Políticas

7/10/2025

Milei y su desconexión sideral para disimular la crisis

Crónica de cómo, detrás del cambalache problemático y febril, hubo una caterva de lineamientos políticos menos lúcidos aún que el show del presidente. 

El patético show del presidente en Movistar Arena.

“Si se calienta el detergente, y revienta eso que sienten, pueden perder el control. Y también la conexión. Certidumbre o ilusión. Epidérmica ficción. Él cree en naves espaciales, y en efectos especiales que nunca verificó. Que en su puta vida vio. Ella practica con escobas, ve el futuro en una bola, que un colgado le vendió. Y también la convenció, de su poder interior, esa magia de cartón.”

“Desconexión sideral”. Bersuit Vergarabat. 2000.  

Será difícil de creer, seguramente. 

Pero después de cantar con una profunda desafinación “Demoliendo Hoteles”, de Charly García; después de imitar a Sandro cambiando la letra sin mucha lucidez, aunque con algo de gracia; después de haber traído micros de todo el país en una práctica punteril antes criticada; después de montar un show de baja monta en el medio de una crisis política que el día anterior había terminado con el primer candidato a diputado nacional, José Luis Espert, afuera de la lista por sus sugestivos vínculos con el narcotráfico y en el medio de una crisis económica que tenía, al mismo tiempo, al ministro de Economía mendigando fondos con un pasaporte que ya no tiene lugar para los sellos de Estados Unidos; después de simular una entrada a un Movistar Arena con una capacidad de 15 mil personas que le cuesta llenar al que es, aunque no parezca, Presidente de la Nación, con una bandita de adolescentes rentados del Estado que no pueden ni siquiera armar un ingreso coordinado con bengalas, con banderas del medioevo que decían que el comunismo es una enfermedad; después de haber alquilado un microestadio en Villa Crespo con 100.000 dólares que puso Eduardo Kovalivker, dueño de la droguería Suizo-Argentina, vino lo peor. 

Sí, después de todo el ridículo que se llevó el grueso de las coberturas mediáticas y de las intervenciones en redes sociales vino la verdadera evidencia de que el gobierno nacional elige tener una desconexión sideral como táctica política de corto plazo. Que sabe poco de circo (muy expuesto) pero mucho, mucho menos de pan. Lo dijo uno de los carteles de la gente que protestaba en la calle Dorrego: “Milei, con vos el único milagro es llegar a fin de mes”. 

La muestra más clara de esta intervención la dio Agustín Laje, a quien nadie podría reprocharle falta de sinceridad. “Qué fiesta armó Javier Milei”. Y sí, dijo fiesta. En una Argentina atravesada por la liquidación del salario, el avance de la pobreza y la muestra empírica de que los anti-política y anti-casta son una banda atravesada permanentemente por las coimas, el narcotráfico y la criminalidad mundana, el ideólogo de la Fundación Faro desplegó diatribas sobre el “concepto apoteótico” de la “batalla cultural”. 

“Nos mueve a la lucha y al combate de las ideas, los argumentos, las historias, el lenguaje y los valores”. Se ve que a Laje, que ya demostró desconocimientos históricos profundos, nadie le avisó que el presidente de los valores tiene el mismo abogado que el narco Fred Machado (Francisco Oneto) o que Karina pedía el 3% en la Agencia Nacional de Discapacidad. De yapa, Laje valoró la “cultura del trabajo” y habló de la “incultura de la delincuencia”. 

“Afirmar con claridad qué es lo que defendemos”. Y ahí vino la magia en serio: “Hayek puede ser una buena brújula. Él definía a la libertad como una circunstancia. El hombre puede llevar adelante su vida con libertad”. ¿Salarios dignos? ¿Mayor consumo? ¿Bienestar social? No mostro, esa calle no la conozco.

“Un libertario sólo admite la coacción cuando es para defender derechos sagrados”. Obvio, la propiedad. Para cagar a palos a los jubilados, que en general todos los miércoles van a denunciar que no tienen otra propiedad que no sea su vida, son mandados a ser. Ya lo dijimos: Laje es sincero. Lilia Lemoine le dijo que de tiempo iba bien, entonces siguió. 

