Escala la tensión bélica en Libia

Detengamos la barbarie imperialista

A fines de julio, el parlamento egipcio habilitó al Poder Ejecutivo, en manos de Abdelfatah Al-Sisi, a poder intervenir militarmente en el vecino país de Libia. Esta resolución es la muestra más saliente de la escalada en las tensiones bélicas que está teniendo lugar entre las distintas facciones nativas libias (con sus respectivos aliados foráneos), que se disputan el control de ese territorio. El país africano entró en un estado de disolución y división completa luego de la invasión imperialista que derribó al reaccionario gobierno de Muamar Gadafi en 2011. La actual situación refleja que esa intervención imperialista, lejos de revestir un carácter humanitario ante un gobierno que reprimía violentamente a la rebelión popular encuadrada en la primavera árabe, buscaba preservar los intereses de los monopolios extranjeros, ponerle un freno a la acción independiente de las masas y erigir un régimen títere. Este último objetivo se encuentra completamente empantanado.

Balcanización

Libia actualmente se encuentra dividida en dos bloques principales. Uno en el oeste del país, alrededor de Trípoli, la capital, donde reside el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), un gobierno constituido en 2015 a partir de una elección parlamentaria y de un precario acuerdo entre las fuerzas políticas actuantes en ese momento. El GAN es reconocido oficialmente por la ONU y apoyado por Italia, Qatar y, especialmente, por Turquía. El otro bloque controla la mayor parte del este y el sur, con capital en Tobruk y está dirigido por Jalifa Haftar, un “señor de la guerra” que desconoce la constitución del GAN ya que denuncia que fue organizado bajo presión de potencias extranjeras y con una elección legislativa ilegítima. Haftar, quien fuera opositor a Gadaffi, controla buena parte del antiguo ejército libio y cuenta con el apoyo de Rusia, Francia, Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Estados Unidos por su parte viene manteniendo lazos con ambos bandos. Tanto las potencias de la Otan como los gobiernos árabes aparecen divididos en la contienda, apoyando a uno u otro bando.

La situación militar parecía llegar a una resolución a fines del 2019 con el avance de las fuerzas de Haftar sobre Trípoli, pero la intervención de Turquía le puso un límite a esa ofensiva y le permitió a las fuerzas del GAN iniciar un contraataque que las llevó a la posibilidad de tomar Sirte, una ciudad portuaria estratégica para la exportación de petróleo. Este nuevo viraje en la situación militar es la causa de la resolución egipcia favorable a una intervención directa de sus fuerzas armadas en apoyo a Haftar, en el marco de una escalada militar general. Junto con esto, ha aumentado el tráfico de armas organizado por las distintas potencias, aun cuando rige una prohibición internacional de venta de material bélico a cualquiera de las facciones. A comienzos de junio se estuvo al borde de una batalla naval entre buques franceses y turcos cuando los primeros buscaron detener un barco de transporte de bandera tanzana presumiblemente repleto de armamentos en camino a Trípoli, lo que fue impedido por la marina turca (El País 3/7). A principios de julio, una base aérea en territorio libio controlada por Turquía fue bombardeada por aviones de origen ruso o francés, y en los últimos días, fue noticia el arribo de nueve aviones de transporte rusos cargados de pertrechos militares (La Vanguardia 2/8). El cuadro se completa con el reclutamiento de mercenarios de distintas regiones contratados por ambos bandos y la existencia de pequeñas regiones gobernadas por señores tribales en el interior del país.

Petróleo sangriento

El elemento determinante, aunque no el único, de la escalada bélica y de la intromisión creciente de las potencias es la explotación del petróleo de Libia, donde yacen las mayores reservas de toda África. La cercanía con Europa, transforma a sus yacimientos en estratégicos y económicamente rendidores y le ha dado a las empresas europeas un predominio en los mismos. La española Repsol, la francesa Total y, especialmente, la italiana ENI, cuentan con importantes inversiones y prerrogativas, la última de estas empresas extrae en Libia el 10 por ciento de su producción mundial. La apuesta de cada potencia por uno u otro bando en la guerra civil apunta a aumentar su participación en este negocio o a sumarse al mismo. Solo la empresa nacional libia, administrada por el gobierno del GAN tiene la autorización para exportar petróleo, a pesar de que la mayor parte de los pozos están bajo el control de Haftar, lo que se ha traducido en una baja dramática en la cantidad de combustible exportado.

Al mismo tiempo, al ubicarse las costas libias en el Mediterráneo oriental, el conflicto suma otras aristas, en una región atravesada por distintos choques políticos y por la explotación de las ricas reservas de gas que se encuentran en la plataforma submarina. Turquía firmó a comienzos del año un acuerdo con el GAN para crear una zona económica exclusiva común entre ambos espacios marítimos, lo que crea una franja divisoria en el Mediterráneo suponiendo límites al proyecto que impulsa el gobierno israelí de construir un gasoducto submarino desde Oriente Medio a Europa. El gobierno de Erdogan busca a la vez romper el aislamiento frente al bloque que representan en la región Israel y Grecia, país con el que Turquía mantiene conflictos limítrofes.

Por su parte, el gobierno egipcio de Al Sisi, que se hizo con el poder luego del golpe de Estado al gobierno de los Hermanos Musulmanes, busca terciar en el conflicto regional y propinarle un nuevo golpe a esa agrupación islamista que apoya al gobierno del GAN. Francia no solo busca aumentar la penetración de sus empresas petroleras, sino también ampliar la exportación de armamentos ya que entre la coalición que apoya a Haftar, se encuentran países que son sus principales compradores en este rubro, como los Emiratos Árabes Unidos.

Detengamos la barbarie imperialista

La desintegración de Libia ha provocado un desastre humanitario con miles de desplazados y la destrucción de las condiciones de vida de la población en aras del interés imperialista. Libia, a su vez, es también un país de tránsito de migrantes de otras naciones africanas asoladas por la guerra que buscan arribar a Europa. La crisis capitalista mundial y el acrecentamiento de la disputa por mercados y zonas de influencia son la causa última de esta situación de barbarie. La tendencia a la guerra que engendra toda crisis capitalista encuentra en Libia una de sus principales expresiones y todo indica que la escalada tiende a aumentar. En este contexto, una nueva intervención independiente de las masas trabajadoras de la región, como ocurriera en la primavera árabe es más necesaria que nunca para echar a todos los imperialismos y a sus personeros nativos.