Victoria de la rebelión: cayó el gobierno del Líbano

El levantamiento recién comienza.

Las valientes movilizaciones masivas que siguieron al estallido del puerto de Beirut impusieron este lunes la caída del gobierno del Líbano, el segundo que voltea la rebelión popular en menos de un año.

Con los manifestantes -iracundos ante la revelación de que el riesgo de la catastrófica explosión había sido advertido hace años– en las calles hace tres días, copando ministerios y chocando con la policía y el ejército, el primer ministro Hassan Diab anunció este lunes 10 la dimisión del Ejecutivo. Lo habían precedido cinco de los treinta ministros que lo componen, así como diez diputados.

El desolador escenario de centenares de muertos, miles de heridos, edificios destruidos y 300.000 personas sin hogar soliviantó a un pueblo enardecido contra el régimen político de corrupción y miseria.

La revuelta tiene raíces profundas.

 

Por un lado, la crisis económica y social que llevó a la caída del Hariri, antecesor de Diab, a fines de 2019, ya venía agravándose durante 2020, y la pandemia y el parate resultante echaron más leña al fuego. Líbano cuenta con una tasa de desempleo cercana al 35%, que en la juventud escala al 66%; la infraestructura está arrasada, llevando a sistemáticos cortes de luz; la inflación se ubica en el 60%; la libra libanesa se devalúa y el país tiene uno de los endeudamientos más grandes del mundo (170% del PBI). Jornadas masivas de lucha atravesaron todo este año.

Por el otro, la rebelión de fines de 2019 golpeó al conjunto del armado político que rige al país desde el fin de la guerra civil (1990), consistente en un acuerdo de los corruptos partidos de base sectaria -por el cual el primer ministro debe ser un musulmán sunita, el presidente cristiano y el presidente del parlamento, un musulmán chiíta. El grito de “que se vayan todos” que tronó hace unos meses se continuaba en el reclamo de quienes estos días marchaban con horcas reclamando “la caída del régimen”.

Tras la explosión, el imperialismo francés y estadounidense salieron rápidamente a buscar rédito de la crisis que se abría, en la intención de controlar la transición política que ahora comienza. Emmanuel Macron encabezó una junta de donaciones, condicionándola a una “investigación independiente”, y Donald Trump salió a coquetear con las protestas (y, de paso, a manifestar el interés norteamericano en la reconstrucción de Beirut –es decir, en sus jugosos negociados). El propósito es beneficiarse políticamente del golpe que supone la caída de Diab para Hezbollah y el bloque pro-iraní.

Si bien la prédica de Macron recogió algunos adeptos, lo cierto es que estas potencias –al igual que sus aliados de la región como Arabia Saudita- no son inmunes al cuestionamiento popular del conjunto de este régimen “frankenstein” del que han participado durante décadas, ni al repudio contra las políticas de ajuste en las que tiene todos los dedos puestos el FMI. Basta señalar que este sector estaba detrás del depuesto Hariri, y cuenta como uno de sus principales agentes al presidente del Banco Central Riad Salameh, uno de los hombres más vilipendiados por una población que hace solo tres meses estaba prendiendo fuego los bancos.

Los acontecimientos de Líbano seguramente no pasen desapercibidos para una región que atravesó durante 2019 su segunda primavera árabe, y que en estos días cuenta con asonadas populares como la histórica ola de huelgas de Irán.

Este lunes fue pródigo en anuncios: a la declaración de dimisión de Diab, festejado con fuegos artificiales por los manifestantes, siguieron los choques de estos con los uniformados. La rebelión libanesa recién (re)comienza.