Italia: el significado de la reelección del presidente Mattarella

Sergio Mattarella, presidente italiano

Luego de seis días de votaciones, el veterano hombre del establishment italiano Sergio Mattarella, que ocupó el cargo de presidente durante 7 años, fue reelecto a fines de enero. El jefe de Estado (que se elige en forma indirecta, sin voto universal) obtuvo 759 votos, o sea, la mayoría absoluta de los 1.009 denominados “grandes electores”, entre los cuales se hallan 630 diputados, 321 senadores y 58 delegados regionales. Italia tiene un régimen político parlamentario, donde a diferencia de los sistemas políticos presidencialistas, el Poder Ejecutivo reside en el primer ministro. La figura del presidente conserva importantes prerrogativas; puede nombrar, en ciertas condiciones, a funcionarios del Estado y a menudo se erige en árbitro de las crisis. Según diversos analistas, el mandato de Mattarella durará como mínimo hasta la primavera de 2023, cuando se lleven adelante las elecciones generales. Su reelección es la manifestación de un bloqueo político, por eso la confirmación de un presidente “apartidario” resultó la única ficha ante la incapacidad de las distintas fracciones en pugna para imponerse. Para ello, debieron disuadirlo de su voluntad manifiesta de abandonar el cargo.

Disgregación

La impasse planteada en la elección presidencial no ha sido una puesta en escena, sino la expresión de una crisis que se va profundizando en el régimen político. Los candidatos presentados por la centroizquierda (Partido Democrático, Movimiento 5 Estrellas, etcétera) fueron sistemáticamente rechazados por la coalición derecho-fascistoide (Forza Italia, La Lega, Hermanos de Italia) y viceversa. El M5E ha oscilado entre ambos sectores y el descalabro que durante el interregno electoral imperó en su seno ha llevado a que se divida internamente.

La única fuerza que votó en contra del presidente reelecto fue el fascista Hermanos de Italia (cuya lideresa es Giorgia Meloni), lo que era de esperarse habida cuenta su rechazo al gobierno de unidad nacional capitaneado por el banquero Mario Draghi, un técnico “independiente” impuesto en su momento por la Unión Europea (UE). En cambio, La Lega y Forza Italia han acompañado con su voto el nuevo mandato de Mattarella.

Matteo Salvini, jefe de La Lega, ha fracasado estrepitosamente en la tentativa de apuntalar un candidato propio. Todos los nombres que propuso han sido rechazados e incluso ha terminado por debilitar políticamente a elementos de peso en el Estado como la presidenta del Senado, Elisabetta Casellati, y la jefa de los servicios secretos italianos, Elisabetta Belloni. El intento de elegir a Belloni como la primera presidenta de la historia de Italia tuvo como organizadores a Salvini y al ex premier Giusseppe Conte, del M5E, quienes compartieron gobierno en 2018. La candidatura encontró rápidamente el rechazo de la derechista Forza Italia, así como del centroizquierda Partido Demócrata, que vincularon absurdamente una hipotética presidencia de Belloni, por su condición de “espía”, a la reproducción en el país de regímenes políticos como el ruso o el egipcio. Luigi Di Maio, referente del M5E, se desmarcó de Conte y fue uno de los principales animadores de la carta Mattarella, una jugada que también realizó el PD.

Asimismo, pesos pesados como el actual primer ministro Draghi o el ex presidente Silvio Berlusconi, de Forza Italia, que también se postularon a la presidencia, quedaron a la zaga o en el caso de Berlusconi se retiró prematuramente “por razones de salud”. Se ha divulgado que la centroderecha y el M5E optaron por rechazar una presidencia de Draghi para que pueda permanecer en su cargo actual de primer ministro debido a sus íntimas relaciones con la burguesía italiana y con el capital financiero internacional, o sea, porque sería el hombre fuerte del capital para aplicar un ajuste en Italia sin provocar una reacción de conjunto del movimiento obrero. Otras fuerzas rechazaron su candidatura con el argumento de que los eventuales sucesores de Draghi, como el actual titular de Innovación Tecnológica y ex CEO de Vodafone, Vittorio Colao, serían simples títeres de él, por lo que el premier terminaría detentando ambos espacios de poder. La fascista Meloni sí ha defendido la candidatura a presidente de Draghi, aunque solo porque su triunfo hubiese conducido a elecciones anticipadas.

La clase capitalista saludó el resultado electoral con una suba de las acciones en las bolsas de Milán; y la brecha con el tipo de interés de los préstamos alemanes se redujo a niveles que no se observaban desde mediados de diciembre. Sin embargo, la reelección de Mattarella fue precedida por nuevas divisiones y choques al interior de los partidos patronales, lo que anticipa futuras crisis políticas.

El gobierno Draghi

El hecho de que Draghi se haya vuelto definitivamente el favorito de la mayoría de la burguesía tricolor se explica en buena medida porque ha logrado, hasta ahora, ir cumpliendo de a poco con el programa de ajuste que forma parte de los requisitos para que el país acceda a la totalidad de los fondos del plan de recuperación de la Unión Europea (UE), cuyo monto asciende a unos 209.000 millones de euros. El grueso del dinero incluido en este paquete de estímulos está destinado al rescate del capital en crisis.

