Sociedad
7/12/2025
Variaciones en rojo
Chiqui Tapia, Milei, su moral y la nuestra
Los hechos que desprestigian al fútbol argentino deben hacernos volver a la pregunta sobre a quién le pertenece este deporte.

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La pasión popular no pertenece ni a una camarilla putrefacta ni a los privatizadores.
La lista interminable de irregularidades de los últimos días en el fútbol argentino puso en tela de juicio la conducción de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) en el clamor popular.
Los hechos hablan por sí solos: en menos de un mes a Deportivo Madryn, de la B Nacional, le dieron un insólito partido por ganado que estaba perdiendo y le suspendieron a un entrenador rival que no había dicho absolutamente nada; a Barracas Central (el club de Chiqui Tapia) le otorgaron dos penales inexistentes para clasificar a los play-offs y quedar en puestos de Copa Sudamericana, sumado a un dudoso desempeño de Deportivo Riestra, su rival en los octavos de final de la competición; a Central Córdoba (club de la segunda persona más importante del fútbol argentino, Pablo Toviggino) lo beneficiaron con un penal dudoso y una roja inexistente al rival en el primer partido mata-mata; a Rosario Central, club beneficiado por doquier desde la llegada de Ángel Di María, le regalaron un campeonato inexistente, con un capitán saliendo de una oficina de Puerto Madero con copa en brazos, teniendo que explicar qué significaba tal trofeo. La lista podría seguir. Y seguramente siga.
Estos atropellos fueron funcionales a que personalmente el presidente de la Nación, Javier Milei, y su caterva de voceros mediáticos y digitales salieran a hacer una campaña, denunciando a Tapia, a favor del avance de la privatización del fútbol criollo (con el viejo proyecto de las Sociedades Anónimas Deportivas, SAD).
Delinear los principales elementos políticos de esta situación resulta relevante, no por un mero pasatiempo, sino porque las claves y las tendencias que operan en la liga del campeón del mundo del deporte más popular del planeta no son ajenas, a entender de quien escribe, a los intereses de la clase trabajadora.
Todo pasa
El 18 brumario de Claudio Fabián Tapia tuvo audacia y cálculo. Las intervenciones y presidencias interinas fallidas (Armando Pérez, Luis Segura) y la crisis política de la dirección de la AFA luego de la muerte de Julio Humberto Grondona en 2014 (cristalizada en la famosa elección “38 a 38”, con 75 asambleístas) le abrieron paso a “Chiqui”, en una alianza que tenía como principales “fortalezas” al fútbol del ascenso, a los “equipos chicos”, a la burocracia sindical (Tapia era yerno de Hugo Moyano, en ese momento presidente de Independiente) y al macrismo, con Daniel Angelici como segundo en la lista. La banca del gobierno nacional vigente jamás evitó giros políticos del propio Tapia, que rápidamente se puso en buena sintonía con el tándem Alberto Fernández-Massa una vez que Macri dejó la Casa Rosada.
Desde sus entrañas se fue forjando una suerte de camarilla de baja monta al comando de la conducción del balompié nacional, enraizada en un principio básico y muy narrado del grondonismo: “AFA rica, clubes pobres”. Desde Viamonte consagraron el acuerdo con FOX-Turner, con el regreso del “Pack Fútbol” abonado y el famoso final del “Fútbol para Todos”. El desembolso fue de $17 mil millones en cinco años, hoy renovado hasta 2030. El esquema televisivo reparte una parte sumamente menor a los planteles de Primera División. Lo mismo pasa con el resto de las ganancias: solo por citar un ejemplo, el último campeón de la Copa Argentina, Independiente Rivadavia, recibió cerca de 60 mil dólares por la obtención del trofeo, un 0,5% de los 12 millones que la AFA obtuvo en el último amistoso con Angola. Menos que el ganador del reality gastronómico Masterchef.
