Los debates de la mesa sobre León Trotsky del Frente de Izquierda y de los Trabajadores -Unidad

Continuemos con la campaña de frente único resuelta en la Conferencia Latinoamericana

Rafael Santos (PO), Christian Castillo (PTS), Alejandro Bodart (MST) y Mercedes Petit (IS) estuvieron a cargo de las intervenciones principales

El viernes 21, horas después de cumplirse 80 años del asesinato de León Trotsky, se realizó una mesa debate abocada a este aniversario con miembros de los cuatro partidos que integran el Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad.

Se trató de una actividad importante, no sólo por el interés que concitó en nuestro país la temática, sino porque se planificó como parte (y continuidad) de la reciente convocatoria de la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU., impulsada por el propio FIT-U, y que congregó a 50 organizaciones de 16 países, quienes votaron en común un pliego de diez puntos de acuerdos programáticos y medidas de lucha en frente único (27 de agosto: marcha a las embajadas yanquis en solidaridad con la lucha de los trabajadores en los EEUU; 28 de septiembre: movilización por los derechos de la mujer trabajadora).

Se tocaron numerosos temas. En esta oportunidad, nos concentraremos en tres fundamentales.

Partidos “nuevos” y “amplios” o partidos revolucionarios

Uno de los grandes debates que atravesó la mesa fue sobre la construcción partidaria.

Rafael Santos caracterizó que, tras la muerte de Trotsky, las tendencias que se reclamaban de la Cuarta Internacional procedieron a un abandono del Programa de Transición, lo cual se tradujo en una adulteración de la necesidad de construir partidos revolucionarios. Esto se evidenció en la política liquidacionista y capituladora del “pablismo” ante el stalinismo; el reemplazo de la estructuración en partidos obreros por “atajos” foquistas; el apoyo a las políticas de la burocracia que llevarían a consumar la restauración capitalista en la URSS.

Las dificultades de las corrientes que se reclamaban de la Cuarta para transformarse en grandes partidos con influencia de masas se deben en primer lugar a diversas condiciones objetivas. Pero, las dificultades subjetivas no pueden ser endilgadas a meros problemas organizativos, de “unidad”, de inserción en los movimientos o de, simplemente, tener una caracterización “pesimista” frente a la situación mundial.

La crisis de dirección comportaba problemas políticos, de virajes hacia la integración con sectores de la burguesía “democrática” o nacionalista burguesa. Pero, también, con la pequeño burguesía y las burocracias de los ex estados obreros y de las grandes organizaciones sindicales cooptadas por el régimen. El programa de León Trotsky había sido desechado.

El caso más emblemático de este derrotero fue la Liga Comunista Revolucionaria (LCR, la organización del Secretariado Unificado en Francia) que se caracterizó por renunciar, incluso formalmente, al programa de lucha por gobiernos obreros (dictadura del proletariado). Luego de décadas de adaptación política, disolvieron su partido y crearon otro, de características “abiertas”, desistiendo de la concepción del centralismo democrático, necesaria para preparar a la vanguardia de los trabajadores para intervenir en la lucha revolucionaria. Así, nació el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), un partido “amplio” y “nuevo”, pero que incurría en la “vieja” receta de reemplazar la lucha por el poder para la clase obrera por la conciliación con el régimen burgués.

El NPA planteó abiertamente una política electoralista, de construcción de un aparato para la obtención de bancas. Contradictoriamente, esta orientación no lo llevó a un incremento de sus guarismos electorales, sino a un profundo retroceso, incluso a costa de la corroída izquierda “tradicional” (PC, PS, etc.) ¿Para qué apoyar la copia si se podía tener el original?

La experiencia de grupos como el NPA no fue un accidente francés. Antes, sectores de la izquierda se incorporaron al Psol en Brasil, también como tendencias de un partido pequeño burgués electoralista. Muchas organizaciones vieron en este tipo de construcción, preanunciada y teorizada largamente por la LCR y el Secretariado Unificado, el “tipo ideal” de partido en el que mirarse. Esta orientación, con variantes, primó en diversas corrientes de Argentina, Latinoamérica y el mundo.

