Internacionales
21/1/2025
La proclama neo-imperialista de Donald Trump: ¿un gobierno fascista en Estados Unidos?
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La asunción de Trump
El discurso inaugural de Donald Trump tuvo como eje la idea de una nueva era dorada del imperialismo norteamericano. Le adjudicó al fin de la declinación norteamericana la posibilidad de emprender anexiones territoriales directas a favor de Estados Unidos, una guerra de tarifas y proteccionismo económico contra el resto de las potencias y países, y que sus soldados, de ahora en adelante, “ganen las guerras”.
La idea de recuperar un esplendor imperial pasado estuvo subrayada con la referencia al “destino manifiesto”, que fue la cobertura ideológica para la expansión del Estados Unidos continental en el siglo XIX, a costa del genocidio de pueblos originarios y la guerra de ocupación territorial contra México, y también en la reivindicación del presidente William McKinley, que construyó el canal de Panamá (apropiándose del territorio que ahora Trump propone reocupar) y que en la guerra contra España se anexionó Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Fueron estas conquistas territoriales, en 1898, las que marcaron el ingreso de Estados Unidos al club de las potencias imperialistas que se dividieron el mundo en el último siglo y medio.
Como hemos marcado en Prensa Obrera, esta orientación marca un giro respecto a la política de los gobiernos recientes del país, incluso yendo más lejos que en su primer gobierno.
La vuelta al poder de Trump ha pasado por encima de las viejas divisiones. Dominando el Partido Republicano, con un gabinete depurado de moderados, con mayoría en ambas cámaras y una Corte Suprema adicta, se plantea de manera desatada con un programa de lucha por la recuperación de la hegemonía imperialista de Estados Unidos. Incluso ha contado con el apoyo de parte de la burocracia sindical, históricamente unida de manera férrea al Partido Demócrata, y pudo jactarse del aumento de sus votos entre la comunidad negra y latina. El colapso de los demócratas luego del gobierno Biden-Harris le ha dejado un terreno despejado a sus proyectos de gobierno personalista y autoritario.
El pasaje de bando es más brutal que en ningún otro lado en la clase capitalista. Aunque Trump no logró durante la campaña empatar la recaudación de Kamala Harris, la pelea en el reparto del apoyo de los grandes millonarios fue mucho más cercana que en el pasado, y luego del triunfo electoral más y más CEOs han hecho saber su simpatía por el presidente millonario. La inauguración fue un verdadero “quién es quién” de las grandes fortunas, que financiaron el evento con una colecta especial de más de 200 millones de dólares. Se destacó entre ellos Elon Musk, que se ha integrado a la camarilla íntima de Trump y tiene un puesto formal en el gabinete, que salió en las noticias haciendo un saludo nazi desde el escenario.
Es evidente que las referencias trumpistas a la búsqueda de la paz son pura demagogia. Quien lanzó antes de asumir los planteos de anexión de Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá no tiene nada de pacifista. Su presión por el cese al fuego en Gaza y las negociaciones respecto a Ucrania solo pretenden remodelar el mapa de una ofensiva contra China, que incluyen un rediseño de Medio Oriente favorable a ello, retomando la búsqueda de un acuerdo de Israel con Arabia Saudita y Qatar. El anuncio absurdo e insultante de que el Golfo de México pasaría a denominarse Golfo de América cumple la función política de subrayar esta actitud agresiva y colonialista.
Mientras que, posteriormente a la caída de la Unión Soviética, el intervencionismo norteamericano se apoyó en grandes coaliciones militares basadas muchas veces en resoluciones de las Naciones Unidas (estas coaliciones le permitieron a Washington no solo presentar a su rapacidad como respeto de las regulaciones internacionales, sino también hacer correr con el peso de las aventuras militares a Europa y otros aliados menores), la decisión de romper con estos métodos, que encarna Trump, proviene del cuestionamiento de dichos acuerdos, en tanto no han frenado el declive indisimulable de la dominación internacional del imperialismo yanqui. Y, por otra parte, la resurrección de Estados Unidos que plantea el magnate es en detrimento y a expensas de sus aliados occidentales, lo cual abre un escenario de mayor beligerancia y rivalidad interimperialista.
