Políticas
29/10/2025
EDITORIAL
El desafío de los trabajadores luego del triunfo de Milei-Trump

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Trump y el capital financiero se aseguraron el comando de la campaña del oficialismo
La suba histórica que registraron al comienzo de la semana las acciones de las empresas argentinas tanto en la bolsa de comercio de Buenos Aires como en Wall Street mostró con claridad que el ganador de las elecciones del domingo 26 de octubre fue el capital financiero internacional. La euforia se extendió también a los bonos de la deuda pública argentina, logrando el hecho inédito de que el riesgo país se reduzca casi a la mitad en un solo día. Como era lógico, el entusiasmo envolvió al equipo económico conformado casi exclusivamente por traders de la J.P. Morgan, que veían que se acercaba su sueño de “volver a los mercados de crédito”, es decir de poder endeudar nuevamente a la Argentina como ya lo hicieran tantas veces en el pasado en todos los gobiernos que integraron y que terminaron indefectiblemente en corridas y bancarrotas económicas, financieras y catástrofes sociales.
La democracia del chantaje
Para obtener este triunfo el capital financiero se aseguró en la previa hacerse del comando de campaña del oficialismo. El propio Trump reconoció esa función para sí al retuitear un posteo que lo alababa como el verdadero ganador de la elección de nuestro país atribuyéndole al facho de la Casa Blanca la función de “jefe de campaña de Milei”. Más allá de su poca propensión a la moderación, debemos reconocer que en este caso no hay una pizca de exageración. En los días previos a la elección el gobierno yanqui pasó a determinar el tipo de cambio de la Argentina vendiendo dólares a través de bancos privados y sus enviados políticos sentaron en la misma mesa a políticos del oficialismo y de la oposición para asegurar la gobernabilidad en el país. Como si faltara poco la JP Morgan organizó su encuentro mundial en Buenos Aires como gesto de apoyo del principal banco de los EEUU al gobierno libertario. En sintonía con Trump, la JP Morgan anunció que financiará los proyectos que permitan al gobierno yanqui profundizar su disputa internacional con China.
Lejos de disimularla, la intervención yanqui fue cuidadosamente escenificada por el propio Trump en la reunión que tuvo con Milei y su gabinete en la Casa Blanca. La frase que retumbó en los medios, que “si no gana Milei nos vamos y retiramos todo apoyo económico”, apuntó directamente al electorado de nuestro país para que vote en las elecciones bajo la coerción de la principal potencia del imperialismo mundial. Para que no haya dudas los funcionarios yanquis se encargaron de aclarar que Trump hablaba de esta elección y no de la presidencial del 2027, refutando a quienes querían relativizar la amenaza. Solo bajo estas condiciones extremas, una parte del electorado que no había acompañado a Milei en las elecciones de la provincia de Buenos Aires como así tampoco en la rueda de elecciones provinciales de principios de año, concurrió a votar al oficialismo. Así y todo, no logró replicar la votación de hace dos años atrás, si se compara lo que Milei y Juntos por el Cambio lograron por separado. La pérdida de votos, que oscila los 3 millones, muestra que la desilusión popular con el régimen democrático alcanza también a La Libertad Avanza. Que esa desilusión se transforme en una radicalización por izquierda dependerá de la evolución de la lucha de clases y de la acción de la propia izquierda en el futuro próximo.
¿Braden o Perón?
Las elecciones bajo el régimen actual nada tienen que ver con la libre elección de los ciudadanos. Equiparar el cuarto oscuro a la góndola de un supermercado donde el cliente elige según sus preferencias es el colmo del fetichismo de una democracia de ricos. Si ya en el propio supermercado la decisión de compra está condicionada por la posición social del cliente, en el cuarto oscuro la elección del voto está más condicionada aún por el choque de las fuerzas políticas y sociales. Si al chantaje de Trump y de su pandilla financiera no se le opone una fuerza de mayor magnitud no debe sorprender que una parte del electorado popular termine votando por los chantajistas, considerando que es el mal menor. El mayor, en esta línea de razonamiento, sería una corrida financiera y una devaluación precipitada que lleve hacia arriba la inflación con las consecuencias conocidas para todos.
En la década del 40 del siglo pasado una injerencia yanqui igual de escandalosa y evidente terminó, al menos en el terreno electoral, de un modo opuesto. La intervención yanqui mediante su embajador Spruille Braden para evitar el triunfo de Perón concluyó en una derrota bochornosa y en un amplio triunfo del peronismo. Apelando a la historia, el peronismo en esta elección quiso apelar a esa mística. Pero los carteles de “Axel Kicillof o Bessent” (en alusión al secretario del Tesoro de los EEUU) o “Patria o colonia” no dieron los resultados esperados. La razón es que el peronismo, para una amplísima parte de la población, ya no es sinónimo de aguinaldo, jornada de 8 horas, vacaciones pagas, sino de pobreza, precarización laboral, inflación y corrupción. La fresca experiencia del gobierno de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa está ahí para recordarlo. Quien más consciencia tiene de esta situación parece ser Cristina Fernández de Kirchner. Su crítica al desdoblamiento de las elecciones bonaerenses no se reducía a que los intendentes se iban a desentender de la elección nacional; además advertía que las elecciones de setiembre podrían operar como una Paso, que si las ganaba el peronismo podría despertar una reacción en contra en la elección posterior de octubre. Detrás de la crítica, que a luz de la experiencia emerge correcta, subyace la conciencia que el peronismo solo podría ganar de improviso.
