Ambiente

5/11/2021

COP 26

La cumbre del cambio climático, un nuevo escándalo de la llamada “economía verde”

La cumbre de la ONU sobre cambio climático se desarrolló en Glasgow, Escocia, que era uno de los grandes centros industriales del mundo y lo que queda hoy no es ni la sombra. No se discutió la reindustrialización, sino cómo extender ese desastre.

El drama está montado: “el resultado de la cumbre determinará en gran medida cómo los 7.000 millones de humanos sobrevivirán en un planeta más calentado y si se pueden evitar niveles peores de calentamiento a las generaciones futuras”. “La temperatura media global ha aumentado más de 1 grado desde la Revolución Industrial. El consenso científico dice que si aumenta 1,5 grados aumentará significativamente el riesgo de las peores catástrofes climáticas, con su secuela de hambre, enfermedades y conflictos”.

Pero el cinismo también. El “consenso político” de las multinacionales es contrario a las exigencias de los datos científicos. China acaba de anunciar que sus planes de emisión de gases seguirán como hasta ahora. Pero el video de Xi Jinping a la Cumbre seguramente no habló de esto. Biden es el gran líder de la Cumbre, pero los Estados Unidos, como Rusia, Noruega, y la Gran Bretaña, anfitriona de la cumbre, según The New York Times, “aumentarán dramáticamente su producción de petróleo, gas y carbón en las próximas décadas”.

El cinismo se completa con el regateo de limosnas que las potencias van a dar a los países atrasados, para compensar el aumento de gases contaminantes que las multinacionales organizan en ellos. Y que luego tampoco lo suelen pagar. Esta fue la posición “mendicante” del extractivista Alberto Fernández, que propuso tímidamente el “canje” de deuda por “menos emisión”, la recalentada receta que otrora hiciera su ministro de ciencia de canje de deuda por educación en los albores del kirchnerismo.

Cada día los medios de comunicación, los gobiernos y las instituciones internacionales al servicio del capital financiero nos abruman con esos datos. Se ha entrado en una espiral para ver quién exagera más los peligros que nos acechan.

Defendemos la ciencia y el medio científico. Pero el imperialismo utiliza también a científicos en su interés. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) nunca dirá que hay que nacionalizar determinados sectores de la producción, o que hay que acabar con la explotación, con las guerras y los armamentos. Nunca dirá que las responsables son las multinacionales, ni que hay que acabar con el capitalismo.

Lo que hacen el IPCC y la ONU es echar la culpa a… “la gente”, y por lo tanto hacerle pagar sus pecados. Hay que comer menos carne, dicen, cuando en la India solo el 6% consume carne roja y en Argentina estamos con el consumo más bajo desde que se llevan registros. La mayor parte del pueblo trabajador no puede comer carne roja una vez a la semana. Hay que pagar por contaminar (electricidad cara en casi todo el país, peajes en autovías, etcétera).

Nos apoyamos en la evidencia científica y, por ello, analizamos y denunciamos la vasta operación de mistificación que se está preparando, a fin de buscar el apoyo de la población -y el consenso de las organizaciones obreras y populares- a las “necesarias y dolorosas” transformaciones que se preparan. Por el bien del planeta, nos dicen, hay que desmantelar la inmensa mayoría de las industrias, perder cientos de miles de empleos bien pagados y con derechos, e incluso renunciar a supuestos lujos como el consumo de carne.

Algunas de las consecuencias de estas transformaciones que se preparan ya las estamos padeciendo. Por ejemplo, la subida desproporcionada del precio de la electricidad que pagamos a los propietarios de las centrales de producción con los impuestos (que paga el pueblo y nunca “los ricos” y menos las multinacionales) motivada entre otras cosas por la subida de los precios del gas. El ministro Juan Cabandié no defiende el ambiente sino los planes, supuestamente ecológicos, de las multinacionales. El gobierno argentino prepara un nuevo plan eléctrico que tiene una condición previa: otorgar a las eléctricas más beneficios que el descarado sistema actual.

Los millones que no van poder pagar la factura de la luz, los trabajadores de las industrias “electrointensivas” que amenazan con el cierre, no pueden aceptar el chantaje que tramposamente pretende enfrentar sus necesidades elementales a la defensa del planeta.

¿Todos “ecologistas”?

Al mismo tiempo cada vez más organizaciones y partidos se declaran “ecologistas” o incluso hasta “ecosocialistas”. Hay que recordar a este respecto que la ecología es una ciencia, pero la ecología política es una corriente ideológica, y por tanto no científica.

