Políticas

15/9/2023

Milei y su lucha “contra el socialismo y los estatistas”

Sobre algunas de sus definiciones en la entrevista que le hizo Tucker Carlson.

Aclaremos algunos conceptos liberales.

La entrevista que Tucker Carlson hizo a Javier Milei tuvo mucha difusión, y podemos aprovecharla para aclarar algunos conceptos sobre lo que el candidato a presidente vende como liberalismo.

Está muy definido en su discurso que el enemigo a combatir, en nombre de la “libertad”, es el socialismo. Pero para ser precisos hay que agregar que para Milei “el problema es que Argentina empezó a abrazar las ideas socialistas hace más de 100 años”. La razón por la que afirma semejante boludez es bastante clara: para sostener sus elogios al capitalismo como un régimen social perfecto necesita explicar su fracaso por causas externas, lo cual lo lleva al contrasentido de decir que un país que nadie duda en calificar como capitalista sería víctima de una interminable sucesión de gobiernos socialistas. La ecuación la resuelve poniendo un signo igual entre socialismo y Estado.

Lo afirmó explícitamente cuando Tucker Carlson le preguntó su consideración sobre Donald Trump, sobre quien Milei declaró que: “Le diría que continúe con su lucha contra el socialismo, porque es uno de los pocos que entendió cabalmente que la pelea es contra el socialismo y los estatistas”. Es un fraude bastante grande. El expresidente estadounidense capitaneó una activa intervención del Estado en la economía, en particular para fijar barreras arancelarias y no solo contra China. Su lema “American First” es en cierto sentido el opuesto exacto de la “apertura económica” que pregona Milei para Argentina -y que se llevaría puesta lo que queda de su industria, como pasó en los ’90.

El ejemplo vale para refutar esa falsa equivalencia entre Estado y socialismo. Para él, que se define como anarco-capitalista, “cada vez que interviene el Estado es una acción violenta que termina perjudicando el derecho de propiedad y a la libertad”. Pero en la realidad ocurre justamente lo contrario: la intervención violenta del aparato estatal apunta a preservar la propiedad privada, pero no cualquiera sino la propiedad capitalista sobre los medios de producción. Así la reforma constitucional de Gerardo Morales expulsa de sus tierras a las comunidades que las habitan para favorecer la entrega a las mineras, o el gobierno peronista les roba a los jubilados mientras exime de pagar los aportes a una lista cada vez más larga de patronales. Sobra aclarar de qué lado se para la izquierda socialista ante estos atropellos, y en qué vereda están los “libertarios”. Seguramente todo esto sea más claro si llega a la presidencia e intenta dolarizar la economía, reeditando el Plan Bonex de Menem que estafó a millones de pequeños ahorristas en beneficio de los bancos.

Milei lo tiene clarísimo. Por eso designó como vice y encargada de las áreas de Seguridad y Defensa a una abogada cuya única actividad profesional fue la defensa de genocidas; y para reinsertar a las Fuerzas Armadas en la represión al pueblo promete darle a los militares gran parte del presupuesto público que pode con la “motosierra” en otras áreas como salud, educación o salarios. La de Victoria Villarruel es la reivindicación más explícita de un régimen de Estado totalitario, que no permitía ni la libertad de prensa, ni de opinión, ni de reunión, ni de asociación; y que lo único que estatizó fue la deuda privada de los principales grupos capitalistas, de lo cual nada dice Milei a pesar de que esa medida inauguró el ciclo de endeudamiento externo que fundió al país y todavía nos tiene sojuzgados al FMI.

El líder de La Libertad Avanza considera la cuestión desde la siguiente óptica: “Ante las necesidades infinitas y recursos finitos hay un conflicto. Los liberales lo resolvemos con libertad de precios y propiedad privada. Sin embargo, la idea de la mano invisible a los socialistas no les gusta y prefieren la garra del Estado”. Esto es falso por partida doble. El socialismo no es un estatismo extremo que interviene en la distribución, sino que es la negación del Estado como maquinaria separada de la sociedad y que la domina. Un Estado obrero, basado en la democracia deliberativa y ejecutiva de las mayorías trabajadoras (con asambleas, delegados con mandato, congresos), empieza a dejar de ser un Estado.

