El segundo mandato de Trump: un giro en la política norteamericana 

Una nueva tentativa por sacar al capital de su impasse.

La asunción presidencial de Donald Trump coincide con las declaraciones del magnate de su voluntad de anexar Groenlandia, retomar el control del canal de Panamá y hasta el interés en convertir a Canadá en la 51 provincia norteamericana. Hay quienes han señalado que estos anuncios son delirantes, descabellados y que no pasan de bufonerías; pero otros medios se lo han tomado más en serio. El semanario The Economist ha dicho que integra un giro que “cambiará radicalmente 80 años de política exterior estadounidense. La estrategia de una superpotencia para abordar el mundo está a punto de dar un vuelco”. Lo que no se puede obviar, cualquiera sea la mirada, es que estamos asistiendo a una escalada yanqui tendiente a un rediseño del escenario internacional en vista a establecer un cambio en los equilibrios de poder. No se puede olvidar que EEUU asiste a un declive económico histórico y su participación en la economía mundial se ha reducido a la mitad con respecto a los años gloriosos de la posguerra, lo que ha ido de la mano de una desindustrialización. Esto ha tenido una traducción en el plano geopolítico donde EEUU ha ido perdiendo un liderazgo en el concierto mundial. El agresivo plan, que incluye los países nombrados, se inscribe en una ofensiva que ha tenido como mojones la guerra de Ucrania, el ataque a Gaza y al pueblo palestino y que ha continuado con la invasión al Líbano, el avance en Siria y y en toda la región. El blanco principal es China. 

Que no se trata simplemente de fuego de artificio fue advertido por diferentes analistas internacionales, que han visto en esta reconfiguración política en desarrollo una tendencia a una guerra mundial. El interrogante que aparece en la prensa es por cierto elocuente: “¿Se viene la Tercera Guerra Mundial? La respuesta de Estados Unidos a las acciones de Rusia y China marca las tensiones y el rumbo de un posible conflicto mundial” (El Cronista, 15/1).

La disputa en torno a la región ártica nos da una medida hasta donde ha subido el clima de beligerancia internacional: tradicionalmente una zona de relativa calma, se ha transformado en un nuevo escenario de tensión geopolítica. La creciente actividad militar de Rusia y China ha encendido las alarmas en Estados Unidos, que ha respondido con medidas contundentes a través de su Guardia Costera. 

El interés por el Ártico responde a su creciente importancia estratégica. Por un lado, por sus recursos naturales: el deshielo en la región ha revelado vastas reservas de petróleo, gas natural y minerales, en particular en los llamados “minerales raros” convirtiendo al Ártico en un atractivo objetivo para la explotación económica. Por el otro, y quizás el más relevante, por sus rutas marítimas: el calentamiento global está abriendo nuevas rutas marítimas que podrían reducir significativamente los tiempos de transporte entre Asia y Europa. Quien domine esa vía puede pasar tener una llave fundamental no sólo del comercio mundial sino a nivel militar. La militarización del Ártico presenta serios desafíos para la seguridad internacional. Ni que hablar que la competencia por el control del Ártico podría desencadenar una nueva carrera armamentista con consecuencias impredecibles para la estabilidad global.

Expansionismo y desestabilización

La asunción de Trump, por lo tanto, constituye un gran factor disruptivo. El rearmado político de Trump es un factor de desestabilización por las tensiones con China y Rusia, pero también con respecto a sus propios aliados occidentales. La ofensiva geopolítica norteamericana va a redundar en un aumento de las presiones sobre sus propios socios del G7 y de la Otan. No se nos puede escapar que EEUU no se ha privado de usar la guerra de Ucrania, además de para cercar a Rusia, como un arma para avanzar en su injerencia y sometimiento de Europa. Quebrar la dependencia energética del viejo continente con Moscú como modo para abrir paso al desembarco de los pulpos petroleros norteamericanos. En las elecciones alemanas no solo la ultraderechista AfD sino también la centrista CDU reivindican la reconexión del gasoducto Nord Stream, volado por los yanquis, para abastecerse de combustible ruso. Es necesario tener presente que la suba de aranceles no solo está dirigida contra China sino también contra las naciones occidentales, contra quienes ha expresado su intención de elevarlos entre un 10 y 20%. Esto significa un perjuicio fenomenal a las exportaciones de muchos países de Europa y también de América del Norte. Representa un golpe demoledor para Canadá en la que el 90% de sus ingresos de comercio exterior provienen de EEUU. 