El imperialismo multilateralista de Bush padre e hijo, Clinton, Obama y Biden permitía actuar militarmente a pesar de que la derrota de Vietnam hundió por 50 años la posibilidad de una conscripción militar obligatoria de la población norteamericana. Sin embargo, los retrocesos en Afganistán, Irak y Siria mostraron los límites insalvables de esta política. El plan de Trump, de ruptura con los socios de la Otan, manteniendo un intervencionismo militar vigoroso, solo podría sostenerse en la posibilidad de una conscripción militar masiva, que necesita un cambio de régimen político y una militarización de la sociedad norteamericana.
¿Qué régimen político constituye el nuevo gobierno de Trump?
El punto de partida del gobierno de Trump es entonces la constitución de un gobierno personal, de carácter bonapartista, represivo y de ofensiva militar imperialista y de ataques a la clase obrera y las masas. El componente de poder personal está subrayado en el gobierno mediante decretos presidenciales con los que “restauraría completamente a América”.
El eje mayor ha sido la agitación racista contra los inmigrantes. Las deportaciones masivas que promete Trump (habló en la inauguración de todo aquel que haya ingresado de manera irregular al país, no solo los que hayan tenido una condena criminal, que era otra variante en debate) constituyen un 6% de la fuerza laboral. Muchos sectores capitalistas han planteado la grave pérdida de ganancias y el efecto recesivo de tal medida, colocando su implementación en el centro de choques intercapitalistas, que incluyeron el compromiso de Trump de habilitar exenciones para los empleados de las empresas tecnológicas de sus amigotes Musk, Bezos y Zuckerberg, que dependen de un gran plantel de trabajadores extranjeros altamente calificados.
Trump resolvió la militarización de la frontera con México, cerrándola incluso a quienes pidan asilo, que deben esperar en México a que se considere su caso. También anunció que las fuerzas federales realizarán las redadas masivas de inmigrantes en aquellas ciudades cuyas autoridades municipales hayan declarado no colaborar con la expulsión de migrantes, denominándose “ciudades santuario” como Nueva York, Chicago y una larga lista de las principales ciudades. Una aplicación real de esta amenaza plantearía la organización de verdaderos campos de concentración, llevando a una escala mayor lo que vimos en las celdas de la frontera en el primer gobierno del monstruo naranja.
El enfoque en el discurso fue que la inmigración, un hecho estructural de la vida económica y productiva del país, debía ser combatida porque era, en esencia, la “invasión” del país por elementos criminales y dementes traídos de cárceles y centros psiquiátricos extranjeros a EEUU. Los que llevan adelante esta acción serían carteles narcos y organizaciones delictivas para las cuales pidió su declaración como organizaciones terroristas y como una fuerza extranjera hostil. Todo el discurso que equipara a los inmigrantes con organizaciones terroristas y delictivas es un discurso que explota el racismo nacionalista para una militarización general de la sociedad.
Han estado entre las primeras medidas de gobierno el otorgamiento sin límites de nuevas licencias petroleras para disputar el mercado energético internacional, a caballo de un proceso de fracking irrestricto. A esto sumó Trump la ruptura con varios acuerdos internacionales, como los acuerdos climáticos de París y la pertenencia a la Organización Mundial de la Salud.
La amnistía a 1500 neonazis y miembros de milicias de ultraderecha arrestados por choques violentos y armados en el intento de golpe de Trump del 6 de enero de 2021 son un paso importante para complementar la acción legal con bandas paraestatales. En su momento, el 6 de enero fue un salto en la estructuración de estos grupos reaccionarios diversos en un movimiento fascista liderado por Trump. Dijimos entonces en Prensa Obrera que la acción, aunque fallida, “estuvo destinada a ser el bautismo de fuego de una nueva formación política de características fascista de lo que hasta ahora aparecían como milicias o grupos de choque locales”. Su represión legal, limitada por los demócratas y la justicia a algunos casos individuales, sin avanzar sobre los jefes políticos del partido republicano, los empresarios que los financian y sus contactos en las fuerzas de seguridad, los llevó a cierta salida de escena. Trump ha querido guardar las apariencias durante la campaña, escondiendo a sus seguidores milicianos. Pero su primer día de gobierno los ha excarcelado, sin dudas no para jubilarlos. Grupos racistas como el Ku Klux Klan han estado haciendo agitaciones previas a la asunción de Trump para amedrentar a las comunidades migrantes y que abandonen sus viviendas y barrios por miedo a acciones oficiales o extraoficiales.
