Qatar, el lúgubre anfitrión del mundial 2022

Los vínculos con el imperialismo, las muertes obreras y la persecución de las diversidades.

Más de 6 mil obreros murieron en la construcción de los estadios

En el mes del mundial de fútbol, las miradas se posan sobre el pequeño emirato del Golfo Pérsico que hace las veces de anfitrión. Cuestionado por la superexplotación de los migrantes que construyeron los suntuosos estadios y por la persecución del colectivo LGTBI, Qatar es menos conocido por otros datos de relevancia, como el hecho de albergar la mayor base militar de Estados Unidos en la región, la base aérea de Al Udeid, o haber enviado tropas en 2011 al vecino país de Bahréin para sofocar la Primavera Arabe en esa isla.

Disputas y “petrodólares”

La designación de la sede 2022 del mundial de fútbol fue objeto de una áspera disputa, ya que la Casa Blanca aspiraba a hacerse con la organización del evento. Qatar le ganó la pulseada, pero en medio de sospechas de sobornos a integrantes de la Fifa. Washington se tomó revancha, impulsando una megainvestigación –conocida como “Fifagate”- que golpeó a jerarcas de la federación debido a un esquema de sobornos, lavado de dinero y fraude en el manejo de los derechos televisados de varias competencias. La cruzada tuvo sus frutos, ya que el próximo mundial tendrá como sede a Estados Unidos, junto a México y Canadá.

Es que los mundiales son un formidable nicho de negocios en materia de obras de infraestructura, turismo y sponsors, cuya importancia se incrementa en momentos de crisis capitalista. Para el 2022, la corona qatarí construyó ocho grandes estadios, siete de ellos con un moderno sistema de refrigeración para que la temperatura no supere los 22 grados y proteger a los aficionados del calor abrasador de la península.

Los “petrodólares” han servido para financiar las faraónicas obras. Qatar, como es sabido, cuenta con enormes reservas de crudo y gas natural, e integra la Opep, el cartel de los países productores. El emirato dispone de un fondo soberano, el Qatar Investment Authority (QIA), involucrado en negocios inmobiliarios y financieros. Posee el 15% de las acciones de la Bolsa de Londres y participación accionaria en importantes bancos como Barclays o Credit Suisse y en grandes compañías como Volkswagen. Además, controla el Paris St. Germain, el equipo de fútbol francés en que juegan estrellas como Lionel Messi, Neymar y Mbappé.

El titular del fondo es el emir Tamim bin Hamad Al Thani, soberano absoluto del reino, en el que no hay partidos políticos y rige una versión rigorista del islam, el wahabismo. Un dato curioso es que Al Thani estuvo en la Argentina en 2016, si bien su gira se vio opacada por la presencia simultánea del entonces presidente mexicano Enrique Peña Nieto. El gobierno macrista promocionó la visita como la ocasión de atraer inversiones, pero lo más serio que se discutió fue un proyecto de importación de gas licuado –o sea, de salida de divisas del país.

Qatar y la región

Qatar fue un protectorado británico desde el fin de la primera guerra mundial hasta su independencia en 1971. Desde entonces, siempre estuvo gobernado por el clan Al Thani, aunque no sin turbulencias, ya que en 1995 un jeque derrocó a su padre para quedarse con el trono.

El petróleo le ha dado al emirato la renta per cápita más grande del mundo, pero es un territorio de contrastes sociales brutales. En la cúspide hay una minoría enriquecida por el oro negro y el turismo, y en la base una masa de dos millones de migrantes que trabajan en condiciones de semi-esclavitud (ver recuadro).

Forma parte del Consejo de Cooperación del Golfo, impulsado por las burguesías sunitas de la región como respuesta al triunfo de la revolución iraní en 1979. Sin embargo, el apoyo del emirato a Hamas y los Hermanos Musulmanes lo llevó a confrontaciones con sus socios. En 2017, Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Arabes Unidos y Egipto iniciaron un bloqueo reclamándole que deje de financiar a aquellas organizaciones, además del cierre de la cadena Al Jazeera (de cobertura crítica sobre la situación en Medio Oriente) y de una base militar turca -entre otras exigencias.

