Córdoba: ocho años de impunidad en el asesinato de Jorge Reyna

Según la policía, el joven de 17 años se ahorcó en la comisaría de Capilla del Monte. La familia lo desmiente.

Corría el 2013 cuando sucedió el brutal hecho que aún no tiene ni imputados ni tampoco condenados. “Jorgito”, como aún le dice la familia, fue detenido una noche de octubre por la Policía y nunca más vio la luz. A sus allegados les comunicaron que el joven se había suicidado, pero los hechos no se condicen con la versión policial.

Prensa Obrera se comunicó con Olga Tallapietra, la madre del joven de 17 años, oriundo de San Esteban, una pequeña localidad cercana a Capilla del Monte, al cumplirse un nuevo aniversario de lo sucedido, quien relató crudamente lo sucedido con su hijo, una expresión del hostigamiento policial llevado al extremo.

En enero de 2013, Reyna fue trasladado al Complejo Esperanza, luego de que se lo detuviera portando un revolver. Al ser liberado en abril, le relató a su madre que “la policía lo mandaba a robar, y nombró a Juan Castro, el comisario de Capilla del Monte”. Olga recordó que le sugirió a su hijo que hiciera la denuncia, pero él no quiso. “Me dijo: ‘no, vieja, no te metas, esto es pesado’”.

Jorge, que trabajaba en un taller mecánico y estaba aprendiendo el oficio, fue nuevamente detenido el 26 de octubre. “Ese día recibo un llamado donde me dicen que mi hijo se había ahorcado en la comisaría”, recordó Olga.

Lo que vendría después sería una verdadera pesadilla. La madre comenta que cuando se presentaron en la comisaría le dijeron: “tu hijo se mató porque no lo vinieron a buscar”; a ella nadie le avisó que su hijo estaba detenido. Olga reveló: “a mi hijo lo llevan [a Córdoba, para realizarle la autopsia] en la ambulancia del intendente de Capilla del Monte, Gustavo Sez, que a su vez es dueño de la funeraria”. Y denunció que “nunca esperaron que llegue la forense, actuaron ligero para tapar todo”.

El día 28 de ese mismo mes, le entregaron a la familia el cajón cerrado con los restos del joven. La madre tuvo que insistir junto a un abogado para lograr que se abriera el ataúd, porque en principio no lo querían hacer. Lo que encontraron adentro desmintió el relato policial. “El chico no se ahorcó, tiene un montón de golpes”, le dijeron los familiares a Olga, que recordó que “ahí nomas fui a ver y ni siquiera lo habían vestido, tenía sus costillas quebradas, los dedos de sus manos quebrados, en sus brazos las marcas de pisadas de los policías, hematomas en todo su cuerpo. Cerca de la sien izquierda, un golpe muy fuerte”.

Jorge fue torturado y asesinado por la Policía, la misma que lo mandaba a robar; recordemos que él fue detenido con el arma que usan los uniformados. De modo que se trata de una institución podrida en sus raíces, que en complicidad con el poder político y judicial asesina a la juventud.

La valiente familia, ese mismo día comenzaría una lucha por justicia. “Mi hijo no se quitó la vida, a mi hijo lo mataron”, apunta Olga y denuncia que al cumplirse ocho años de los hechos “no logré nada porque la fiscal me archivó la causa, dicen que no hay pruebas suficientes; pero las pruebas están, solo que no quieren moverse y hacer que paguen los policías”, sentencia la madre.

El pasado martes, familiares se convocaron en la plaza de Capilla del Monte. El silencio de la justicia y el paso del tiempo no pueden tapar las responsabilidades políticas, judiciales y policiales de este aberrante hecho que deja a la vista que a la policía solo le cabe el desmantelamiento. Desde las páginas de Prensa Obrera acompañamos a familiares y amigues de víctimas de la represión estatal.

Las muertes de Joaquín Paredes y Blas Correas dan cuenta de que los asesinatos a manos de la Policía se suceden bajo el gobierno de Juan Schiaretti. Es claro que no se trata de integrantes de la fuerza a los que que “se les va la mano”; los casos de gatillo fácil y las torturas seguidas de asesinatos en cárceles y comisarías muestran la descomposición del aparato represivo del Estado. Justicia para Jorge Reyna, basta de torturas y muertes en las comisarías.