Cultura

26/12/2024

Beatriz Sarlo (1942-2024)

Una de las figuras principales en la crítica literaria y los estudios culturales en Argentina. Crítica ferviente de los últimos gobiernos.

Beatriz Sarlo

Crítica literaria, periodista, docente y ensayista, Beatriz Sarlo ha fallecido a sus 82 años de edad. En sus últimas dos décadas de vida, había intentado mantenerse independiente y crítica de los sucesivos gobiernos.

Su rico desarrollo intelectual no puede tratarse con justicia en pocos párrafos. A continuación, ofrecemos solo algunos puntos de partida para una discusión que debe profundizarse.

Primer punto de inflexión: Beatriz Sarlo Sabajanes en “Los Libros”

Sarlo nació en el seno de una familia “gorila” y pequeñoburguesa en 1942; se recibió como Licenciada en Letras en 1968; en la misma fecha se sumó brevemente al peronismo en búsqueda de una conexión con las masas obreras. Al poco tiempo, sin embargo, la joven Beatriz se incorporó al Partido Comunista Revolucionario. Esta militancia marcó el primer eje importante de la vida de la autora, su experiencia en la revista teórico-cultural “Los Libros”.

“Los Libros” había sido fundada por el semiólogo Héctor Schmucler (1931-2018) en 1969 para la difusión de novedades teóricas y académicas. La politización abierta de la revista resultó inevitable desde el primer número. Ni la juventud ni los llamados intelectuales son una clase social con cuerpo propio, sino una capa que oscila entre las clases fundamentales de la sociedad moderna (proletariado y burguesía, oprimidos y opresores). Oscilación que está determinada por las tendencias de la economía mundial, por el proceso de la lucha de clases internacional, y por las batallas políticas nacionales. Y 1968, precisamente, estuvo marcado por una nueva fase de crisis capitalista y por una ola de ascenso de las masas en todo el globo (Ofensiva de Tet, Mayo Francés, Primavera de Praga) que se expresó en el Cordobazo argentino al año siguiente.

El primer artículo a nombre de “Beatriz Sarlo Sabajanes” en Los Libros apareció en 1970 (n°10). La autora tardaría tres años (1970-1973) en procesar su ruptura con el peronismo. En 1973 (n°29) Schmucler y su equipo editorial abandonaron la revista; Sarlo Sabajanes quedó a cargo del nuevo consejo de dirección junto con Ricardo Piglia y Carlos Altamirano. El grupo estuvo libre para dedicar la revista a una tarea de elaboración política profunda: desnudar los mecanismos mediante los cuales el capital impone sus sentidos y su ideología.

El programa de “Los Libros” y la crisis con el PCR

Bajo el nuevo equipo editorial, Los Libros partía de la comprensión de que la cultura expresa “los conflictos de la sociedad en cuyo interior es generada y consumida” (n°33, 1974: p. 18). Lo estético tendría sus reglas propias y especificidades. Sin embargo, esto no oculta “el carácter de clase de todo proyecto cultural y la ideología de clase que [nutre] toda estética”. Con este enfoque, la joven crítica desarrolló un análisis marxista de la literatura argentina, pero también del cine (n°39 y n°41, 1975), de la “bajada de línea” burguesa en la televisión (n° 27, 1972), y de la situación política nacional.

Algunos comentaristas gustan exagerar la supuesta novedad de la teoría de Antonio Gramsci en esta propuesta (o en la renovación de los ‘80). Lo cierto es que los textos gramscianos ya se utilizaban desde la década del ’50, gracias a las versiones cuidadosamente purgadas por los sacerdotes culturales del aparato stalinista como Héctor P. Agosti (véase su pasquín “Para una política de la cultura”, 1956).

Sarlo Sabajanes señalaba que el gobierno peronista impulsó el crecimiento de una industria audiovisual nacional que incorporó “ciertos temas, figuras y mitos populares” (n°33, p. 22), pero sólo para definirlos dentro de un “discurso ideológico paternalista” que glorificaba la regimentación por parte del Estado. Esto era la expresión en clave cultural del fundamento político y social del peronismo: la incorporación de las masas al régimen, pero en un rol de subordinación (la “columna vertebral” del movimiento, jamás su cabeza).

No obstante, el partido que integraban Sarlo Sabajanes, Piglia y Altamirano repudiaba el intento de darle una organización política independiente a la clase obrera para que luche por su propio gobierno. En su lugar, el PCR buscaba algún sector progresista en la burguesía nacional para establecer un frente. Así, esta corriente apoyó activamente los gobiernos de Perón e Isabelita mientras imponían el “Pacto Social” a la fuerza (intervención del sindicato clasista metalúrgico de Villa Constitución) y descargaban el terrorismo de Estado contra la vanguardia obrera y estudiantil (Triple A).

La crisis desatada en las filas del PCR por el apoyo a Isabelita se llegó a Los Libros. Ricardo Piglia abandonó la revista, señalando que “la política represiva, reaccionaria y antipopular de Isabel Perón, en verdad, favorece el golpe de Estado” (n°40, 1975). Sarlo Sabajanes y Altamirano aceptaron subordinar la revista a aquella orientación partidaria.

Segundo punto de inflexión: Beatriz Sarlo en la academia

El gobierno de Raúl Alfonsín puso en pie un fuerte operativo para cooptar a buena parte del activismo contra la dictadura y de la generación que regresaba del exilio. La cooptación incluyó tanto el aguijoneo de las expectativas en la democracia burguesa como ofertas materiales. Beatriz Sarlo, que había roto con el PCR durante la dictadura, fue incorporada como nueva profesora titular en la influyente cátedra de “Literatura Argentina II” en la UBA (período 1984-2002). El resto de su camada (David Viñas, Nicolás Rosa, Joé Jitrik, Josefina Ludmer, etc.) ocupó cargos similares.

