socialdemócrata de combinar los Soviets con la Constituyente, conferir a los soviets ciertos derechos estatales, un determinado lugar en la Constitución. Planteos parecidos fueron pergeñados por los centristas nucleados en el Partido Socialista Independiente. Una forma de Frente Popular.


La primera conclusión es que la Tercera Internacional se construye sobre la base de la claridad, con un contorno y programa definidos. Se estructura en torno a la defensa de la estrategia del poder obrero. Esto debería ser tenido en cuenta en momentos en que está de moda intentar construir nucleamientos internacionales sobre bases ambiguas, que la experiencia ha demostrado que terminan siendo uniones efímeras y la semilla de nuevas divisiones.


Los cimientos sólidos no van en perjuicio de la flexibilidad. La Tercera Internacional alentó un puente y promovió un debate -incluso, convocó a sus Congresos- con organizaciones que no estaban adheridas, pero que venían teniendo una evolución a la izquierda. El programa fue la fuente de una clarificación y delimitación de posiciones para establecer los acercamientos pero también los alejamientos y rupturas. La Tercera Internacional está atravesada por un proceso ininterrumpido de incorporaciones y escisiones. 


3. La aparición en escena de la Tercera Internacional es inseparable del ingreso del capitalismo a una nueva fase, a su fase imperialista. La guerra mundial es la expresión de esta etapa de agotamiento y descomposición, donde se pone en evidencia en forma brutal la incompatibilidad entre la internacionalización de las fuerzas productivas y sus bases nacionales de existencia. La guerra mundial señala el derrumbe de los estados nacionales. Los partidos socialistas crecieron a la sombra de esos estados nacionales y se aferraron a ellos cuando esa estructura se vino abajo y se volvió anacrónica y superada por los acontecimientos. “Ellos quedaron apresados en el engranaje de los estados nacionales -señala Trotsky- con todas las diferentes partes de sus organizaciones, con todas sus actividades y con su psicología. En oposición a las solemnes declaraciones en sus congresos, se levantaron en defensa del estado conservador cuando el imperialismo, crecido en el suelo nacional, comenzó a demoler las anticuadas barreras nacionales. Y en su histórica caída, los estados nacionales también arrastraron consigo a los partidos socialistas nacionales”.


Más allá de la traición de los dirigentes, la mirada de Trotsky procura indagar la base material de este derrumbe. La II Internacional tenía como base de desarrollo un capitalismo en ascenso- al calor del cual fueron dándose ciertas mejoras y conquistas obreras- y una base nacional de sustento.  En este marco, va desarrollándose una aristocracia obrera surgida de la corrupción de una capa del movimiento obrero que es asociada a la acción imperialista de su burguesía. La nueva etapa imperialista creó un nuevo escenario, de "guerras y revoluciones", que hacía que las naciones, tantos las grandes y con más razón las pequeñas, fueran arrastradas y atrapadas en el torbellino de la guerra, y, de un modo general, su suerte y destino atados al desenlace de los grandes crisis y conflictos internacionales.


“Así como los estados nacionales se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, también los viejos partidos socialistas se han convertido en el principal impedimento para el movimiento revolucionario de la clase trabajadora”, dijo Trotsky (La Guerra y la Internacional, 1914).


De aquí se desprende una segunda conclusión. El internacionalismo no es un simple principio moral o de solidaridad, es una necesidad que se corresponde con la mundialización de las fuerzas productivas, con más razón cuando esta se ve sacudida por la descomposición capitalista, que pone sobre el tapete la cuestión del poder. Esto está más presente que nunca cuando asistimos al centenario de la fundación de la Tercera Internacional, en que se ha agravado hasta extremos inauditos e inconcebibles la putrefacción del capitalismo.


4. Otra cuestión clave es la oportunidad de su fundación. El parto, al igual que otros grandes acontecimientos, no fue fácil. Hubo que transitar por un camino accidentado y superar obstáculos -la hecatombe de la II Internacional, diezmada por la fiebre socialproatriota, hizo que los internacionalistas quedaran reducidos a una mínima expresión. Coincidían en denunciar la conducta ignominiosa de la socialdemocracia pero no coincidían en formar una nueva internacional. Se puede decir que, en este punto, Lenin estaba en 1915 y 1916, prácticamente solo.


Quienes se oponían a la construcción de una nueva internacional sostenían que era prematuro, que las fuerzas eran reducidas. Lenin, en cambio, según algunos de sus compañeros de militancia que dejaron testimonio, tenía un obsesión sobre el punto que se apoyaba en una convicción profunda sobre la necesidad de contar con una organización internacional a la altura de las circunstancias, para intervenir y dar respuesta a las tareas y desafíos, que caracterizaban el nuevo periodo histórico, que él mismo sintetizó como una época de” guerra y revoluciones”. La historia dio su veredicto y le dio la razón al dirigente bolchevique.


