La doble agresión de Estados Unidos contra los migrantes haitianos

El imperialismo destruye la nación caribeña y luego deporta a quienes buscan refugio.

Las imágenes de agentes fronterizos a caballo que intimidan y persiguen a migrantes haitianos recorrieron el mundo esta semana. Al grito de “¡regresen a México!” y con insultos contra el país antillano, los oficiales norteamericanos buscaban empujarlos al otro lado del Río Bravo, desde el estado de Texas.

El gobierno de Joe Biden suma una nueva página de oprobio en la represión migratoria. Desde el año pasado, ha deportado 940 mil personas en forma exprés (BBC, 22/9), valiéndose de un acta que heredó de Donald Trump.

Los migrantes se venían aglomerado por miles en las últimas semanas en la localidad fronteriza de Del Río, en un campamento en condiciones deplorables. Al otro lado de la frontera, en la localidad mexicana de Ciudad Acuña, también hay otros a la expectativa de cruzar. Pero en los últimos días, las autoridades estadounidenses comenzaron a deportarlos en vuelos a Puerto Príncipe.

El flujo de refugiados de la nación antillana creció este año como fruto de la crisis política y social, que incluyó el magnicidio del primer ministro Jovenel Moïse, y del terremoto de agosto, que dejó más de dos mil muertos y 50 mil viviendas destruidas. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que los habitantes de este territorio huyen ante las condiciones de vida desesperantes (es el país más pobre del continente). Dos millones de personas, número equivalente a un quinto de la población, se encuentran en el exterior.

“Si me pedís que vuelva otra vez donde nací…”

Una de las vías que emprendían antaño los haitianos para llegar a Estados Unidos era la ruta marítima, pero esta fue perdiendo eficacia a raíz de la represión. En su lugar, hoy la mayor parte de los emigrantes hacia el país del norte proviene de otros países latinoamericanos, en los que se establecieron previamente.

Entre 2014 y 2018, por ejemplo, 150 mil arribaron a Chile, donde solo encontraron trabajos precarios, discriminación y debieron radicarse en barrios humildes. Este año, el gobierno de Sebastián Piñera lanzó una ola de deportaciones. Brasil es otro de los destinos elegidos.

Desde los países sudamericanos, los antillanos que no han conseguido empleo o que son perseguidos y expulsados, emprenden un riesgoso viaje en auto, colectivo o simplemente a pie, hacia los Estados Unidos. En Colombia hay actualmente más de 20 mil haitianos intentando pasar a Panamá. En el camino deben cruzar la peligrosa selva de Darién.

Varios funcionarios del gobierno estadounidense se manifestaron horrorizados ante las fotos capturadas en la frontera por Paul Ratje, de la agencia AFP. Entre ellos, la vicepresidenta Kamala Harris. Sin embargo, fue ella quien lanzó la advertencia a los migrantes de que no intentaran llegar a Estados Unidos porque “serán enviados de vuelta”. Lo dijo en Guatemala, como parte de una gira con la que buscaba disuadir a las caravanas migratorias que parten del triángulo norte (Guatemala-Honduras-El Salvador). En México, Harris afianzó el pacto con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que ha transformado a la nación azteca en un Estado tapón, donde los migrantes son reprimidos, o sus trámites de asilo, dilatados.

En Estados Unidos, los republicanos están aprovechando la crisis para golpear a Biden, a quien inclusive acusan de blando, pese a que está cumpliendo a rajatablas el acta trumpista. El gobernador de Texas, el conservador Greg Abbott, mandó sus propias patrullas a la frontera.

La crisis de refugiados es un búmeran para Washington. Los migrantes provienen de países que han sido devastados por su intervención. En el caso de Haití, patrocinó una fuerza de ocupación (la Minustah) durante casi quince años y apoyó a los gobiernos oligárquicos que hundieron el país.

La crisis en Haití

En tanto, el enviado especial norteamericano para Haití, Daniel Foote, renunció señalando su repudio a las deportaciones y al accionar de los agentes fronterizos. Pero habría razones más de fondo. Wendy Sherman, la subsecretaria de Estado, señala que Foote no compartía el apoyo estadounidense al nuevo gobierno de Ariel Henry y era partidario de una nueva intervención armada, opción que la funcionaria por el momento descartó (Le Nouvelliste, 23/9).

Henry se transformó en el máximo mandatario a fines de julio, tras el crimen del presidente Jovenel Moïse, quien lo había designado como primer ministro poco días antes del hecho. Este mes, acordó con un sector de la oposición la formación de un gobierno de unidad nacional, en un intento por superar el vacío de poder. Las elecciones que estaban previstas para fin de año fueron postergadas por un año más, al igual que la reforma constitucional.

Recientemente, el primer ministro destituyó a un fiscal que había solicitado abrir una investigación sobre su posible participación en el crimen del jefe de Estado. Según este funcionario judicial, el ahora jefe de gobierno se habría comunicado telefónicamente -a la misma hora del asesinato- con uno de los acusados de formar parte del complot.

De todos modos, hay muy poca claridad sobre el caso. Se ha hablado mucho en los medios de un presunto plan orquestado desde Florida por un pastor y dos empresarios de infraestructura, ejecutado finalmente por mercenarios colombianos. Pero sectores del oficialismo denuncian como responsable intelectual a un sector de la oligarquía local que estaba enfrentado a Moïse.

Mediante su injerencismo, el imperialismo ha hundido la economía del país y se ha apropiado de sus recursos naturales, a la vez que se ha valido de su mano de obra barata. Rechazamos esta colonización imperialista y reclamamos para los migrantes haitianos el respeto irrestricto del derecho de asilo.