El segundo mandato de Trump arranca con un salto en su política intervencionista y expansionista, lo que se registra también en la política llevada a cabo por Elon Musk en apoyo de la extrema derecha europea en Inglaterra y Alemania, pasando por la presión extrema impuesta a Justin Trudeau que ha desatado una crisis política en Canadá, llegando a la renuncia del primer mandatario. Pero esta apuesta del magnate es muy riesgosa pues abre flancos de crisis que pueden convertirse en un bumerán. El gobierno de Canadá, incluso con el apoyo de los partidos opositores a Trudeau, ha amenazado con responder con un embargo petrolero a EEUU, lo cual es muy serio pues ese país provee el 60 por ciento del combustible que importa EEUU. Podemos asistir a un incremento inusitado no solo una guerra comercial y tarifaria entre las propias potencias capitalistas tradicionales. Esto aceleraría una fractura de la economía mundial que ya asoma potencialmente. Pero no solo en el plano económico sino político y hasta militar. Tengamos presente que, aunque no se termine de consumar, el solo hecho de insinuar la posibilidad de una anexión política de Canadá significa un salto cualitativo en el expansionismo norteamericano. En la misma dirección van sus amenazas contra México de vetar el ingreso de los productos provenientes de ese país. Por supuesto esto afecta en primer lugar la continuidad del Nafta, pero de un modo más general pone en tela de juicio la estabilidad de los organismos multilaterales y en primer lugar a la propia Otan, desde el momento que el problema que agrega no es ya una amenaza externa sino que el agresor potencial no es otro que un miembro de esta alianza. Lejos de un disciplinamiento automático al interior del imperialismo bajo la tutela de Washington, se abre un cuadro con final abierto de tensiones y choques interimperialistas.

Habría que agregar que el gabinete del que se ha rodeado el magnate entraña una cuota aún mayor de aventurerismo e imprevisibilidad. La prensa mundial ha destacado esta circunstancia y su preocupación sobre este punto. Si advenedizos e impresentables personajes como Pete Hegseth y Tulsi Gabbard están al frente del Pentágono y de los servicios de inteligencia, el caos se extenderá también hacia el interior del país.

Entramos, por lo tanto, en un terreno pantanoso. Se pondrá a prueba la capacidad del nuevo gobierno de lidiar con los conflictos internacionales, empezando por Medio Oriente y Ucrania. Estamos lejos de que se cumpla la promesa del magnate de que se pondría fin a la guerra de Ucrania en 24 horas en coincidencia de su asunción. Hasta el momento, a pesar de las conversaciones, no hay un arreglo a la vista. Las condiciones que reclama Moscú serían superiores a lo que estaría dispuesto a dar la gestión republicana y, a la inversa, los reaseguros que plantean los colaboradores del magnate serían inaceptables para el Kremlin. Hay que tener en cuenta que si las concesiones de Washington van demasiado lejos podría implicar una sensación de abandono en sus aliados de la Otan, abrir una crisis mayúscula en Europa y acelerar las tendencias a la desintegración de la Unión Europea -en la que prospera una línea de mayor empatía con Moscú, encarnada entre otros por Hungría, Eslovaquia y Rumania.

Podría reproducirse en el inicio del mandato de Trump lo que ocurrió con Biden al principio del suyo con la retirada ignominiosa de Afganistán, lo cual expondría una vulnerabilidad muy pronunciada de EEUU en momentos en que está en marcha esta cruzada que apunta a “hacer grande a América nuevamente”. Es cierto que en las negociaciones por Ucrania EEUU cuenta a su favor con el revés sufrido por Putin en Siria y Medio Oriente, y el avance logrado por el sionismo y el imperialismo en la región en detrimento de Irán, Hezbollah y la propia Rusia. Es cierto también que Trump debuta con el acuerdo logrado en Gaza, lo cual el magnate no se va a privar de explotar políticamente y exhibir como un punto de arranque en un nuevo rumbo de la política yanqui que devuelve a EEUU una capacidad de arbitraje y protagonismo en los conflictos internacionales que había venido perdiendo. Partiendo del acuerdo, la aspiración de Trump es reflotar los acuerdos de Abraham que promovió en su primer mandato, dirigido a un acercamiento e integración de Israel con Arabia Saudita y los demás regímenes árabes reaccionarios de la región; proceso que quedó interrumpido con el estallido del conflicto de Gaza y la invasión de Israel. Sin embargo, el cese al fuego tiene un carácter precario y Netanyahu ha planteado reiteradamente que no está garantizado pasar de la primer fase del acuerdo a la segunda, y que esto puede ser una oportunidad para recomenzar las hostilidades contra el pueblo palestino.