¿Por qué haría falta ese proceso de transformación social? La pregunta nos remite a la otra falsedad que señalábamos. Es falaz adjudicar los conflictos sociales a los recursos finitos. Argentina es un ejemplo categórico: crece el hambre mientras se exportan millones y millones de toneladas de alimentos, que según se calcula permitirían darle de comer a diez veces la población del país. Hasta sobran dólares, tanto que hay cerca de un PBI en divisas que los empresarios tienen afuera del sistema financiero o directamente fugaron al exterior. Pero lo mismo vale en términos históricos: la división en clases sociales no fue el producto de la escasez de recursos sino de la abundancia, del surgimiento de un excedente que posibilitó que un sector de la sociedad pueda vivir a costa del trabajo de otros.

La ganancia capitalista es la forma en que se apropia ese excedente hoy, pero se convirtió en una traba a cualquier desarrollo productivo y hunde al mundo en la guerra y las hambrunas. El socialismo no es un parche redistributivo de este desastre, por intermedio del Estado; es el fin del monopolio capitalista sobre los medios de producción. Solo para eso los socialistas luchamos por gobiernos de trabajadores, como punto de partida para terminar con la explotación de clases.

Pero Milei necesita ignorar que la sociedad se divide en clases, con intereses sociales antagónicos. Para él, “uno de los mayores logros del liberalismo es la igualdad ante la ley”. Lo que ocurre es que detrás de ello hay una desigualdad material, que “la ley” viene a proteger principalmente con el sacrosanto derecho de propiedad… capitalista. Es algo que a estos libertarios no les entra en su esquema mental. Tanto es así que para oponerse a la existencia de un Ministerio de las Mujeres interroga: “¿Por qué no hay un Ministerio de Hombres?”. Será precisamente porque para eso ya hay un Estado que sostiene la desigualdad y la opresión, tanto jurídica como social, de las mujeres. Esto se expresa en su propia intención de establecer que “el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”, lo cual no es más que la imposición de la ideología oscurantista y clerical al servicio de la subordinación de la mujer.

Sus ataques al aborto legal y el movimiento de mujeres probablemente no respondan únicamente a sus principios reaccionarios, sino a las gigantescas movilizaciones que acorralaron a otras experiencias facistizantes como la de Trump en Estados Unidos o la de Bolsonaro en Brasil. Lógico que para apuntalar a ese movimiento es necesario sacar conclusiones sobre el enorme daño que causó justamente la cooptación estatal, que fue el objetivo exclusivo de ese ministerio fundado por un gobierno peronista que hambrea a las trabajadoras, estigmatiza a las que luchan y nada hace frente al flagelo de los femicidios. Lo que Milei tiene a su favor es el hartazgo y la decepción de la gente para con el “Estado presente” de los K y el PJ.

El socialismo no solo no es sinónimo de intervencionismo estatal, tampoco es siquiera una suma de estatizaciones. Esa es la imagen que difundió en realidad el nacionalismo de contenido burgués, como el de Chávez, que fracasó en abrir para Venenzuela una perspectiva de desarrollo autónomo a pesar de haber controlado la totalidad de la renta petrolera. La izquierda revolucionaria debe esforzarse por diferenciarse de este estatismo fracasado que ni siquiera se propone superar al capitalismo, sino apenas alguna redistribución. El socialismo es, por el contrario, una bandera de guerra contra los explotadores para abrir paso a una nueva sociedad. Como sabe que es el futuro, Milei lo combate enérgicamente pero con las recetas del pasado, sin tomar nota de que el mundo capitalista se derrumba.

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