Ucrania: el financiamiento de la guerra, en crisis

Estados Unidos ya ha brindado la friolera de 111 mil millones de dólares a Ucrania

La operación genocida que emprendió Israel en octubre contra la Franja de Gaza desplazó del centro de la atención pública internacional la guerra en Ucrania. Pero, por más que haya quedado fuera de los reflectores mediáticos, el conflicto en el este europeo prosigue y conserva su importancia estratégica.

Recientemente, la Casa Blanca alertó, por medio de una carta de la directora de presupuesto, Shalanda Young, que “sin acción del Congreso, para fin de año nos quedaremos sin recursos para adquirir más armas y equipos para Ucrania”. Como réplica, el titular de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, le reprochó al gobierno que “falta una estrategia clara”.

El presidente Joe Biden envió hace algunas semanas un megapaquete al Congreso que incluye 61.000 millones de dólares de ayuda para Ucrania, 14 mil millones para Israel, y 13 mil millones para reforzar la represión antimigratoria en la frontera con México. Los republicanos han bloqueado el tratamiento de la iniciativa.

La cuestión del armamento para Ucrania se inscribe en una pulseada más general acerca del recorte del gasto y el ajuste en Estados Unidos, donde la deuda está por encima del 120% del PBI. Hasta ahora, el desenlace de esa puja se viene pateando hacia adelante, por medio de prórrogas presupuestarias puntuales que alejan el peligro de un “shutdown” (cierre de la administración) por apenas algunas semanas. En enero, vence otra de esas precarias postergaciones.

Hasta el momento, Estados Unidos ya ha brindado –según Young- la friolera de 111 mil millones de dólares a Ucrania, de los cuales 67 mil millones se dedicaron a material militar (La Nación, 5/12). Las reticencias que aparecen ahora, principalmente en el bando republicano, no solo se relacionan con la magnitud de los desembolsos, sino que son indisociables del estancamiento del conflicto militar. Valeri Zaluzhni, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, admitió este escenario en una entrevista de fines de octubre con la revista The Economist.

La contraofensiva lanzada por el gobierno de Volodomir Zelensky no logró abrirse paso. Según un artículo de principios de noviembre del madrileño El País (2/11), “la ofensiva ucraniana solo ha progresado en cinco meses unos 10 kilómetros en dirección hacia el mar de Azov, por un corredor muy vulnerable porque solo tiene 10 kilómetros de ancho. El objetivo inicial era reconquistar la ciudad de Melitópol y desde allí cortar las líneas logísticas rusas en el este y hacia Crimea. Pero Melitópol continúa a casi 80 kilómetros de las tropas ucranias. La península de Crimea, ocupada por Rusia desde 2014, está a 100 kilómetros de las posiciones ucranias más cercanas, en la provincia de Jersón”.

Tomando en cuenta esta situación, un grupo de ocho legisladores republicanos escribió una carta a Biden el 31 de octubre que señala que “los contribuyentes americanos se están cansando de tener que financiar una guerra eterna, en tablas y en la que no hay visos de victoria” (ídem, 6/12).

Hay encuestas que auguran una caída en el respaldo a la guerra dentro del territorio norteamericano. Un sondeo de Gallup, del 2 de noviembre, indicaba que el 41% de los encuestados en Estados Unidos decía que Washington “hace demasiado” por Ucrania, mientras que en junio ese porcentaje suponía solo el 29%.

Donald Trump, en modo campaña electoral, explicó que si ganara las elecciones pondría fin a la guerra “en 24 horas”. Incluso se dio el lujo de hacer demagogia con las vidas perdidas: “como sabéis, yo me llevo bien con Putin, y le diría que esto hay que solucionarlo, y a Zelensky le diría que hay que solucionarlo, y conseguiría un acuerdo. Las cifras de muertos que nos dan no son la verdad, están muriendo cientos de miles de personas (…) yo estoy con que no mueran más personas”.

Zelensky criticó el mensaje del magnate. Ya en su momento, había tenido que salir a polemizar con el recientemente fenecido Henry Kissinger, quien opinó, con su pragmatismo característico, que era necesario un regreso al “statu quo” anterior a la guerra, lo que supondría dejar el control de Crimea, el Donetsk y Lugansk a Moscú.

Europa, Europa

Del otro lado del tablero, el presidente bielorruso, Alexandero Lukashenko, afirmó en noviembre que la guerra “está en un punto muerto y que ninguno de los bandos tiene fuerza para desequilibrar la balanza” (ídem, 2/11).

En el caso de la Unión Europea, que también ha prestado un gran apoyo financiero y militar a Ucrania, aparecen fisuras. El presidente de Hungría, Viktor Orban, viene bloqueando el desembolso de un paquete por 50 mil millones de euros en ayuda a Kiev.

Por su parte, el primer ministro electo de Eslovaquia, Robert Fico, ganador de los comicios de octubre en esa nación que integra la Otan, hizo una campaña electoral centrada en el planteo de “ni una bala más a Ucrania”, además de efectuar críticas al levantamiento de los aranceles a las importaciones del grano ucraniano, establecidas por Bruselas desde el estallido de la guerra para favorecer a Kiev.

Polonia amagó con dejar de prestar auxilio militar a Zelensky en septiembre, luego de que el presidente ucraniano acusara al gobierno de Varsovia de “hacer el juego” a Rusia, en el marco de una disputa comercial por el trigo (los agricultores polacos bloquean la frontera con Ucrania hace más de un mes por este motivo).

Hasta el ganador de los recientes comicios en los Países Bajos, el ultraderechista Geert Wilders, dejó trascender alguna posibilidad de frenar el apoyo militar a Kiev.

No son, es cierto, los principales países del bloque. Pero el freno de la ayuda militar para Ucrania en Estados Unidos plantea un gran dilema para Bruselas: o sigue sus pasos, lo que obviamente favorecería a Putin, o asume ese financiamiento sobre sus propias espaldas, algo que entra en contradicción con los planteos de volver a la política de severo control del déficit fiscal desde 2024, tras las relajaciones establecidas con la pandemia. La UE, además, tiene menos espaldas que Washington. El mandamás de la diplomacia europea, Josep Borrell, dijo en una cumbre del club de los 27 en Granada, en octubre: “¿puede Europa sustituir a Estados Unidos? Evidentemente, Europa no puede” (La Nación, 5/10).

El desgaste de la guerra, que ya dejó cientos de miles de muertos, sumado a su impacto económico global (mayor inflación, problemas energéticos, etc.) y al nuevo frente de atención que implica para Estados Unidos y la Unión Europea la situación en Palestina, están conduciendo a un nuevo escenario en el este europeo.

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