Internacionales
21/9/2024
Sudán, de la revolución a la barbarie
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Hay alrededor de 10 millones de desplazados
La temporada de inundaciones y un brote de cólera le han añadido mayor dramatismo a la catástrofe humanitaria que sufre Sudán desde el comienzo de la guerra civil que estalló en abril de 2023. En total, son más de 20 mil los muertos, 10 millones los desplazados (dentro y fuera de las fronteras nacionales) y 25 millones las personas que padecen inseguridad alimentaria, a lo que se suman las denuncias de asesinatos contra civiles, violencia sexual y todo tipo de atrocidades por parte de los dos bandos enfrentados.
Las lluvias que empantanan los caminos dificultan el ingreso de la poca ayuda humanitaria que llega desde el exterior. Cuando los males llegan, parece que llegaran todos juntos.
Tercera guerra
El tercer conflicto armado que atraviesa Sudán (o cuarto, si se añade la situación de Darfur) en su corta pero violenta historia desde que se independizó del Reino Unido, en 1956, enfrenta a las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) del jefe de Estado, Abdel al-Burhan, con los paramilitares de las Fuerzas de Acción Rápida (FAR) de Mohamed Hamdan Daglo, alias “Hemdeti”, quien fue vice del primero hasta su ruptura definitiva. Habían sido socios en el golpe de Estado de octubre de 2021 que puso fin al gobierno de transición entre militares y sectores civiles (en rigor, algunos partidos políticos que pactaron con aquellos) surgido meses después del levantamiento popular que derribó al dictador Omar al-Bashir.
A diferencia de al-Burhan, educado en la Academia Militar de Jartum y miembro de la elite castrense, “Hemdeti” proviene de una fuerza paraestatal más plebeya, las Yanyaweed, que nació al amparo de al-Bashir para aplastar la sublevación de las poblaciones de agricultores de Darfur, en el oeste sudanés, musulmanas como sus rivales, pero de raíces negras (las etnias fur, masalit y zaghawa).
Los soldados de “Hemdeti”, reclutados entre los pastores, históricamente enfrentados con los agricultores por los recursos de la zona (una puja agravada por la creciente desertificación asociada al cambio climático), se destacaron en la lucha por el uso de camionetas 4×4, camellos y caballos que les permitían combatir en zonas inaccesibles para el ejército regular. Las fuerzas de “Hemdeti” están acusadas de llevar a cabo una limpieza étnica contra sus adversarios, que siempre se han quejado de ser postergados por Jartum.
En 2013, esas milicias se convirtieron en las Fuerzas de Acción Rápida (FAR). Al-Bashir las conservó como un contrapeso de las fuerzas armadas, ante la eventualidad de alguna conspiración palaciega. Para 2019, contaban con 50 mil efectivos. Además, el control de minas de oro en Darfur había transformado a su jefe en uno de los hombres más ricos del país. Su armamento también había mejorado: sumaron blindados, drones y se dice que prestaron servicios en la invasión de Yemen, a sueldo de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes.
Cuando la revolución de las masas sudanesas, detonada por un incremento en los combustibles, puso contra las cuerdas a al-Bashir, en 2019, el ejército y los paramilitares de “Hemdeti” lo abandonaron, pero montaron en su lugar un consejo militar que masacró las manifestaciones que reclamaban un gobierno civil y el cumplimiento de las demandas populares. En Sudán hubo casi una veintena de golpes o tentativas de golpes de Estado desde su independencia, y las fuerzas armadas son un imperio que cuenta con participación en cientos de empresas del sector de la construcción, la banca y las telecomunicaciones, entre otros rubros.
El golpe militar de 2021, pese a que enfrentó una resistencia popular, fue haciendo que la centralidad política pasara otra vez de las masas a los militares. Y este escenario se terminó de configurar con el estallido de la guerra, que tuvo como uno de sus desencadenantes la resistencia de las FAR a integrarse al ejército regular, o, al menos, versó sobre las condiciones de ese proceso de asimilación.
En poco más de un año de conflicto, las FAR lograron el dominio de todas las provincias de Darfur, excepto el norte. En la actualidad, combaten por la conquista de El-Fasher, su capital. Hay denuncias de un bloqueo draconiano sobre esta ciudad que habría conducido a una hambruna generalizada. Al mismo tiempo, los progresos de los paramilitares en la capital, Kartum, obligaron a al-Burhan a redirigir el gobierno a Puerto Sudán, una ciudad ubicada en las costas del Mar Rojo que es clave para la exportación de petróleo.
Petróleo y más guerras
El “oro negro” ayuda a explicar la injerencia de algunos actores internacionales en el conflicto, pero también las guerras domésticas. Entre 1955 y 1972, más de un millón de personas murieron en la primera guerra civil, cuando las regiones del sur demandaron mayor autonomía y representación a Jartum. El pacto que cerró esa conflagración no resolvió los problemas de fondo, porque en 1983 estalló una segunda guerra que se extendió hasta 2005. Resultado: otro millón de muertes. El armisticio implicó un compromiso que condujo a la independencia del sur, tras un referéndum en 2011. El fin de la segunda guerra, además, supuso un acuerdo entre las partes para compartir los beneficios del petróleo, producido abundantemente en el sur, pero exportado a través de los puertos del Mar Rojo.
Como si Sudán estuviera preñado por alguna maldición, no pasó mucho tiempo desde la independencia del sur hasta el estallido de su propia guerra civil, sangrienta como las otras, entre el presidente Salva Kiir y su vice Riek Machar, en donde se mezclaban también las cuestiones étnicas con las disputas económicas. Un acuerdo en 2018 puso fin a los enfrentamientos y abrió un periodo de transición. El dueto fuerte de Sudán del Sur promete la realización de elecciones en 2026.
Intereses extranjeros
Pero volviendo al conflicto en Sudán del norte, o Sudán a secas, hay que decir que son muchos los países indirectamente involucrados. Egipto es afín a al-Burhan, se supone que para mantenerlo como aliado en la disputa que El Cairo mantiene con Etiopía por la construcción de una represa en el Nilo (otra fuente potencial de guerra en África). Israel también apoyaría a al-Burhan, como parte de sus propios acuerdos con su vecino africano, y presuntamente con la mira puesta en los recursos hídricos sudaneses (Peoples Dispatch, 6/8). En cambio, los Emiratos Árabes están acusados de proporcionar armamento a las FAR de “Hemdeti”, lo cual, según algunos analistas, empuja a una intervención de Turquía en sentido contrario. Arabia Saudita se postula como mediador, pero hay quienes la ubican cerca del gobierno sudanés, al igual que Irán.
Estados Unidos promueve una negociación entre las partes, posiblemente para evitar un mayor estrés en el mercado petrolero, que está sacudido por la guerra en Ucrania, la situación de Medio Oriente y la crisis venezolana. Las exportaciones desde el sur se interrumpieron como consecuencia de la guerra civil, aunque un cónclave reciente entre los mandatarios de los dos Sudanes anunció una normalización del flujo.
China parece mantener una postura neutral y se concentra en afianzar sus vínculos comerciales, mientras que Rusia, interesada en construir una base naval sobre el Mar Rojo, habría ido virando, según algunos analistas, de un apoyo a “Hemdeti” hacia al-Burhan (Política Exterior, 22/7).
A pesar de que no goza casi de ningún tipo de atención mediática, la guerra de Sudán es importante tanto por el sufrimiento inaudito de su pueblo como por los intereses internacionales involucrados.
Solo una nueva intervención de las masas, como durante la última Primavera Árabe, puede poner un freno a esta situación de barbarie.