Estados Unidos medió en este conflicto, que abría una rendija entre las burguesías árabes que podía aprovechar Irán. De hecho, Qatar es el país sunita de mejores lazos con Teherán, y suele actuar como intermediario entre Riad y el régimen del ayatollah.

En 2021, se dio por superado el incidente. Al revés de lo que se suponía, dada la desproporción de fuerzas, Qatar salió airoso de la confrontación.

Como señalábamos al comienzo de esta nota, Washington regentea en Qatar la base aérea de Al Udeid, con capacidad para 10 mil efectivos. Una pieza clave para el control norteamericano de la región, construida por el mismo gobierno qatarí en los ’90, la década en que la Casa Blanca lanzó su primera invasión contra Irak. La corona presenta este alineamiento como un acto de defensa. En 2011, aportó aviones a la coalición occidental que derrocó a Khadaffi en Libia.

Pero además, las tropas qataríes colaboraron en la represión del levantamiento popular en Bahréin, otro gran aliado estadounidense, en 2011. Esta isla tiene una población mayoritariamente chií, pero se encuentra dominada por una monarquía sunita. Las movilizaciones propiciaban la caída del gobierno y se solidarizaban con la revolución egipcia. La colaboración represiva del clan Al-Thani muestra la naturaleza contrarrevolucionaria de su régimen.

 

Explotación y muerte

En febrero de 2021, una investigación de The Guardian indicó que 6.500 obreros murieron durante la construcción de los estadios mundialistas, principalmente debido al desarrollo de labores extenuantes a altístimas temperaturas.

Qatar se comprometió a reformar el régimen laboral conocido como Kafala, por el que los migrantes tienen un patrón que actúa como su patrocinador. Los obreros no pueden cambiar de trabajo sin permiso de la patronal y muchas veces se les retiene el pasaporte. Los contratos son temporales, las jornadas laborales extenuantes, y los sindicatos están prohibidos.

El gobierno introdujo algunas modificaciones muy limitadas en los últimos años (da mayor libertad de circulación a los obreros), pero en la práctica ni siquiera se cumplen. Un informe reciente de Amnistía Internacional (20/10) afirma que “miles de personas que trabajan en todos los proyectos siguen enfrentándose a problemas como retrasos o impagos de los salarios, negación de días de descanso, condiciones de trabajo inseguras, obstáculos para cambiar de trabajo y acceso limitado a la justicia, mientras que la muerte de miles de trabajadores sigue sin investigarse”.

El régimen de la Kafala no solo impera en Qatar sino también en el Líbano (en donde ha habido protestas en demanda de su disolución) y en el resto de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo, incluyendo Arabia Saudita.

 

Barrer bajo la alfombra

En junio pasado, las advertencias del comité organizador contra “las demostraciones públicas de afecto” y portación de banderas por parte de los turistas LGTBI desató una ola de repudio global. En Qatar está penada la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales y el adulterio.

Un testimonio recogido recientemente por el periodista británico Patrick Strudwick da cuenta de la persecución estatal contra las diversidades. Un trabajador de origen filipino denunció haber sido engañado en un portal de citas. Al llegar al lugar, se encontró con seis agentes que lo abusaron y detuvieron. Luego fue deportado. Esto no sería un caso aislado sino un modus operandi (Perfil, 4/11).

En estos días, la Fifa y las autoridades locales discuten un protocolo para que las fuerzas de seguridad tengan “tolerancia” con los visitantes LGTBI durante la duración del mundial.

Colocado en la vidriera internacional, a la mira de los movimientos de lucha del mundo, es probable que el gobierno qatarí intente disimular su prontuario misógino y homofóbico.