Sociedad

18/8/2025

Repunta la inflación en alimentos por las concesiones al capital agrario y el salto del dólar

Las presiones devaluatorias ya las pagamos los trabajadores, que además cargamos con el ajuste.

La lechuga lideró la inflación de julio.

Si bien en julio la inflación se aceleró respecto al mes anterior, no terminó de reflejar el impacto de la suba del dólar sobre los precios. Cuando el Indec publique el índice de agosto podremos dimensionar mejor los efectos inflacionarios que tuvieron las tensiones cambiarias, que, según las estimaciones privadas, vienen siendo significativos, especialmente en el rubro alimentos.

Según la consultora LCG, en las primeras dos semanas de agosto el precio de los alimentos varió 3,1%, superando la suba registrada del 1,9% en todo el mes de julio. La tendencia alcista de la inflación está íntimamente relacionada con el salto del dólar, cuya cotización aumentó 21% desde la implementación de las bandas cambiarias (14% en la última corrida), y a la rebaja en las retenciones del agro. Por lo tanto, el gobierno se aferra con fuerza al cepo salarial y a la caída del consumo como principal ancla inflacionaria, condenado a un sinfín de privaciones a la población trabajadora.

No obstante, ya en los datos oficiales de julio podemos observar cómo algunos alimentos de primera necesidad aumentaron muy por encima de la media. Tal es el caso del pan (3%), el pollo (5,4%), la papa (5,1%) y la lechuga (15%), productos básicos en la dieta de cualquier familia trabajadora pero cada vez más difíciles de costear con salarios que evolucionan a razón del 1% mensual -debido al techo a las paritarias fijado por el gobierno y acatado por las burocracias sindicales.

El encarecimiento del pan obedece directamente al alza del trigo en el mercado interno, como resultado de la baja de retenciones y la suba del tipo de cambio. Lo ocurrido con el pollo, por su parte, viene a desmentir el discurso oficial acerca de que abrir la importación de alimentos abarata sus precios en las góndolas locales; por el contrario, en julio aumentó 325% el ingreso al país de productos avícolas provenientes de Brasil, sin embargo, el precio de los mismos en el mercado interno, lejos de disminuir, lideró las subas mensuales.

En cuanto a la papa, las lluvias y las heladas afectaron la cosecha del tubérculo, acotando su oferta para el consumo en fresco, lo cual se reflejó en mayores aumentos en las verdulerías. Ahora bien, no se redujo la cantidad de papa ofertada para el procesamiento industrial, dado el peso económico que detentan las multinacionales que acaparan dicha actividad, como Pepsico, la canadiense McCain, la holandesa Farm Frites y las estadounidenses Lamb Weston y Simplot. Muchas de ellas exportan a Brasil una parte de la papa congelada prefrita que fabrican en Argentina, que luego utilizan en las cadenas de comida rápida del país carioca. Finalmente, la provincia de Buenos Aires concentra el 55% de la superficie cultivada de papa, pero destina el 80% de su producción a la industria.

Como vemos, mientras la producción de alimentos permanezca orientada satisfacer el ánimo de lucro de un puñado de corporaciones, en lugar de priorizar el derecho a la alimentación de las mayorías, el bolsillo popular seguirá sufriendo las oscilaciones en el precio de la comida que desencadenan las vicisitudes climáticas.

Lo mismo podemos decir del incremento en la lechuga. Sucede que las plantaciones de esa hortaliza se circunscriben a los cordones frutihortícolas del Gran Buenos Aires y el Gran La Plata y están a cargo de pequeños productores, con lo que cualquier variación del clima incide enormemente en los niveles de oferta. Es la expresión de un país dominado por el capital agrario, que impone el monocultivo con destino de exportación, en desmedro de las necesidades alimentarias del pueblo.

Frente al horizonte inflacionario, particularmente en una rama tan sensible como los alimentos, es necesario luchar en cada lugar de trabajo para recomponer la pérdida salarial. A su vez, que los trabajadores debamos limitar la compra de comida por no poder pagarla, mientras los capitalistas del campo, las cerealeras y los pulpos alimenticios amasan fortunas, habla de la importancia de avanzar en una transformación social de fondo, que incluya la nacionalización bajo control obrero del comercio exterior, los grandes latifundios y las industria de la alimentación, en función de disponer ese complejo productivo al servicio del interés mayoritario.

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