"Habemus Papa": León XIV, electo tras otro cónclave de camarillas

La Iglesia Católica, un poder monárquico y oscurantista

En la cuarta tanda de votación, el cardenal de origen norteamericano Robert Prevost (que adoptará como nombre el de León XIV) se convirtió en el sucesor del Papa Francisco, al alcanzar los dos tercios de los votos necesarios en el cónclave electoral.

Prevost fue designado por Bergoglio como cardenal y, antes, como titular de la Pontificia Comisión de América Latina. Los medios destacan que el nombre del nuevo Papa traza una continuidad con León XIII, el impulsor de la encíclica Rerum Novarum (1891) que abrió paso a lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia, con la cual la institución intentó aggiornar su discurso frente al desarrollo del movimiento obrero y para contrarrestar la difusión del socialismo en el mundo.

Lo cierto es que la Iglesia Católica, poder monárquico y oscurantista, no puede llevar adelante un proceso de reforma democrática. En la actualidad, cumple un rol de legitimación del orden capitalista, incluyendo al ala que aconseja la piedad hacia la población más empobrecida. Por eso, resulta irrenunciable la lucha por la separación de la Iglesia y el Estado, contra el oscurantismo clerical y contra toda forma de opresión del hombre por el hombre.

Es una incógnita cómo será la relación de Prevost con otro poderoso norteamericano, Donald Trump, quien se hizo notar en medio de las deliberaciones de las Congregaciones Generales difundiendo una foto elaborada con inteligencia artificial, en que él mismo se veía como pontífice. Algunos medios pretenden ver en Prevost un contraste con la figura del magnate, pero todo está por verse. Por lo pronto, el líder de la Casa Blanca saludó al nuevo titular del trono.

Las pujas internas

La fumata blanca anunciada este jueves 8 disimula hasta cierto punto el tortuoso proceso de elección del nuevo Papa, que recreó las tensiones y luchas de camarillas que llevaron alguna vez a la directora del suplemento femenino de L’Osservatore Romano a definir al Vaticano como “un nido de víboras” (BBC, 14/12/18).

No había empezado siquiera el funeral de Francisco cuando sectores del llamado “partido romano” pusieron en marcha un lobby sigiloso para encumbrar como nuevo pontífice a Pietro Parolin, el secretario de Estado de Bergoglio. Parolin, que fue posicionando su candidatura a través de sus viajes al exterior, se proponía encabezar –según los francisquistas- una “restauración conservadora”, con el amargo detalle adicional de tratarse de un antiguo hombre de confianza de Francisco. Sin embargo, la desventaja de Parolin, para los “vaticanólogos”, era la propia atomización de ese partido romano, ya que otros dos cardenales italianos aspiraban también al Papado.

Si a Parolin se lo ubicó en muchos análisis como el “conservador” del cónclave, a otros se los anotó en una supuesta ala “progresista”, continuadora de Francisco. El que sonaba con mayor fuerza era el filipino Luis Tagle, ex arzobispo de Manila, cuestionado por su gestión al frente de Cáritas Internationalitis, que fue intervenida por Bergoglio a fines de 2022.

A comienzos de mayo, cuando estas eran las dos figuras más mencionadas en los medios, Anne Barrett Doyle, de Bishop Accountability, una organización que lucha contra los abusos sexuales, fustigó a ambos candidatos. En una conferencia de prensa, advirtió que “ningún alto prelado de la Iglesia ha guardado tantos documentos secretos sobre este tema como Parolin”. Y amplió: “cualquier solicitud de información sobre casos de abusos pasaba por la oficina del secretario de Estado”. Mencionó el caso de Australia, cuyas autoridades habrían emitido un pedido sin respuesta por cientos de casos de abusos. A su vez, señaló que la Santa Sede no quiso publicar un informe elaborado por dos de sus enviados a Chile, en 2018, para investigar las denuncias en dicho país.

Con respecto a Tagle, Doyle dijo: “cuando fuimos a Filipinas, lo que encontramos nos dejó boquiabiertos. Allí, las víctimas de abusos están tan asustadas que hasta ahora solo una se ha identificado públicamente (…) es una Iglesia tan retrógrada que nunca publicaron el documento con las pautas para prevenir abusos” (La Nación, 3/5).

El problema de los abusos, que no diferencia fracciones, tiene una dimensión “estructural” en la Iglesia, como ha reconocido con tino el jesuita alemán Hans Zollner, quien apuntó en un reportaje que “los casos de abusos se han repetido por todos lados y, con mucha frecuencia, siguiendo el mismo tipo de patrón” (La Nación, 30/4).

En el caso del nuevo Papa, recibió denuncias por encubrimiento durante su paso por la diócesis de Chiclayo, en Perú, donde pasó dieciocho años (Infobae, 9/9/24).

Pero, además de las disputas de camarillas, las vísperas del cónclave papal tuvieron presencias polémicas, como la de Juan Luis Cipriani, del Opus Dei, arzobispo emérito de Lima, quien fue acusado por abusos y trasladado. Otra fue la de Angelo Becciu, funcionario vaticano que resultó apartado de su cargo por defraudación, a través de una mala inversión inmobiliaria con fondos reservados de la Secretaría de Estado. Pese a que Francisco le había quitado los derechos cardenalicios, Becciu defendió con vehemencia su participación en el cónclave, alegando que elegir al Papa es más bien “un deber” que un derecho. Este sofisma no lo salvó y, acorralado por las críticas, debió retirarse.

Mientras pregona la espiritualidad desinteresada, el Vaticano libra luchas despiadadas con la mayor de las lógicas terrenales.

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