La caja permite un poder discrecional que refuerza los intereses de camarilla materializados en limosna. Muchos analistas indicaron la semana pasada que San Lorenzo, perjudicado en su último partido contra Central Córdoba, no podía quejarse mucho dado que la AFA estaba ayudando a pagar los sueldos de una mala gestión (apoyada, por acción u omisión, por el propio Tapia). Bonapartismo de migajas.
Es evidente que esta situación ha acentuado las tendencias impunes, grotescas y hasta lúmpenes de este sector. Que Toviggino, ladero de Gerardo Zamora (gobernador de Santiago del Estero) y de Sergio Massa, tesorero y segunda persona en rango de facto en el comando general, haya chicaneado por Twitter al presidente de Estudiantes, Juan Sebastián Verón, deslizando la posibilidad de perjudicar a su escuadra (“Que 2026 te/nos espera”), es una expresión elocuente. La sanción al club platense es otra muestra en ese sentido.
El gesto de rebeldía de los jugadores de Estudiantes, que le dieron la espalda al torneo falso de Rosario Central, debe ser, a entender de quien escribe, reivindicado, como toda acción de lucha con un poder de turno, más allá de que los intereses del presidente del club participante apunten a una privatización del club.
Pero, más allá de los últimos exabruptos, la construcción de poder camarillesca de este grupo llevó al fútbol argentino al desprestigio. No por el formato de competición (por momentos, lo único atrapante del certamen), sino por el resultante de los favores políticos: hoy la Argentina tiene un torneo de 30 equipos en el que es difícil descender pero mucho más difícil es volver. Hay equipos beneficiados con malas campañas en Primera y grandes desempeños en la B (hoy Primera Nacional), de equipo perjudicados por un sistema de una casta grande, con la cual los famosos “clubes grandes” conviven a gusto y piacere.
Esta estructura ha consagrado una consolidación de los “equipos chicos” del poder: Barracas, Riestra (vinculado a Víctor Stinfale), Central Córdoba son los ejemplos más claros, en un mar de acusaciones cruzadas enraizadas en una desconfianza por la corrupción del poder.
La mentada “federalización” que esgrimen los defensores del modelo actual (de dudosa aceptación, el 57% de los clubes argentinos son del AMBA) no está hecha sobre la base del desarrollo del fútbol regional, sino a partir de intereses, como los de Central Córdoba, Güemes y Toviggino en Santiago del Estero, el de Madryn en la Primera Nacional, y siguen los ejemplos.
Además de sus vínculos políticos, Tapia usufructúa dos elementos de cierto peso. Por un lado, la buena imagen vendida con las figuras de la selección argentina campeona del mundo. No son pocos los trascendidos que indican que Milei omite atacar personalmente a “Chiqui” por miedo a una respuesta, directa o indirecta, pero personal, de Lionel Messi. También trabaja Tapia un estándar internacional que hoy lo coloca como representante de la CONMEBOL ante la FIFA. Es evidente, igualmente, que la AFA está colocada en un rol secundario en el fútbol sudamericano, donde hoy actúa con muchísimo más peso el ente del balompié brasileño.
Su relación con el poder de la pelota planetaria no lo encuentra en los primeros lugares, a diferencia de Grondona, que en algún momento rechazó una candidatura a la intendencia de Avellaneda con la frase “soy el vicepresidente del mundo”. Lo de Tapia hoy se basa en mantener una buena relación con Alejandro Domínguez y Gianni Infantino (titulares de la Conmebol y de la FIFA, reconocido éste último por sus buenos vínculos diplomáticos y políticos) y no mucho más. El diálogo fluido entre el mandamás de la FIFA y Trump es conocido: desde el FIFA-Gate, Estados Unidos ganó representación en el deporte, lo que lo colocó como principal anfitrión del próximo Mundial y reciente en la Copa del Mundo de Clubes. La frutilla del postre fue el “Premio FIFA de la paz” del pasado viernes. El futuro de ese vínculo puede ser de cuidado para Tapia, dada la buena relación de Trump con Milei.
