Internacionales

10/12/2024

Siria, luego de la caída del régimen

Bashar Al-Assad, una dinastía que gobernó durante 50 años y se derrumbó como un castillo de naipes.

Tropas rebeldes en la ciudad antigua de Alepo.

Bashar Al-Assad, la cabeza de una dinastía familiar que gobernó Siria con mano de hierro durante 50 años, cayó y lo que más sorprendió fue la velocidad con lo que lo hizo. El régimen se derrumbó como un castillo de naipes.

Su derrota se produjo en menos de dos semanas. El 27 de noviembre los rebeldes lanzaron una ofensiva en el noroeste de Siria, aparentemente para vengarse del bombardeo de las zonas controladas por los rebeldes. A medida que avanzaban el ejército del régimen se fue desvaneciendo, por lo que los rebeldes siguieron avanzando. El 29 de noviembre tomaron Alepo, la segunda ciudad de Siria, y el 5 de diciembre tomaron Hama, al sur. Dos días después se adueñaron de Homs, la tercera ciudad más grande de Siria, ubicada estratégicamente, pues permitió a los rebeldes cortar la carretera que une el interior de Damasco con la costa y les abrió las puertas de la capital. Antes de que avanzaran las tropas rebeldes provenientes del norte otros grupos locales insurgentes del sur, que se manejan con autonomía, se adelantaron y marcharon hacia Damasco. La suerte estaba echada. Las tropas leales prácticamente no ofrecieron resistencia y se produjo una suerte de huida y deserción masiva de los soldados.

La entrada triunfal en Damasco es la culminación de ese avance de las fuerzas opositoras lideradas por la islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), con raíces en Al Qaeda pero que se desligó de esta formación política hace años atrás y se acantonó en Idlib, en el noroeste, el reducto de estas milicias durante años. Lo hizo en coordinación con el Ejército Nacional Sirio (ENS), vinculado a Turquía.

Mapas de Al Jazeera, 26 de noviembre/8 de diciembre.

Guerra internacional 

El colapso del régimen sirio es inseparable de los conflictos y guerras que hoy sacuden el tablero político mundial. La interconexión de crisis geopolíticas que pueden parecer regionales pero que, en realidad, tienen alcance global acabó con Al-Assad en Siria.

El debilitamiento de Rusia, Irán y Hezbolá precipitó este desenlace. La caída del dictador sirio se debe al deterioro que viene soportando -en dos frentes distintos, pero comunicantes- de sus principales aliados. Rusia sufre el enorme desgaste de su invasión en Ucrania; Irán y Hezbolá el retroceso producido por los golpes de Israel contra la resistencia palestina con la invasión a Gaza y más recientemente al Líbano, y de un modo general la escalada del régimen sionista sobre toda la región y que tiene a la nación persa como blanco fundamental. Rusia e Irán junto con Hezbolá, aunque con sus contradicciones, constituyeron una suerte de entente que mantuvo de pie al régimen de Al-Assad durante años. Pero el régimen de Al-Asad estaba completamente putrefacto y Rusia e Irán muy debilitadas ya no pudieron sostenerlo. 

Las consecuencias geopolíticas de esta crisis son muy vastas. De entrada, rompe la continuidad territorial del esta entente. Teherán pudo contar con una fluida proyección hasta el Mediterráneo gracias a un Irak en manos de facciones chiíes, el territorio sirio bajo control de Al Assad y Hezbolá en Líbano, cuya capacidad de abastecimiento que proviene de la nación persa, a su turno, se ve seriamente dañada y comprometida. Por otro lado, afecta la proyección en la región de Rusia, que contaba en Siria con bases aéreas y naval con el consentimiento oficial y que son estratégicas, empezando por la base de Tartus que es su puerta de acceso al Mediterráneo. Si agregamos la rebelión en Georgia que está haciendo tambalear al gobierno prorruso, y lo que ha sucedido en Navorno Karabaj con el avance de Azerbayán en detrimento de Armenia, aliado del Moscú, está a la vista la notoria pérdida de posiciones en lo que fue tradicionalmente el área de influencia de Rusia. El golpe en Siria no es menor y las dificultades del Kremlin para triunfar en Ucrania -que se consideraba un paseo al comienzo de la invasión- echaron luz sobre el deterioro y vulnerabilidad del régimen ruso y de sus fuerzas armadas.

La situación en que queda Rusia en Medio Oriente, y en especial el futuro de sus bases militares, entrará también como prenda de negociación en las tratativas en torno al conflicto bélico que se desarrolla en el continente europeo. 

Esto fortalece a la Otan y en particular a Estados Unidos, en momentos en que entramos en una nueva fase que puede ser crucial en la guerra de Ucrania. Aunque Trump señale que no pretende entrometerse en Siria, Washington no se va a privar de jugar un rol relevante en la transición política. El gobierno de Biden ha saludado la caída del régimen de Al-Assad y mantiene contactos con los grupos que han estado a la cabeza de la rebelión en vistas a ejercer su influencia en el actual interregno político. Por lo pronto ya tiene una cuña en Siria a través de las fuerzas kurdas, que ocupan el noroeste del país y cuya dirigencia tiene vínculos muy estrechos con el gobierno norteamericano. A la par de estos contactos la Casa Blanca comenzó a realizar bombardeos aéreos para evitar que en puntos claves el Estado Islámico se reafirme tras la caída de Al–Assad. Simultáneamente Israel, su principal aliado en la región, ordenó ayer al ejército tomar una zona desmilitarizada en los Altos del Golán. Netanyahu afirmó que el cuadro vigente desde hace 50 años colapsó como consecuencia del derrocamiento del régimen sirio. 

