Políticas

3/2/2022

Vaca Muerta: presente y futuro

Los anuncios oficiales disimulan una realidad.

Una fuente periodística como la “corpo” de Clarín, insospechada de favoritismo hacia el gobierno nacional, se ha esforzado en resaltar en una nota publicada el 20 de enero un supuesto récord de producción alcanzado en la extracción de petróleo y gas en el país. Aunque luego baja los decibeles y ubica que se trata de la superación de la marca alcanzada hace 9 años para el petróleo y 13 años para el gas; o sea, ningún récord. Con un país con menos PBI y sin Vaca Muerta, dos décadas atrás se producían mayores volúmenes que hoy.

La forma de presentación de la “corpo”, no deja de vibrar en la misma sintonía de los anuncios que en estos días dieron a conocer la Secretaría de Energía de la Nación, así como el gobierno de la provincia de Neuquén. La idea es mostrar una senda exitosa sin límites, capaz de producir las divisas que garanticen el pago de las exigencias del FMI en función del acuerdo alcanzado.

¿En qué situación estamos realmente?

Está claro que de la mano de la producción no convencional en Neuquén hay una aumento de la producción general de hidrocarburos a escala nacional. Pero, como todo dato estadístico, ello debe considerarse en relación a una serie histórica, y no solo la foto de un momento. Tomando la serie histórica a escala nacional, pueden hacerse algunas comparaciones.

Según datos del Banco Mundial y la OCDE, el PBI nacional a pesos constantes del 2002 (en plena recesión) no era ni la mitad del producto del 2021, de rebote luego de la pandemia. En ese marco hay que considerar la producción hidrocarburífera.

Si a nivel nacional comparamos aquel recesivo año 2002 con el “reactivado” 2021 veremos que el récord del que hablan desde Clarín a Darío Martinez no es tal: hace 20 años se produjeron 44,1 millones de metros cúbicos de petróleo, superior a la producción del año pasado.

¿Y qué pasa con la producción en Neuquén?

En 2001, en pleno frenazo productivo, la provincia de Neuquén produjo entre 1,3 y 2,6 millones de metros cúbicos de petróleo por mes, totalizando 15,6 millones de metros cúbicos. Hasta 2004 nunca bajó de una producción mensual de un millón de metros cúbicos, sin que exista la hidrofractura horizontal ni Vaca Muerta (datos de Dirección Provincial de Estadísticas y Censos de Neuquén).

Hoy, cuando se anuncia el “récord”, aún si contabilizamos el pico productivo de barriles de diciembre de 2021 y lo anualizamos (con ese hándicap), la producción anual sería de 14,2 millones de metros cúbicos. En gas ocurre algo semejante. La producción récord anual de 2021 no supera la del 2002, en una provincia que hoy tiene 160.000 habitantes más.

En la provincia de Vaca Muerta, puntal del rebote productivo hidrocarburífero, tampoco hay récord aún, a pesar de la mayor incentivación fiscal de los últimos años a la producción. Dicho esto, deben considerarse aún otros dos aspectos limitantes.

Por un lado surgen los actuales “cuellos de botella” en la infraestructura, con la saturación de los oleoductos y gasoductos. Una situación que no se solucionará en este año, y al menos para el gas tampoco para el invierno de 2023. Por el otro, el estancamiento de las inversiones y de los yacimientos que han pasado de la fase piloto a la fase de desarrollo.

Inversiones contenidas

Basados en informes de consultoras, el periodismo local especializado en hidrocarburos publica que la inversión en Vaca Muerta durante 2021 fue de U$S4.200 millones, y se estima que crecerá a U$S4.700 en el presente año. Un salto no significativo, y que superaría apenas a la inversión del año 2019 en la prepandemia.

Este estancamiento inversor queda claro en las consultas a los CEOs de diversas petroleras, quienes afirman que “no se ve un crecimiento del mapa de Vaca Muerta al ritmo que veníamos viendo hasta el 2019” (Río Negro, 29/1/). E incluso algunos vaticinan que será difícil mantener un ritmo de producción “estable”.

La elocuencia de los CEOs se basa en una realidad que no se puede disfrazar: la conexión de nuevos pozos de gas ha caído a fines del año pasado, producto que los gasoductos están saturados.

Por su parte una mayor producción de petróleo (shale oil) choca con las limitaciones del actual ducto de Oldelval hacia Puerto Rosales en el Atlántico, y deposita las esperanzas en la posible reapertura del oleoducto hacia el puerto de Talcahuano en Chile (que lleva 15 años en desuso), que podría transportar, según el gobernador neuquino Omar Gutierrez, “hasta 110.000 barriles diarios a fines del 2022”. Lo cual implicaría que entre lo enviado a Chile y lo exportado por el Atlántico, la mitad de la producción de shale oil de Vaca Muerta iría al exterior, en un intento de generar divisas para garantizar el acuerdo con el FMI, que el gobernador de Neuquén, Omar Gutierrez, apoya y votará en el congreso.

“Un futuro incierto”, sostiene Pereyra

Según un informe de la Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), nuestro país ya exportaba petróleo por 8.000 millones de dólares en 2012. Si bien el nivel de divisas generado el año pasado se conocerá en un tiempo, la proyección anual (con los datos del primer semestre 2021) la podemos cuantificar en unos U$S5.000 millones. Menor que hace diez años.

Es decir, si ni una cantidad de divisas generadas en la exportación de hidrocarburos superior a la actual evitó un mayor endeudamiento entre 2010 y 2015 y el déficit energético del kirchnerismo, es poco probable que lo haga ahora, con un acuerdo leonino y colonial en marcha.

En una reciente carta, Guillermo Pereyra, exsenador y ex secretario general del sindicato petrolero por décadas, se lanza hacia la interna del MPN de cara al 2023 con duras críticas a la conducción partidaria y a la política oficial, lanzando como definición un lapidario “el futuro de Neuquén es incierto”.

Ante el acuerdo con el FMI, de carácter recesivo, ante el amesetamiento en las inversiones en el sector dinámico hidrocarburífero, ante las limitaciones de obras de evacuación, todo indica que la estabilidad de la producción de Vaca Muerta podrá seguir, pero será a costa de un incremento en la superexplotación de la mano de obra.

Por eso, mas que “incierto” el futuro de la clase obrera y los sectores populares es padecer la barbarie.

Nacionalizar la industria energética bajo control obrero es la salida más racional.