Copa América: el presidente Alberto Fernández a la defensa del negocio del fútbol
Que se lleve a cabo aunque no queden jugadores sanos.
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Alberto Fernández con Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol
“Hablemos con toda franqueza: es una Copa América para la televisión, es una Copa América para cumplir contratos televisivos”, dijo el presidente Alberto Fernández, para que no queden dudas de que se trata esencialmente de un negocio, en la entrevista donde no solo confirmó que la Argentina sigue adelante con la decisión de llevar a cabo en el país este certamen de selecciones nacionales de Latinoamérica, y que comienza dentro de menos de un mes, sino que, incluso, está dispuesto a cubrir los compromisos que le corresponden a Colombia (el país coorganizador) que se encuentra en medio de la enorme rebelión popular.
Para Alberto Fernández, está claro, el show (y el negocio) debe seguir, aunque haya casi 30 mil nuevos contagios y 700 muertos cada 24 horas, y todas las semanas se alcance un nuevo récord en ambos índices, que se suma a la saturación de las camas de terapia intensiva con una ocupación casi plena en todo el país.
El sentido de esta decisión oficial se emparenta con la que rige para las demás actividades económicas del país que se mantienen a pleno, con la prioridad puesta en las ganancias de los capitalistas porque, al contrario de lo que declamaran al inicio de la pandemia, tanto el gobierno nacional como los de todas las provincias, prima “la economía” por encima de “la salud” de la población trabajadora.
En este caso, la defensa de los negocios del fútbol se suma a la pretensión del gobierno nacional y de los provinciales de todo pelaje político, de mostrar una cierta “normalidad” y morigerar el desastre creciente del cuadro sanitario, cuando todas las semanas se alcanzan nuevos récords de contagiados y muertos.
Los negocios de las mafias
Por el lado de las mafias que manejan el negocio del fútbol, la parálisis de los torneos supone que dejan de embolsar multimillonarios fondos. Así, por ejemplo, para la edición 2021 de la Copa Libertadores, que se está disputando ahora con más heridos que soldados, la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) repartirá un total de 168.300.000 dólares en “todas las fases e instancias decisivas”. Y se estima que la Confederación, una cueva de corrupción que saltó por los aires hace pocos años por los desfalcos de sus dirigentes, se queda con más de la mitad de los ingresos que le llegan por los derechos comerciales y de la televisión.
La zanahoria para los clubes (y sus mafias) es que el premio por coronarse campeón es de 15 millones de dólares que, sumado a lo que ganan en las series clasificatorias, supone un premio total de casi 24 millones de dólares, más los de la Recopa y el Mundial de Clubes a los que queda habilitado. Y todos los que participan algo reciben, para que el interés se acreciente.
La necesidad de mantener en marcha el negocio del fútbol llevó incluso a la Conmebol a intervenir como un Estado más cuando negoció con la china Sinovac la entrega de 50 mil dosis de vacunas para inmunizar a todos los planteles de los países latinoamericanos que integran la entidad.
Esta mecánica supranacional, de vacunación VIP masiva, no hizo reaccionar a ningún gobierno ni dirigente del fútbol, con la excepción del DT de Perú, el argentino Ricardo Gareca, quien declaró en solitario, que no permitiría que se vacune a los jugadores del seleccionado mientras no lo estén todos los que conforman la población de riesgo del país.
Otra voz que se levantó contra el todo vale, fue la del gremio de los jugadores de fútbol de Colombia, que reclamó que no haya partidos en medio de la crítica situación que atraviesa el país. Esto, luego de que River, Nacional de Montevideo y Atlético Mineiro jugaran sus partidos en Colombia, mientras en las cercanías de los estadios los hinchas se manifestaban y la policía los dispersara y llenara de gases lacrimógenos el propio campo de juego.
A la vista de todos
Dada la repercusión pública que tiene el fútbol, ha saltado a la vista de todos este carácter escandaloso (y criminal) de la decisión de las autoridades de clubes, entidades organizadoras del negocio y de los gobiernos, de seguir adelante con las competencias a como dé lugar en medio de la pandemia, que está haciendo estragos en la salud y la vida de millones de personas.
En una población joven como la de los jugadores, que se supone cuidada, la cantidad de casos positivos es de tal magnitud que equipos casi completos se han contagiado con el Covid-19. Se expone a los jugadores, porque el negocio no debe parar, como si se tratara de una enfermedad simple, cuando aún no se conoce cuáles pueden ser las consecuencias de haber contraído la enfermedad.
El ejemplo de River, que apenas logra juntar a los 11 de un equipo para poder jugar un partido de la Libertadores (incluyendo a un lesionado), es un extremo que se pretende naturalizar para que el show pueda seguir. El mismo River, que jugó el fin de semana pasado con un equipo “muleto” por los contagios en el plantel, al día siguiente del partido mostró que tres de los jugadores que lo integraron, también dieron positivos de Covid-19.
Mientras se distrae con las “fiestas clandestinas”, indicadas como casi único ámbito de contagio, todo lo que sea un negocio capitalista es defendido por el gobierno y, desde ya, por toda la oposición patronal. Con el porcentaje de infectados sobre el total ubicado probablemente entre los más altos del país, el de los jugadores y demás trabajadores que rodean la actividad del fútbol, ni siquiera aparece en la mira de quienes debieran intervenir.
La Conmebol, que también organiza la Copa América, sigue planteando, en este cuadro de crisis de pandemia, abrir los estadios al público con un aforo del 30% porque, en “la mirada de la Conmebol, una Copa América para la TV no será económicamente tan atractiva como un torneo con público” (La Nación, 18/5).
Desde el gobierno, es tal la superficialidad en el tratamiento del problema que el presidente Fernández, en la misma entrevista, dijo que solo se trata de acordar con la Conmebol -que también organiza este torneo- “de garantizar protocolos que hagan posible” la disputa de la Copa América.
Esto, cuando ninguna autoridad nacional ni provincial se ocupa ni preocupa por la aplicación de los protocolos en los lugares de trabajo ni en los transportes, donde hay datos claros que allí se producen contagios masivos.
Está claro que, en medio de este pico creciente de crisis sanitaria, se trata no de incentivar sino de detener los torneos hasta que se pueda garantizar la inmunidad de todos quienes intervienen en la actividad del fútbol. Exactamente lo contrario de lo que promueve el gobierno.