No es ocioso señalar que ese tratado funcionó durante décadas, al punto tal que la colaboración entre el régimen sirio con el régimen sionista llegó al extremo de dar luz verde a los ataques militares de Israel contra Hezbolá e Irán en territorio sirio. Esa colaboración se extiende a Moscú, quien dio un guiño a las incursiones israelíes en este país. Esto fue correspondido por Israel, quien jamás condenó hasta el día de hoy a Rusia por la invasión a Ucrania. A manera de recompensa por esta actitud, el presidente sirio fue reincorporado a la Liga Árabe, a instancias de los Emiratos Árabes. 

Un actor clave, y que probablemente ha logrado sacar mayores dividendos, es Turquía. Ha aprovechado la ocasión para consolidarse como potencia regional e incluso avanzar en la ocupación de nuevos territorios. Viene al caso señalar que ya ocupa una franja del norte de Siria en una porción de los 911 km de frontera que tiene con ese país. Uno de los objetivos de la intervención turca es asestar un golpe y desplazar a los kurdos sirios que tienen nexos muy estrechos con la colectividad kurda en Turquía que están enfrentados con el gobierno de Erdogan.

Mirado de conjunto el colapso del régimen sirio se enlaza a un rediseño de Medio Oriente en marcha, que adquirió un nuevo impulso con la ofensiva sionista en Gaza y cuya onda expansiva se extiende a toda la región, pasando por el Líbano, ahora por Siria, y que alcanza especialmente a Irán, donde el régimen de los ayhotalla está golpeado y crecen el descontento popular y las movilizaciones opositores. Este rediseño tiene un alcance mundial y tiene como blanco principal Rusia y China. Digamos al pasar que el apoyo al carnicero Al-Assad desmiente cualquier campo progresista de ambas naciones, que juegan un papel protagónico en los BRICS. No se nos puede escapar que este rediseño plantea una ampliación geográfica de la guerra porque tiende a unir bajo un común denominador el territorio europeo y asiático. 

Grupos rebeldes

Turquía se ha convertido en el mayor respaldo y el que tiene mayores vasos comunicantes con los dos principales grupos que han encabezado la rebelión (los ya nombrados HTS y ENS). Eso ya indica un condicionante muy importante para estas formaciones políticas, aunque la marcha de los acontecimientos que se vienen desarrollando en forma extremadamente convulsiva es la que indicará cuál es el grado de subordinación y autonomía de estas corrientes. Tras el antecedente de Isis existe un temor fundado que la situación se desmadre y que pueda abrir paso nuevamente al fundamentalismo islámico y un régimen fuera de control, y que eso vaya de la mano de una situación caótica, un desguace de Siria y una desestabilización de la región. 

En una de las pocas entrevistas concedidas por Abu Mohamed al-Jolani a la prensa extranjera, en abril de 2021, el líder del grupo armado Hayat Tahrir al Sham (HTS) dijo lo siguiente: “Lo primero y más importante es que esta región [la provincia siria de Idlib] no representa una amenaza para la seguridad de Europa y Estados Unidos, no es una base para ejecutar la yihad extranjera”. En conversación con el reportero estadounidense Martin Smith, Al-Jolani trataba así de distanciarse del terror que había instaurado durante un lustro en Mesopotamia el grupo yihadista Estado Islámico (ISIS, por sus antiguas siglas en inglés), con el que comparte raíces en la organización terrorista Al Qaeda (El País, 3/12). En otras palabras, ha tratado de moderar la tradicional retórica islámica de modo de hacer buenas migas con Occidente. El comunicado que HTS viene de dar a conocer afirma que tejerá lazos con todos los países del mundo, incluido Estados Unidos e Israel, menos con Irán y Hezbolá.

Esta política contemporizadora se advierte en su primer discurso a su llegada a Damasco, de carácter “pluralista” y llamando a la “unidad nacional” siria y la convivencia con las restantes etnias que pueblan el territorio sirio. Las señales de moderación se expresan en las propuestas que ha lanzado el HTS planteando la permanencia del primer ministro del depuesto presidente para defender la “continuidad institucional”. La contemporización se extendería –lo cual es tanto o más importante- a la élite económica del país, que fue la principal base social de sustentación de Al-Assad. Por lo pronto los grandes capitalistas sirios beneficiados por el régimen depuesto (una docena de familias) ya están operando para tratar de tejer compromisos con los líderes rebeldes en función de sus intereses económicos, luego de haberle soltado la mano a Al-Assad y alentando una transición pacífica. En este contexto no es una cuestión menor el hecho de que hasta ahora ninguno de los grupos rebeldes se haya solidarizado con la resistencia palestina. Pero es imposible defender la soberanía de Siria sin delimitarse del régimen sionista. 

