Políticas
9/8/2021
“Zurdo compadre, la concha de tu madre…”
Milei confirma nuestra denuncia con otra bravata fascista.
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En el discurso de lanzamiento de su campaña electoral, Javier Milei decidió responder a mi columna publicada en Infobae el 5 de agosto titulada “La rebeldía solo puede ser de izquierda”. Antes que él, lo había hecho su primer candidato a legislador Ramiro Marra desde su blog personal (ver “¿Por qué el resurgimiento del liberalismo? Respuesta a Gabriel Solano”). La reacción de ambos muestra que les afectó este señalamiento: “en la historia del siglo XX ha sido un fenómeno recurrente que las crisis del capital terminen pariendo movimientos reaccionarios, que buscaron atraer a las masas presentando banderas prestadas. Hitler, por ejemplo, llamó a su movimiento ‘nacional socialista’ para confundir a los obreros que seguían al Partido Socialista y Comunista. Como se ve, nuestros ‘libertarios capitalistas’ no son tampoco originales”. Y agregaba que “la lista de Milei está poblada de defensores de genocidas y negacionistas del terrorismo de Estado”.
La forma que encontró Milei para responder lo pinta de cuerpo entero. Comenzó quejándose que “apareció la izquierda a acusarnos de genocidas”, pero lo dijo haciendo silencios, para darle lugar al público presente a cantar “zurdo compadre, la concha de tu madre…”. El economista y ahora candidato lejos de reprobar el exabrupto fascistoide lo festejaba con su risa desde el atril. Atrás de él, también mostraba su satisfacción la abogada defensora de los genocidas de la dictadura Victoria Villarruel, a quien Milei la premió con el segundo lugar de la lista. Tomado integralmente, el espectáculo ofrecido incorporaba una novedad en la política argentina de los últimos tiempos ya que no es común ver en directo una bravata fascista propinada a la luz pública como parte de una campaña electoral. El acto, si hacía falta confirmar su raigambre fascistoide, contó con el apoyo internacional del hijo de Bolsonaro y de Vox de España.
Como también ha sucedido en el pasado, los pichones de fascistas se reclutan entre los bufones e ignorantes. Esto se debe a que ambos defectos pueden transformarse transitoriamente en virtudes, porque les permite a estos personajes decir con absoluta impunidad cualquier cosa, sin reparar mínimamente en que reúnan un umbral mínimo de seriedad. Es así, por ejemplo, que en su discurso hizo gala de un nacionalismo fanático cuando afirmó que su movimiento pretende recuperar el lugar que Argentina ocupó en el pasado como “primer potencia mundial”. Sí, así como suena. Pero el disparate histórico no concluyó allí. Ese lugar de primera potencia mundial Argentina lo habría ocupado 30 años después de que concluyese la aprobación del proceso constitucional de 1853-1860. Pero en 1890, lejos de ocupar ese lugar de predominio, nuestro país entraba en su primer gran default bajo el gobierno de Juárez Celman, que llevó incluso a un sector importante de la oligarquía a sublevarse ante la entrega sin límites que pretendía hacerse al capital inglés.
Es probable que este insultador serial de la izquierda no sepa, además, que esa crisis decisiva en la historia nacional tuvo como uno de sus componentes principales la ley de 1887 de Bancos Garantidos, que permitía a los bancos públicos y privados a emitir billetes con la única condición que hagan un depósito de oro en el Tesoro Nacional. La especulación que abrió ese proceso derivó en una crisis que se llevó puesto al propio gobierno. El recordatorio es muy oportuno ya que la propuesta de Milei de “quemar el Banco Central” (sic) debe entenderse como una vuelta a ese sistema fallido, salvo que pretenda lisa y llanamente proceder a la dolarización, o sea, manejarnos con la moneda del “Banco Central” de los… EE.UU.
La visión histórica que expuso Milei repite todos los prejuicios conocidos del relato mitrista. Quien dice que sus principios son la defensa de la vida, la libertad y la propiedad terminó embelleciendo los despojos, expropiaciones y matanzas que los “fundadores de la patria” ejecutaron tanto en las llamadas “campañas del desierto” como en la ignominiosa guerra contra el Paraguay.
