Políticas

21/1/2021

La salida de Nielsen en una YPF al borde del default

Lo único que concretó fue una ofensiva antiobrera contra los petroleros.

La renuncia de Guillermo Nielsen a la presidencia de YPF pone fin a una breve gestión caracterizada por pulseadas perdidas y aislamiento, en medio de una política energética cruzada por contradicciones insalvables. Sería reemplazado por Pablo González, diputado kirchnerista de Santa Cruz y exvicegobernador de Alicia Kirchner.

Desde antes que asumiera Alberto Fernández, cuando Nielsen aún sonaba como posible ministro de Economía, circuló su borrador de Ley Vaca Muerta que fijaba la libertad a la petroleras de girar dividendos al exterior mediante un fideicomiso en el exterior, beneficios impositivos a las empresas y hasta una reforma laboral para habilitar los convenios por empresa. Al poco de tomar su cargo en YPF este proyecto ya había sido cajoneado por el gobierno, a la espera de una definición de la política energética, con el espinoso tema de las tarifas y los precios de los combustibles.

De todo aquel planteo, lo único que efectivamente implementó YPF durante la presidencia de Nielsen fue el ataque a los derechos laborales de los petroleros. Un plan de retiros voluntarios para achicar en un quinto la planta de trabajadores, y un “plan de optimización” que pretende reducir en un 30% los gastos operativos en base a flexibilizar nuevamente el convenio. De esta manera hizo punta en lo que tomó forma en Vaca Muerta mediante el ruinoso “acuerdo para la sustentabilidad y el empleo” que firmaron las petroleras con la burocracia sindical de Guillermo Pereyra.

Por fuera de esta ofensiva antiobrera que defendió en los medios, Nielsen fue desplazado de la dirección de la compañía. Esta quedó al mando del CEO Sergio Affronti, designado a fines de abril a recomendación de Miguel Galuccio, quien capitaneó a la petrolera argentina durante la presidencia de Cristina Kirchner.

La cuestión del precio de los combustibles en surtidor y la fijación del llamado “barril criollo” -un precio subsidiado cuando la cotización internacional del crudo se desplomaba-, fueron dos cuestiones en las que Nielsen salió desautorizado. El saliente presidente de YPF se opuso explícitamente al establecimiento del barril criollo, y de hecho ni siquiera participó de la reunión en la que Affronti y funcionarios nacionales definieron su implementación. Tampoco jugó un papel en la definición del cronograma de naftazos mensuales que emprendió el gobierno desde agosto (empatando en siete meses la inflación de todo el 2020); más bien actuó desde afuera como vocero de los reclamos patronales por el “atraso de los precios”.

Por último, la puesta en marcha del Plan GasAr tampoco lo tuvo como protagonista. Para ello desembarcó en la Secretaría de Energía el neuquino Darío Martínez, quien también responde a la vicepresidenta, y fue trasladada la dependencia a la órbita del Economía bajo el manto de Martín Guzmán. Las negociaciones con los pulpos petroleros para que adhieran a esta iniciativa, basada nuevamente en garantizar precios subsidiados por el gas en boca de pozo, quedó en manos de los funcionarios kirchneristas y jugaron los propios Martín Guzmán y Alberto Fernández.

La situación se “sinceraría” ahora con el nombramiento de Pablo González como titular de YPF. En la medida que subsidios y naftazos tuvieron como actores protagónicos a los funcionarios kirchneristas, no tienen fundamento los vaticinios acerca de un congelamiento de los combustibles. Los halagos del mismísimo Paolo Rocca hacia Guzmán y la política petrolera del gobierno hablan por sí solos del rumbo oficial, que beneficia a los pulpos con fondos públicos y reducción de retenciones a la exportación.

Guillermo Nielsen, que fue uno de los arquitectos del canje de deuda del gobierno de Néstor Kirchner, deja la presidencia de la empresa de mayoría accionaria estatal en medio del intento de reestructurar una deuda nada menos que de 6.600 millones de dólares, la mayor renegociación de deuda privada de la historia nacional. En esa mesa de negociación YPF ya empezó a capitular ante los bonistas, a pesar de la propuesta ni siquiera implicaba quitas de capital ni de intereses, capitalizaba los intereses no pagados en los dos años de gracia y ofrecía como garantía de cobro las exportaciones; finalmente aceptó que, a pesar de que los bonos están bajo la Ley de Sociedades local, el canje se regirá por los requisitos del mercado financiero internacional (que exige como piso al 50% de los acreedores). Durante este proceso se habrían desatado chispazos con el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, en medio de las sequías de las reservas. Esto habría terminado de catalizar el alejamiento de Nielsen de un puesto ya ficticio, y según versiones pasaría ahora a desempeñarse como embajador en Arabia Saudita.

La crisis de YPF es una expresión de la quiebra nacional, y en buena medida es la carencia de divisas lo que veta cualquier posibilidad de pago de sus vencimientos, combinado con pérdidas millonarias y un desplome de la inversión. Es a su vez una crisis de todo el esquema de explotación de los hidrocarburos, porque cierra toda posibilidad a las demás petroleras de acceder a crédito internacional para financiar inversiones. A este ritmo es muy probable que el gobierno se vea obligado a importar grandes cantidades de gas en invierno, lo cual seguiría consumiendo las reservas. Es esta profunda crisis la que se descarga sobre los trabajadores, con albertistas o kirchneristas, mediante el ataque a los derechos laborales de los petroleros y con naftazos y tarifazos que paga toda la población.