Pero la estabilización que ambiciona el imperialismo está lejos de ser un paseo; más bien lo contrario, es una carrera de obstáculos en el marco de un campo minado. No se nos puede escapar que el pacto que se acaba de celebrar marca un fracaso de aniquilar a Hamas y a la resistencia palestina, según el propósito declarado de Benjamín Netanyahu. Esto se combina con la inestabilidad política de todos los regímenes políticos de la región, incluido el propio Israel. La firma del acuerdo ha precipitado una crisis de Netanyahu con los halcones de su gabinete que obligaría a la convocatoria a elecciones adelantadas. Siempre como telón de fondo está presente el fantasma de la primavera árabe y una amenaza potencial de una irrupción de masas en la región. El cuadro general es tremendamente volátil, dominado por una precariedad extrema, incluido de los propios acuerdos que hasta ahora se circunscriben a seis semanas y en las que no se garantiza el fin de la guerra.

Fronteras adentro

El panorama en que se produce la asunción de Trump también es incierto en la arena local. 

El pronóstico del FMI para 2025 es que la economía estadounidense crecerá apenas un 2,2 por ciento. Esto significa un crecimiento anémico con una tendencia a una ralentización incluso respecto al magro índice del 2,5% de 2024. Existe una preocupación fundada que la política de aranceles, en lugar de un repunte de la actividad económica estadounidense, provoque un efecto inverso y conduzca –según sus palabras- a una «producción más baja en relación con nuestro pronóstico de referencia. La política monetaria podría permanecer demasiado ajustada durante demasiado tiempo y las condiciones financieras globales podrían endurecerse abruptamente». Eso podría reducir a la mitad la tasa de crecimiento proyectada para 2025 en adelante.

Los planes del presidente republicano podrían afectar sensiblemente al comercio internacional, cuyo deterioro ha sido uno de los síntomas inconfundibles que ha acompañado las tendencias recesivas en la economía mundial a partir de la crisis financiera de 2008. El salto en la guerra comercial, según algunas agencias económicas internacionales, podría retraer el crecimiento mundial a cero. A la hora de trazar una perspectiva no sólo hay que tener en cuenta la guerra comercial sino la guerra misma, un elemento clave al cual no se le da el alcance que merece en los informes de los organismos internacionales. La regionalización de la guerra en Medio Oriente (que no se la puede dar por terminada de ninguna manera) ha sido responsable de un nuevo aumento de los precios del petróleo y puede agravar la fractura y dislocación del mercado mundial. Lo mismo puede decirse de los otros focos de conflicto en curso o potenciales (Taiwán y el Pacífico) que van a agravarse.

Ni hablar que el aumento de los aranceles, lo cual en la medida que una parte importante de la canasta de bienes proviene del exterior provocaría un salto en la inflación estadounidense. No hay que olvidar que la carestía fue una de las fuentes de descontento de la población con la gestión demócrata, que fue capitalizada por el candidato republicano. Los precios fueron descendiendo bajo el mandato Biden pero nunca volvieron al nivel previo a los de la pandemia. El malestar puede volver ahora y convertirse en un factor que se vuelva en contra del magnate al reducirse el gasto de los estadounidenses. 

Las expectativas en un aumento de la inflación ya ha provocado que se paralice la reducción de la tasa de interés que se venía registrando. Por lo pronto, la Reserva Federal ha anunciado que va a espaciar el ajuste de las tasas de interés que tenía previsto para 2025, e incluso que podría dejar las rebajas en stand by. 

Esto está llamado a acentuar la crisis de la deuda. En primer lugar la propia deuda pública norteamericana, que supera el PBI. En la actualidad el pago de intereses está por encima del gasto que se destina a la seguridad nacional. El déficit fiscal ya llega al 7% y requiere más fondos para su financiamiento. Trump propone eliminar los límites que hoy existen para el endeudamiento del Estado, otorgando libertad al Ejecutivo para hacerlo sin un consentimiento del Congreso. 