La derrota del peronismo no fue solo el resultado fatal del fracaso de su último gobierno, sino también de su conducta ante Milei en estos casi dos años de gestión. Lejos de enfrentarlo, el peronismo se borró de la calle, colaboró de distinto modo en el Congreso y aplicó en las provincias que gobierna la motosierra libertaria. No es casual que la canción más cantada en las marchas del Garrahan, de la Universidad, de los jubilados o de las personas con discapacidad fue y es “a dónde está que no se ve esa gloriosa CGT”. Las divergencias y choques faccionales al interior del peronismo no tuvieron este colaboracionismo como eje de la polémica. Al revés, Cristina Fernández de Kirchner ordenó armar listas comunes con los gobernadores más colaboracionistas con Milei, como Osvaldo Jaldo de Tucumán o Raúl Jalil de Catamarca, o poner a la cabeza de la lista salteña a un fiel representante de la oligarquía salteña como Juan Manuel Urtubey.
Comparado el chantaje y las amenazas de Trump-Milei y esta actitud del peronismo, el resultado se explica por sí mismo.
Lo que viene
El peronismo no fue el único derrotado. Los gobernadores que improvisaron “Provincias Unidas” sufrieron un revés aún más fuerte. Perdieron en sus respectivas provincias por goleada, quedando en segundo y hasta en tercer lugar. La pretensión de encarnar un “mileísmo de buenos modales” quedó sepultada por la presión del capital financiero. Si ya antes de la elección mostraban su disposición a una negociación con el gobierno libertario, ahora luego de la derrota irán a entregarse a precio de remate. El peronismo, por su lado, acelerará sus choques internos y no tardará en que se dividan sus bloques en el Congreso, como ya sucedió con Macri y también bajo el gobierno de Alberto Fernández.
Si bien el gobierno no ha logrado mayoría propia en el Congreso, lo cierto es que está en mejores condiciones que en el pasado. Consolidó un tercio propio para asegurarse que los eventuales vetos de Milei no serán revertidos ni que prosperen pedidos de juicio político. A la vez, reuniendo el apoyo de los gobernadores y partidos provinciales cree que está en condiciones de avanzar con los proyectos de la reforma laboral, previsional e impositiva, y de aprobar un Presupuesto 2026 que no incluya los fondos votados para la Universidad, el Garrahan y la discapacidad. Después de todo, de los más derechistas hasta Cristina Fernández de Kirchner y Grabois dijeron que hay que “modernizar las relaciones laborales”, algunos para las pymes y otros para el conjunto de las empresas.
Se viene, por lo tanto, una pelea de fondo entre los trabajadores de un lado, y los capitalistas y el gobierno del otro. El gobierno ha ganado una elección, pero eso no le asegura el triunfo en la guerra de clases que se avecina. Macri-Bullrich-Caputo-Sturzenegger pueden dar testimonio de su experiencia en el 2017-2018. Además, la crisis financiera está lejos de haberse superado. Las presiones devaluatorias siguen presentes y el default no ha sido eliminado del horizonte de mediano plazo. Si el gobierno llegase a devaluar, la inflación resultante golpearía sobre el salario, y si decidiera defender el tipo de cambio actual agravaría la ola de despidos y depresión industrial. En cualquier variante tenemos por delante un panorama de choques sociales profundos.
El Frente de Izquierda-Unidad emerge de esta elección con el mérito de haber resistido una fuerte polarización política. Como nunca en el pasado el peronismo puso su eje en atacar al FIT-U, incurriendo incluso en un macartismo bochornoso. Los Itai Hagman y los Grabois mostraron que fueron premiados con altos lugares en las listas porque eran necesarios para intentar evitar un giro a la izquierda del electorado desencantado con el peronismo. A pesar de eso, el FIT-U logró su mejor elección en la Ciudad de Buenos Aires y consagrar diputados en la provincia de Buenos Aires siendo la tercera fuerza.
Ahora el desafío es utilizar ese lugar conquistado para organizar y movilizar a los trabajadores contra lo que se viene. La tarea inmediata es lanzar una gran campaña contra la reforma laboral y llevar el debate al conjunto de las organizaciones obreras. La desconfianza de la base obrera en la dirección de la CGT es manifiesta y hay que impugnar que se arrogue un derecho a decidir que los trabajadores no le han dado. Es necesario explicar que lejos de una “modernización” se esconde la intención de eliminar de un plumazo todo atisbo de protección laboral. En otros países, como Francia, Italia o los más cercanos Brasil y Colombia, la clase obrera desarrolló una gran iniciativa contra estas reformas laborales reaccionarias. Ahora llegó el momento de la Argentina.