La crisis actual del NPA arroja nueva luz sobre el problema de los “partidos amplios”. La mayoría del NPA, proveniente de la ex LCR, ha planteado una” ruptura amigable” con las tendencias minoritarias, lo cual coloca al NPA al borde de la implosión, a concretarse en el Congreso de este año. Se orientan a componendas con el partido burgués Francia Insumisa, liderada por Jean-Luc Mélenchon. Un nuevo y más profundo giro hacia la derecha.

La iniciativa de disolver el NPA provino de la mayoría de la dirección, no de los partidos de izquierda que actúan como tendencias en su interior y que declaran ser militantes revolucionarios. Tras once años, el NPA se hunde -agotado por la impotencia y el oportunismo-, amenazando con arrastrar a la izquierda en su remolino.

Quien fue más lejos en la defensa del NPA es la CCR, el grupo francés ligado al PTS, que lo caracteriza como “centrista”. El centrismo puede ser “progresivo” si se trata de un grupo que rompe con la derecha y va hacia la izquierda, pero lo del NPA es al revés: viene derechizándose desde su nacimiento. Se trata, por lo tanto, de un embellecimiento petesiano para plantear que el NPA sería “recuperable” para una plataforma revolucionaria.

¿Qué hará su corriente ante la disolución inminente? Por lo pronto, en las recientes elecciones de Burdeos, la corriente del PTS viene de plegarse a los entresijos electoralistas de la mayoría del NPA con el partido nacionalista-populista francés de Mélenchon.

Para justificar su política, el PTS lanza un ataque fraudulento contra el PO. Dice que, así como el PTS apoya a los “partidos amplios”, el PO se ligó internacionalmente con un grupo italiano que militaba dentro de Refundación Comunista. En el relato del PTS, toda la izquierda habría “pecado”, por lo cual nadie estaría en condiciones de arrojar la primera piedra (ni de debatir el programa).

La participación del grupo italiano AMR en la fundación de la CRCI en 2004 fue sobre la base de acordar la preparación de la ruptura con Refundación Comunista, del cual ya era, dicho sea de paso, una fracción. Refundación Comunista había virado desde la derecha (PC) hacia la izquierda, pero sin romper con el régimen. El debate en el seno de la CRCI procesó la orientación y la oportunidad de ruptura con Refundación Comunista. La escisión ocurrió dos años después, en 2006, dando lugar a la constitución del Partido Comunista de los Trabajadores (PCL).

Exactamente lo contrario a la política que alienta el PTS, quien defiende la existencia y continuidad del NPA -o sea, la versión francesa de Refundación Comunista- y su «transformación revolucionaria». La principal dirigente de su grupo en Francia acaba de manifestarse (acto del 22/8) por “luchar contra la disolución del NPA, y para hacer de él una herramienta para la construcción del partido revolucionario”.

Brasil, el PT y el Psol

Lo que vale para Francia, también aplica en Brasil. Allí, la situación ha pegado un salto. Con la excusa del bolsonarismo, está en marcha un “frente amplio” promovido por un sector del PT, sin límites a la derecha, incluyendo a variantes del aparato militar. El Psol, “partido amplio”, está abocado a esta perspectiva. Las corrientes del MST y de IS, que están dentro del Psol, dicen oponerse a este curso, pero no han puesto en marcha ninguna iniciativa tendiente a crear un partido militante revolucionario.

Los grupos de la “izquierda” del Psol arguyen que su permanencia se debe a motivos “tácticos”, esto a pesar de que muchos llevan dentro 16 años. Pero, lo que es más importante, ante esta nueva crisis rechazan una vez más romper y conformar un polo revolucionario. En vez de eso, plantean volver… al Psol “de los orígenes”. No abandonan el Psol porque su personería electoral habilita sus candidaturas. Es una historia que se repite como farsa y con un marcado sesgo electoralista.

