Las raíces de la agresión sionista contra el pueblo palestino

Funeral de Islam Wael Bernat, joven de 15 años asesinado en Cisjordania.

En casi diez días de bombardeos sobre la Franja de Gaza, Israel dejó más de 220 muertos y cientos de heridos. Entre los objetivos abatidos figura un edificio donde funcionaban las oficinas de Associated Press y la cadena Al Jazeera, lo que muestra un intento por ocultar la masacre. Los daños alcanzaron a cincuenta escuelas y al laboratorio central de pruebas contra el Covid-19, que debió ser cerrado. Miles de personas perdieron sus casas y se aglomeran en centros de refugio, sin medidas de seguridad e higiene, lo que puede conducir a un descontrol de la pandemia, en un territorio donde apenas el 2% de la población se encuentra vacunada. Las autoridades del enclave costero, además, denuncian que Israel bloquea el ingreso de la ayuda humanitaria.

Esta masacre en curso cuenta con el aval directo del imperialismo yanqui y europeo, que la justifica en nombre del derecho de Israel a defenderse de los misiles que lanza Hamas, la organización que gobierna el territorio gazatí desde 2007. Esta presentación, que equipara la violencia de los opresores y los oprimidos, omite, en primer lugar, que la resistencia a Israel excede largamente a una organización en particular, ya que se trata de la resistencia de un pueblo entero, lo que de paso explica la ferocidad de los ataques sionistas contra la población civil, incluyendo niños. Al mismo tiempo, esconde la desproporción de fuerzas entre los bandos, toda vez que Israel cuenta con uno de los ejércitos mejor pertrechados del mundo y un sistema antimisiles que intercepta la mayoría de los lanzamientos desde la Franja. Del otro lado, los palestinos resisten con armas rudimentarias, y en las calles de Cisjordania -donde hay movilizaciones de repudio contra los ataques- se defienden con piedras frente a la munición de plomo que lanzan las fuerzas de seguridad. Como en las anteriores agresiones sionistas, más del 95% de las víctimas pertenecen al pueblo palestino.

El poderío militar israelí no podría explicarse sin el auxilio norteamericano, que financió parte de la construcción del “Domo de Hierro” y una semana antes de los bombardeos le vendió armas por 700 millones de dólares al gobierno de Benjamín Netanyahu, solo por citar dos ejemplos. Israel es un gendarme del imperialismo en Medio Oriente, sirviendo a sus propósitos de controlar una región estratégica y rica en petróleo.

Las teorías de los “dos demonios” que circulan por estos días evitan ir a las raíces del conflicto; si lo hicieran, quedaría en evidencia la responsabilidad exclusiva del Estado de Israel. En el plano más inmediato, la escalada actual sobreviene a una resolución de la Corte Suprema israelí que habilitaba el desalojo de familias palestinas en los barrios de Jerusalén Este, para favorecer el desarrollo de nuevas colonias, lo que desató las movilizaciones más importantes en los últimos años. Al mismo tiempo, Israel desplegó soldados en sitios de rezo de la comunidad musulmana en Jerusalén Este, en pleno Ramadán, mes sagrado de esta colectividad. Una auténtica provocación, que se completa con las movilizaciones de bandas ultranacionalistas al grito de “muerte a los árabes”.

Anexión

Pero estos hechos no son más que el último episodio de una larga política de anexión y limpieza étnica, que empieza ya bajo el mandato británico sobre la Palestina histórica. A expensas del Imperio Otomano y los pueblos de la zona, el Reino Unido y Francia pactaron en 1916, en medio de la Primera Guerra Mundial, el reparto del Medio Oriente. Fueron los acuerdos de Sykes-Picot, por el nombre de los cancilleres de las dos potencias, y consagraron el control de Londres sobre Palestina y otras áreas de la región.

Un año más tarde se firmaba la declaración de Balfour, en que los británicos se comprometían a establecer un “hogar nacional para el pueblo judío” en los territorios de la Palestina histórica, en línea con los reclamos del movimiento sionista. A partir de ese momento, se produce un creciente desplazamiento de población judía a la región. Entre 1922 y 1940, ésta salta vertiginosamente de 83.790 a 467.000, equivalente a un tercio de la población nativa (Middle East Eye, 18/5). En paralelo, se desenvuelve un proceso de confiscación de tierras a los palestinos y empeoramiento de sus condiciones de vida, que conducen a la huelga general de 1936 (que se extiende durante seis meses) y a una revuelta posterior que dura hasta 1939, brutalmente reprimida por las autoridades coloniales y las milicias sionistas (se estima que hubo 5 mil muertos).

En 1937, una comisión (Comisión Peel) propone por primera vez la partición de Palestina y la creación de dos Estados, sobre la base de un desplazamiento masivo de los palestinos. Una década más tarde, Naciones Unidas aprueba una división, lo que desencadena una guerra civil. En 1948, David Ben-Gurión proclama -vencido ya el mandato británico- el nacimiento del Estado de Israel (reconocido tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética), que se queda con el 55% del territorio. Más de 700 mil palestinos son expulsados de sus tierras. El sionismo se ha valido de la atroz persecución sufrida por el pueblo judío para tratar de justificar estos hechos y ha intentado poner un signo igual entre antisemitismo y antisionismo.

Desde entonces, Israel fue ampliando el radio de su colonización, hasta la situación actual en que el pueblo palestino vive diseminado en una serie de cantones entrecortados por la vigilancia militar israelí. O bien, habita los barrios y las ciudades más empobrecidas de Israel (representa alrededor de un quinto de su población), sufriendo un régimen de apartheid. En esta avanzada, debemos mencionar la guerra de 1967, tras la que Israel se apropia de Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este y las alturas del Golán (en la frontera con Siria), así como el posterior y sostenido desarrollo de colonias. En 2020, la autorización de estos asentamientos marcó el récord en una década.