Conclusiones y perspectivas
Trump es parte de una ola de gobiernos y movimientos políticos ultraderechistas, de Meloni a Milei, pasando por Orban, Le Pen y Bolsonaro, que contienen, todos, una tendencia al fascismo en su composición. Aunque no han roto formalmente con la democracia capitalista, juegan sin dudas al límite, usando el aparato judicial y policial como un instrumento directo de persecución política, ataque a la vanguardia obrera y de las masas. El peligro de un fascismo abierto está sin duda en escena. Las razones que limitan ese pasaje son diversas, pero tienen que ver, por un lado, con la posibilidad de poder seguir dominando bajo las formas de una democracia parlamentaria, cuyo abandono es visto como peligroso para la clase capitalista, y por otro, con la relación de fuerza con las masas. Trump no tiene por qué abandonar las formalidades republicanas cuando controla casi todas las instituciones del Estado. Ya está estudiando cómo llevar adelante el asedio de la única palanca de nivel nacional fuera de sus manos, la Reserva Federal.
Lógicamente, el Estado norteamericano puede llegar muy lejos en la represión sin todavía asumir formas fascistas. Su historia da cuenta extensa de eso. Se han asesinado opositores e infiltrado sus organizaciones cuando resultaron un peligro, como en la situación prerrevolucionaria de 1968. Siguen en las cárceles los presos políticos de los años sesenta y setenta. El macartismo mostró un summum de persecución política comparable con la de la URSS en el apogeo del estalinismo. Todo esto sin cortar el calendario electoral ni la continuidad jurídica constitucional.
Si un elemento puede galvanizar el salto, sin duda es la militarización y fascistización de la principal potencia mundial. El problema de la guerra y el fascismo están íntimamente ligados desde siempre. El fascismo consiste justamente en movilizar a capas medias, obreros y desclasados a conquistar una mejor vida sobre la base de empuñar las armas para desposeer de sus tierras y sus riquezas a los rivales internos y externos. Para lograr esa militarización de la sociedad, es necesaria la destrucción del movimiento obrero, la izquierda y sus organizaciones. El régimen que mejor se ajusta en el mundo a esta definición es el del sionismo en Israel, que no casualmente es tomado como ejemplo y faro por todos estos movimientos, más allá de las credenciales antisemitas y neonazis de muchos de sus integrantes.
Sin embargo, la derrota de los movimientos de masas en EEUU y en los países sobre los que pretenda avanzar Trump no está escrita de antemano ni va a ser un paseo. Las masas norteamericanas vienen de dar duras batallas contra Trump (Black Lives Matter) y Biden (el movimiento contra el genocidio en Palestina) y atraviesan un importante proceso de recomposición y huelgas salariales en el movimiento obrero. Destruir a los movimientos de masas y disponer de la población norteamericana para ir a guerras de conquista solo podría ser el resultado de una derrota histórica.
Las direcciones subordinadas directa o indirectamente al Partido Demócrata ya han mostrado su completa incapacidad para enfrentar a Trump, que ha explotado de manera fantástica su agotamiento histórico. La clase obrera, la juventud y el conjunto de los explotados deben enfrentar a Trump y sus lacayos con sus mejores armas históricas, la independencia política de la clase, el frente único y la acción directa para enfrentar esta ofensiva. La unidad obrera contra el encarcelamiento y deportación de trabajadores migrantes será sin duda un primer round. La necesidad de la humanidad de una vida digna y un futuro serán el motor que reúna las fuerzas necesarias para encarar esa pelea vital.