La corriente del PTS en Brasil, el MRT, luego de que su solicitud de ingreso al Psol fuera denegada, se conformó con integrar las listas con sus candidatos (incluso en San Pablo, donde encabezan Boulos y Erundina, dos figuras de trayectoria represiva y de la derecha del Psol).

El oportunismo en el Psol y en el NPA pretendió ser matizado por el PTS con el hecho de que Causa Operaria -que fuera integrante de la CRCI- estuvo once años en el PT. Es una comparación inadecuada. La regresividad del Psol y del NPA (el pasaje de un grupo trotskista al campo burgués) contrasta con la constitución del PT que, a pesar de sus límites y evolución posterior, fue un hecho progresivo.

El surgimiento del PT representó la formación de un partido de la clase, basado en sindicatos obreros, contra la burocracia sindical “pelega”, impuesta por la dictadura. Esto dio lugar a una nueva central, la CUT, transformando el cuadro político brasileño y abriendo un canal que debía ser acompañado con una fracción revolucionaria, para contribuir a desenvolver una experiencia.

En la mesa debate, aquella política que el PTS e IS justifican con zigzags, fue defendida a cielo abierto por el MST. Su orador reivindicó no ya la integración a “partidos amplios” sino a corrientes lisa y llanamente de la burguesía, sin ninguna raigambre combativa o cimiento obrero, como Proyecto Sur de Pino Solanas o el Frente Cívico del cordobés Luis Juez, elementos que han terminado constituyendo la base motora del macrismo en Argentina.

El MST se “justificó” con un supuesto crecimiento organizativo. Pero, incluso en relación a este argumento oportunista, la realidad es exactamente la contraria: la combinación de los retrocesos electorales de estos espacios (a los cuales el MST estaba atado por la búsqueda de bancas y compromisos) con el desprestigio tras las movilizaciones con la derecha y la Sociedad Rural, lo llevaron a una eclosión partidaria.

El Partido Obrero, con su delimitación estratégica del kirchnerismo y de las corrientes que le fueron tributarias (lo cual, a su turno, posibilitó la conformación del Frente de Izquierda), batalló in situ contra esa orientación. Construir una fuerza política independiente de la burguesía implica delimitarse de esta y de sus instrumentos políticos.

Catastrofismo o neo mandelismo (tardío)

El debate sobre la crisis mundial ocupó un lugar colateral durante la mesa, lo cual contrasta con su centralidad durante la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU., y con la propia obra de Trotsky que, desde las primeras líneas del Programa de Transición nos habla de “la agonía del capitalismo”.

Con posterioridad a la muerte Trotsky, muchos de sus antiguos seguidores, plegándose a los economistas del capital, cuestionaron estas afirmaciones. Se trataba, decían, de una lectura coyuntural, aplicable únicamente a la crisis de los años 30s, que no tenía en cuenta el inmenso desarrollo tecnológico y productivo de la posguerra.

El líder del Secretariado Unificado, el belga Ernest Mandel, hizo de esta crítica uno de los ejes de su teoría económica del “neo capitalismo”. Adornado con eruditas referencias a la obra de Marx y Trotsky, postulaba su contrario: que el capitalismo ya no marchaba hacia la catástrofe, sino que se encontraba ante una suerte de transformación tecnológica ininterrumpida, equivalente a una “tercera revolución industrial”. Así, donde Marx leía que el desenvolvimiento del capital se transformaba, por su propia dinámica, en acicate de la crisis, Mandel interpretaba signos de vitalidad.

Mandel planteaba la existencia de ciclos de “ondas largas”, plausibles de durar varias décadas, en los cuales se verificaría un desarrollo ascendente del capital. La carrera armamentística en el marco de la guerra fría se tomaba, así, como un factor de impulso -y no de lucha por el lucro capitalista-, a la vez que las crisis -parteras de la revolución- eran degradadas a “recesiones”. Esto, según Mandel, era acompañado por el desarrollo industrial en los países atrasados y con el fortalecimiento de una nueva capa de su burguesía, lo cual reforzaría la expansión económica en los países capitalistas avanzados.

