Tras el estallido del puerto, la rebelión en el Líbano voltea a dos ministros

La convulsión social y las maniobras del imperialismo.

Como era de preverse, la devastación de Beirut por una explosión en el puerto resultante de la corrupción y la negligencia estatal ha atizado la protesta y la organización popular, en un país en que las masas voltearon hace menos de un año al anterior primer ministro. Y donde han protagonizado sucesivas movilizaciones masivas durante este año, ante una crisis social que ya era terminal antes del estallido.

El paisaje de la destrozada capital libanesa es una pintura del abismo entre el gobierno y la población trabajadora. Mientras los voluntarios, ligados en muchos casos a la rebelión del año pasado, recorrían lo que fueron las calles de Beirut cercanas al puerto para limpiar las ruinas y ayudar a las víctimas, y los familiares de muertos y desaparecidos los buscaban con desesperación, el gobierno procuraba limitar su ingreso y destruía los campamentos de asistencia con las fuerzas represivas, desplegadas bajo la cobertura de la declaración de emergencia. Un abismo ya claro en las horas que siguieron al estallido, con heridos yendo a pie o llevados por carretillas de voluntarios a los hospitales, mientras las ambulancias carecían de combustible.

El sábado 8 fueron miles los manifestantes que salieron a tomar las calles, enfrentando los gases lacrimógenos, palos y balazos de la policía y el ejército, copando la Plaza de los Mártires de Beirut, levantando barricadas y tomando ministerios como el de Economía, Energía y Medio Ambiente, desde cuyas ventanas arrojaron retratos del presidente católico Michel Aoum. Los iracundos marchaban con horcas advirtiendo del destino del primer ministro árabe sunita Hassian Diab y los funcionarios gubernamentales en caso de no renunciar, reclamando “la caída del régimen”. Un comunicado de grupos de izquierda, feministas y estudiantiles señalaba que el Estado criminal “había arrojado una bomba” -parafraseando las versiones sobre una intencionalidad del estallido, que habían sido descartadas pero el gobierno ahora retoma con fines de autoprotección- y “declarado la guerra” contra el pueblo, y declaraba “el inicio de la batalla por la liberación”.

Ante la turbulencia, ya han renunciado al menos 7 diputados y dos ministros –la de Información, Manal Abdel Samada, y Damianos Kattar, de Medio Ambiente-, y Diab anunció que llamaría a elecciones anticipadas, “ofreciéndose” a permanecer en el poder durante dos meses, hasta que las fuerzas políticas lleguen a un acuerdo. Como el arresto domiciliario dispuesto sobre actuales y ex funcionarios que estaban al tanto de los riesgos de la carga de nitrato de amonio que permanecía en el puerto, son gestos desesperados ante un explícito cuestionamiento del régimen político, de acuerdos sectarios, por parte de quienes sufren el desempleo masivo, la crisis de infraestructura, la corrupción y el clientelismo generalizados.

El francés Emmanuel Macron viajó a Líbano y encabezó junto una conferencia de donantes internacionales de la que participaron otros gobernantes, anexando la entrega de los fondos a una “investigación independiente” de las causas del desastre –es decir, a una tutela del imperialismo de la transición política que se abre. Es claro, por su parte, que la negativa de esa injerencia por parte del presidente Aoun y del líder de Hezbolla, Hassn Nasrallah, no responde a un interés en la “soberanía”, como sostuvieron, sino a la búsqueda de una impunidad para el régimen.

Lo cierto es que el imperialismo busca explotar la crisis para golpear a la pata pro-iraní (Hezbollah y compañía), con la que ha mantenido en las últimas décadas una coexistencia tensa en el régimen de reparto de cargos -que la rebelión de 2019 hizo volar por los aires. Mientras Macron insta a “hacer todo lo posible para que el caos no prevalezca”, Donald Trump salió con menos pruritos a saludar las protestas, con una actitud sensiblemente distinta a la de las carnicerías fascistoides que ha destinado contra los manifestantes de Estados Unidos. Un comité del Partido Republicano ya había recomendado recientemente que el país bloquease cualquier acuerdo entre el FMI y la superendeudada Líbano (Clarín, 7/8), para forzar una agudización de la crisis económica que golpease a Hezbollah.

Estos predicamentos no han pasado desaparcibidos, incluso con la circulación de un petitorio que pedía la reincorporación de Líbano como colonia francesa, algo que vuelve vital para el devenir del movimiento la denuncia de los luchadores de esta potencia y del conjunto del imperialismo, que ha devastado al país primero bajo mando directo y luego como semicolonia bajo el régimen sectario. En este sentido se debe valorar el rechazo de sectores de manifestantes tanto de las investigaciones locales como globales de la explosión del puerto, oponiéndole la “justicia popular”.

El cráter de 43 metros de profundidad de Beirut es la doliente imagen de décadas de dominio imperial y de los partidos religiosos. Las fuerzas de la rebelión popular prometen volver a activarse en toda su potencia, y tienen el desafío de dar un salto hacia la organización revolucionaria y el gobierno de los trabajadores, única salida para un Líbano que ya no aguanta más.