La conformación de un nuevo agrupamiento, casi como regla general, se da contra la corriente. Y normalmente eso coincide con períodos de retroceso de las masas y reacción política. El itinerario que recorrió la Tercera Internacional hasta su fundación atravesó estas situaciones.


Una tercera lección que podemos extraer de la experiencia de la Tercera es que la construcción de una internacional es una cuestión estratégica cuya necesidad está dictada por las tareas y desafíos que tiene planteada la clase obrera, que sólo se pueden resolver a escala internacional “El hilo conductor – destaca Trotsky -se rompe con harta frecuencia. Cuando eso ocurre, no hay sino que anudarlo de nuevo”. Esto ocurre con “harta frecuencia" como confiesa el dirigente de la revolución de octubre. El peor de los escenarios es dejar un vacío. Es imprescindible mantener, aunque sea delgado al principio, ese hilo conductor y empeñarse en que florezca de nuevo.


Por supuesto, no se ha tratado simplemente de repetir mecánicamente lo que ya se dijo. Tenemos que nutrirnos de todo el legado que nos dejan centenares de años de historia del movimiento obrero, de sus partidos y de sus internacionales. Pero, al mismo tiempo, tenemos el desafío de incorporar una comprensión de los acontecimientos, desarrollos y situaciones que nos toca enfrentar del periodo actual. El programa de transición de la IV Internacional tuvo el mérito de abordar el fenómeno novedoso de la degeneración burocrática del estado soviético y definir un rumbo y una estrategia para derrotarla, como un aspecto de la lucha por la revolución socialista internacional. A su turno, quienes integramos la CRCI (Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional), elaboramos y aprobamos en nuestro Congreso fundacional, tesis programáticas que dan cuenta del proceso de restauración capitalista que se abre paso en el ex espacio soviético y en China, analiza sus contradicciones e implicancias y plantea una estrategia y un programa para la etapa. El desafío que tenemos por delante es profundizar este camino.


5. Rosa Luxemburgo, que hoy homenajeamos en esta Conferencia a cien años de su asesinato junto con otro gran revolucionario como fue Karl Liebknecht, a diferencia de Lenin, fue reacia a fundar la Tercera Internacional. Incluso los representantes del flamante partido comunista fueron una de las delegaciones que se opuso a la fundación de la Tercera Internacional. Hicieron hincapié en el carácter prematuro de adoptar tal decisión y de la debilidad aún de las organizaciones nucleadas en torno a este proyecto, con excepción del partido bolchevique ruso. A los dirigentes de la revolución de octubre no se le escapaba este hecho, pero entendían que esa circunstancia hacía más perentoria aún la necesidad de crear un centro mundial como un instrumento imprescindible para apuntalar un reagrupamiento de fuerzas.


Encontramos un hilo conductor entre esta postura y la demora en la puesta en pie del propio partido revolucionario en Alemania. La fundación del partido Comunista recién se concreta en diciembre de 1918, ya cuando el proceso revolucionario estaba en marcha y la burguesía, en colaboración con los esbirros de la socialdemocracia, avanzaba a todo vapor con los aprestos contrarrevolucionarios. Esta decisión tardía va a tener sus consecuencias, porque a diferencia de un partido como el bolchevique, templado y curtido en infinidad de batallas, vamos a tener un partido con falta de cohesión y madurez política interna, surcado por la inexperiencia de sus integrantes. Esto tuvo su influencia determinante en el desenlace trágico de la revolución iniciada en noviembre de 2018.


Las reflexiones últimas de Rosa Luxemburgo, en vísperas de su detención y posterior asesinato, apuntan a revertir este escollo. “La ausencia de dirección, la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase berlinesa debe terminar. Si la causa de la revolución debe progresar, si la victoria del proletariado y el socialismo deben ser algo más que un sueño, los obreros revolucionarios deben construir organismos dirigentes para conducir y utilizar la energía combativa de las masas”. El asesinato privó a la vanguardia obrera alemana y mundial de las contribuciones e intervención de una de sus cabezas más brillantes, que hubiera jugado un rol clave en el balance de la experiencia recorrida y una readecuación de la estrategia revolucionaria.


Lo expuesto refuerza la conclusión política que aquí señalamos. En la batalla contra el capitalismo, los trabajadores necesitamos contar con partidos revolucionarios en cada país y un partido mundial, la refundación de la IV Internacional. Es un instrumento imprescindible para llevar la lucha histórica de la clase obrera al triunfo. Este es el desafío que tenemos por delante.


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