Bolivia: el centro de la crisis política está hoy en el terreno electoral

Imagen del primer debate presidencial, en Santa Cruz de la Sierra.

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La presidenta Jeanine Añez renunció como candidata presidencial e hizo un dramático llamado a la derecha: “si no nos unimos, vuelve Morales”. Esto luego que una encuesta sobre las anunciadas elecciones del próximo 18 de octubre indicara que Luis Arce, candidato del MAS, se ubicaría en primer lugar con 40,3% y segundo, con una distancia de casi 15 puntos, Carlos Mesa de Comunidad Ciudadana (26,2%). Tercero estaría el candidato fascistoide y racista de la alianza “Creemos”, Luis Camacho con 14,4% y cuarto la presidenta Añez, candidata por la alianza “Juntos”, con 10,6%.

Con estos cómputos, el candidato del MAS ganaría en primera vuelta. La ley electoral vigente indica ganador a quien obtuviera más del 40% de los votos con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo candidato. Este sería el caso. Otras encuestas posteriores siguen indicando al MAS en el primer lugar, aunque algunas plantean que con menos de 10 puntos de diferencia del segundo candidato, en cuyo caso habría que pasar por una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. El desesperado llamado de la presidenta Añez es a unir las fuerzas derechistas (renuncia de Camacho y otros) para obligar a esta segunda vuelta.

El centro de la crisis nacional pasa hoy, objetivamente, por esta batalla electoral y así es percibida por las masas bolivianas.

 

Para la derecha boliviana, latinoamericana e internacional sería un fuerte golpe que a 10 meses de haber sido desalojado del poder por un golpe, el MAS volviera a través de elecciones.

La fecha electoral terminó de ser impuesta por una intervención de las masas. Una y otra vez el gobierno golpista postergó la convocatoria electoral. Cada postergación –con diferentes argumentos- se debió a la tendencia que daba el triunfo electoral al MAS.

Esta manipulación del gobierno golpista, sumada a la experiencia de fortísima corrupción evidenciada por sus ministros en este período y a la agudización de la crisis sanitaria y social, llevó a una huelga general con corte de rutas de 12 días y obligó a fijar un calendario cierto.

La tensión en Bolivia sigue latente y en desarrollo. El ministro de gobierno de Añez, Arturo Murillo, realizó un sorpresivo viaje a los Estados Unidos, justificándolo con que se iba a entrevistar con autoridades del Banco Interamericano (donde acaba de asumir un hombre de Trump).

Todos saben que fue a entrevistarse con el Departamento de Estado para discutir cómo afrontar la emergencia electoral e impedir (o limitar) el probable triunfo del MAS.

No es casualidad que Murillo haya declarado que los servicios de seguridad que él controla le han informado que se están preparando acciones violentas para desconocer el resultado electoral. Y subrayó que está listo para anular con la fuerza del Estado esos planes.

Es una usina de provocaciones.

Al mismo tiempo, la ‘justicia’ debe dictaminar en los próximos días si hace lugar a decenas de denuncias penales que buscan la anulación de la candidatura de Arce y hasta su proscripción.

La continuidad del gobierno golpista no garantiza elecciones elementalmente democráticas y hay denuncias ciertas de preparativos de fraude.

Manipulaciones de la derecha

Esto se evidencia en forma directa incluso en Argentina. El peronista derechista gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, niega habilitar lugares de votación para la comunidad boliviana radicada en su provincia. Lo cual ha determinado importantes movilizaciones, que nuestro Partido Obrero no solo apoyó, sino que ayudó a organizar activamente. Denuncias de esta naturaleza se replican en Capital Federal y Santa Cruz.

Si estas manipulaciones se dan en el extranjero, las denuncias dentro de Bolivia son aún más alarmantes.

El “Fuera Añez” que levantaron las masas movilizadas en la huelga general boliviana tenía razón de ser incluso en este plano. Con Añez, Murillo y los golpistas el proceso electoral está sumergido en la peligrosidad de un autogolpe, fraude electoral y otras variantes proscriptivas y antidemocráticas. Solo la caída del gobierno golpista hubiera asegurado la posibilidad de elecciones con garantías democráticas. Pero Evo Morales se opuso de entrada a que se levantara esta consigna votada en los piquetes, los masivos cortes de ruta y diversas organizaciones de masas. Evo llegó a un acuerdo y la mayoría de la dirección del MAS lo secundó, para levantar la huelga general solo con la fijación de fecha electoral, a espaldas de las masas en lucha. En numerosas asambleas se acusó a estos dirigentes de haber traicionado la huelga, levantar la lucha sin consulta a las masas y salvar así el pellejo de Añez y Murillo.