Al referirse al tema, el orador del PTS retomó -y no es la primera vez- casi como un calco estos planteos:

“Europa Occidental se mantuvo capitalista y, sobre la destrucción causada por la guerra, empezó un ciclo inédito de crecimiento de los productos brutos y de la productividad en los principales países capitalistas, fortaleciendo una cooptación enorme de las organizaciones obreras. En los países coloniales y semi coloniales, junto a las direcciones stalinistas se fortalecieron movimientos nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses.”

Que el PTS “plagie” a Mandel no entraña un problema de “derechos de autor”, sino político. La reivindicación de su doctrina económica es inseparable de las consecuencias políticas que de ella se desprenden. El Secretariado Unificado mandelista teorizaba sobre la supuesta transformación de los factores “objetivos” del capital para explicar la ausencia de revoluciones en los países capitalistas de Occidente. Si el capitalismo continúa en expansión -como formulan los mandelistas- la revolución social pierde su vigencia. De paso, el problema de la crisis de dirección es borrado de la escena.

El Secretariado Unificado, mucho antes de que sus herederos de la LCR lo quitasen formalmente del programa, desechó la lucha por la dictadura del proletariado y postuló articulaciones “autogestivas”, reformas “democráticas” o “estructurales” (en el marco del capital), y el reemplazo del partido revolucionario de la clase obrera por las “nuevas vanguardias” de los movimientos de la pequeña burguesía.

Trotsky se opuso a la idea de las “ondas largas” en su famoso debate con Kondratiev. Postuló, siguiendo a Marx y Lenin, la curva de desarrollo capitalista, que implicaba que el capital ingresaba en una etapa declinante en su etapa imperialista. Esto sin desmedro de que pudiesen alcanzarse repuntes parciales basados en la destrucción de sectores de las fuerzas productivas (la guerra). La industrialización -parcial- de las colonias y semi colonias no las “liberó” de la opresión imperialista, sino que -como señaló Lenin- acentúo la penetración del capital financiero y, por lo tanto, su dependencia de las metrópolis: en esa medida, fue una fuente de severas crisis políticas y el caldo de cultivo para grandes levantamientos populares.

Los llamados “treinta años gloriosos” de desarrollo capitalista no fueron treinta ni tan gloriosos. Pero lo más importante es que estuvieron lejos de constituir un escenario de estabilidad capitalista. Fueron décadas de guerras y barbarie (Corea, Vietnam, África, Palestina), de intervención imperialista (América Latina) y, sobre todo, de revoluciones: China, Bolivia, Vietnam, Yugoslavia, Cuba, entre otras. En 1953, estalló la revolución contra la burocracia en Berlín, el corazón del proletariado europeo. Luego, los levantamientos se extendieron por todo el espacio soviético. La crisis del petróleo y la declaración de inconvertibilidad del dólar terminaron de sepultar el “mito” del neocapitalismo. Hoy, sumergidos en la mayor crisis del capitalismo, ponderar la idea de la posibilidad de recuperación del capital (“crisis orgánicas”) por sobre el análisis catastrofista de Marx y Trotsky, se revela nuevamente como un total desatino.

¿Cómo continuar el paso adelante que significó la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU.?

Los oradores del Partido Obrero en la mesa defendieron a rajatabla la necesidad de darle continuidad al gran paso adelante que significó que la Conferencia Latinoamericana y de los EE.UU. reuniera -por primera vez en décadas- a 50 organizaciones de 16 países, de las más diversas tradiciones, sobre acuerdos principistas de frente único. La agudización de la lucha de clases en Latinoamérica pone a la orden del día la necesidad de convocar en los próximos meses una segunda Conferencia de carácter masivo y presencial (cuando estén dadas las condiciones sanitarias). Es necesario seguir avanzando en el camino de frente único de la izquierda y el movimiento obrero combativo, contra los ataques del capital. También, para dotar de un norte revolucionario a los nuevos levantamientos que comienzan a desarrollarse.