Draghi ha venido desenvolviendo el programa de las grandes patronales. Ha eliminado el bloqueo a los despidos decretado por Conte en 2020 (que fue burlado por las patronales dejando 2,2 millones de cesanteados) y ha dado rienda libre al cierre y a la reestructuración de varias empresas, lo que trajo aparejado un aumento de la desocupación y de la precarización laboral. A la vez, puso en marcha una legislación que da cabida a las privatizaciones (entre ellas el desguace de la línea aérea nacional, Alitalia, con miles de despidos). En relación al sistema previsional, entrará en vigencia la “ley Fornero”, que estipula un aumento de la edad jubilatoria, mientras que está en carpeta reducir los montos y endurecer los criterios de otorgamiento del subsidio “renta de la ciudadanía”, el cual está dirigido a aquellas personas que se encuentran bajo el umbral de la pobreza absoluta (Sin Permiso, 18/12/2021). También impuso un fuerte ajuste sobre la salud y la educación, mientras que aumentó el gasto en el militarismo (para preservar, por ejemplo, los intereses de la clase dominante italiana en África).

Las medidas que ha ido tomando el gobierno en materia fiscal aumentaron los beneficios de la clase burguesa y está en danza disminuirle de un modo considerable los impuestos.

El terreno económico en el que opera la política anti obrera del gobierno Draghi está plagado de contradicciones; Italia es uno de los eslabones más frágiles de la Unión Europea, “ha acumulado una deuda colosal de casi 2,7 billones de euros, es decir, el 153,5% del PIB a finales de 2021, la proporción más alta de la zona euro, por detrás de Grecia” (Infobae, 31/1). La inflación mundial ha impactado con fuerza en el país, el aumento del precio internacional de la energía podría reducir el PBI italiano al menos un 0,8 por ciento en 2022, y, por otro lado, el crecimiento (rebote) se desaceleró bruscamente en el último trimestre de 2021; el aumento de las tasas de interés previsto por la Reserva Federal (FED) estadounidense echará nafta al fuego de la deuda. Desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera, la situación es acuciante, los datos de la OCDE muestran que “los salarios reales en 2021 son más bajos que en 1990 (-2,9%)” (Sin Permiso, ídem).

La clase obrera

Estos golpes contra los trabajadores no hubiesen podido prosperar sin la colaboración directa de las burocracias sindicales, fundamentalmente de la CGIL y de la CSIL. La CGIL, la principal, está atravesada por una fuerte crisis, la burocracia no ha conseguido obtener el lugar que esperaba en las mesas de negociación con el gobierno, sino que este la redujo a la condición de segundo violín.

La CGIL y la UIL se vieron obligadas a convocar a un paro general el 16 de diciembre del año pasado, en ese marco se han desarrollado concentraciones en las plazas de muchas ciudades italianas, con un acatamiento dispar. Pero lo hicieron, no como parte del inicio de un plan de lucha consecuente (el paro ni siquiera estuvo impulsado por una campaña de asambleas en los lugares de trabajo), sino para descomprimir la bronca existente en amplios sectores de la vanguardia obrera y asimismo para defender sus pretensiones de una integración mayor al gobierno. El comunicado elaborado por ambas centrales, que llama a la medida de lucha, se enmarcó en los estrechos límites de un lamentable apoyo al gobierno; señala que las políticas económicas que se han aplicado son “insatisfactorias” y que el ajuste es, en todo caso, el producto de la presión del sector derechista de la coalición oficial, pero que “valoran los esfuerzos de Draghi y del gobierno”.

La CSIL, el segundo sindicato más grande del país, no se unió al paro y llamó a una contramanifestación de contenido pro gubernamental en Roma, el 18 de diciembre.

En el llamado sindicalismo de base hubo posiciones contrapuestas respecto al paro. El Ejecutivo nacional de la USB (Unión Sindical de Base) publicó un comunicado en el que dice que su lucha contra el gobierno de Draghi “no tiene nada que ver con esa huelga, que no les interesa y no les concierne” (Sin Permiso, ídem). Algunos sectores de base de la USB, no obstante, llamaron acertadamente a participar de la huelga de manera independiente, tal es el caso de los delegados de la planta de Stellantis en Melfi o de OCME en Parma. El SiCobas (Sindicato Interprofesional de Cobas), en tanto, apoyó la medida de lucha.

La CGIL y la UIL indicaron un grado de acatamiento del 85 por ciento, aunque varias fábricas pararon como fruto de la organización de los obreros. La jornada no contó con la participación de los trabajadores de la educación, que tuvieron su propia huelga el 10 de diciembre con los trabajadores metalúrgicos (los dos sindicatos convocantes forman parte de la CGIL), y las legislaciones vigentes no les permiten realizar otra medida de esas características en el corto plazo. Los límites anti huelga se hicieron sentir igualmente en sectores como el transporte o los puertos, que participaron parcialmente de la jornada de lucha, y ni hablar en los trabajadores precarizados.

El paro de diciembre mostró, con independencia del carácter burocrático de la convocatoria y de sus límites, que anida una voluntad de lucha contra el ajuste entre los trabajadores italianos. Se están desarrollando iniciativas para constituir una coordinación entre los sectores combativos del movimiento obrero, las cuales han despertado expectativas en la vanguardia obrera y de la izquierda. Plantean la necesidad de ocupar las fábricas en caso de cierres o despidos masivos. Es una línea de acción propuesta a partir de que diversos sectores salieran a la lucha aplicando esa metodología clasista de acción directa. Importante paso adelante que hay que apuntalar.