Esto significa aumentar la concentración del poder en manos de la figura presidencial, que se inscribe en la tentativa de crear un régimen de poder personal por encima de las instituciones republicanas. En otras palabras, el reforzamiento de la tendencia bonapartista e incluso de las tendencias a una fascistización. Con el resultado de las elecciones los republicanos se han asegurado mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes, lo que se une al control que ya ejercen en la Corte Suprema con una mayoría adicta. La aspiración de Trump es extender ese control a todos los poderes del Estado, incluida la Reserva Federal, a la cual pretende quitarle su autonomía. La alteración del régimen político se compadece con el plan agresivo expansionista y nacionalista -y de la mano de ello, las tendencias belicistas- en que está embarcado el magnate, lo que supone reforzar un disciplinamiento de todas las clases sociales y la creación de un régimen policial de excepción avanzando en una mayor regimentación política de las relaciones sociales y cercenamiento de las libertades ciudadanas.

Más sobre el plan de Trump… y sus contradicciones 

El riesgo de que se no baje la tasa de interés se extiende a la deuda corporativa, haciendo que aumente la morosidad y hasta el peligro de quebrar de las llamadas empresas «zombis» (que no obtienen suficientes ganancias para cubrir sus costes de deuda y deben seguir endeudándose). Más del 40% de las 2.000 principales empresas de los Estados Unidos no son rentables, la mayor parte desde la pandemia. Al mismo tiempo los gastos por intereses como porcentaje de la deuda total de estas empresas alcanzaron el 7,1%, el más alto desde 2003. Las quiebras de empresas estadounidenses en 2024 superaron los niveles de la pandemia de 2020. 

Por otro lado, que las tasas de interés se sigan manteniendo en los niveles elevados actuales aumenta la amenaza de un estallido bursátil. Estamos en presencia de una burbuja en niveles nunca vistos. La esperanza de Wall Street de prolongar esta euforia es que la Reserva Federal siguiera con su plan de reducciones de la tasa de interés, que ahora se ha reducido pasando de cuatro rebajas anuales a dos. La burbuja, recordemos, se mantiene entre otras cosas por un nivel muy marcado de apalancamiento. En el análisis no se puede perder de vista el potencial destructivo que plantea un desplome accionario no solo para EEUU sino a escala mundial. La bicicleta financiera del carry trade que explota Milei podría esfumarse en el aire ante la primera señal de desinfle. Asimismo, viene al caso destacar que las inversiones en inteligencia artificial no se compadecen con los resultados obtenidos y ha sido uno de los motivos que provocaron el derrumbe accionario en noviembre. El frenesí en torno a la IA hace recordar el boom fallido con las punto com de comienzos del 2000.

Por último, la tasa de interés elevada representa una amenaza contra la deuda de los particulares, es decir de la población. Ha habido un aumento muy significativo de la morosidad e impagos en las tarjetas de crédito. Estas cifras revelan un profundo malestar social e inseguridad económica en la supuesta economía en auge de Estados Unidos. Con gastos crecientes y salarios estancados, decenas de millones de trabajadores y personas de la clase media baja se han visto obligadas a depender de sus tarjetas de crédito para pagar alimentos, gasolina, medicinas, ropa y otros costos de vida. Afectados por tasas de interés elevadas, no han podido realizar los pagos de sus tarjetas. Esto es un preludio de lo que se viene con los préstamos hipotecarios y prendarios, donde ya se registran retrasos importantes. La onda expansiva se hace sentir en todas los planos. Particularmente aplastante ha sido el costo de la vivienda, que ha aumentado un 30,4% a nivel nacional entre 2019 y 2023, lo que significa que que las familias gastaron más del 30% de sus ingresos en vivienda.

Junto con el aumento de aranceles, los otros dos pilares del plan económico de Trump son una reforma tributaria y una deportación masiva de los inmigrantes. Como ya lo vienen advirtiendo economistas de todas las vertientes políticas, incluidas republicanas, la reducción del impuesto a las ganancias a las corporaciones y sectores de mayores recursos llevaría a niveles ingobernables el déficit fiscal, que ya ahora es difícil de pilotear. Hay quienes advierten que esto podría llevar a un default por la imposibilidad de financiarlo. 

Una deportación masiva de 10 millones de inmigrantes, como plantea Trump, sería un salto al vacío pues provocaría un escasez de mano de obra y precipitaría una recesión de grandes dimensiones. Un faltante de fuerza de trabajo incentivaría las presiones a un alza de salarios y plantearía un problema de quienes sustituyen a los que son expulsados del mercado laboral.