Hay que reconocer, sin embargo, un cambio en las preferencias históricas del economista-candidato. Hasta hace poco su mejor gobierno de la historia no eran los de la generación del ’80 sino el de Carlos Menem, según lo manifestó en un sinnúmero de reportajes. La reivindicación de Menem agrega un dato llamativo, ya que lo coloca en el mismo lugar que el 90% de los que componen el gobierno actual que también fueron menemistas, incluida desde ya la propia vicepresidenta de la Nación y su fallecido esposo. La defensa del menemismo también muestra que la denuncia de la “casta política” no pasa de una frase de campaña, pues la casta menemista se enriqueció como pocas con el desfalco del país.
Todos estos dislates sobre nuestra historia nacional son pronunciados para justificar una orientación utópica hacia el futuro. Esta sería que con una política liberal Argentina se convertiría en la primera potencia mundial en 35 años. Semejante dislate no encuentra el adjetivo justo para su calificación. En momentos donde crece la guerra comercial, diplomática y militar entre los Estados, en una etapa donde los monopolios concentran la producción mundial mandando al cofre de los recuerdos la “libre competencia”, cuando las finanzas mundiales son manipuladas por un grupo reducido de bancos de inversión, hablar de una salida liberal para Argentina es de una necedad carente del menor sentido.
Como lo viene haciendo en cada ocasión, Milei dijo que el eje de su política es bajar los impuestos. Sin embargo, se expresó a favor del pago de la deuda que consume una parte importante de los impuestos que pagan los trabajadores. ¿Cómo hará para cumplir esos compromisos si se reducen los impuestos? La única forma posible es mediante un ajuste brutal a los presupuestos de salud, educación y otros gastos sociales. En realidad, cuando habla de bajar impuestos se refiere a los que paga el capital pero no los que pagan los trabajadores, que deberán seguir bancando al propio Estado y los subsidios a los empresarios, como ser el Plan Gas u otros similares que benefician a poderosos monopolios internacionales.
La otra gran promesa de Milei fue la “defensa de la propiedad”. Pero bajo el capitalismo esa defensa es peculiar, pues solo rige para una minoría privilegiada, ya que a la mayoría de la población se le niega el acceso a todo tipo de propiedad, empezando por la de las fuerzas productivas. Es bajo esa forma que el capitalismo convierte a la mayoría de la población en proletarios, que deben vender su fuerza de trabajo para asegurar su reproducción y la de su familia. Por eso cuando el economista habló en nombre de los “que se rompen el orto trabajando y viven del fruto de su trabajo” debió decir lo contrario, ya que defiende a los que viven y acumulan el trabajo no remunerado (plusvalía).
Las vulgaridades y disparates de Milei pueden parecer sorprendentes, pero en realidad forman parte de una corriente política internacional. Por ejemplo, consultado sobre el cambio climático y el calentamiento global dijo que “era un invento del socialismo”. En otro reportaje, cuando se le preguntó si se había vacunado dijo que no y que no pensaba hacerlo, repitiendo todos los prejuicios de los grupos antivacunas en el mundo. Su invocación a la “libertad” fue para rechazar las medidas elementales de restricción bajo la pandemia, que de todos modos el gobierno de Alberto Fernández aplicó con vacilaciones evidentes, para no chocar con las presiones empresariales que abogaban por la apertura de la actividad económica.
La historia ha demostrado que la aparición de este tipo de excrecencias políticas es una señal inequívoca de pudrición de un régimen político y social. Esa regla aplica por completo a nuestro país. Tanto el fracaso del macrismo como el agotamiento de la política del kirchnerismo con su demagogia a cuestas son el caldo de cultivo que permite el crecimiento de estas expresiones descompuestas y lumpenizadas.
Su combate, por lo tanto, no puede venir de esas fuerzas tradicionales responsables de la crisis, sino de la izquierda, que expresa en su programa la necesidad de una transformación social de fondo, y en su metodología una oposición de principios con la corruptela que caracteriza al sistema actual. Es la izquierda también la que con una lucha decidida puede atraer también a los sectores confundidos, especialmente en la juventud, que se ven atraídos por la demagogia y la verborragia de estos pichones de fascistas.
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