Este período corresponde a algunos de sus principales libros. Literatura—Sociedad (1982) es uno de los textos teóricos más potentes jamás escritos en Argentina. Propone métodos para estudiar la literatura, el acto de escribir, el proceso de leer e, incluso, en qué consiste y cómo funciona la corporación académica de la crítica literaria. El imperio de los sentimientos (1985) fue un auténtico “cross a la mandíbula”, como proponía Roberto Arlt. Demostró, en nuestro país, que la historia de la literatura no se reduce a la historia de los textos consagrados entre los plumíferos de la clase dominante, sino que incluye la actividad cultural de las masas (tanto en la producción como en sus modos de consumir). Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930 (1988) estudió qué tipo de relación estética establecieron los literatos porteños con el nuevo espacio urbano y el maquinismo. Más importante aún, también indaga qué vínculo estético y político se plantearon (o rechazaron plantearse) con el nuevo sujeto revolucionario nacido de la modernidad capitalista: el proletariado.

Sarlo fue la responsable principal de constituir el canon literario actual, el modo en que pensamos la literatura argentina del siglo XX. Tanto desde su cátedra como desde la revista Punto de vista, dirigió una renovación teórica que introdujo la obra del crítico literario Edward Said (portavoz de la Organización por la Liberación Palestina), la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu (que las sectas académicas posteriores tomarían de un modo más estrecho y pobre), y el llamado “materialismo cultural” de Raymond Wiliams.

De Williams retomó el planteo de que la cultura no es sólo una serie de objetos sacrosantos, como inculcaban los oscurantistas durante el Proceso. Consiste en modos de otorgar sentidos a experiencias comunes. Un buen análisis cultural, para Sarlo, no puede solo describir cómo son los textos que se escriben. Debe preguntarse de qué modo se habla sobre la vida en la ciudad, sobre la pobreza, sobre la crisis, sobre las movilizaciones populares, sobre el poder.

Sin embargo, Beatriz Sarlo y su círculo no usaron las nuevas categorías para darle mayor precisión a la perspectiva de clase, sino para quitarle nitidez o borrarla del todo. Su pluma alcanzó un nivel de sofisticación mucho mayor a la vetusta academia soviética, asfixiada por los controles de la burocracia stalinista, pero perdió su orientación clara de combate.

Como extraña coincidencia de la conversión (o quizás potente simbolismo), Sarlo dejó de firmar con su segundo apellido. Desde entonces, toda referencia a su juventud sería en clave derrotista y condenatoria. En su compilación “Escritos sobre literatura argentina” (Siglo XXI, 2019), no figura ningún texto previo a 1981.

Presente y perspectivas

Volvemos al inicio. En las últimas décadas, Sarlo intentó mantener una crítica contra el kirchnerismo, el macrismo y la intentona actual de Milei. Uno de los mayores impactos mediáticos que tuvo en estas coyunturas políticas y culturales se debió, precisamente, a su enfrentamiento en 678 contra las genuflexiones de los pseudointelectuales K.

Sarlo no supo, no pudo, o simplemente ya no quiso, apostar por entero en un reagrupamiento de clase. Su revista Punto de Vista (fundada en 1978, en plena dictadura militar) terminó por desaparecer al calor de un nuevo operativo de cooptación de intelectuales (2008). Intentó encontrar una salida en el armado de algún polo del centroizquierda, sin que ninguno sobreviva al nacimiento. En 2011 publicó su intento de comprender la política de contención social del kirchnerismo, La audacia y el cálculo. Sin un horizonte social claro, su crítica se quedaba corta y se agotaba en el señalamiento de un “estilo” del poder (“populismo pop global”). Las octavillas derechistas de baja calidad, como el rejunto neomacrista de “Seúl”, intentan ver aquí a una de las suyas. En verdad, Sarlo murió denunciando las políticas de vaciamiento contra la cultura de Macri (“un ignorante”) y de Milei. En algunas campañas electorales, expresó su apoyo a las candidaturas del Frente de Izquierda.

Párrafo aparte merecen sus intervenciones por la legalización del aborto. En 1997 integró la tapa de la revista Tres Puntos donde veinte mujeres decían “Yo aborté”. En la campaña de 2020, volvió a desatar fuertes repercusiones al contar en televisión que había atravesado tres abortos. El primero, a los 17 años.

En su última entrevista se le preguntó si ve al pueblo paralizado frente a los ataques de Milei. Respondió “no sacaría esas conclusiones tan rápidamente. En muchas oportunidades se paralizó, como en algunos tramos del gobierno de Menem, y luego avanzó”. El estudio y la reapropiación crítica del legado de Sarlo por parte de la militancia revolucionaria es una tarea en curso. Se trata, en palabras del poeta Roque Dalton, de «arrebatarle a la burguesía el privilegio de la belleza».

Se ha señalado que ella “enseñó a leer literatura a varias generaciones de escritores y críticos [académicos]” (Página/12, 18/12). Pero no fue sólo un aporte para los híperilustrados. Sus claves de lectura se abrieron paso en el currículum de la enseñanza media hasta convertirse en común. El “canon Sarlo” fue, en buena parte, lo que nutrió literariamente a las camadas de secundarios que salimos a luchar desde los ’90 hasta el presente. Nos  hizo pensar desde otro ángulo las necesidades del estómago y respondió a nuestras necesidades de la fantasía. Lo cual no es poco.

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