No olvidemos que los inmigrantes son quienes ocupan los puestos de trabajo más precarios y peor remunerados en sectores como la construcción y servicios. La inviabilidad de esto ya ha dado lugar a que uno de los hombres de confianza del magnate, el senador James Lankfor, haya “corregido” el plan original circunscribiendo el objetivo de deportaciones a 1 millón, reduciéndolo a los inmigrantes que tienen causas penales (Clarín, 18/1). Las mismas idas y vueltas muy probablemente se repitan también con los aranceles y rebajas impositivas.

 A partir de lo expuesto salta a la vista que el plan económico de Trump está lejos de tener una base sólida. Lo que prima es una gran dosis de improvisación, irresponsabilidad y aventurerismo. Esta limitación, sin embargo, no es privativa de la política económica de Trump sino que afecta y engloba al conjunto de la política de la burguesía, como se puso en evidencia durante la gestión demócrata. La derrota histórica de los demócratas respondió al carácter profundamente conservador de su gobierno, a la pérdida del nivel económico de los trabajadores y a su carácter de impulsor internacional de la guerra y el genocidio. La farsa de la despedida de Biden en la que pretenden emitir su preocupación por el advenimiento de «una oligarquía» junto a Trump, pretendiendo reposicionar como resistencia frente al saqueo capitalista a los demócratas, es una impostura. Lo que está como telón de fondo es que los desequilibrios y contradicciones que afectan la economía capitalista y en particular a EEUU en su calidad de primer potencia mundial (el declive histórico en que está sumergida y la bancarrota capitalista mundial en desarrollo) superan holgadamente la capacidad del Estado capitalista para neutralizarlos. El propio Estado no es una vía de solución de la crisis sino parte del problema.

El desafío de los trabajadores norteamericanos 

Sería un tremendo error bajarle el precio a esta nueva experiencia política que arranca el 20 de enero. Trump es el protagonista de una nueva transición política con que la clase capitalista apela a rearmar su dominación. El presidente republicano ha logrado reagrupar detrás suyo a los principales exponentes y sectores de la burguesía norteamericana. Ahí tenemos a Elon Musk y a los CEOs de las principales corporaciones cerrando filas con el nuevo gobierno. Apoyado en ellos, pretende asestar un golpe a los trabajadores norteamericanos y de todo el mundo. El alcance de la política del magnate trasciende las fronteras nacionales. Estamos ante una nueva tentativa por sacar al capital de su impasse a expensas de la humanidad y del planeta, cuya supervivencia está en peligro. Es necesario que los trabajadores argentinos y a escala global tomemos debida nota de este giro, cuyas consecuencias se van a sentir en todo el planeta. 

Los trabajadores norteamericanos tienen sobre sus hombros el enorme desafío de hacer frente y derrotar esta ofensiva capitalista que se prepara. Esto sólo puede ser posible apelando a su accionar independiente, valiéndose de los métodos históricos propios de la clase obrera: la acción directa, los paros, los piquetes, las asambleas y los cortes, la ocupación de las empresas y la huelga general. Delegar la lucha contra la derecha y las tendencias fascistas en el Partido Demócrata es un camino de derrota. La tendencia que prevalece en el partido demócrata es adaptarse y contemporizar con Trump, una conducta similar a la que tienen los kirchneristas en Argentina con respecto a Milei y de un modo general los progresistas en todo el mundo. El segundo mandato de Trump está repleto de contradicciones pero su gobierno no va a caer solamente como víctima de ellas sino que hay que derrotarlo y aplastarlo mediante la intervención popular. El destino de EEUU se dirimirá en el terreno de la lucha de clases.

La vanguardia obrera y juvenil norteamericana que está inmersa en un debate por cierto crucial sobre el rumbo a seguir a partir del balance que arrojan las elecciones norteamericanas y el triunfo de Trump, debe romper sus ataduras y subordinación al Partido Demócrata que no es más que una pieza y un pilar del imperialismo. Es necesario avanzar en la construcción de una fuerza revolucionaria, que sea la expresión política de la nueva generación obrera que vienen encabezando la ola de huelgas que se vienen desarrollando en EEUU (portuarios, Boeing, Amazon, Starbucks) y de los millares de mujeres, jóvenes, estudiantes que han ganado las calles en solidaridad con la causa palestina y en cada una de las causas democráticas que se han venido desenvolviendo estos últimos años.

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