Sindicales

26/10/2025

"No somos un número": carta abierta de un obrero de la metalúrgica SKF

En la planta de Tortuguitas la empresa planea dejar en la calle a más de 150 familias.

carta de un trabajador.

En los últimos días los trabajadores de la planta de SKF en Tortuguitas nos enteramos —no por un comunicado oficial, ni por una asamblea, sino por un video en YouTube— de que la empresa planea dejar en la calle a más de 150 familias. En la entrevista al secretario general de la UOM, Furlán, se confirma lo que desde hace tiempo se venía rumoreando dentro de la fábrica: el cierre definitivo de la planta y el traslado de la producción a Brasil. La noticia se viralizó rápidamente entre los compañeros y, ante el repudio generalizado, la empresa salió a “dar explicaciones”. Pero la explicación real ya la conocemos: esto fue decidido a espaldas de los trabajadores, en complicidad con el sindicato y la comisión interna que deberían estar encabezando la defensa de cada puesto de trabajo.

SKF no es una pyme quebrada ni una empresa en crisis. Es una multinacional sueca con presencia en más de 130 países, que durante 2024 facturó más de 98 mil millones de coronas suecas, equivalentes a unos 9.300 millones de dólares, y que en el primer trimestre de 2025 reportó un margen operativo del 13,5%, incluso en medio de un contexto económico global inestable. En distintas regiones del mundo, la compañía aplica el mismo plan: cerrar plantas, recortar personal, trasladar operaciones a países con menores costos laborales. Se trata de una política deliberada de ajuste patronal y reconversión industrial, no de una necesidad económica. Y ahora, en Argentina, quieren aplicarla sobre nuestras espaldas.

En Tortuguitas, esto no empezó hoy. Hace meses que la empresa viene avanzando con despidos silenciosos, retiros “voluntarios”, reducción de turnos, polifuncionalidad, sobrecarga de tareas y precarización. Paso a paso fueron achicando la fábrica mientras se preparaban para el golpe final. Y todo esto sucedió con el silencio cómplice del sindicato, que en vez de informar y organizar, prefirió mirar para otro lado o justificar a la empresa con el mismo discurso de siempre: “la situación es difícil”, “no hay producción”, “no se puede hacer nada”. Pero sí se puede. Lo que no hay es voluntad de pelear.

Es inadmisible que los trabajadores nos enteremos de semejante medida a través de un video viralizado, mientras los que deben representarnos negocian a puertas cerradas con la empresa. Esa no es la función de un sindicato, ni de una comisión interna. Su rol es estar del lado de los trabajadores, no del patrón. Cuando una multinacional con ganancias millonarias decide echar a cientos de obreros, el sindicato tiene que ponerse de pie, convocar a asambleas, organizar la lucha y dar una respuesta colectiva, no repetir el discurso patronal.

Detrás de cada uno de nosotros hay una familia, hay hijos, hay años de trabajo, hay una vida construida alrededor de esa fábrica. No somos un número en una planilla, ni un costo a reducir. Somos las manos que hicieron girar cada máquina, los que sostuvimos la producción incluso en los peores momentos. Somos quienes levantamos a diario la empresa que hoy nos da la espalda. Por eso esta lucha no es solo por un empleo: es por la dignidad, por el derecho a trabajar, por el futuro de todos.

Hoy más que nunca, los trabajadores de SKF tenemos que organizarnos. No podemos esperar respuestas de quienes ya demostraron estar del otro lado. Es momento de exigir asambleas abiertas, de unirnos, de defender cada puesto y de hacer visible esta situación ante toda la comunidad. Porque si lo dejamos pasar, no solo perderemos una fuente de trabajo: estaremos aceptando que nuestro esfuerzo, nuestra historia y nuestras familias no valen nada frente a los números de una multinacional.

SKF podrá mover millones, podrá trasladar producción, podrá ajustar sus balances. Pero lo que no puede —ni debe— hacer es arrebatar el sustento de 150 familias sin resistencia. Cada compañero que hoy está en riesgo no es una estadística: es una vida que se ve golpeada por decisiones tomadas a miles de kilómetros, por gerentes que nunca pisaron el taller ni sintieron el ruido de las maquinas. Si ellos piensan que pueden cerrar nuestras puertas en silencio, están equivocados. Porque mientras haya un solo trabajador dispuesto a pelear, habrá esperanza y habrá dignidad.

No somos un número. Somos trabajadores, somos familias, somos parte de una historia que no se borra con una firma. Y si ellos deciden cerrar la fábrica, que sepan que no la van a cerrar en silencio.

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