El abordaje de las divergencias debe profundizarse, pero ligado a un temario esencial y a través de un boletín interno o debate organizado en las prensas partidarias, para que lleguen a la totalidad de la militancia de izquierda. La reivindicación de los diez puntos de las resoluciones y la concreción de las acciones de lucha votadas deben ser el primer paso para desenvolver un polo político que se postule como alternativa continental ante la crisis presente.

Lamentablemente, aún no hay acuerdo sobre la necesidad de esta continuidad. Pero es políticamente necesaria.

Expresión de ello fue el MST, quien planteó que nadie tiene “la autoridad política” de Lenin y Trotsky, ni el prestigio de una revolución triunfante, para formar exitosamente la internacional. Por lo pronto, lo “exitoso” de esas experiencias debe ser relativizado, porque la III Internacional sucumbió cinco años después de su fundación, mientras que la IV nació y se desarrolló en un gran asilamiento. Lo que hay que discutir -y no irse por la tangente- es cuál es la estrategia y cuáles son los métodos para poner en pie una internacional revolucionaria.

En la mesa, el MST planteó que, para sostener su actual construcción internacional (la LIS), se valió de la adulteración del método de organización bolchevique, el centralismo democrático, afirmando la posibilidad de partirlo en dos polos, el “centralista” y el “democrático”, privilegiando el último contra el primero. Esto explica su “proeza” de lograr reivindicar un trabajo común con grupos de las más disímiles latitudes… rechazando, al mismo tiempo, actuar en frente único en Latinoamérica. La orientación oportunista del MST consiste en que cada grupo hace lo que quiere en su región, aunque con un “sello” común.

Se trata de un refrito del reparto de la “internacional” en base a zonas de influencias, practicado por Michel Pablo, Nahuel Moreno y otros. Este proceso se agudizó desde el III Congreso de la Cuarta, con los “secretariados regionales”, “comités internacionales” y siglas variopintas que traducían, en términos organizativos, la adaptación liquidacionista de la dirección a las orientaciones nacionalistas y frentepopulistas que primaban en sus respectivos países.

El MST da un paso más y, sin desistir de las zancadillas que aplica regularmente contra la izquierda en los frentes obreros, propone la disolución del FIT-U en un “partido de tendencias” donde, claro está, cada uno conservaría “lo suyo”. Rechazamos este abandono de los métodos leninistas. Lejos de ayudar a resolver la constitución de una dirección revolucionaria, tiraría por la borda el fuerte trabajo realizado con la acción del FIT en la Argentina.

El PTS, por su parte, insistió en la autoconstrucción de su corriente “madre” dirigida desde Buenos Aires, con el eje en el reemplazo de la formación de partidos y periódicos partidarios por portales con temáticas de izquierda y un fuerte acento electoralista.

En contraste, el método adoptado para la conformación de la CRCI se nutrió de debates desenvueltos en paralelo a las campañas prácticas de acción común, lo cual resalta su vigencia. La plataforma que inició su proceso de constitución no se basó en cinco puntos “de mínima”, como quiere traficar el PTS, sino en delimitaciones esenciales para determinar el programa común. El mismo, finalmente, fue aprobado en el congreso de 2004, y está a disposición de todas las corrientes y militantes.

No se nos escapa que ni la Conferencia ni la mesa de León Trotsky tuvieron por objetivo conformar una Internacional Revolucionaria. Pretender eso sería una acción ultimatista destinada al fracaso. Pero tampoco puede ser rebajada a un “acto”, como pretenden algunos sectores. Su objetivo era impulsar un frente único a nivel continental, y esos pasos ya comenzaron a estructurarse.

El gigantesco colapso económico, social y sanitario, que ya ha incubado sendas rebeliones en todo el globo, da cuenta de los alcances catastróficos de la crisis capitalista. A esto lo acompaña la crisis de dirección. La mesa debate, como antes la Conferencia, puso de relieve dos políticas opuestas: reincidir en las variantes de colaboración de clases, o perseverar en un programa revolucionario. La conformación de un frente único de acción a nivel continental es un paso importante que, además, colaborará en clarificar las divergencias. Sigamos avanzando en este camino.

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