Cultura
14/6/2025
"Que dios me pida perdón": se estrenó Tres Cruces, un film sobre abusos eclesiásticos
Tres casos de valientes denuncias y vergonzosa impunidad en Argentina, narrados en primera persona.

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La culpa como construcción social.
Directa y en primera persona, aunque sin golpes bajos. Cruda como la realidad que muestra. "Tres Cruces", largometraje dirigido por Alejandro Rath, le da voz y rostro al dolor y el coraje de quienes denuncian abusos eclesiásticos, y hacen frente al reino de la culpa y la impunidad. En el film narran su historia Sergio Decuyper, Carla Morales y Alexis Endrizzi, tres casos cuya primera de varias similitudes es haber expuesto ante la Argentina los abusos en la Iglesia Católica.
Si lo dicho alcanza para recomendar la película, que se estrenó el jueves 12 en el Cine Gaumont, cuenta también con otros logros. Contadas por los propios sobrevivientes, las tres historias permiten tomar dimensión del drama de los abusos sexuales en la infancia, perpetrados por quienes se presentan como autoridad espiritual. La culpa y el miedo, la vergüenza y el descrédito, los prejuicios familiares y sociales, se nos revelan en cada uno de los casos tanto en el "vía crucis" que deben recorrer para exteriorizar y denunciar lo sufrido, como también a través de quienes no logran hacerlo. El silencio no como elección, sino como imposición. Una contundente interpelación sobre quiénes cargan con la cruz.
Sergio fue abusado de niño por su tío, el cura José Francisco Decuyper, de la capital entrerriana de Paraná. Unos 40 años después pudo romper el silencio, aunque con ello se rompieran también vínculos familiares. Reconstruyendo su vida lejos de Argentina, vemos su pelea por llevar su caso hasta el Vaticano ante el mismo Papa Francisco. Un relato de misericordia... para con los abusadores, y culpa de quien denuncia.
Carla era un niño pobre de la localidad salteña Rosario de Lerma, que tras casi dos décadas se atrevió a denunciar tanto en la Justicia canónica como en la civil al cura Emilio Lamas, en una provincia donde la Iglesia es en buena medida el poder real. El tiempo que requieren las víctimas para comprender y enfrentar lo que vivieron se traduce en un manto de impunidad judicial, gracias a la prescripción de los crímenes cometidos. Mujer trans, recuerda cuán doloroso era ser un niño afeminado cuando le inculcaban que por eso se iría al infierno. Valora que la denuncia "destapó la olla de los abusos en Salta".
Alexis, del pueblo entrerriano Lucas González, tuvo que mudarse, casi escapando del sufrimiento y las miradas, al partido de Moreno. Pudo finalmente, junto a Santiago Tavares, denunciar las vejaciones que al momento de la confesión perpetraba el "cura sanador" Juan Diego Escobar Gaviria. El único de los tres acusados mencionados que fue efectivamente condenado, aunque nunca excomulgado. Otra vez, ambos jóvenes acuerdan en que "está lleno de casos de abuso, pero no quieren hablar".
El amparo del clero a los abusadores es la regla, y explica la continuidad de este flagelo a lo largo y ancho del país. Desde el emblemático juicio a Julio César Grassi, cuyas atrocidades no ameritaron que sea expulsado de la Iglesia, un promedio de media docena de curas son denunciados por abusos cada año en Argentina, aunque solo uno de cada cuatro logra condena. De nuevo, bastaría esto para valorar la importancia de dar voz a la valentía de estos denunciantes. Pero la película también toca una arista fundamental.
La necesidad de sanar es el motor interno de los denunciantes. Eso significa que, aunque pasen décadas, la herida sigue abierta. Vemos a estos personajes en su vida cotidiana, pero también en la búsqueda de justicia como sanación, junto a la exteriorización de ese agobio interno a través de la terapia, del arte, o incluso de la propia religión. Al crimen de que fueron víctimas se suma la culpa desgarradora, en particular por la elección sexual. Esa vulnerabilidad que aprovechan los curas abusadores.
Esta opresión interna, aunque obviamente ocasionada externamente, tiene consecuencias tanto en la psiquis como en la salud en general. Esto y el alto índice de suicidios es lo que exige que se considere a las víctimas como sobrevivientes de abusos eclesiásticos.
En este punto, no puedo evitar dedicar esta reseña a la memoria de Daniela Silva, que tuvo el coraje de denunciar a Raúl Anatoly Sidders, capellán del colegio San Vicente de Paul de La Plata al que asistía de niña, donde sufrió reiterados abusos. Cuando pudo romper el silencio, 13 años después, proliferaron relatos sobre cómo actuaba quien fuera por dos décadas la autoridad escolar. A pesar de la protección de la Iglesia (y de los directivos que mintieron en su declaración judicial), hoy Sidders cumple arresto domiciliario a la espera de un juicio que comenzará el próximo mes, pero que Daniela no llegó a presenciar. Las vejaciones que sufrió y el no poder contarlas le ocasionó graves afecciones a su salud, que terminaron con su vida. Su lucha, igual, hará justicia.
Historias, entre tantas, que invitan a dimensionar ese dolor que se lleva dentro. La culpa es una construcción social, y retrata la dominación ideológica que nos inculca toda una maquinaria social. La vergüenza, es lo que tienen que sentir los abusadores y sus encubridores. En tiempo de ataques a la diversidad sexual y la ESI, con un gobierno misógino que empodera el oscurantismo de la Iglesia para imponer la resignación en la miseria, vaya si tiene valor el estreno de "Tres Cruces".