Tapia parece seguir una directiva que Grondona llevaba en la mano. Hasta la muerte de su esposa tenía un artefacto regalado por su amigo y compinche Noray Nakis. Un anillo con la leyenda: “Todo Pasa”.
Don Osvaldo
“Desde que Bolsonaro habilitó las SAD, Brasil ganó todas las Copas Libertadores”, tituló en una placa, el fin de semana pasado, el pasquín partidario La Derecha Diario. No es azaroso: el armatoste comunicacional del gobierno desenvuelve una línea política en relación al fútbol argentino con el objetivo de la intromisión, cada vez mayor, del capital privado. Daniel Vila, presidente de Independiente Rivadavia de Mendoza, declaró en los últimos días: “En el fútbol falta una inyección de capital privado”.
El discurso moral del liberalismo falopa gubernamental, que se aprovecha de los chanchullos de la AFA para favorecer una visión política, se encuentra al servicio de este objetivo. Las SAD, viejo anhelo macrista, implican la privatización de los clubes, que se alejarían cada vez más de los intereses de los socios para responder a los lineamientos de los magnates. Las “sociedades civiles sin fines de lucro” no son una barrera absoluta para el capital privado: basta ver los negocios y los superávits de los balances de River, Boca y los clubes más poderosos para darse cuenta. Pero las SAD implicarían convertir a la liga de fútbol en una competencia de “clubes-empresa”.
Pero, más allá de una visión política, el discurso tiene varias incongruencias. Primero, catorce de veinte equipos del Brasileirao 2025 son SAD; ninguno de los que jugó la final de la Libertadores (Palmeiras y Flamengo, que también disputaron el torneo local) lo es. Además, eso no garantiza resultados: el Botafogo se vio implicado en causas de corrupción porque su dueño (John Textor) realizó “préstamos ficticios” a su franquicia europea (el Lyon francés). Las experiencias previas a las SAD, los llamados “gerenciamientos” (un paso menor a la privatización completa), no terminaron bien en Argentina: Racing, en 2007, terminó echando a Blanquiceleste S.A. mientras jugaba la Promoción para no descender. La experiencia reciente de Foster Gillett, que compró jugadores para Estudiantes de La Plata y administró a un equipo uruguayo (Rampla Juniors), que descendió a la tercera categoría, con deudas y que consagró en una asamblea la expulsión del magnate, es el último ejemplo elocuente.
La destrucción del carácter social del deporte, algo significativo en cualquier privatización, se encuentra también edificada a partir de la motosierra de Milei. Un informe de marzo de este año reveló un recorte del 56% en el área con respecto a 2023. Los clubes de barrio, a su vez, denunciaron primero un recorte nominal del presupuesto, en 2024, y una ejecución cero en 2025 (Tiempo Argentino, julio de 2025). El congelamiento presupuestario del Ente Nacional de Alto Rendimiento (Enard), el vaciamiento del mantenimiento del Cenard (cuyo predio hace años busca ser vendido en favor de la especulación inmobiliaria), el recorte de las becas de entrenamiento y demás, completan un cuadro decididamente regresivo.
Milei encuentra en la camarilla de Tapia su vil metal: la idea de que para sacar a una casta enquistada se necesita poner al deporte al servicio de los intereses capitalistas, para terminar de formular negociados en un engranaje que todavía no fue explotado del todo. Una moral liberal, berreta.
La paradoja la dio con su alusión a la camiseta de Estudiantes. “De la escuela de Osvaldo”, tuiteó, mientras mostraba la casaca rojiblanca. Lo hizo en alusión a Osvaldo Zubeldía, tricampeón de América y campeón del mundo con la escuadra platense, uno de los mejores técnicos de la historia del fútbol argentino.