“Los países más libres son más ricos que los reprimidos. El capitalismo es superior”. Fantástico. Un informe del Banco Mundial (repetimos, el Banco Mundial, no un pasquín socialista) dijo en 2024 que 1100 millones de personas en el mundo viven en la pobreza extrema. Se ve que viven en otro planeta, al menos para Laje. Después citó a Alberdi y a la patria, la familia, la alianza entre vivos y muertos, los que odian a la patria, el crimen del aborto, las ideologías de género que niegan la “naturaleza humana”. 

Cerró: “La batalla cultural consiste en la defensa de un estado mínimo, una patria que nos da identidad común. Significa la defensa de la cultura familiar”. Un informe de mayo de este año del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas indicó que el 91% de los hogares tiene alguna deuda. Una defensa bárbara de la familia hacen Laje y los suyos que, aunque a veces lo quieran negar, están en el gobierno.

Pero lo del kía fue solo el calentamiento. Manuel Adorni lo presentó como divulgador y después como presidente. Pocas veces tan honesto. El inconsciente del ex forista de Taringa, hoy vocero presidencial, desnudó que no es muy optimista. “Decían que no llegábamos a diciembre, hay que ver de qué año, porque ya vamos veintiún meses”. Luego de cantar el himno arropado por una bandera celeste y blanca pero a capella, porque “no estaba preparado”, empezó la entrevista a Javier Milei, no como primer mandatario, sino como autor del libro “La construcción del milagro”. 

“Tenía menos pelo cuando arrancamos la batalla cultural, el capitalismo lo resolvió”. El chiste malo dejó entrever una verdad: es un milagro que esté en la Casa Rosada. Se comparó con Gladiator, habló bien de Sandra Pettovello y en contra del adoctrinamiento, contó una anécdota de un economista liberal amigo de Milton Fridman al que le hacían bullying, habló de las externalidades con derechos de propiedad. “Imagínense que tienen un ´roomate´ que quiere fumar y a ustedes no les gusta. El que quiere fumar podría tirarle unos pesos al que no y, de esa forma, llegar a una cantidad de humo óptima”. Lo dice Milei y tiene razón: en esta sociedad, si no tenés plata, arreglate; si otro la tiene, bancatelá. Una libertad bárbara. 

El presidente habló contra los “bienes públicos” diciendo que si él toma la botella de agua, Adorni no y hablando sobre faros y negocios. “Nosotros peleamos por las ideas de la libertad” y, el inconsciente histórico es terrible, dijo, como el que imita los fracasos, la siguiente frase, exacta: “Estamos ganando”. Lo justificó planteando que antes en Twitter solamente se podía recitar “wokismo” y ahora no. No dio pruebas de su afirmación, no las necesitó para los aplausos. 

Es probable que Milei quiera repetir la fórmula de su llegada al poder, imitando su “hola a todos, yo soy el león”. Pero ahora gobierna él. Construir otra realidad, como salida, suena a manotazo de ahogado. 

“Ellos pierden si hay debate”, por eso empiezan con la violencia. Se ve que el presidente que dijo “zurdos de mierda”, “son excremento”, “los buenos son los de gorra azul y los otros son los malos” o el que puso a Patricia Bullrich a pegarle a los jubilados y casi matar a Pablo Grillo, con una política de encubrimiento evidente, entre otros casos, es otro. 

Luego contó la anécdota de cómo entró en política. Mencionó a Espert e hizo un chiste que no se entendió sobre bajar candidatos. Terminó hablando de inflación, de gestión, sin muchos datos. Solo su famoso “17.000%” y su “hemos sacado de la pobreza a 12 millones”. Dijo tres veces “no aflojen”, como si una fuera para convencerse a él. Adorni le preguntó cómo se seguía. Milei dijo que la Argentina iba a crecer y le mandó saludos a Toto Caputo, que estaba escuchando en Washington. 

Las imágenes, como suele pasar, son una de las formas de expresión más elocuentes. Y no por las caras de vergüenza de Daniel Scioli y Federico Sturzenegger, o por la certeza de que Karina Milei tuvo que ver a Lemoine desde abajo del escenario. Matías Baglietto, fotoperiodista, dejó al aire una ilustración en donde Milei está cantando y alguien, frente a él, prende una llamarada. Como si el presidente estuviera riendo, mientras se prende fuego. 

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