Repercusión

Aunque esta política de pacificación alentada por el MAS logró frenar el ascenso de características revolucionarias de las masas, convocando a la salida electoral del 18 de octubre, la radicalización y bronca se acrecienta. Los diez meses de gobierno golpista fueron una muestra suprema de entrega, represión, derechismo, racismo y corrupción. Aunque haya sectores derechistas y gubernamentales que pretenden proscribir al MAS, organizar un ‘fraude patriótico’ en su contra y hasta producir un nuevo golpe para impedir que gane las elecciones y/o que eventualmente asuma, el proceso electoral se está desarrollando.

En este escenario, la izquierda ha sido incapaz de abrir un canal alternativo frente a la crisis. Eso se expresa, asimismo, en la contienda electoral: no hay una candidatura independiente frente a los representantes políticos de la derecha y el nacionalismo burgués. No existe una alternativa que por izquierda permita canalizar la legítima desconfianza en el MAS que existe en las filas de los explotados bolivianos. Tampoco se advierte una política ni una línea de acción que oriente a los trabajadores sobre cómo intervenir y cómo pronunciarse frente al voto y valerse de éste en función de sus propios intereses. Lo que prima es una política del avestruz o una actitud pasiva, lo cual implica dejar inermes a las masas frente a la manipulación que ejercen los partidos patronales y en especial el propio MAS.

A nadie se le puede escapar, sin embargo, que las elecciones concentran la crisis política. El resultado electoral NO será indiferente para el futuro de la lucha de clases en Bolivia, como pretende el POR boliviano y algunos izquierdistas trasnochados que llaman a votar en blanco o nulo y se cruzan de brazos. Pero hay que tener anteojeras para no ver que la crisis política sigue abierta. La derecha conspira y trata de evitar el triunfo del MAS, que significaría un descalabro para los golpistas. Y las masas buscan la vía para derrotar a la derecha golpista que maniobra para legitimarse mediante las elecciones amañadas.

El escenario convulsivo de Bolivia plantea una lucha activa contra el fraude en curso. Es necesario organizar -como impulsamos y hacemos en Argentina- la movilización en frente único, para derrotar las maniobras del gobierno, la derecha, la proscripción y todo intento de autogolpe. Frente a la ausencia de una candidatura independiente, hay que valerse del voto al MAS como una vía para desenvolver la movilización contra el golpismo, oponiéndole una política revolucionaria a su política conciliadora y de compromiso con los golpistas y el imperialismo. Esto debe ir de la mano con la denuncia de la “pacificación” basada en conciliar con el golpismo que promueve Evo Morales y enarbolando un programa transicional que plantee la perspectiva de un gobierno obrero y campesino.

Al mismo tiempo, la izquierda revolucionaria tiene que intervenir con un programa frente a las luchas concretas que se les plantean a las masas: prohibición de despidos, reincorporación, ocupación de empresas que despidan; aumento salarial de emergencia, bono para los desocupados; nacionalizar el sistema sanitario y ponerlo bajo gestión de profesionales y trabajadores de la salud; nacionalización del petróleo, la minería y los recursos estratégicos bajo gestión obrera, al igual que de la banca y el comercio exterior; no pago de la deuda externa, impuestos progresivos al gran capital, expropiación de la oligarquía terrateniente en favor del campesinado. Un programa de reivindicaciones transicionales frente a la crisis.

La delimitación con el nacionalismo burgués es crucial para Bolivia y para América Latina. Un nuevo gobierno del MAS no volverá siquiera al pasado. Quien se entregó dos veces (renunciando y desmovilizando en el golpe de noviembre y frenando la huelga general para que no caiga Añez) volverá a frustrar las ilusiones y expectativas que puedan tener las masas trabajadoras. El MAS va a tratar de cerrar las grietas abiertas en la crisis política en curso y la que pueda emerger como resultado de un eventual triunfo electoral suyo.

Los acontecimientos de Bolivia ponen al rojo vivo la necesidad de poner en pie un partido de la clase obrera, que permita intervenir con una política independiente. Pero ese partido sólo se podrá abrir paso interviniendo activamente y librando batallas en todos los terrenos de la lucha de clases que se viene desarrollando en Bolivia.