Es innegable que los desequilibrios climáticos se han agudizado estos últimos años. Pero la actitud general de quienes se reclaman de la ecología política es declarar la responsabilidad de los seres humanos sobre los problemas climáticos y los daños ambientales en una vasta campaña de culpabilización. Por el contrario, nosotros no responsabilizamos a los humanos sino al sistema capitalista. No son los seres humanos en general los que han tomado las decisiones, sino la minoría capitalista que mantiene la propiedad privada de los medios de producción y que, en su agonía, multiplica las destrucciones. Sólo el socialismo permitirá poner fin a las consecuencias destructivas del capitalismo sobre el medio ambiente.

Evidentemente esto no supone que defendamos que no hay nada que hacer de aquí a la instauración del socialismo. Pero es necesario no equivocarse de enemigo. El responsable es el capital, y no el ser humano.

Son muchas las fábricas que contaminan. Existen medios técnicos para reducir esta contaminación, pero eso supone hacer costosas inversiones y el capital no tiene más interés que preservar sus beneficios, y por eso es incapaz de armonizar la producción. Si la legislación ambiental le aprieta, prefiere deslocalizar la producción. Por ejemplo las mineras exigen una y otra vez que se deroguen las “leyes del agua” en Mendoza, mientras mantienen el saqueo de la cordillera pero del “lado chileno”.

La población no es responsable

Por eso no admitimos de los capitalistas y sus gobiernos ningún cierre ni despido en base a una supuesta defensa del ambiente, y menos cuando lo hacen con promesas de empleos alternativos que nunca llegan. ¿No han sido todos los gobiernos, de uno u otro signo, quienes han desarrollado una política de cierre de líneas de ferrocarril, de eliminación de trenes, de destrucción de la Ferrocarriles Argentinos desde Menem a la fecha, en beneficio de las grandes empresas de transporte por carretera cuatro veces más contaminante que el tren?

¿Quién es el responsable del hecho de que cada vez más habitantes de este país, sobre todo en las zonas rurales, confrontadas a la desertificación médica, al cierre de servicios públicos o a la supresión de pequeñas líneas de tren, no tengan otra opción que la de tomar micros, usar coches o motos para ir a trabajar, asistir a una consulta médica, o llevar a sus hijos a la escuela?

¿Quién ha decidido la deslocalización en China y el sudeste asiático, que ha llevado al paro a millares de trabajadores en Argentina (véase, por ejemplo, la producción de baterías para automóviles electrodoméstico), y que tiene como consecuencia la producción de casi todo en China y por tanto el transporte de todas esas mercancías por medio de buques portacontenedores gigantes que funcionan con un fuel de muy mala calidad, tóxico y emitiendo residuos contaminantes considerables? Miles y miles de estos portacontenedores gigantes surcan los mares del planeta.

¿Quién es responsable de la difusión del plástico en la naturaleza o en los mares, sino las grandes empresas fabricantes de plástico que han generalizado su uso en todas partes, incluso para muchas cosas que no son necesarias? Los seres humanos no tienen ninguna responsabilidad sobre el hecho de que se vean obligados a comprar esos productos.

¿Quién es responsable de la creación de esas enormes granjas industriales de mil vacas o de las granjas industriales de pollos o chanchos, muy polucionantes y que privan a la agricultura tradicional de la mayor parte del mercado en detrimento de la calidad de los productos? ¿Quién es responsable de la deforestación, especialmente en la Amazonia? Las poblaciones autóctonas, que viven de la caza y la recolección y que cortan unos pocos árboles, o los grandes trusts capitalistas que organizan el desmonte masivo de la selva amazónica?

¿Consenso con el capital “en defensa del planeta”?

Lo que hemos expresado antes explica por qué la lucha por la defensa del medio ambiente exige el combate contra el capital. Por eso cuando se oye a Biden, a Alberto Fernández, al FMI, la ONU y a las grandes patronales –incluyendo a las empresas de energía- pronunciarse por una transición energética, no hay que dejarse engañar.

Incluso en medio de los desastres naturales que genera el cambio climático, y que impacta sobre la propia economía en crisis, el capital solo puede encarar esta cuestión con un único objetivo: reorganizar la producción de ramas enteras (con cientos de miles de despidos) abriendo nuevos mercados, como por ejemplo el automóvil eléctrico, a pesar de que la fabricación de un automóvil eléctrico produce entre tres y cuatro veces más emisiones contaminantes que la de un automóvil convencional y no existe capacidad para reciclar las baterías. La contaminación causada por la vida de un automóvil eléctrico es semejante a la de un automóvil convencional.

Para conseguir esos objetivos por medio de una intensa propaganda los gobiernos y el capital buscan, en nombre de la defensa del clima, crear un consenso que reúna a gobiernos, patronal, sindicatos, ONGs, políticos por un “capitalismo verde”, es decir por la defensa del sistema repintándolo de verde. La lucha por la defensa del ambiente no puede ser separada de la lucha contra el capitalismo, y esta exige oponer al consenso y mantenerse en el campo de la independencia de clase y la lucha de clases.