Trece años atrás

Para entender y estar en condiciones de hacer una caracterización adecuada de los actores locales que hoy son los protagonistas de los actuales acontecimientos hay que mirar hacia atrás, partiendo de los avatares operados en la guerra civil Siria. Lo que inicialmente nació como una sublevación del pueblo sirio, que formó parte de la ola de rebeliones que sacudió la región conocida como la”primavera árabe”, terminó siendo sofocada. La represión feroz de Al-Assad, unida al hecho que la primavera árabe fue perdiendo su vitalidad y empuje hasta apagarse del todo, permitió que la oposición al régimen sirio fuera confiscada y manipulada por el imperialismo y potencias regionales. En ese marco la organización popular de corte laico que actuaba como motor y representación directa y genuina de la población trabajadora y pobre del país fue cediendo el paso al fundamentalismo islámico. En este contexto se coló, allá por 2012, Al Qaeda para establecer su rama siria. Pronto siguió dos caminos: el de Al-Jolani al frente del grupo Jabat al-Nusra, al que perteneció el actual líder de HTS; y el del dirigente yihadista iraquí AbuBakr al-Baghdadi, líder del entonces Estado Islámico de Irak.

HTS no es el ISIS, pero ambos comparten el integrismo islámico cuya tendencia predominante ha sido concluir sucumbiendo frente a las presiones y la acción del imperialismo y de los regímenes árabes reaccionarios. O sea que estamos ante una diferencia de grado, no cualitativa. El gobierno depuesto prefirió exhibir a los fundamentalistas como su principal enemigo porque eso le permitió minar las tendencias revolucionarias que constituían la principal amenaza en el marco de la primavera árabe. En el desarrollo de la guerra civil se expresaron tendencias contradictorias y en muchas localidades la lucha de la población llegó a darse en dos frentes al mismo tiempo: contra las tropas de Al-Assad por un lado y contra los islamistas por el otro.

HTS y el ENS son los dos grupos más gravitantes, pero existe un universo heterogéneo y variado de fuerzas que han intervenido activamente en el derrocamiento de Al-Assad. Habrá que ver cuál es la capacidad que tienen ambos nucleamientos de pilotear la crisis, imponer su liderazgo y gobernar. Con más razón si tenemos en cuenta que hay intereses contradictorios y hasta enfrentados.

El ENS, que según algunas estimaciones cuenta al menos con en torno a 25.000 uniformados, entre árabes y turcomanos -algunos de estos han viajado para apoyar a aliados de Ankara como Azerbaiyán en Nagorno Karabaj- ha seguido un camino paralelo al de los intereses turcos en Siria. Se trata mayoritariamente de un ejército de mercenarios de Erdogan que ha sido la punta de lanza de Ankara contra Isis, primero durante la Operación Escudo del Éufrates (2016) y posteriormente contra las milicias kurdas en la Operación Rama de Olivo (2018).

Es necesario tener presente que las fuerzas kurdas desempeñaron también un papel relevante en la actual ofensiva rebelde en la franja occidental de Siria. Ya desde los inicios de la revolución y posterior contienda civil las milicias de origen kurdo han sabido mantener cierto equilibrio para no unirse a la guerra contra Damasco sin caer de forma tajante en el bando del régimen. Así Estados Unidos apostó hace 10 años por entrenar y armar a milicianos kurdos que, junto a combatientes árabes, formaron las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) en la vanguardia de la guerra contra el Isis. Fue este grupo el que, apoyado por los cazas estadounidenses, derrotó en el terreno al grupo yihadista en la batalla de Baguz (marzo de 2019), punto final del califato.

Las FDS se enfrentan ahora en su flanco occidental con el riesgo de que la ofensiva de la coalición apoyada por Turquía quiera hacerse con un mayor pedazo de terreno en el noroeste. El régimen sirio, además, había entregado algunos puntos clave para el control de las FDS, como el aeropuerto internacional de Alepo, que finalmente ha pasado a manos de las fuerzas rebeldes que han entrado en la antigua capital económica del país.

Comentario final 

A partir de lo aquí expuesto está claro que los episodios de Siria no pueden ser abordados como un compartimiento estanco sino que son un eslabón de una guerra internacional que se está desarrollando y que involucra a las principales potencias mundiales. A partir de la caída de la dictadura sanguinaria y reaccionaria de Al Assad estamos frente a una tentativa –aunque se lo pretenda envolver con una retórica “democrática”- de armar un régimen proimperialista apoyado en las fuerzas locales, que se inscribe en una reconfiguración política de alcance internacional a medida de las potencias capitalistas 

La caída de Al-Assad no cierra la crisis sino que es un nuevo capítulo de lo que asoma desde ahora como una transición convulsiva, cuyo recorrido estará atravesado por nuevos giros y realineamientos. La clave para dar una salida progresiva a esta crisis de alcance internacional va de la mano con un revival de la primavera árabe, o sea del florecimiento de las tendencias revolucionarias en Medio Oriente y en el mundo.

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