El pueblo palestino ha resistido tenazmente la ocupación y su causa se ha transformado en un clamor de las masas de Medio Oriente, además de contar con una gran simpatía a nivel global. En 1987 y en 2000, las masas palestinas protagonizaron dos grandes levantamientos conocidos como las intifadas. Desde entonces, siempre ha estado latente la posibilidad de un tercer alzamiento. En 2019, las marchas por el retorno, en la frontera gazatí-israelí, fueron reprimidas con un saldo de 250 muertos en un año.

Las movilizaciones actuales, así como la huelga general de la población árabe-israelí en Israel y en los territorios palestinos, contra los bombardeos, expresan la persistencia de esa causa y son un rotundo golpe a la política de normalización de relaciones diplomáticas con Israel por parte de las burguesías árabes (Emiratos Arabes, Bahrein, Sudán, y habría conversaciones con Arabia Saudita). Esta orientación se pretendía justificar aduciendo que el problema palestino ya no era un eje de la situación regional, punto en el que hoy se ven ruidosamente desmentidos.

A lo largo de los años, el imperialismo ha auspiciado -con la anuencia de la Autoridad Palestina y las burguesías árabes- iniciativas tendientes a cerrar el conflicto por medio de la creación de un seudoestado palestino, que legitime a su vez la ocupación sionista (tal es el caso de la llamada “solución de dos Estados”). Pero la propia dinámica expansionista del sionismo, que avanza como un pac-man, fue inviabilizando estas tentativas. Cabe mencionar que el “acuerdo del siglo”, uno de los últimos engendros del sionismo y el imperialismo para la región (provisoriamente suspendido por la crisis política dentro de Israel), devalúa aún más el alcance territorial de aquel planteo previo y permite a Israel extender su apropiación hasta el valle del Jordán.

La Autoridad Palestina (AP), que administra algunos territorios de Cisjordania desde los acuerdos de Oslo de 1993 con Israel, se ha visto desbordada por la actual ola de movilizaciones. Su ascendente político se fue deteriorando a raíz de sus crecientes vínculos con Israel, que despiertan un rechazo en la población. Aún hoy, en medio de los bombardeos, el portavoz de la AP, Abu Rudenheid, defiende los acuerdos de cooperación en materia de seguridad y descarta romperlos (ídem, 19/5).

 

La Franja de Gaza

El foco de las agresiones actuales del sionismo se concentra en el enclave costero de 360 kilómetros cuadrados. Israel se lo apropió en 1967, pero se retiró de él en 2005. No obstante, impuso un bloqueo terrestre y marítimo ante el triunfo electoral de Hamas, en 2006, que completa desde la otra frontera Egipto(1). Esto transformó a Gaza en una prisión a cielo abierto. Posee una densidad demográfica de las mayores del planeta y el 80% de su población depende de la ayuda humanitaria. Ha sido declarada “inhabitable” por la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina.

Israel ha llevado a cabo tres invasiones (“Plomo fundido”, “Pilar de defensa”, “Margen protector”) contra el enclave, que dejaron miles de muertos e incluyeron el uso de fósforo blanco. En la jerga perversa del sionismo, a esto se le llama “cortar el pasto” -es decir, desmalezar periódicamente el terreno de “terroristas”. Gaza es un dolor de cabeza permanente para el sionismo. El expremier Yitzhak Rabin supo decir alguna vez que lo mejor sería que al enclave se lo tragara el mar, pero que eso lamentablemente no iba a suceder (La Nación, 17/5).

La cuestión suscita toda clase de debates, habiendo sectores que reclaman una suerte de “solución definitiva”, que pase por una incursión a fondo hasta quebrar a Hamas. No obstante, otros retrucan que esto tendría un costo político y militar muy alto y podría incluso conducir al reemplazo de Hamas por direcciones políticas aún más hostiles a Israel (ver, por ejemplo, “Israel’s Gaza bind – destroy Hamas or wait for the next war?”, en Jerusalem Post, 19/5). Netanyahu, en su última conferencia de prensa, no ha descartado ninguna posibilidad.

Campaña internacional

Israel llega a esta última campaña de bombardeos en el marco de una fuerte crisis política, que hemos analizado en otros artículos. Netanyahu ganó las últimas elecciones, pero volvió a fracasar en la formación de una mayoría de gobierno, por lo que esa tarea le fue encomendada ahora a quien salió segundo en los comicios, Yair Lapid. De momento, todas las negociaciones han quedado congeladas por los ataques, y la mayor parte del arco político cierra filas contra los palestinos, pero es probable que los entuertos se reanuden, e Israel podría a ir a su quinta elección en dos años.

Frente a la masacre del sionismo es necesaria la más enérgica campaña a nivel internacional. Las decenas de miles de personas movilizadas en Europa y en Medio Oriente marcan el camino. A la vez, está más vigente que nunca el reclamo del derecho al retorno de los refugiados y el planteo de terminar con el Estado sionista, y abrir paso a una Palestina única, laica y socialista, como parte de una federación socialista de pueblos de Medio Oriente.

(1) Hamas es una organización islamista nacida en 1987, durante la primera Intifada. Creció aprovechando el rechazo a los acercamientos de la dirección laica de la OLP (luego Autoridad Palestina) con Israel. Es de raíces sunnitas y tiene buenos vínculos con Turquía y Qatar, pero debido a sus lazos con los Hermanos Musulmanes es combatida por Egipto. Sostiene algunos vínculos con el gobierno iraní, pese a que este es shiíta.