Es curiosa la comparación: Zubeldía ha llegado a frenar al grupo de jugadores con el que iba a entrenar desde la estación Constitución para que pudiera apreciar, por un segundo, la vida del laburante de verdad. Jamás se hubiera reído o burlado de un despedido. Impregnaba el que es, quizás, uno de los valores más interesantes del deporte: lo colectivo por sobre lo individual. Con esa impronta logró que su Estudiantes diera la vuelta en la cancha del Manchester United (1968), contra un equipo que era la base de la Inglaterra campeona del mundo del '66.
Todo lo contrario al presidente, que promueve el individualismo para entregarnos a las huestes imperiales. Don Osvaldo es nuestro, Milei. Tuyo no.
La nuestra
“Una vez que perdés tu estilo, es como renunciar a tu alma. La discusión siempre estará ahí: si debemos copiar a Europa o teníamos que obligar a Europa a copiarnos. Se puede jugar bien con cualquier estilo, pero solo se puede jugar bien a la manera de Argentina con un estilo, la Nuestra”.
La frase pertenece a Norberto Alonso, figura de River, campeón del mundo en 1978. Refiere a un concepto muy recordado luego del último Mundial en Qatar. El fútbol criollo se ha caracterizado por una gambeta genuina, una picardía intrínseca, una idiosincrasia que es objeto de admiración y hasta de exportación. Un estilo. Una forma de ser. “La nuestra”.
Esa fisonomía puede ser una herramienta para pensar una respuesta al siguiente interrogante. ¿De quién es el fútbol?
La pasión popular más grande no les pertenece ni a una camarilla putrefacta, preocupada por sus negocios y sus lugares de poder, ni a los privatizadores con su personal político pertinente. El fútbol es otra cosa.
Son los pibes y las pibas del campito. Es la popular, los trapos. Los millones que sueñan con ser bicampeones del mundo. Los de River, que dejaron sentado por asamblea que no se puede ser sociedad anónima. Los de Boca, que se movilizaron contra Macri y por Riquelme. El fútbol es Gustavo Costas gritando desenfrenado o Santiago Sosa con el antifaz. Es el pibe de Independiente al que le cuentan la historia y su abuelo, que sueña con que Loyola y Lomónaco se transformen en Bochini y el "Chivo" Pavoni por arte de magia. Los de San Lorenzo que gritan por un equipo que no cobra el sueldo, los de Huracán que van a intentar en cada final que lleguen hasta que lo logren. Son los de Estudiantes que todavía sueñan con el gol de Boselli al Barcelona. Los de Gimnasia, que están convencidos (¿por qué no?) de que generaron un terremoto gritando un gol. Los de Central, que añoran al "Petaco" Carbonari dándoles la Conmebol; los de Newell’s, que llegaron dos veces a la cima de América.
Es Banini y las pibas que sueñan con ganar un partido de Mundial, algo de lo que están más cerca que nunca. Es Elba Selva y sus goles a Inglaterra, en el Estadio Azteca, en 1971.
Es Diego en la remera de Pablo Grillo sacando una foto. Diego con los jubilados. Diego con los laburantes.
Más allá del romanticismo deportivo, deberíamos mirar el fútbol desde un ángulo de clase. El balompié, nacido como deporte de élite, exportado por los trabajadores ferroviarios ingleses en la última parte del siglo XIX, extendido por toda la clase obrera y las barriadas argentinas, no sólo como un juego, sino como parte de su identidad.
Esa apropiación, guste o no, es una pelea. Damos un ejemplo. El mismo día que se cierra esta nota, la Argentina juega la semifinal de fútbol femenino de futsal, algo inseparable de la ola verde. El fútbol inspira: lo dejaron en claro los hinchas que salieron a defender a los jubilados.
Empezar por ahí, construir una masa crítica desde ese lugar, es el primer paso para que las críticas a Tapia no se confundan con apoyo a la privatización y la lucha contra Milei no mute en defensa de una camarilla rancia.
Que “la nuestra”, como tiene que ser, sea la lucha.
Buen domingo de mate.
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